1968: ¡Todos a las barricadas!
Domingo 27 de abril de 2008
Por Sean O’Hagan*
El año en que el mundo protestó
Una piedra fue lanzada en París y el impacto se oyó alrededor del mundo. En Berlín, Praga, Chicago, Roma, Ciudad de México y Londres, los manifestantes salieron a las calles. Las conexiones entre las sublevaciones mundiales de 1968 y cuál fue su legado.
Foto: En las paredes, los graffiti proclamaban una nueva poesía de protesta. “Sé realista, exige lo imposible”, decía uno. “Bajo los adoquines está la playa”, decía otro. Un tercero resumía la euforia de los manifestantes y el estupor del establishment: “La revolución es increíble porque es real”.
La noche de Año Nuevo de 1967, Charles de Gaulle, Presidente de Francia, de 78 años de edad, envió su mensaje anual a la nación. "Acojo el año 1968 con serenidad", anunció complacido. "Es imposible ver cómo podría hoy Francia ser paralizada por crisis, como lo ha sido en el pasado".
Sabía poco. Seis meses después, De Gaulle luchaba por su vida política y la capital francesa estaba paralizada tras semanas de levantamientos estudiantiles seguidos por una súbita huelga general. El paso de Francia desde la "serenidad" a la cuasi revolución en las primeras semanas de mayo es el hecho definitorio de 1968, un año cuando la protesta masiva irrumpió a través del planeta.
Estas rebeliones no estuvieron planificadas con anterioridad, ni tampoco compartían una ideología o una meta. La única causa en común era la oposición a la guerra de Estados Unidos en Vietnam, pero sobre todo les movía un anhelo juvenil de rebelarse contra todo lo pasado de moda, rígido y autoritario.
A veces, tuvo un impulso que tomó por sorpresa hasta a los protagonistas. Ese fue el caso en París, que todavía es visto como el más mítico momento prerrevolucionario de ese año tumultuoso, pero también en Ciudad de México, Berlín y Roma. Lo que empezó como una protesta relativamente pequeña y moderada contra una administración universitaria protesta de los jóvenes e impacientes contra los viejos e inflexibles se transformó en un movimiento masivo contra el Gobierno.
En otros países como España, donde aún estaba en el poder el fascista general Franco, y Brasil, donde existía una dictadura militar , las protestas se dirigieron desde el comienzo en contra del Estado. En Varsovia y Praga, los movimientos libertarios se alzaron contra la monolítica ideología comunista de la Unión Soviética.
Y en Estados Unidos, el capitalismo fue el enemigo final y Vietnam el catalizador primero. "No hubo un ‘68’ como dice el mito", afirma el historiador Mark Sandbrook. "Los levantamientos de Chicago fueron diferentes a las protestas de México, las que a su vez diferían de los sucesos de mayo en París. En cada caso, las causas fueron diferentes".
LA JUVENTUD: "ALGO NUEVO"
Y, sin embargo, los manifestantes de cada país tenían mucho en común, incluyendo una adhesión a menudo instintiva a las políticas de izquierda radical, un idealismo que con frecuencia lindaba en la ingenuidad, y una desconfianza hacia todas las formas de autoridad establecidas, incluyendo a los padres, la policía, el sistema educacional y el Gobierno.
Por sobre todo compartían lo que Sandbrook llama "el común espíritu de la rebelión juvenil". Dice que "la juventud fue algo nuevo en los años cincuenta, y para los sesenta había jóvenes que, por primera vez, tenían conciencia generacional". De pronto se definieron a sí mismos "separados, y de hecho en contra, de las creencias y valores de sus padres".
Sandbrook rechaza la idea de que esta brecha generacional fuera extendida. Aun así, los sesenta fueron la década en que la población estudiantil de Estados Unidos y Europa se expandió en forma dramática y, hacia 1968, cuando las palabras juventud y protesta se convirtieron en sinónimos, la diferencia en actitudes entre los jóvenes y sus padres pasó a ser un abismo político y cultural.
"En los cinco años transcurridos desde la aparición de Los Beatles en 1963 hasta los levantamientos de 1968, el empoderamiento económico de una generación se convirtió en una acción política de masas ", dice el historiador de la cultura pop Jon Savage. París fue el lugar donde se unieron de un modo más espectacular la acción política y la fantasía utópica.
Los llamados "enrabiados" franceses fueron emblemáticos. Consistían al inicio en un puñado de activistas estudiantiles, a lo más 25, de la Universidad de Nanterre. Las protestas comenzaron en enero, contra la falta de facilidades en su campus suburbano. El 26 de enero, las autoridades ordenaron a la policía antidisturbios disolver una manifestación relativamente pequeña, y decenas de furiosos y súbitamente politizados estudiantes se unieron a los rebeldes.
