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Jamás pensé que Pinochet se enriqueciera así

Jamás pensé que Pinochet se enriqueciera así

PATRICIO AYLWIN EN LA HORA DEL BALANCE HISTÓRICO

Recién presentada su biografía política, bajo el formato de entrevista, el ex Presidente comenta con LND algunos de sus pasajes. Dice que Gabriel Valdés, pese a sus méritos, estuvo alejado de la dramática pelea que dio la DC bajo la UP, y que si le hicieran un monumento alguna vez, le gustaría que colocaran a su lado a Edgardo Boeninger.

Por Mirko Macari  Nación Domingo www.lanacion.cl

En más de 25 sesiones, a partir de 2003, “Don Pato” fue entrevistado en las salas de clase de la Universidad Adolfo Ibáñez para recopilar el grueso de la información que da vida al libro “El poder de la paradoja”, de Editorial Norma, que se acaba de presentar esta semana. Ascanio Cavallo, Margarita Serrano –los autores– y sus alumnos de Periodismo sometieron al ex Presidente a estos cuestionarios, según dicen, buscando “la ausencia de un estilo interrogativo agresivo, irónico o hiriente, un modelo que numerosos periodistas admiran, como si la función eminente del entrevistador fuese el emplazamiento y no el conocimiento”. Buen punto. Por eso también nos dimos la licencia de seguir el juego y no sentirnos obligados a preguntar asuntos de la coyuntura semanal, como la mantención del IVA, el descuartizado de Puente Alto o el misilazo de Juan Guzmán sobre la Suprema. Cuestiones que, obviamente, no entrarán por la puerta ancha de la historia, como Don Pato.

–Bueno Don Patricio, ¿leyó el libro?

–Sí.

–¿Le gustó?

–Es decir, no sé si me gusta o no me gusta, dice lo que yo dije. Yo entendía que como la Universidad Adolfo Ibáñez aparecía detrás, era una cosa para después de que me hubiera ido para el otro mundo. No creía que se iba a convertir en un libro relativamente a corto plazo.

–¿Que iba a ser una suerte de documento póstumo?

–Exactamente. Pero el año pasado vino a verme la Margarita y me dijo “tenemos ganas de convertirlo en un libro, ¿tiene algún inconveniente?”. Le dije que no.

–¿Usted lo asume como una suerte de biografía política definitiva? ¿No hay otro documento así sobre usted?

–No, no sé que haya otro, o que alguien esté escribiendo otro.

–Uno de sus colaboradores, Eugenio Tironi, decía que para ser tal, el poder tenía que tener secretos. ¿Tuvo usted secretos con los periodistas, algo que se reservó?

–Mire, no me sentí en ningún momento puesto en aprietos o que tuviera que ocultar algo. Ahora, cuando uno da su testimonio sobre algo que le atañe personalmente, uno cuenta las cosas que cree que merecen ser contadas; puede haber cosas que no tienen ese carácter. Esto no ha sido una especie de confesión.

–Pero, ¿usted cree que el poder tiene que mantener secretos?

–No creo que haya ocultado nada para guardar algún secreto deliberadamente, pero no le podría asegurar que allí está todo lo que me aconteció en el curso de mi vida, ni menos en el ejercicio de la Presidencia de la República.

EL TESTIGO VALDÉS

–En la introducción del libro y en el título, la tesis es que usted es un personaje paradójico. ¿Cree eso de sí mismo?

–No sé, así me ven estos caballeros. Creo no ser paradójico, soy una persona bastante consecuente, es decir una persona que dice lo que piensa y que hace lo que dice.

–Mire, la misma frase que Bachelet tiene de eslogan.

–Ah, bueno, yo no sabía que fuera la frase de Michelle, pero yo creo que digo lo que pienso y hago lo que digo.

–Los autores tratan de buscar estas contradicciones: “Hasta hoy, nadie ha expresado mejor que Aylwin la lucha entre el deseo de progreso material y el rechazo al materialismo capitalista… entre la majestad republicana y el más cálido Estado justo y bueno”.

