Nazismo y neo socialismo en América Latina
11 de Agosto de 2009
Análisis político
La trágica historia construida por el nazismo en Europa en los 30-40, la estruendosa caída de los socialismos reales este-europeos hacia finales de los 80, parecen, empero, no haber significado nada para las nuevas experiencias estatistas en Latinoamérica y, por el contrario, podría decirse que, dado lo que sucede en Venezuela, Nicaragua, Ecuador o Bolivia, estas concepciones neo-socialistas parecen gozar de muy "buena salud".
Por Roberto Meza A.*
Recuerda Michel Foucault en su clase de febrero de 1979, contenida en el libro "Nacimiento de la Biopolítica", al analizar las características del ordoliberalismo alemán que: "desde Saint Simon al nazismo tenemos un ciclo de una racionalidad que entraña intervenciones, intervenciones que entrañan un crecimiento del Estado, crecimiento del Estado que entraña el establecimiento de una administración que funciona de acuerdo con tipos de racionalidad técnica, que constituyen precisamente la génesis del nazismo a través de toda la historia del capitalismo desde hace dos siglos, o en todo caso, un siglo y medio".
La trágica historia construida por el nazismo en Europa en los 30-40, la estruendosa caída de los socialismos reales este-europeos hacia finales de los 80, así como las modificaciones estructurales que, en el ámbito económico, han debido asumir naciones de esa órbita en Asia, África y países árabes, parecen, empero, no haber significado nada para las nuevas experiencias estatistas en Latinoamérica y, por el contrario, podría decirse que, dado lo que sucede en Venezuela, Nicaragua, Ecuador o Bolivia, estas concepciones neo-socialistas parecen gozar de muy "buena salud".
En efecto, no obstante ciertas facetas globales del "socialismo del siglo XXI" encabezado por el Presidente de Venezuela, teniente coronel Hugo Chávez, su carácter nacionalista es innegable, es decir, su misión y visión expresas son "la recuperación para el Estado de las riquezas naturales en manos del empresas transnacionales", o lo que es lo mismo, para ser administradas por funcionarios de su Gobierno. Es más, el propio mandatario ha calificado su experimento como nacionalista, probablemente una derivada de su profesión militar.
La cada vez mayor intervención de estos Estados neo-socialistas en la economía y en la vida de sus ciudadanos es también evidente, aunque por cierto, su génesis y desarrollo, distinto a las experiencias socialistas de comienzos del siglo XX y más parecida a las nacional-socialistas. Por de pronto, su llegada al poder, tras crisis económicas profundas, ha contado con una mayoría popular que los legitima en su origen, lo que ha permitido a sus dirigentes diseñar profundos cambios institucionales, reformando o reemplazando las cartas fundamentales de sus naciones. La estrategia crea nuevos espacios jurídicos a través de los cuales la cúpula continúa acumulando poder político, en clara oposición con la esencia de las democracias liberales.
De esta forma, la elite neo-socialista va extendiendo su poder, encarnada en el líder carismático, para quien, por consiguiente, se busca alargar sus períodos presidenciales (en algunos casos, casi de por vida y en otros asiáticos, hereditarios) de modo de estabilizar la posición dominante. El objetivo, el mismo de los socialismos y nacional socialismo tradicionales; el método, sui generis.
Algunas de las cualidades de los estados socialistas y nacional socialistas, tanto los que fracasaron en Europa como algunos de los que persisten en Asia, África y el Caribe, fueron tanto su profunda intervención económica y social, como el particular modo de conducción política, caracterizado por lo que Foucault denomina la Führertum, es decir, la dirección de un líder fuerte que, junto a un partido, va copando espacios, instalándose paulatinamente por sobre el propio Estado, al que capturan e instrumentalizan, completando las herramientas políticas y económicas para dominar al conjunto de la ciudadanía bajo su imperio. Una vez alcanzada esa posición, no hay vuelta atrás, porque el pueblo perdió -en elecciones sucesivas- los instrumentos jurídico-institucionales por los cuales podían retrotraer pacíficamente la situación. Esa es la principal enseñanza de la II Guerra Mundial.
En América Latina, por su historia y cultura, el valor de la igualdad ha sido mayoritariamente apreciado, por sobre el de la libertad. Este fenómeno, mezcla de las insuficiencias institucionales de Estados capturados por grupos de interés tradicionales, incapacidad de los sectores dirigentes de generar mayor riqueza nacional que aligerara las indignantes diferencias sociales y una visión trascendente que interpretó por años la pobreza como voluntad divina, ha sido caldo de cultivo fértil para el surgimiento de esta clase de líderes "salvadores", en un área que, en general, sus dirigencias políticas, culturales y/o religiosas no han sabido o podido conducir a los pueblos hacia una ética de la propia responsabilidad, de la libertad y de la solución mayormente privada y ciudadana de los problemas públicos o sociales, con pocas excepciones.
Más aún, la región ha visto crecer a una elite política profesionalizada que, dada su extracción -capas medias, especialmente a contar del siglo XX- ha puesto un énfasis descomedido en el papel del Estado en la solución de los problemas sociales y económicos, habida consideración de la obvia imposibilidad de hacer caer sobre las endebles estructuras empresariales locales, empequeñecidas por la propia acción proteccionista de los Estados, todo el peso económico de las modernizaciones.