El 22 de marzo, solidarizando con cuatro estudiantes arrestados durante una concentración en contra de la guerra de Vietnam en el centro de París, 500 manifestantes asaltaron el edificio de la universidad. De pronto, los "enrabiados" tenían un nombre: el Movimiento 22 de Marzo.
Tenían también un líder, aunque éste rechazaba el título. Su nombre era Daniel Cohn-Bendit, un joven alemán que pronto sería rebautizado como Danny el Rojo por los medios, en referencia tanto al color de su pelo como a sus planteamientos políticos. Su humor y su radicalismo no dogmático hicieron de Cohn-Bendit la antítesis de los sombríos teóricos marxistas.
En abril, tras otra ocupación en Nanterre, el Ministerio de Educación cerró la universidad y ordenó que Cohn-Bendit se presentara ante una comisión disciplinaria el 6 de mayo, en La Sorbona. Entonces, las protestas se volcaron al centro de París, donde la prensa mundial se estaba dando cita para cubrir las inminentes negociaciones de paz para Vietnam.
Los estudiantes se iban convirtiendo en un embarazo para De Gaulle. Envió a la policía a La Sorbona a arrestar a los supuestos cabecillas. Al final fueron arrestados 600 estudiantes y, en un intento desesperado por diluir la situación, sus autoridades ordenaron el cierre de la universidad.
Mientras, la izquierda discutía sobre el significado de las perturbaciones. Pero Cohn-Bendit admitió más tarde que en ese momento "no sabía" en qué iba a terminar todo eso. Terminó casi en revolución. El Gobierno prohibió las manifestaciones el 6 de mayo, pero mil estudiantes acompañaron al siempre sonriente líder a su cita con la comisión disciplinaria en La Sorbona.
En la calle Saint-Jacques las tensiones explotaron y la policía cargó contra los estudiantes, dejando a varios inconscientes. Los estudiantes contraatacaron volcando autos, levantando barricadas y arrancando adoquines de la calle como munición. La batalla se prolongó por varias horas.
Mientras las noticias sobre el levantamiento se expandían, llegaron jóvenes desde todos los puntos de París a apoyar a los estudiantes. Al anochecer, los cócteles molotov iluminaban las calles. Más de 600 manifestantes fueron heridos sólo ese día y casi 300 policías. Los disturbios continuaron por otra semana. Las imágenes fueron emitidas a todo el mundo.
"EL MUNDO ENTERO ESTÁ MIRANDO"
Algo más había pasado en las calles de París. Grupos de animados ciudadanos se reunían alrededor de las barricadas, para conversar, discutir, organizar y agitar a los estudiantes.
Las dos principales escuelas de arte parisinas se unieron para crear el Atelier Populaire (Taller Popular), produciendo cientos de imágenes en silk-screen en lo que algunos consideran la más impresionante expresión de arte gráfico político nunca lograda.
A través de París se mostraba un afiche con la cara de De Gaulle y las palabras "Sé joven y cállate". En las paredes, los graffitis proclamaban una nueva poesía de protesta. "Sé realista, exige lo imposible", decía uno. "Bajo los adoquines está la playa", decía otro. Un tercero resumía la euforia de los manifestantes y el estupor del establishment: "La revolución es increíble porque es real".
Pocas semanas después, Cohn-Bendit recibía una orden de deportación y se convertía en figura revolucionaria internacional. El catalizador de su fama fue la televisión. En 1968, dos innovaciones tecnológicas transformaron los noticiarios nocturnos: el uso del videotape, barato y reutilizable, en lugar del celuloide; y las emisiones de los hechos del día, con las que imágenes de la rebelión, a menudo sin editar, eran diseminadas por el mundo casi al momento.
Los estudiantes de Berkeley y Columbia celebraban las barricadas de París ante las pantallas de TV, mientras los franceses se entusiasmaban con las grandes manifestaciones contra la guerra. "Fuimos la primera generación televisiva", dijo más tarde Cohn-Bendit.
"Un grupo revolucionario moderno va a la televisión, no a la fábrica", señaló el fallecido Abbie Hoffman, uno de los grandes agitadores políticos de 1968, que ayudó a provocar la sangrienta batalla entre los manifestantes contra la guerra y la policía durante la convención presidencial demócrata de Chicago. Mientras la policía los atacaba, los manifestantes cantaban: "El mundo entero está mirando".
