HOMENAJE A DOS MUJERES JUDIAS, UNA ALEMANA Y UNA CHILENA
Enviado por: "Anahi Benegas Arias" anahi_20002002@yahoo.es anahi_20002002
Mié, 7 de Mar, 2007 5:49 am (PST)
“Quiero seguir viviendo después de mi muerte” - Ana Frank
En diciembre pasado asistimos al solemne y masivo acto “Recordando a Ana Frank y Diana Aron”, organizado por el Centro Progresista Judío y la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi, en ese ex campo de tortura y muerte de la dictadura de Pinochet.
Con ese evento se honró a estas dos jóvenes judías, alemana una y chilena la otra(*). Y una vez más, surgió el clamor de “Nunca Más”, “Justicia”, “No a la Impunidad”. El acto, como la exposición sobre Ana Frank, nos emocionó y nos hizo evocar tres hechos inolvidables vividos en el exilio.
El 12 de junio de 1979 participamos en Frankfurt am Main, entonces República Federal de Alemania, en un acto frente a la casa en que había nacido Ana Frank, cincuenta años atrás. Era la segunda hija del matrimonio de Otto Frank y Edith Frank-Holländer. La primogénita se llamaba Margot y era tres años mayor que Ana.
Fue un evento de gran contenido antifascista. Junto a las banderas de muchas organizaciones progresistas alemanas estuvo la chilena.
Los oradores entregaron antecedentes sobre esa familia judía. Cuando en 1933 asumió en Alemania el poder Adolfo Hitler, Otto Frank decidió no esperar más y partió con los suyos a Holanda. Instaló un negocio en la calle Prinsengracht Nº 265, en una típica casa del antiguo Amsterdam. El edificio había sido construido en 1613, pero había tenido muchas transformaciones. Como es frecuente encontrar en esa ciudad, el edificio tenía dos casas: una frontal y otra interior, hacia el patio trasero.
En mayo de 1940 el ejército hitleriano invadió Holanda.
Otto Frank comenzó entonces a preparar en secreto un refugio en la casa interior de Prinsengracht Nº 265. Le ayudaron dos antiguos colaboradores, Koophuis y Kraler, además de Miep y Elli. El 6 de julio de 1942 ingresó la familia Frank en la casa interior. Relata Ana en su diario:
“Jueves, 9 de julio de 1942. Querida Kitty: Nos pusimos en camino bajo una lluvia persistente. Papá y mamá, cada uno con un bolso de compras atiborrado con toda clase de provisiones, y yo con mi cartera llena a rebosar... Por el camino, mis padres me fueron revelando poco a poco la historia de nuestro escondite... Desde hacía unos meses habían mandado trasladar allí parte de nuestros muebles, y asimismo ropa para el servicio y vestidos... El escondite se hallaba en el edificio donde estaban las oficinas de mi padre. Esto es algo difícil de comprender si previamente no se está al corriente de las circunstancias; por esto voy a explicarlo. El personal que trabajaba con mi padre no era muy numeroso; los señores Kraler y Koophuis, Miep, y por último, Elli Vossen, una mecanógrafa de veintitrés años. Todos ellos estaban al corriente de nuestra llegada. El padre de Elli, el señor Vossen, y los dos hombres que lo secundaban en el almacén no habían sido puestos al corriente de
nuestro secreto”.
Ana había recibido, entre los regalos para su 13º cumpleaños, el viernes 12 de junio de 1942, un diario. Lo comenzó a escribir dos días después. El sábado 20 de junio explicaba: ”La falta de confianza es tal vez mi mayor defecto. De cualquier modo este es un hecho y es bastante doloroso tener que reconocerlo. Por eso he decidido escribir este diario; con el fin de inventarme la imagen de una amiga que tanto deseo. Quiero que este diario se convierta en mi amiga. Y esta amiga se llamará Kitty”. Esto lo anotaba Ana cuando aún no tenía la menor idea de que debía trasladarse al refugio secreto.
EN LA CASA INTERIOR
En 1985 viajamos a Amsterdam y no perdimos la oportunidad de visitar la casa donde la familia Frank, junto a la familia Van Daan y el señor Dussel (que llegaron poco después) vivieron ocultos durante 25 meses.