–A ver, quien actúe en política tiene que saber primero que la política honesta exige consecuencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Creo haber tenido esta consecuencia. Segundo, no todo lo que se piensa, ni siquiera todo lo que se dice, se logra hacer. Yo hubiera querido hacer mucho más, o hubiera querido tener más éxito en algunos campos, pero el camino se hace caminando, y eso lo viví muy claramente en la Presidencia de la República.

–¿Con algún tema en especial?

–Este tema de los derechos humanos era un asunto muy, muy difícil. Nosotros decíamos en el programa de la Concertación que íbamos a derogar la Ley de Amnistía, y la verdad es que yo no intervine en la elaboración del programa. Esa era una aspiración un poco utópica... y un poco simbólica.

–¿Carente de realismo por la correlación de fuerzas?

–Exigía que hubiéramos tenido mayoría absoluta en ambas cámaras, y no la teníamos en el Senado. Pero, además, tenía otra duda que la conservo como jurista: no creo que la derogación de la ley, en cuanto hace revivir delitos que habían desaparecido en virtud de la amnistía, produjera efecto retroactivo, y en consecuencia fuera aplicable respecto de hechos que ya habían ocurrido.

–¿Usted se siente el Lincoln chileno, como interpreta el libro?

–Mire, no creo. Me tocó cumplir un papel que probablemente tiene algunas similitudes con lo que históricamente significó la tarea de Lincoln. Ellos venían saliendo de una guerra civil y Lincoln era el jefe de un sector, pero al mismo tiempo fue quien dio la mano al otro. Nuestros cometidos tienen cierto parecido, pero aquí no hubo propiamente guerra civil.

–Hay otro libro, “Crónica de la transición”, de Rafael Otano, que lo sitúa a usted como el artífice, minoritario en su momento, de esta tesis de que al régimen militar había que derrotarlo dentro de la legalidad. Otano habla de un seminario en el Hotel Tupahue, el año 84, como “la hora cero de la transición”.

–Totalmente de acuerdo. Yo era vicepresidente del partido, siendo presidente Gabriel Valdés, y el Icheh, Instituto Chileno de Estudios Humanistas, organizó un seminario sobre los caminos a seguir para recuperar la democracia. Conversé con Gabriel, y le dije lo que yo pensaba. “Mira, no es la opinión del partido, pero tú a título personal puedes exponer lo que piensas”, me dijo. Yo lo que dije fue que podíamos tener toda la razón del mundo, pero lo cierto es que Pinochet tenía el poder, la sartén por el mango; entonces, para volver a la democracia teníamos que aprovechar los cauces que la institucionalidad de la dictadura nos proporcionaba.

–En esa época, la tesis predominante en el PDC y en toda la oposición era derrocar al régimen con las movilizaciones.

–Exactamente.

–Fue su tesis la que escribió la historia. ¿Por eso fue usted el Presidente y no Gabriel Valdés?

–Probablemente es la consecuencia lógica. La tesis que yo sostuve es la que, en definitiva, se demostró eficaz en los hechos para hacer el cambio.

–¿Qué piensa de lo que ha dicho Valdés que no fue Presidente porque hubo maniobras al interior de su partido que se lo impidieron?

–Mire, lo hemos discutido con Gabriel, creo que es un error de él, porque no hubo ninguna cosa incorrecta, eso es una tontera de dos muchachos que se metieron a la sala donde estaba el registro de inscritos a no sé qué, y los pillaron, pero ellos no adulteraron los registros, y ya los registros estaban en cada una de las provincias o de las comunas donde se iban a hacer las votaciones. El famoso Carmengate, del que culpan al Gute injustamente, no alteró en nada el resultado.

–¿Está viendo fantasmas Gabriel Valdés?