Y, por primera vez, era verdad. Vietnam se convirtió en la primera guerra que llegó a las pantallas de los hogares de Estados Unidos, y las imágenes eran tan crudas y viscerales como diluidas y controladas son hoy día.
EL MUNDO SE ENCIENDE
El movimiento contra la guerra comenzó en los campus universitarios de Estados Unidos. Tomó como ejemplo a la campaña por los derechos civiles encabezada por Martin Luther King y muchos de sus principales activistas crecieron protestando contra la segregación racial en el sur.
"Lo primero que aprendías en el movimiento por los derechos civiles era que el enemigo era el miedo, y que superarlo era el propósito mismo de la lucha", dice Tom Hayden, uno de los más prominentes activistas contra la guerra. Mientras escalaba la cifra de bajas en Vietnam, el movimiento contra la guerra crecía en fuerza y autoridad.
En 1965, los Estudiantes para una Sociedad Democrática (SDS) organizaron en Washington una marcha por la paz que reunió a 20 mil personas. En 1967 se realizaron más de 70 protestas antibélicas en los campus universitarios, sólo en octubre y noviembre. Para la primavera del hemisferio norte de 1968, unas 30 universidades al mes estaban protestando y el movimiento contra la guerra se había trasladado a las calles y, de Estados Unidos, al mundo.
En abril de 1968 se registraron disturbios altamente organizados en Berlín, tras el intento de asesinato del líder de izquierda Rudi Dutscke. En Varsovia, el Gobierno cerró ocho facultades y encarceló a casi mil estudiantes después de protestas contra la censura estatal. En Italia, la Universidad de Roma fue cerrada durante dos semanas tras violentas manifestaciones contra la brutalidad policíaca.
En España, los estudiantes marcharon contra el régimen fascista de Franco, que cerró la Universidad de Madrid durante un mes. En Brasil, tres manifestantes fueron muertos cuando marchaban contra la Junta Militar. Hasta "la somnolienta ciudad de Londres", como la llamó más tarde Mick Jagger, tuvo su protesta violenta, el 17 de marzo, ante la Embajada de Estados Unidos. Pero los llamados "disturbios de Grosvenor Square" fueron sólo una tormenta en una muy inglesa taza de té.
LOS YIPPIES Y LA BATALLA DE CHICAGO
Mientras Gran Bretaña hervía a fuego lento, Estados Unidos entraba en furia. El 4 de abril, Martin Luther King era asesinado por un francotirador en Memphis. Su muerte choqueó a un Estados Unidos ya traumatizado y provocó dos noches de disturbios en varias ciudades.
Se movilizó a la Guardia Nacional y en Chicago el siniestro alcalde Daley ordenó "disparar a matar". En Washington D.C. fueron muertos 12 negros. Stokeley Carmichael, fundador de los Panteras Negras, milicia del poder negro que postulaba la revolución violenta, dijo: "Ahora que se echaron al doctor King es el momento para terminar con esta mierda de no violencia".
Hubo graves disturbios en California y Nueva York. Un año después del llamado "verano de amor", el país se encaminaba a un verano de violencia y miedo.
Comenzó el 5 de junio con otro asesinato, esta vez del senador demócrata Robert Kennedy, presunto heredero de la Presidencia del país. Una nación traumatizada se preparó para las convenciones presidenciales republicana y demócrata. En Miami, a mediados de agosto, Richard Nixon se convirtió en el candidato republicano y los medios se trasladaron a Chicago para la convención demócrata.
Los activistas contra la guerra planeaban una manifestación que iba a "cerrar la ciudad" durante la convención, pero el alcalde Daley les negó la autorización y sólo llegaron unos cuantos miles de manifestantes. Aparecieron los "Yippies". Dirigidos por Abbie Hoffman y Jerry Rubin, eran quizás el grupo más pequeño pero más efectivo de provocadores políticos que surgió en 1968.
Los Yippies, o Partido Internacional de la Juventud, eran activistas de izquierda surgidos del submundo hippie estadounidense con una visión de la revolución que, como dijo un comentarista, tenía "más de Groucho Marx que de Karl Marx". Pero atraían a las cámaras de televisión. Llegaron a Chicago a protestar y nombraron como candidato a la Presidencia a un cerdo llamado Míster Pigasus.
