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Centros Chilenos en el Exterior

El candidato que puso Marco a otro escenario electoral

 Por Roberto Tello

 chilevivo2000@yahoo.com.ar

Apareció como un rayo en cielo sereno, justo en medio de la campaña electoral, sorprendiendo a propios y extraños con su candidatura a presidente de la nación, cuando esta, ya tenia recorrido la fase de las formalidades partidarias en la que el consenso concertacionista con sus  ya clásicos métodos de elección había erigido al ex mandatario Eduardo Freí para competir contra el repetido candidato de la derecha Sebastián Piñera. Marco Enríquez Ominami es para algunos, el nuevo Robin Hood de esta historia electoral, que muestra la hilacha de estrategia para la sobre vivencia de los concertados, y que en los medios se presenta como un acto de rebeldía e irresponsabilidad por parte del joven candidato, con el fin de sazonar el sapo para que pueda ser digerido, ante el fracaso del Arretismo, que no sedujo ni a los familiares de este y al que hoy los oráculos de las estadísticas le dan menos del 2% de las posibilidades de llegar a segunda vuelta, es decir, cero posibilidad.

 

Quizás el hecho más sobresaliente de esta candidatura lo constituya el afán por comparar la trayectoria de este novel candidato, con la de su padre; un revolucionario capaz y coherente con su ideología socialista, que acompaño con vehemencia el proceso de la Unidad Popular dotando a la clase obrera chilena de la época, de una visión mucho mas radical en cuanto a sus perspectivas de poder político. Marco Enríquez, su hijo, esta en las antípodas del pasado histórico de su padre, como también lo está el Chile de hoy, en el que la Marsellesa o la internacional tienen menos  valor que el Hip Hop o el Rap. El nuevo periodo liberal nació esencialmente iconoclasta en lo subjetivo y barrio con todos lo paradigmas del pasado estigmatizándolos como una fuerza maligna y destructiva, así que; ¿quien quiere parecerse, al revolucionario?

 

Alguien muy irónico, pregunto; si esperaban a que Marco E. O, convocara a los cordones industriales en el caupolican, como lo hizo su padre, en un acto para frenar a los golpistas del 73. Otros más pragmáticos le exigen un programa económico socialista, de expropiaciones, comenzando por el cobre con el que se sustentarían los primeros pasos de una economía socialista. Los menos ambiciosos, lo quieren junto a los pobres con las patas en el barro, exigiéndole a la presidenta las mediaguas del hogar de cristo tan necesarias para los más desamparados. El repertorio de exigencias analógicas entre padre e hijo, forma parte del ritual del desconformismo, mas que nada relacionado con los sectores de la izquierda que han visto frustrado sus anhelos de igualdad y justicia social en el periodo concertacionista.

 

Cuando se suponía que todos los socialistas –o mejor dicho lo que queda de ellos- se encolumnarían férreamente tras la candidatura del único candidato que quedo en pie después de la retirada de los Panser; Lagos e Insulsa y ante la incapacidad del conglomerado de activar mecanismos de consenso desde las bases de cada uno de los partidos que  componen la concertación para proponer nombres, ir a internas y así legitimar al candidato emergente de estas, se prefirió el dedo, el mismo que sirve – entre otras cosas- para acusar ahora, a los que no escucharon en su momento, la vos de los que alertaban, que Freí, como candidato a la presidencia, calienta menos que una vela. Así surge entonces, la candidatura de Marco E.O.  Para ocupar el espacio dejado por la inconmovible y fría figura de Freí, cada ves mas parecido al ex presidente Argentino de origen radical Fernando de la Rua, quien abrió las puertas de las revueltas del 2001 que causaron los saqueos a los supermercados y en donde murieron mas de 40 ciudadanos a manos de la represión comandada desde la casa rosada, solo por que este no percibió el grito de las masas que reclamaban cambios al modelo económico del menemismo que tenia como vedette la paridad cambiaria entre el dólar  americano y el peso Argentino, algo que el despistado presidente Fernando de la Rua, se negó a cambiar.

 

Aun, en la ausencia de los cordones industriales, y en presencia de una nueva era caracterizada por la desarticulación del movimiento obrero, el desprestigio de la política,  el fin de la historia y la nueva globalización, los políticos de izquierda pueden y deben estar dispuestos a poner en práctica mecanismos, tanto políticos como económicos que promuevan la igualdad y la justicia social; estos conceptos no cambian en nada en medio de un nuevo estadio, llámese como se llame; Posmodernidad, modernidad tardía, sociedad del riesgo, modernidad liquida o globalización. Quien no ve como la desigualdad y la injusticia social crecen en medio  de la aparición de estas nuevas categorías referenciales de   un tecnicismo que necesita categorizar para explicar lo inexplicable, es un cretino que se deja obnubilar por la construcción de los nuevos rascacielos santiaguinos, ahora paralizados, - ¿por que será?-  las flamantes carreteras, los lujosos autos que lucen ciertos santiaguinos, las notebooks, la telefonía celular y cuanto nuevo avance técnico científico se adjudique el neoliberalismo, como si estos fueran obra del esfuerzo humano de estos últimos tienta años y no el resultado de todos los periodos anteriores.

 

Existe un electorado de  izquierda que exige cambios que apunten a terminar con estos flagelos, como la pobreza, la injusticia, la mala educación la pésima calidad de la atención sanitaria de la población, los problemas de la vivienda, la nula posibilidad de participación de la población en las políticas de estado que los afectan en su calidad de vida. La gran mayoría lo hace casi desprovisto de convicciones ideológicas, sin meta relató; no porque este allá sucumbido con la nueva era, más bien porque aquellos a los que se les confió la salvaguarda de los valores que encerraba este metarelato, fueron claudicando; quiero decir, traicionando, en cada paso que daban, cada hora y cada día de sus nuevas vidas; ayer aguerridos combatientes por el socialismo, hoy mediocres burgueses. Como no reclamar entonces la coherente y valiente actitud de los Miguel Enríquez, de Salvador Allende y la de tantos ignotos igualmente valientes que dieron su vida por la justicia social,  muchos de ellos, la gran mayoría, sin comprender a cabalidad la utopía, porque su pertenencia de clase –obreros-  los enajenaba del proceso educativo esencial para la comprensión del metarelato; solo la praxis del gobierno de la Unidad Popular le eran suficientes para reconocer a quienes de verdad y en los hechos, estaban con su lucha por la libertad.

 

Marco Enríquez Omíname, no es un emergente producto  de la ebullición de las masas, eso es cierto, y lo es sencillamente por que no existe tal ebullición, esto no quiere decir, como algunos pretenden, que la ausencia de ebullición signifique ausencia de  masas. En el mismo sentido, la fragmentación de los trabajadores, operada por la flexibilidad laboral y los avances técnicos aplicados a la industria, no implican que la clase no exista; la fragilidad que tiene el concepto de Posmodernidad aplicado a la clase trabajadora y su composición, esta atado a la resultante de éxito o fracaso del modelo neoliberal, aplicado como dogma en Chile. La paralización de una parte importante de la actividad productiva y el consecuente desempleo que esta origina, propicia la reelaboración de la importancia que tienen los trabajadores como sujetos sociales, devolverles la dignidad perdida, desterrando los atávicos mecanismos con los que el neoliberalismo criollo cerco la libertad de la organización de los trabajadores, es por cierto una bandera que todo candidato de izquierda debe levantar. Para hacer esto, ni falta hace ser revolucionario.

   Saludos.

 

 

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