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¡Quién quiere ser millonario!

CAMINO DE SANTIAGO

Con Irak en ruinas, el Gobierno paquistaní tambaleante, los talibanes alzados en armas, Irán nuclearizado y Bin Laden llamando a sus huestes a multiplicar los atentados suicidas, Bush está tan descolocado que se deja sorprender no sólo por sus enemigos, sino incluso por Ricky Martin.

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Antonio de la Fuente

El famoso programa “¡Quién quiere ser millonario!”, que desde hace una década multiplica audiencias millonarias por el ancho mundo, es visto por un público de todas las edades y mayoritariamente por los mayores. Que un bisoño concursante se lleve una coqueta suma por contestar que el tambor grande se llama bombo deja meditabundos a los jubilados, quienes durante una larga y esforzada vida de trabajo han visto cómo los millones se mantienen a prudente distancia de sus bolsillos.

Los millones están contados y a buen recaudo pero al parecer hay unas cuantas maneras de llegar hasta ellos. El estudiante inglés Alex Tew abrió hace menos de un año una página en Internet y se propuso vender a un dólar el píxel (los puntos de los que están hechas las imágenes) para que las empresas pusieran allí sus emblemas. Idea que la mayoría de los expertos hubiera calificado de tirada de los cabellos, por no llamarlos de otra manera. Al cabo de un par de meses, sin embargo, la página del millón de dólares colgaba el cartelito de sold out (todo vendido) haciendo millonario a su creador, que confiesa haberse puesto a pensar cómo ganar dinero mirando sus calcetines rotos.

Así es la cosa, jubilados o jovencitos, todo el mundo corre detrás de los millones. Y los millones, por su parte, corren detrás de Bin Laden. El Senado de Estados Unidos acaba de duplicar la recompensa que ofrece el Departamento de Estado norteamericano por cualquier información que permita la captura del espigado millonario saudí. Veinticinco millones no fueron bastante para atraparlo, ahí van 50. Si el método funcionaba en el Lejano Oeste, por qué no va a funcionar en Medio Oriente. “Independientemente de que capturemos a Bin Laden o que lo matemos, ya va siendo hora de que sea llevado ante la justicia”, declaró el senador Kent Conrad, uno de los impulsores de la propuesta. No se ve claro cómo podrían llevarlo a la justicia antes de capturarlo. O después de muerto.

Seis años de millonarias recompensas y de Guantánamo han hecho que Al Qaeda esté más fuerte que nunca, de tal manera que, según el director de la CIA, Michael Hayden, la inestabilidad en Irak sea irreversible. Con Irak en ruinas, el Gobierno paquistaní tambaleante, los talibanes afganos alzados en armas, Irán nuclearizado y Bin Laden llamando a sus huestes a multiplicar los atentados suicidas, Bush está tan descolocado que se deja sorprender no sólo por sus enemigos, sino incluso por Ricky Martin. El tenor boricua, que cantó en la investidura de Bush, acusa ahora al tejano de “mortificar a pueblos enteros”.

Muchos millones dan vueltas por el carrusel noticioso por estos días. Cuatro cientos desvergonzados millones de dólares pretende cobrar el Gobierno libio por conmutar la pena de muerte a las enfermeras búlgaras, a las que acusa de transmitir el virus del sida a cientos de niños libios. Y 660 groseros millones de dólares acuerda pagar la arquidiócesis de Los Angeles a 500 víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes. En ambos casos, un millón de dólares por cada víctima. La suma parece colosal pero en seguida queda relativizada sabiendo que, según el diario “Los Angeles Times”, la Iglesia Católica posee en la ciudad un patrimonio inmobiliario valorado en 40 mil millones de dólares.

Tantos millones parecen muchos, pero son sólo el fondo del monedero para las multinacionales digitales, como Google, Yahoo y Microsoft, cuyas ganancias no se cuentan en millones sino en billones o cómo se llamen, ofreciendo servicios gratuitos a los consumidores y atesorando luego los datos derivados de esos servicios supuestamente liberados. Siempre habrá quien venda a alguien por treinta monedas y otro que lo revenda por sesenta. En vista y considerando, un millón por la pregunta del bombo, una bagatela.

 

 

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