Esa capucha me calienta
TESTIMONIOS HOT EN LA PREVIA DEL DÍA DEL JOVEN COMBATIENTE
Adornaron las protestas contra Pinochet y mujeres como Pamela Jiles se enamoraron de los hombres que las usaron en los ’80. De las pañoletas pasaron a las capuchas que cada año irrumpen en el Cementerio General el 11 de septiembre, en protestas estudiantiles y todos los 29 de marzo. Pese a ser satanizadas, poseen una sensualidad que mueve hormonas y pasiones tan ocultas como los rostros que hay detrás de ellas.
Nación Domingo |
Marcelo Garay
Este 29 de marzo no será igual que los pasados. Como cada año en la Villa Francia, La Victoria, La Pincoya y varios centros de educación superior se conmemorará el Día del Joven Combatiente, instaurado desde que en 1985 la policía asesinó a tiros a los hermanos Eduardo y Rafael Vergara Toledo. Será la ocasión en que los santiaguinos vivirán una nueva irrupción de los encapuchados. Fogatas, molotov y consignas adornarán la jornada. Y mucha violencia, por cierto, cuya difusión se ha esparcido por el sector sur de la capital y en las principales universidades.
Pero en la oscuridad de la noche en Villa Francia o entre el abrumador gas lacrimógeno que inundará los jardines del ex Pedagógico, no sólo será imposible advertir quién es quién. Como ocurre siempre, pasará colada esa sensualidad que, guste o no, cargan consigo los encapuchados, además de las piedras, resorteras y bombas incendiarias. Un erotismo que mujeres y hombres reconocen vivo en los “tirapiedras”. Una estética que también tiene detractores, pero que provoca cosquillas y hace que se revolucionen las hormonas, confiesan aquellas que no comulgan con el sistema. Un misterio sobre el que mujeres y varones prefirieron responder encapuchando también sus nombres.
Para algunos, más que la pañoleta, lo que mueve hormonas es la motivación política o ideológica que hay detrás de esos hombres y mujeres. Pero también subyace ahí la idea del misterio, de lo oculto. Otros, simplemente, creen que se trata de sujetos que sólo buscan la violencia y no provocan nada en el plano sexual.
Sin embargo, entre los más, hombres y mujeres admiten que la figura de la o el encapuchado se relaciona con valentía, con la idea de un guerrero de convicciones y físicamente inquebrantable. “Me gusta su onda de defensa al prójimo, el pañuelo, el olor a molotov. Le dan un toque extra de rebeldía, que hace que a las nenas se les caigan los calzones”, asegura Carolina (26 años).
Claro que no se llevan todos los elogios a la hora de analizarlos desde el punto de vista físico. “Los encapuchados a guata pelada no son precisamente ‘Mr. Caluga’. Lo que provoca atracción es lo que evoca la escena. El típico Che Guevara que desata revoluciones sociales y hormonales. Hace unos años, tarde previa al "11", me encontré con un par que iba a protestar. Pelo largo, morral. Bastante ricos", revela Carla (25 años).
Lujuria y pasamontaña
Hay quienes en su fijación por la capucha y lo sensual que les resulta, no esperaron un nuevo aniversario del golpe militar para tener un combate a rostro cubierto, a solas y sin policías. Pía reconoce que la figura del encapuchado le causa mucho misterio y algo de pasión le desata que un muchacho se tape la cara para manifestarse. “Me provoca, porque está ahí una imagen de rebeldía y de osadía al encapucharse y ‘rockanrolear’ con los pacos. En cierta ocasión, una
Como en la alta costura, los encapuchados también han vivido una metamorfosis. De las pañoletas, como en esta foto del ex Pedagógico en los 80', pasaron a las poleras tapa rostros de hoy. |
amiga me contó que su pareja usaba capucha, y que varias veces lo habían hecho encapuchados”. Es una anécdota, pero ella cree que a muchas mujeres que son de izquierda, anticapitalistas, eso les mueve el piso.
“Me calientan por una cosa de actitud guerrera y ‘power’. Cuando pololeaba con Raúl, lo veía salir a la calle en la ‘U’ y luego me lo llevaba a la casa, ¡a puro darle!”, interrumpe a risotadas.
Están los que reparan en la edad de los que se cubren el rostro para protestar. Dicen detenerse en la sensualidad del que usa pasamontañas, pero no porque tenga mejor puntería con las molotov. “Me imagino que los encapuchados son muy jóvenes y los pendejos no me calientan”, dice Estela (35 años), pensando quizás en los pingüinos que el año pasado pusieron de moda las poleras tapa rostros. Y como buena encapuchada, confiesa que antes de cualquier movimiento de hormonas está la seguridad de salir a salvo de una protesta. “No me imagino follando luego de una barricada, sino más bien preocupada de apretar cachete”, asegura.
