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Centros Chilenos en el Exterior

Líbano está a punto de quebrar la estrategia de EEUU en Oriente Medio

Hizbulá lee a Gramsci

Alberto Cruz

Rebelión

“Feliz es el que aprende de otros, y desgraciado quien no aprende su propia lección” (proverbio árabe)

La ciudad de los dioses. Así llamaban los romanos a Baabek, una población situada en pleno corazón del valle de la Bekaa. De ella, sobre ella, han escrito muchos desde que Edward Gibbon la retratase a la perfección en su “Historia de la decadencia y caída del imperio romano”, una majestuosa obra en seis volúmenes que se fueron publicando entre 1776 y 1778. Las ruinas de los templos romanos de Júpiter, Baco y Venus son un lujo para los sentidos.

Ha llovido mucho desde entonces, y no todo para bien. Baalbek fue bombardeada casi a diario durante la guerra de agresión de Israel contra Líbano de este verano y estas ruinas sufrieron daños irreparables. Por ejemplo, los templos de Júpiter y Baco presentan fisuras en los dinteles de sus impresionantes columnas y la UNESCO dice que algunas de estas columnas se han espaciado como consecuencia de las vibraciones de los bombardeos israelíes. Y el zoco de la ciudad, así como casas históricas del centro, sufrieron muy serios daños durante los bombardeos. Además, aquí se libró el último episodio de la guerra. El 17 de agosto, una vez alcanzado el acuerdo de cese de hostilidades y en marcha la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, un comando israelí pretendió secuestrar a un alto dirigente de Hizbulá, operación que se saldó con un rotundo fracaso para los agresores al ser detectados y muerto uno de ellos. Los iniciados en la situación de Líbano dicen que Baalbek es la cuna de Hizbulá. La presencia de esta formación político-militar es omnipresente y en las últimas elecciones consiguió la mayoría absoluta para todos los cargos del Ayuntamiento, de ahí el ensañamiento israelí con la ciudad.

La noche en Baalbek es especial. Manteníamos una sobremesa larga, muy larga, escuchando la música de Fairuz, la cantante de la tierra, uno de los símbolos de la música árabe de los últimos treinta años, y discutiendo sobre el papel de las organizaciones de izquierda en la nueva situación de Líbano, Hizbulá y la alianza que este movimiento político-militar está tejiendo con diferentes fuerzas políticas, laicas y cristianas, marxistas y burguesas. Nadia, una militante del Partido Comunista libanés que ha estudiado medicina en Cuba, dijo una frase que explica el éxito de Hizbulá: “ellos leen a Gramsci, si hoy alguien está aplicando a pies juntillas la política de alianzas de Gramsci son ellos, incluso el concepto de fuerza hegemónica”.

Conversábamos sobre la manifestación a que íbamos a acudir al día siguiente, en Beirut, contra el régimen pro-occidental de Fuad Siniora. Nadia repetía una y otra vez que en contra de lo que reflejaba la prensa occidental -¡nunca más cierto el viejo aserto de que el buen periodista es aquel que escribe de todo y no sabe de nada!- no era una concentración de Hizbulá, sino de todas las fuerzas patrióticas y antiimperialistas libanesas.

El 10 de diciembre amaneció radiante. El día se sumaba a la fiesta. La caravana de vehículos era impresionante, con cientos de banderas agitando sus colores al viento: amarillas, verdes, rojas, naranjas y nacionales libaneses. Sobre todo, nacionales libanesas. A medida que se iba pasando por las localidades del valle, Riyak, Aley, Bhamdoun, Sofar, la caravana iba aumentando y haciéndose cada vez más lenta. Se ascendía el Monte Líbano y los poco menos de 90 kilómetros desde Baalbek hasta Beirut iban a recorrerse en casi 4 horas. Una mezcla variopinta de utilitarios, furgonetas, autobuses y coches de lujo, un mezcolanza de personas de todo tipo de edad y condición, religión y status social, portando el hiyab o enseñando el ombligo. Familias enteras mostrando una esperanza: un gobierno nacional. Una buena galería de fotos de la marcha, aunque pone énfasis en el Movimiento Patriótico Libre de Michel Aoun, puede verse en la página de globalresearch (1).

Evaluar una concentración de más de un millón de personas, por citar la cifra más conservadora que se ha ofrecido de las personas que se congregaron en la Plaza de los Mártires y calles aledañas, es muy difícil. Líbano es un país que no llega a los 5 millones de habitantes, lo que da una idea de la magnitud de la convocatoria. Lo que se podía ver en la zona en la que estábamos era una mayoría obrera, gente sencilla cansada de que el régimen libanés se enriquezca con la especulación rampante, endeudando al país en más de 40.000 millones de dólares, con un desempleo del 35% y un salario mínimo de 250 dólares mensuales. Pero, sobre todo, cansados de un régimen dócil a las pretensiones imperialistas. La enorme pancarta que se podía observar, Siniora besando a Condolezza Rice cuando visitó Beirut durante la guerra, era suficientemente expresiva. Allí no había lemas islamistas, sino nacionales.

