UNA LÁGRIMA POR CRISTINA
Por Manuel Guerrero Ceballos
Enredada con la imagen del Choño Sanhueza afloró la de Cristina Carreño.
Había pasado mucho tiempo desde que nos conocíamos. Eran los tiempos en que estudiábamos en la enseñanza media. Por años nos encontramos y desencontramos siempre aunados por la actividad política. Con su rostro agraciado de mujer chilena, Cristina se distinguía por su risa que siempre la llevaba prendida a flor de labios. De estatura pequeña, temperamento reservado, parca en palabras, se encendía cuando su risa aparecía dejando al descubierto dos hileras de albos dientes. La recordé unida al Choño porque en diversas ocasiones me pareció ver la misma vitalidad en ambos, aunque proyectada de forma diversa.
¿Qué sería de Cristina, la chica Cristina como la llamábamos familiarmente?
Había sido una alegría cuando después del golpe, en una de esas habituales citas clandestinas, nos encontramos y reímos por todo el trabajo que cada cual había hecho para memorizar los rasgos de la otra persona con la que se reuniría pronto. Con el mismo silencio y resolución de siempre Cristina desempeñaba ahora su labor revolucionaria bajo la tiranía de Pinochet.
Iba de un lugar a otro trabajando, organizando, animando la acción, incentivando la creatividad de los jóvenes. Poseía una gran percepción de los problemas de la gente, sabía descubrir sus virtudes y desnudar sus defectos. Ante cada asunto respondía preguntando de tal forma que la propia persona descubriera la conclusión que ella deseaba subrayar. Era conocida en los diversos barrios e industrias del sector oriente de Santiago, lugar donde vivía desde largo tiempo, y aunque usaba nombres distintos, cada vez que se hablaba de ella salía a relucir el de Cristina.
Además de su vitalidad reconocía en ella un gran temple, una peculiar capacidad de sobreponerse a los tropiezos y vencer los temores que a todos por períodos nos asaltaban. Producto de los tiempos, tuvimos una desgraciada oportunidad de comprobarlo. Su padre, Alfonso Carreño, fue asesinado después de ser sometido a brutales torturas en la Academia de Guerra Aérea, la siniestra AGA. La familia recibió un ataúd sellado con lo que se quería impedir que vieran y denunciaran la masacre a que había sido sometido su ser querido. Cristina al enterarse se estremeció y tomó las precausiones necesarias que permitieran protegerla, a la vez que cumplir su papel de hija. Con su madre y hermana denunciaron este crimen atroz cometido con un comunista cabal, al que dieron sepultura no a escondidas, como deseaban los fascistas, sino a plena luz, reafirmando el cariño y admiración por quien murió peleando a la vez que el desprecio hacia los asesinos.
Tocada por el crimen de su padre, Cristina se abocó a las tareas del impulso de la solidaridad con los presos políticos y demás perseguidos por la dictadura. Trabajó con tesón, arduamente. Quería impedir que su mismo drama lo vivieran otros jóvenes y familias de Chile. Sabía de los lugares de detención, de los sistemas de visitas, de las necesidades de las familias, de las campañas de solidaridad que se efectuaban. En alguna ocasión hablamos de esta actividad febril recomendándole tomar tiempo para su descanso y recreación. Escuchaba, accedía, tomaba un respiro para de nuevo volver con más bríos a su acción cotidiana. Igualmente la acosábamos preguntándole por su novio, cuándo se casaría, diciéndole que debía dejar más tiempo para esta dimensión de su vida personal. Nunca arguyó en contrario pero seguía trabajando con la misma entrega y dedicación.
Jamás pensé en esos momentos, que años más tarde, ya encontrándome en el exilio, recibiría una noticia como un trueno:
-Cristina está desaparecida. Su madre ha denunciado que, al parecer, en Argentina o Uruguay la secuestraron después de haber viajado a Buenos Aires.
Leí una y otra vez la información. No había dudas, se trataba de la misma persona, la recordada y admirada Cristina, la de la risa alegre, silenciosa, hacedora de presentes y construcciones futuras.
¿En qué lugar se encuentra, qué han hecho con ella los matones de Pinochet que se dedican al contrabando de la muerte, intercambiando presos e informaciones con otros regímenes represivos bajo la segura dirección de la Central de Inteligencia Americana?
Escrutando en la memoria se me apareció su imagen, tenacidad, resistencia. Me alcanzó la ternura y la emoción. No se puede transformar en pan de cada día el parte de la muerte. Me niego a aceptar que mis camaradas y hermanos se encuentren sepultados en quizás que socavón, aletargándose en sus dolores, extraviados en los silencios, asfixiados en sus ansias de vida. Si muchas son las disgresiones que se hacen sobre lo que es el fascismo, válgame presentar como prueba sólo ésta: la de los seres humanos que los traga la noche, los succiona la muerte, los aniquila el dolor. Y entre ellos está Cristina, desaparecida entre los desaparecidos, perdida entre la geografía mentirosa de quienes carecen de Patria, sentimientos y amor.
Cristina Carreño es una joven que como todas las del mundo soñaba y tejía en su imaginación planes para el mañana. Su vida se extiende más allá de lo que piensan los adoradores de la muerte, es una flor que buscará oxígeno, alimentará nuevos sueños y entre ellos el más elemental, el del derecho a la vida, a la existencia.
Su recuerdo merece más que una lágrima, pero yo no me quedo con su dolor, que lo comparto. Me quedo con su risa y su vitalidad a toda prueba.
http://manuelguerrero.blogspot.com
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