Así, cuando estos líderes iluminados han llegado al poder, las "puestas al día" y la justicia social se han pagado con caídas de producción, escasez, inflaciones galopantes, cuando no, con la virtual quiebra de esas naciones.
Los ejemplos de los estados de bienestar bismarckiano, en Europa; del New Deal norteamericano o del socialismo marxista, particularmente tras la crisis mundial del 29 y posteriores, generaron en la región -y otras áreas del mundo- una clase política que, atada por estas ideas, se afincó en los Estados como un contrapoder de los poco competitivos sectores hipo-empresariales surgidos al amparo de la intervención proteccionista nacionalista, acostumbrando a sus pueblos a ver en el Estado a un actor indispensable, corrector de las incertidumbres y riesgos, aunque condenándolos a un pobre crecimiento y luchas intestinas periódicas para redistribuir precarios ingresos que, no obstante satisfacían las necesidades de las pequeñas elites en los poderes económicos y político, en lucha permanente por el margen social.
Los pueblos de la región han crecido así, educados por sus propias dirigencias, inmersos en una valoración positiva de una ideología de la intervención estatal, de los programas quinquenales, del keynesianismo y, en fin, de un estatismo protector y paternalista, produciendo generaciones que, coartadas en sus libertades para desarrollar nuevas ideas, merced a la dominante presencia del Estado, ante cada crisis quedan inermes, sin otra respuesta que recurrir al rey. Muchos de sus mejores hombres, en vez de emprender, han dedicado sus capacidades a alcanzar posiciones en el Estado para, desde allí "competir el margen a los ricos", e intentar materializar sueños personales y sociales de justicia.
Culturizados de ese modo, cuando han accedido al poder -tal como el justo señor de El Cid- llegan a limitar "abusos" privados, suben impuestos para redistribuir la pobreza e incrementan las barreras al quehacer individual, atrapando la libertad de emprender en una maraña normativa cada vez más asfixiante, pero que "protege de las iniquidades del cruel mercado".
Los actuales casos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua -y en veremos, de Honduras- son, en tal sentido, paradigmáticos. En todos ellos, una clase empresarial nacional tradicional protegida, incapaz de competir a nivel mundial -que no fuera vendiendo a precio vil materias primas de sus territorios- aprovecha su poder interno para capturar el Estado para sus intereses, generando, mediante la co-opción o connivencia de sectores políticos de corta vista surgidos de sus propias bases, un orden institucional ad hoc. La insuficiente creación de riqueza provocada por el diseño económico intervenido, da paso a la inequidad y exclusión social de millones de personas. Como natural reacción, el malestar cunde y tales gobiernos terminan arrasados por insurrecciones o golpes de oposiciones internas que, empero, repiten las mismas fórmulas, solo que con nuevos grupos, en un ciclo de eterno retorno.
Es decir, en América latina, la mayor parte de sus clases políticas y empresariales, no han cumplido su "telos" sistémico, distorsionando el de los Estados y dando pie a una belicosa emergencia de movimientos sociales que ¡vaya coincidencia!, recurren nuevamente a líderes carismáticos que, de la mano de un partido y la instrumentalización del Estado -que amañan ahora para sus intereses-, imponen sus propias contra-propuestas de dominación. La novedad del neo-socialismo latinoamericano es que los "salvadores" llegan al Gobierno gracias al voto popular. ¿Y de qué otra manera iba a ser, en un entorno en donde las soluciones siempre vinieron del Estado?
Se incurre así, por enésima vez, en el mismo error de fundamento que ha hecho fracasar las anteriores experiencias "capitalistas proteccionistas nacionalistas", es decir, la concentración del poder político y económico, en vez de su diseminación estratégica, para viabilizar la construcción de sociedades más libres y ciudadanos maduros y más responsables de sí mismos.
La experiencia chilena transitó en dirección opuesta. Tras la crisis institucional, política, social y económica de los 70, el Estado se tornó básicamente subsidiario, ampliando y facilitando el emprendimiento individual, que desde apenas 100 mil personas en esa década, supera hoy el millón de empresarios de todos los tamaños. Esa simple reforma atrajo innovación, ahorro, inversiones, tecnología y desarrollo, y en pocos años Chile ha pasado desde US$ 1.000 per cápita a casi US$ 14 mil, mejorando ostensiblemente su infraestructura, estándar de vida y condiciones sociales de los chilenos. Así y todo, sectores que, apuntando a los aún miles de connacionales que viven en la pobreza como indicador de la "perversidad del mercado", insisten en la búsqueda de soluciones de Estado a problemas privados y agitan de nuevo banderas de una mayor presencia estatal en todos los ámbitos, como si aquel no fuera otro que un conjunto de individuos, tan falibles e interesados como los que conforman cualquier otro grupo o empresa.
Aquellos sectores, y en general las elites de nuestra región, debieran estudiar más en profundidad las consecuencias de largo plazo que atrae la extensión de la influencia del Estado en la vida democrática ciudadana, porque, como recordara Foucault, casi inevitablemente esa intervención echa las bases de pérdidas graves de libertad, tales como las que vivieron millones de seres humanos bajo la égida del nazismo y los socialismos "reales" y como la que comienzan a sentir otros millones, bajo el "seguro alero estatal" de los neo-socialismos nacionalistas latinoamericanos del siglo XXI.
*Roberto Meza es periodista, Magíster en Comunicación de la PUC y Universidad Autónoma de Barcelona.
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