Un sistema injusto

La reacción de los patrocinadores del gobierno de Siniora es la que cabía esperar: se ha considerado esta muestra de fuerza como un intento de “golpe de estado” y de “agresión a las formas democráticas”. Es lo que han dicho la Unión Europea, Estados Unidos y, en menor medida, el Consejo de Seguridad de la ONU que en una nueva resolución del pasado día 12 (obsérvese que es sólo dos días después de la manifestación, pacífica, mientras que tardó 34 días en parar la guerra) manifiesta el “apoyo total al gobierno legítimo y democrático de Líbano” y condena los “intentos de desestabilización del país”. Curioso. Manifestaciones similares se impulsaron en Ucrania, Bielorrusia y otros lugares y fueron saludadas como una muestra de espíritu cívico y democrático. Lo mismo se dijo cuando las fuerzas que integran hoy el gabinete libanés salieron a la calle para reclamar la retirada de las tropas sirias en la primavera de 2005. Ahora es al revés, los manifestantes son antidemocráticos, lo que pone en su lugar a la UE, EEUU y la ONU, por no ir más allá. En medio, como siempre, la inoperante e ineficaz Liga Árabe.

Y la prensa árabe, aquella que alabó la lucha de Hizbulá contra Israel en la guerra de este verano, toma partido claramente por Siniora (es decir, toma partido por los suníes, en lo que ya es la nueva estrategia de división del mundo árabe ante el temor a que el auge del shiísmo haga temblar los privilegios de las élites suníes que gobiernan esos países, tal y como viene manifestando el diario Al Hayat) argumentando que “Líbano no es Ucrania puesto que hay un gobierno democrático” (2). El periódico que este verano rechazaba la estrategia imperialista de “fronteras de sangre” y alababa el nacionalismo frente al confesionalismo religioso ahora retrocede. Poco a poco, la lucha del pueblo libanés va poniendo a cada uno en su lugar.

En Líbano hay que matizar los calificativos de “legítimo y democrático” al referirse al gobierno. Los colonizadores franceses diseñaron el sistema en 1943 según un censo poblacional de 1932, hoy obsoleto. El virtud de la correlación de fuerzas entonces existente, el presidente tenía que ser católico maronita (al igual que el jefe supremo del Ejército libanés), el primer ministro suní y el presidente del parlamento shíi. Todo a mayor gloria de las élites políticas y económicas, maronitas y suníes, mientras que los shiíes eran los parias. El reparto de escaños era, también, favorable a los cristianos, aunque hoy hay una equiparación cristianos-musulmanes de 64-64 tras una modificación adoptada en 1989 en los Acuerdos de Taif que pusieron fin a la guerra civil pero que no tiene en cuenta, por ejemplo, que el 70% de la población es musulmana. Y ya que entramos en la cuestión religiosa, el 40% del total de la población de Líbano es de confesión shií.

Esto es lo que subyace en el trasfondo de la reivindicación de un gobierno de unidad nacional. Tras el triunfo en la guerra contra Israel, Hizbulá está en una posición de fuerza y exige que la situación del país se adecue a la nueva realidad. Ese nuevo gobierno tiene que ser más representativo, por lo que las demandas del frente patriótico que hegemoniza Hizbulá son justas. Comenzando por unas nuevas elecciones que pongan fin a la corrupta élite política que ha venido gobernando el país desde la independencia. El primer ministro, Fuad Siniora, tiene fuertes lazos con las altas finanzas internacionales, es un firme partidario del libre mercado y ha venido aplicando una política de claro corte neoliberal que ha hecho más ricos a los ya ricos y más pobres a los ya pobres. Estamos, por tanto, también ante un conflicto de clases.

Las alianzas que ha logrado Hizbulá (cristianos, una pequeña minoría de suníes y drusos, izquierdistas varios, baasistas, nacionalistas laicos y no pocos palestinos de los residentes en los campos de refugiados en Líbano) es consecuencia de lo anterior, así como de la inacción del gobierno libanés durante la guerra del verano. Si Israel perdió la guerra fue sólo por la asombrosa capacidad de lucha del brazo armado de Hizbulá, la Resistencia Islámica, a la que ayudaron otras fuerzas patrióticas especialmente de izquierda. Aquí jugó un papel nada despreciable el Partido Comunista libanés, por cierto.

A ello hay que añadir un dato más: la ayuda de Hizbulá a las familias que perdieron sus casas, campos y familiares durante la agresión israelí ha sido más eficaz, rápida y antisectaria que la del gobierno. También se ha encargado de la reconstrucción de lo destruido, facilitando una cierta vuelta a la normalidad que no ha sido capaz de hacer el gobierno de Siniora. No es extraño oír hoy a la izquierda libanesa lo siguiente: “Hizbulá ha impulsado un movimiento de masas, ha creado una nueva dinámica a nivel político libanés y ofrece un claro programa de cambio”.