–O buscando alguna explicación de por qué no logró su aspiración de ser él. Reconociéndole todos los meritos a Gabriel Valdés, un gran militante, más antiguo que yo, gran ministro de Relaciones Exteriores del Presidente Frei…

–Además, líder masivo en los años 80.

–Líder masivo, yo sin embargo tenía una historia: había sido presidente siete veces del partido en períodos en que él estaba o de ministro de Estado o sirviendo importantes cargos en el exterior, pero alejado de toda nuestra pelea dramática en el curso del Gobierno del Presidente Allende, de la que él sólo fue testigo desde lejos, un observador.

PINOCHET, A MANOS LLENAS

–Usted dice en el libro que Pinochet era “bonachón, simpático, me hablaba muy afectuosamente, me hacía algunas diabluras”. ¿Fue por esto que usted decidió salvarlo de la acusación constitucional que hicieron cuatro diputados DC el año 98 contra él?

–Mire, para serle franco no me acuerdo del asunto. Si declaré en contra de ese episodio constitucional es porque creí que jurídicamente no tenía mayor destino, no estaba bien fundado.

–¿Y no cree que se extremó un poco la política de no tocar a Pinochet, cuando el Gobierno de Frei decidió rescatarlo de la jurisdicción universal en Londres?

–No, yo respaldo lo que hizo el Gobierno del Presidente Frei. Creo que no habría sido bueno para Chile que los delitos que pueda haber cometido Pinochet fueran juzgados fuera de Chile, por un tribunal de otro país, y no por nuestros tribunales.

–Pero así como era simbólico incluir en el primer programa de Gobierno de la Concertación esta idea de derogar la amnistía, ¿no era importante que el país contribuyera a la cultura de los derechos humanos consagrando la jurisdicción universal?

–Es que en ese momento no estaba en juego si Pinochet era juzgado por un tribunal internacional o por la jurisdicción chilena, estaba en juego si era juzgado por un tribunal francés, uno español o un tribunal chileno. Lógicamente, la propia dignidad de Chile, como nación y como Estado soberano, era decir “no, señores, lo juzgo yo”.

–¿Y cree que fue un acto de convicción jurídica o un ejercicio de realismo político frente al equilibrio de poder existente?

–En mi caso, respondo por mí, creo que es lo que correspondía hacer. Ahora, si hubo otras consideraciones fuera de este principio, no lo sé, y no lo creo.

–¿Le ha sorprendido todo lo que se ha sabido de Pinochet en el último tiempo?

–Por supuesto.

–¿Usted creía que Pinochet era un hombre probo, independientemente de las violaciones de los derechos humanos?

–Evidentemente, yo creía que era un hombre que probablemente no había sido muy escrupuloso. En mi casa redactamos una denuncia para que se esclarecieran las irregularidades cometidas en la compra de los terrenos de El Melocotón, donde Pinochet edificó su casa de descanso. Pero no pensé jamás que Pinochet y su familia se hubieran enriquecido subrepticiamente de esta manera y en los montos que se han venido a descubrir.

–Y además el grueso de ese enriquecimiento fue durante su mandato, cuando él era comandante en jefe.

–Yo no tenía cómo saber las cosas que él estaba haciendo, que jamás llegaron a oídos nuestros.

–¿Qué adjetivo le pone usted a la calidad humana de Pinochet?

–A mí no me gusta poner adjetivos. Es muy penoso que un hombre que ejerció el poder como máxima autoridad de la nación, haya caído en hechos delictuosos como esos. Uno sabía que se habían cometido crímenes contra los derechos humanos injustificables, que merecían el mayor repudio, pero que en la lógica política podrían explicarse como crímenes políticos.

–¿Cómo podían explicarse?

–No digo que sea más grave el enriquecimiento que los homicidios y desaparecimientos de personas, eso es lo más grave de todo, pero hacer desaparecer adversarios considerándolos enemigos podría tener una explicación política. El enriquecimiento personal no tiene explicación alguna.

–A la derecha parece haberla afectado más esto que lo de los derechos humanos.