El deseo sexual que desatan los encapuchados no es propiedad de género. Según ellas, los machos recios también se derriten ante la figura de una chica con el rostro cubierto, asociada directamente con la guerrillera. “Una vez tiré con un huevón del Frente. Estábamos en la plena, terrible de califas, y el mino, emocionado con mi pasado político, ¡paf!, saca una bandera del Frente y me cubre con ella. Ellos se calientan con esos símbolos.”, cuenta Estela, sin encapuchar su pudor.
Un poco más sicoanalítico, Ariel (43 años) relaciona esa sensualidad con las represiones y la búsqueda del otro yo. “Allí está la posibilidad de que se manifieste el inconsciente. El principio del placer investido en un otro que es él mismo, pero sin rostro”, advierte. Alün, en cambio, hace una defensa política de la sensualidad de los encapuchados. "Es parte de la cultura de la resistencia. Mi concepto de la belleza también es anticapitalista. El ‘canon de lo lindo’ está vinculado a una convención mediática de lo que la libido estimula. Me provoca una encapuchada, y si las compañeras son bellísimas, mucho mejor”.
Sensualidad y mística
Hay quienes se detienen en la asociación mística de los deseos sexuales vinculados a la estética de los y las encapuchadas. Consideran que hay detrás del pasamontañas un atractivo irresistible por lo prohibido, que provoca una excitación inmediata.
“Lo que está detrás de algo siempre generará de entrada excitación. Es atractivo porque inconscientemente hay un vínculo con algo ‘prohibido’. Ahora bien, no tendrá el mismo efecto en hombres que en mujeres”, asegura desde México Greekepten (28 años), una conocedora de la causa zapatista.
Admite que en los hombres la capucha femenina también mata. “En casa tengo la foto de una mujer sandinista encapuchada. Una vez un amigo la quedó mirando y dijo que era muy impactante la imagen, sexualmente hablando”.
Ni una sola hormona
Carolina, periodista de 23 años, conviene en que la estética del rostro cubierto genera atractivos, pero no en el plano sexual. “No creo que haya sensualidad. Quizás a algunas personas les puede atraer la imagen del guerrero, y el encapuchado podría emular de alguna manera esa estética de hombre fuerte y libre”.
Comparte esa idea Mariajosé, quien advierte que su búsqueda tiene que ver con la fortaleza que hay detrás de un encapuchado, aunque se corre el riesgo de acabar con el deseo. “Busco lo varonil en bruto: lo valiente, animal, fuerte. El hecho de llevar una capucha mata pasiones”.
Son muchas las mujeres que no ven nada en un encapuchado. Si no aprecian la cara, la sensación es nula y no les basta con la sola mirada que apenas aflora entre la tela de un pulóver o una hatta de la Intifada palestina. Incluso, para algunas féminas, la figura del encapuchado de la protesta callejera no se diferencia de la que utiliza el verdugo.
“No, no me provoca sexualmente un encapuchado. Los verdugos usaban también capucha y eso es algo que no puedo quitarme del subconsciente. Es que la idea de la identidad en duda tampoco me provoca”, manifiesta Ximena, actriz de 28 años.
Repara que dependerá de la causa que enarbole aquel que se manifieste con rostro oculto para sortear a los soplones que callejean en cada protesta. “Un pasamontañas podría generarme algo diferente, un interés, digamos político, pero no sexual en sí mismo. En cambio, los morrales, el pelo largo y la estética izquierdista, eso sí me pone muchísimo. Si esa capucha pertenece a mi bando, me interesará saber lo que dicen, pero un gallo con capucha en medio de una fogata, sin polera, no me genera nada en términos sexuales. A los 15 años sí, ahora me da lo mismo”.
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DEL CHE AL SUBCOMANDANTE MARCOS
No usó capucha, pero el Che Guevara suena entre los más deseados. Incluso, mujeres que no siguen sus ideas ven en él a un guapo de grueso calibre. Se le inscribe como un símbolo sexual, más allá de las ideas que encarnó hasta la muerte. Le atribuyen una sensualidad asociada a su valentía. “El Che es mino, aunque no se encapuche, por su traje o el arma”, afirman
Atrás no se queda el subcomandante Marcos, del chiapaneco EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional). Desde que encabezó el levantamiento del 1 de enero de 1994, este guerrillero de la selva Lacandona resume el ideario sexual de las féminas. “¡Todas se lo querían hacer chupete!, exclaman. El pasamontañas, la pipa, su poético hablar y unos profundos ojos azules le dieron ese plus. Incluso obtuvo una alta votación en una encuesta para elegir a los símbolos sexuales de la sociedad mexicana, con preferencias de aquellos sectores que repudiaban su causa. “Lo primero que generó fue pánico, pero luego movió hormonas en los sectores más conservadores”, dice Greekepten desde el Distrito Federal.
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Margarita Blumenthal -