Un visitante desmesurado
Por Sergio Muñoz Riveros
El paso de Chávez por Santiago fue muy instructivo. Hoy lo conocemos mejor. Entendemos también mejor las motivaciones de sus seguidores. Y está más claro lo que tenemos que defender, lejos de él.
No había ninguna posibilidad de que Hugo Chávez pasara desapercibido en la XVII Cumbre Iberoamericana. Su verbosidad e histrionismo son conocidos. También su tendencia a la demasía. Pero, además, vino en plan nada amistoso hacia la Presidenta Bachelet, probablemente porque el Gobierno de ella representa a los ojos del mundo una orientación muy distinta de la que él encarna y que se supone que todo "buen izquierdista" debería seguir. Demoró su llegada a Santiago y consiguió cobertura exclusiva de la prensa cuando lo hizo, ya iniciada la reunión; cuestionó el lema de la "Cohesión Social" propuesto por Chile; hizo de nuevo una referencia provocadora a la demanda marítima de Bolivia, lo que fue una muestra de hostilidad hacia el país anfitrión; tuvo expresiones despectivas hacia el Club de Madrid (que preside Lagos) y rompió todos los límites al insultar repetidamente al ex gobernante español José María Aznar delante del Rey Juan Carlos y el Presidente Rodríguez Zapatero, lo que obligó a éstos a reaccionar con molestia.
Chávez se las arregló, pues, para atraer la atención. Bien sabemos que su obsesión es que se le reconozca como líder revolucionario continental, portaestandarte de esa cosa que llama "socialismo del siglo XXI", continuador de Fidel Castro. En suma, un personaje con una desorbitada noción de sí mismo.
Es lógico que nadie quiera tener pleitos con él por temor a la respuesta desaforada que puede venir. Su fuerte son las descalificaciones y los insultos. Recordemos que el año pasado lanzó groseros ataques en contra de José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, cuando éste manifestó preocupación por el futuro de la libertad de expresión en Venezuela. El único político latinoamericano que lo ha enfrentado duramente ha sido Alan García, pero eso quedó atrás.
Ha habido muchos caudillos populistas de verba incandescente en la historia de América Latina. Pero ninguno había tenido un poder económico como el que exhibe y derrocha este. Su influencia política sería mínima sin la abultada chequera con la que maneja a su arbitrio los cuantiosos ingresos de Venezuela por las exportaciones de petróleo. Imaginemos que él desplegara el mismo discurso incendiario, idénticas proclamas, igual manipulación de la figura de Bolívar, pero sin petrocheques. Sería sólo ruido. Su poder es el dinero. En la región ha repartido miles de millones de dólares, lo que le permite contar con la buena disposición de muchos agradecidos.
El 2 de diciembre se efectuará un referéndum en Venezuela en el que el Gobierno de Chávez intentará hacer aprobar numerosas reformas a la Constitución que fue redactada en 1999 en una Asamblea Constituyente y sancionada en otro referéndum. En ese texto se había ampliado el período presidencial de 5 a 6 años, con una sola reelección inmediata. Chávez cumplirá 9 años en el poder en enero próximo debido a los ajustes constitucionales y su actual período termina en enero de 2013. Pero eso no le basta. El artículo 230 de la nueva reforma establece que el período presidencial se amplía a 7 años y no pone límites a la reelección. Además, se concentran amplísimos poderes en el gobernante, el que podrá disponer constitucionalmente de propiedades, instituciones y recursos. La definición de Venezuela como "Estado democrático y social de derecho y de justicia" (artículo 2 de la Constitución vigente) es reemplazada por "Estado socialista" (artículo 16 de la reforma).
Es tan ostensible el proyecto autoritario de Chávez que hace pocos días el general retirado Raúl Baduel, que fue su ministro de Defensa hasta julio de este año, declaró que las reformas constituyen una especie de golpe de Estado y llamó a votar No.
Chávez les llena el gusto como líder a algunos chilenos, incluidos tres o cuatro parlamentarios. Ello quedó en evidencia en el acto que le organizaron en el velódromo del Estadio Nacional. Allí, entre abundantes banderas venezolanas y cubanas, el representante del régimen de La Habana lanzó la escalofriante consigna "Socialismo o muerte" y los asistentes gritaron acompasadamente "El que no salta es Bachelet".
El paso de Chávez por Santiago fue muy instructivo. Hoy lo conocemos mejor. Entendemos también mejor las motivaciones de sus seguidores. Y está más claro lo que tenemos que defender, lejos de él.
El ministro Alejandro Foxley destacó en TVN el éxito de la XVII Cumbre, en la que se adoptaron acuerdos que perfeccionan las relaciones constructivas y los mecanismos de colaboración en la comunidad iberoamericana. Ese es el fruto de una labor seria, sin estridencias, que contribuyó a reforzar el respeto internacional hacia nuestro país.
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