El fin de EEUU en la región

Mientras la opinión pública europea está centrada en Iraq, siguiendo la moda que marcan los medios de comunicación estadounidenses, no es en este país donde se está jugando la estrategia de EEUU en Oriente Medio –desde luego no únicamente-, sino en Líbano. Por muy mal que vaya la guerra, que lo va, la producción de petróleo se mantiene estable y con pequeños incrementos en la producción mes a mes. Eso por no hablar de los ingentes negocios que están haciendo las corporaciones armamentistas, financieras, de servicios y hasta de mercenarios.

Quienes sigan esos medios para justificar unos análisis centrados en la moda que, por trágica que sea no deja de ser moda y nos remite a lo fácil para escribir artículos, deberían estar atentos a lo que Zbigniew Brzezinski, Consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Jimmy Carter, publicaba el mes de octubre: “la política exterior estadounidense en Medio Oriente se acerca a una crisis muy seria, puesto que nos enfrentamos con la posibilidad de ser literalmente expulsados de allí” (3). Es de reseñar que Brzezinski sólo ha comenzado a hablar en estos términos después de la derrota que Hizbulá infringió a Israel en la guerra de este verano.

Otro que sigue la estela de Brzezinski es Richard Haass, presidente del influyente Consejo de Relaciones Exteriores y asesor del gobierno de George Bush: "el dominio estadounidense en Medio Oriente terminó, y una nueva era ha comenzado en la historia moderna de la región" (4). Esa nueva era está marcada por la preponderancia de “las fuerzas locales” frente a los “actores externos”, y dentro de esas fuerzas locales se destacan “los radicales, que ganan poder por la práctica distante [de la clase política árabe] y la corrupción”. Un fenómeno en el que las televisiones por satélite árabes, han jugado un papel central y, de forma relevante, por la situación en Iraq, Palestina y la última guerra de Líbano. Aquí hay que mencionar expresamente la importancia que ha tenido la televisión de Hizbulá, Al Manar.

Haass hace un repaso por toda la región, pero se centra en Líbano en tanto que considera que la guerra de este verano ha dejado muy débil a Israel y, por el contrario, ha acentuado el seguidismo que otras formaciones hacen del ejemplo de Hizbulá, “que han percibido que es la forma de actuar, creando o reforzando milicias donde hay un estado o autoridad débil”, mencionando expresamente a Palestina e Iraq, como anteriormente habían hecho otros analistas estadounidenses con el Ejército del Mahdi de Muqtada al Sader, claramente inspirado en Hizbulá (5).

Es más o menos lo mismo que dice Husein Rahal, portavoz de Hizbulá: “somos el enemigo principal de EEUU, si nos derrotan a nosotros pueden alcanzar otras metas [en Oriente Medio]. Entonces controlarán Palestina, y luego se lanzarán contra Siria y contra Irán”.

Nunca antes en la historia del mundo árabe (con la excepción de Sudán en 1985) se había asistido a una impresionante muestra de civismo como la que está proporcionando el pueblo libanés en lucha contra su gobierno. La diferencia de estas movilizaciones con las de marzo de 2005 que reclamaban la retirada de las tropas sirias es que aquí no hay apoyo occidental, lo que sí ocurrió entonces, y que está poniendo claramente de manifiesto que el único apoyo con que cuenta el gobierno de Siniora es, precisamente, occidental. Los regímenes árabes están muy atentos a lo que ocurra e intentan reconducir la situación porque ven, de nuevo, un ejemplo peligroso para sus países. Y, de nuevo, es Hizbulá quien lo promueve. Si antes fue con el ejemplo de lucha durante la guerra, ahora es con la movilización pacífica y eso marcará fuertemente la tendencia política en Oriente Medio, sin duda.

La geoestrategia imperialista en Oriente Medio no puede prosperar mientras no se “pacifique” Palestina y Líbano, perdida como está en el marasmo iraquí. Eso significa que los movimientos populares en estos países tienen que ser derrotados: Hamás en Palestina que, no hay que olvidarlo, fue elegido mayoritariamente por el pueblo en unas elecciones libres, y Hizbulá en Líbano.

Hay un sector de intelectuales que se reclaman de izquierda que abominan de Hizbulá y de lo que representa, pero hay que tener en cuenta la historia de este movimiento político-militar y partir de la premisa que, por encima de cualquier otra consideración, es un movimiento de liberación nacional. Como dice Nadia, “Marx nos enseñó a anteponer la contradicción principal a la secundaria, y la principal hoy en Líbano es que hay que parar los pies a un gobierno proimperialista. El gobierno libanés actual, patrocinado por los imperialistas franceses y estadounidenses no tiene ninguna esperanza sólida de mantenerse a menos que utilice la fuerza o si hay una intervención extranjera en su favor”. Eso es lo que está ocurriendo. La izquierda debería tener en cuenta que la lucha del pueblo libanés es de gran importancia no sólo para Líbano, sino para toda la región.

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(1) www.globalresearch.ca/index.php?context=viewArticle&code=20061210&articleId=4116

(2) Al Hayat, 8 de diciembre de 2006.

(3) IPS, 27 de octubre de 2006.

(4) Foreing Affairs, noviembre-diciembre de 2006.

(5) Alberto Cruz, “Muqtada al Sader, el verdadero problema de EEUU en Iraq”

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=41022

albercruz@eresmas.com

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