La policía intervino arrestando a Hoffman, Rubin, al cantante folclórico Phil Ochs y a Míster Pigasus, quien, según denunció Hoffman más tarde, fue interrogado y acusado de desórdenes. Corrió el rumor de que los Yippies habían planeado poner LSD en el agua potable de la ciudad. Al mismo tiempo, tropas soviéticas irrumpieron en Checoslovaquia, poniendo abrupto final a la breve "primavera" de reformas de Praga.
En Chicago, manifestantes que enarbolaban banderas Yippies y del Vietcong se enfrentaron a la policía. Entonces, ante las cámaras de TV, se desató la batalla de Chicago. Duró cinco días y tanta fue la brutalidad policíaca contra los manifestantes, los espectadores y los medios, que la convención demócrata fue interrumpida.
El mundo despertó con imágenes de una violencia policial sin precedentes. La batalla de Chicago se convirtió en una de las líneas divisorias con que Estados Unidos se definió en 1968. En noviembre, Nixon ganó la Presidencia y ordenó la represión final contra el movimiento revolucionario.
EL ESPÍRITU LANGUIDECE
Para entonces, el espíritu de 1968 se había debilitado también en Francia. El 13 de mayo, los sindicatos franceses llamaron a una huelga general por mejores salarios y mejores horarios y condiciones de trabajo. Pareció por un momento que Francia estaba a punto de protagonizar otra revolución pero la improbable alianza de estudiantes y trabajadores fue una ilusión.
"Trabajadores y estudiantes nunca estuvieron unidos", admitió Cohn-Bendit años después. "Los trabajadores querían una reforma radical en las fábricas. Los estudiantes querían un cambio radical en la vida".
Ese idealismo juvenil, sin planificar y mal definido, se desvaneció casi tan rápidamente como floreció. A pesar de todo el fermento revolucionario de mayo del 68, el año terminó con De Gaulle todavía en el poder, Nixon en la Casa Blanca y la guerra de Vietnam escalando más allá de todas las predicciones.
En Praga, la llegada de los tanques rusos en agosto fue quizás la imagen más triste de la revolución juvenil de 1968. ¿O correspondió ella al movimiento estudiantil de México, donde cientos de estudiantes fueron masacrados en octubre por el Batallón Olímpico en la plaza de Tlatelolco?
Cuando, dos semanas más tarde, en los Juegos Olímpicos de México, los atletas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos alzaron sus puños en el saludo del Poder Negro, pareció un gesto de desafío. La revolución juvenil de 1968 estaba terminada. En su lugar vinieron formas más oscuras de violencia y terrorismo: las células Baader-Meinhof en Alemania Occidental, las Brigadas Rojas en Italia y el renacimiento del IRA en Irlanda del Norte.
Todas tenían sus raíces en los turbulentos sucesos de 1968. Para los años ochenta, tanto Estados Unidos como Gran Bretaña habían elegido a líderes ultraconservadores. "Estamos arrancando lo que se sembró en los sesenta", tronó Margaret Thatcher en 1982. "Una sociedad donde los viejos valores de la disciplina y la moderación fueron denigrados".
Sin embargo, a 40 años de 1968, el significado y el legado de ese año volátil todavía se discute. Muchos en la derecha siguen viéndolo como el epítome de lo irresponsable, errático y peligroso de los sesenta, mientras otros en la fracturada izquierda todavía llevan luto por 1968 como el último gran momento de la posibilidad revolucionaria.
La verdad se ubica probablemente a medio camino, pero no hay duda de que algo único y potencialmente revolucionario ocurrió en el mundo, algo que sigue configurando al presente en formas no previstas por quienes participaron en las protestas.
Historiadores afirman que 1968 fue el epicentro de un cambio: marcó "el inicio del fin de la guerra fría y el amanecer de un nuevo orden geopolítico". Fue también el comienzo de la protesta moderna y de las muchas luchas que vinieron luego: desde el feminismo hasta la conciencia ecológica.
Cohn-Bendit, el rostro de mayo del 68, es ahora un líder del Partido Verde en el Parlamento Europeo. Pero el espíritu perdura, tal vez en forma mítica, quizá como una persistente sensación de las posibilidades que el activismo de masas tuvo alguna vez.
"Si el 68 no tiene importancia, como asegura la derecha, ¿por qué entonces sigue siendo tan simbólico?... Yo haría énfasis en que hizo tomar conciencia. Era enteramente posible que el pueblo estadounidense hubiera aceptado la guerra de Vietnam, pese a todas sus bajas y sus impuestos, tal como apoyó la guerra de Corea [El 68] cambió la conciencia de Estados Unidos", dice Tom Hayden, uno de los activistas de Chicago.
Eso es quizás, en sí mismo, suficiente legado.
*The Observer
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