Progresismo y medio ambiente
FORO PÚBLICO
Rafael Ruiz Moscatelli, www.rafaelruizmoscatelli.cl
El gobierno español debatió con asociaciones ecológicas la implementación de medidas para ahorrar energía. Posteriormente, el Ejecutivo decidió aumentar los impuestos a los vehículos más contaminantes; limitar las temperaturas del aire acondicionado; sustituir las ampolletas incandescentes por otras de bajo consumo en los edificios públicos; mejorar la red de trenes, y probablemente continuarán tomando medidas para ahorrar energía y disminuir las emisiones de CO2. De seguro, estas disposiciones modificarán en algunos aspectos los modos de vida. Eran medidas inapelables. España es uno de los mayores emisores de dióxido de carbono de la Unión Europea. Algunos científicos se sintieron decepcionados con estas iniciativas y las consideran insuficientes.
En Chile resulta necesario insistir en el tema, en el que aparentemente todo el mundo está informado. Pese a ello, las medidas tampoco se toman a tiempo. La izquierda chilena y las fuerzas progresistas están en deuda con el tema medioambiental. Los reclamos y las exigencias de los grandes intereses en este aspecto son permanentes, lo que conjuntamente con cierta altanería política que se mofa de la importancia de este asunto ha dejado el asunto al margen de las grandes decisiones que debe adoptar el país.
En los partidos y en las políticas públicas esta insuficiencia se arrastra desde los ’80. La recuperación de la democracia incorporó de forma lateral los planteamientos ecologistas, porque la ecología se vio como parte de la radicalidad política más que como reivindicaciones centrales de un programa político y de Gobierno. Y porque el positivismo de entonces nos impedía ver la necesidad de armonizar la existencia humana con la evolución de la naturaleza de la cual somos sólo “una parte”. Hasta que -inadvertidamente para una buena parte del progresismo- los científicos nos comunicaron que el mundo natural nos reclamaba cambios radicales. De paso, nos informaron que si nosotros no cambiábamos, la tierra iba a cambiar de todas maneras. Entre otras cosas, nos advirtieron sobre el cambio climático. Los gobiernos y los directorios miraron para otro lado. Los tecnócratas enfilaron sus iras y sus aspavientos sobre las demandas ecologistas. Pese a todo, los argumentos científicos en torno a la energía, el agua y la atmósfera eran y son contundentes.
En los ’90, se abrieron más espacios institucionales a los ambientalistas tanto en los partidos como en los organismos públicos. Esto ha sido una medida positiva pero limitada, dada la envergadura del tema. No se trata sólo de escuchar a los expertos. Se debería universalizar la información y el conocimiento, ilustrar a la población y en especial a las autoridades en los temas medioambientales. No basta con escuchar a los técnicos ni incorporarlos a comisiones o instituciones estatales para luego concluir que lo propuesto es inviable económicamente. Hay que escuchar y discutir con los científicos. Ellos son los que conocen y pueden prever las consecuencias de los cambios ambientales más relevantes. En el progresismo deberíamos aumentar los niveles de conocimiento y educación de los cuadros y dirigentes. El atraso puede ser fatal. Una etapa de ilustración masiva y de discusión política ecológica nos vendría de perillas para superar las posturas más conservadoras.
Curiosamente, las culturas más ancestrales, las que perviven en la actualidad y las que ya no existen, siempre enamoraron a la tierra y a las otras especies. Podría ser de gran utilidad discutir ciertos paradigmas de la izquierda relacionados con la naturaleza para ver si los incorporamos en nuestros programas o los seguimos desechando. Hay que confiar en los científicos para morigerar los riesgos, aunque eso signifique cambiar modos de vida. Esas orientaciones nos permitirán adecuar nuestro desarrollo económico y social de modo tal que nuestros descendientes no tengan que juzgarnos por nuestra ignorancia y nuestra codicia: la tierra es nuestro anfitrión, nosotros somos sus invitados.
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