–Creo que los gobiernos de derecha en Chile fueron honestos. En la historia de este país, a diferencia de otros países en el mundo, incluso de América Latina, nosotros no habíamos tenido ningún Mandatario que se hubiera enriquecido. Don Arturo Alessandri Palma y don Carlos Ibáñez del Campo, que fue dictador, entregaron su Gobierno más pobres de lo que entraron.

EATITOS FALANGISTAS

–Usted dice en el libro que en los años 30 era socialista y que veía a los falangistas como “beatitos, buenas personas pero poco definidos”.

–Yo cuento en el libro que entre los ’20 y los ’30 estaba más cerca de los socialistas que los falangistas, pero tenía muchos amigos falangistas y me fui posesionando por la doctrina social cristiana. Además, el socialismo en esa época también tenía ciertas debilidades totalitarias, porque miraba con mucha simpatía a la Unión Soviética y admitía la posibilidad de romper los cauces democráticos en determinadas circunstancias.

–Esa es una de las partes mejor logradas del libro, cuando usted habla con Carlos Altamirano.

–Claro, Carlos era dirigente socialista y yo dirigente de la DC el año 51, cuando fue elegido Ibáñez en su segunda Presidencia. En esa campaña, nosotros apoyábamos a Pedro Enrique Alfonso, radical, para suceder a Gabriel González, y un fuerte sector socialista apoyó la candidatura de Carlos Ibáñez. Carlos me dijo “dejémonos de cuentos, Ibáñez es el próximo Presidente, pero le faltan equipos eficientes y si nosotros nos comprometemos podemos orientar el Gobierno conforme a nuestros ideales”. Y yo le dije “pero Ibáñez tiene un pecado capital, nosotros no vamos a apoyar nunca a un dictador”.

–¿Y cómo ve hoy a sus camaradas falangistas?

–Creo que los democratacristianos chilenos hemos sido consecuentes con la doctrina social de la Iglesia, que pretende conciliar libertad con justicia social. Esa es la esencia de nuestra lucha y el partido ha sido leal a esos planteamientos fundamentales, de avanzar hacia un país más libre, pero al mismo tiempo más justo.

–¿Hace 40 años Chile era un país más justo?

–No. Creo que hoy es más justo que hace 40 años. Cuando yo llegué al Gobierno, el 38% de los chilenos vivían en situación de pobreza y el 18% en extrema pobreza, hoy día un 18% vive en situación de pobreza y un 4 ó 5% en extrema pobreza.

–¿Usted sigue pensando que el mercado es cruel?

–Sigo pensando que el mercado es cruel. Me interpreta mucho la frase de Michel Camdessus. Él dice: “A la mano invisible del mercado hay que agregar la mano fuerte de la justicia de Estado y la mano de la solidaridad”. El mercado es eficiente para crear riqueza, pero injusto para distribuirla. El Estado actúa para promover la justicia en lo laboral, en la vivienda, en salud, en educación, para darle acceso a todos. Y luego viene la mano de la solidaridad, que es una mano que no depende del Estado, sino de la propia sociedad civil, y ahí es mi principal preocupación. Yo creo que hoy día los chilenos somos más egoístas que en otros períodos de nuestra historia, menos solidarios.

–¿Usted cree que Chile es un país más pobre espiritualmente?

–Me temo.

–¿A cuál de sus colaboradores como Presidente recuerda con más cariño?

–Mire, me pone en serios aprietos porque no quiero ofender a nadie, pero diría que hubo fundamentalmente tres o cuatro personas. Primero de todos, Edgardo Boeninger; él fue mi brazo derecho. Alguna vez le dije a Edgardo que si me hicieran un monumento me gustaría que fuera como el de Montt y Varas, que él me acompañara. Ahora, guardo igual aprecio por la colaboración y el papel que desempeñaron Enrique Krauss, Enrique Correa y el equipo económico, fundamentalmente Foxley, Cortázar y Ominami. LND

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