Entramos al edificio ubicado en Prinsengracht Nº 265, junto a uno de los tantos canales de Amsterdam, convertido ahora en museo contra la guerra y el fascismo. Lo recorrimos con emoción. La casa delantera está separada de la casa interior por una puerta disimulada detrás de un estante giratorio de libros, cuya parte superior está camuflada mediante un mapa.
Al cruzarla, comprobamos la genialidad con que Ana Frank describió en su diario la casa interior, el jueves 9 de julio de 1942: “Frente a esta puerta hay una escalera muy empinada; a la izquierda, un corredor lleva a la estancia que desde ahora va a ser el hogar de los Frank, y al mismo tiempo el dormitorio del señor y la señora Frank. Al lado de ésta, otra habitación más reducida se ha transformado en el cuarto de estudio y dormitorio de las señoritas Frank. A la derecha de la escalera hay una habitación sin ventana alguna, con una pila de lavarse, y un pequeño reducto con un lavabo. Una puerta da acceso a la habitación que voy a compartir con Margot.
Al abrir la puerta del rellano del segundo piso, uno se encuentra sorprendido de encontrar tanto espacio y tanta luz en el anexo de una casa tan vieja. Las casas que bordean los canales de Amsterdam son las más antiguas de la villa. La pieza ha de servir de dormitorio del matrimonio Van Daan y, además de cocina, sala de estar, comedor y estudio o taller. Es muy espaciosa y hasta ahora había servido de laboratorio. Hay un horno de gas y un fregadero.
Otra pequeña habitación, que es en realidad un pasadizo, va a constituir el dominio de Peter Van Daan. En esta parte trasera de la casa, hay también un desván y una buhardilla. Tengo, pues, el honor de introducirte en nuestro suntuoso anexo...”.
Al recorrer la casa interior muchos detalles golpearon nuestra sensibilidad. Por ejemplo, en un muro vimos el mapa en donde el padre de Ana seguía el desarrollo de la guerra; en las paredes de la pieza de las dos niñas, fotografías de artistas de cine pegadas por ellas; las rayas donde marcaban el crecimiento de los tres muchachos; la ventana de la buhardilla, la única que se podía abrir sin riesgos, desde donde pudimos ver la torre de la iglesia Westertoren, la misma que Ana solía contemplar. Recordamos lo que ella relata el sábado 11 de julio: “Ni papá, ni mamá, ni Margot pueden acostumbrarse al carillón de la Westertoren que suena cada cuarto de hora. Yo, en cambio, lo he encontrado maravilloso, sobre todo en la noche, cuando un sonido familiar nos da aliento”.
En ese mismo día escribe la joven de 13 años: “Tenemos mucho miedo de que los vecinos nos oigan o nos vean... Me siento oprimida por el hecho de no poder salir nunca, y siento muchísimo miedo de que seamos descubiertos y fusilados”.
Estando allí, en la casa interior, nos imaginamos el temor que aplastaba a la muchacha judía y a los otros refugiados. Se puede palpar la situación terrible que debieron vivir esas ocho personas.
Ana cuenta en su diario, el martes 11 de abril de 1944:
“Las diez y media, las once, ni un ruido. Mi padre y el señor Van Daan, que estaban de vigilancia, volvían a vernos por turnos. A las once y cuarto oímos que alguien se movía en la planta baja. En nuestra habitación, únicamente nuestra respiración era perceptible, pues todos estábamos como petrificados. Oímos pasos en el primer piso, en la cocina, y por fin en la escalera que conducía a la puerta disimulada. Nuestra respiración estaba cortada, ocho corazones latían hasta romperse oyendo aquellos pasos y unas sacudidas en la puerta del armario. Aquel momento es indescriptible. Yo me veía ya en las garras de la Gestapo aquella misma noche y me dije: ‘Estamos perdidos’. Alguien estaba tirando de la puerta del armario, una vez, otra, hasta tres veces. Algo cayó al suelo y los pasos se alejaron. Por el momento estábamos salvados...”.
Los refugiados en la casa interior sólo pudieron subsistir gracias a la valiente y generosa solidaridad de cuatro holandeses. Ellos eran el único contacto con el mundo exterior, los abastecían de alimentos, medicinas y cuanto necesitaban. Conseguir esas cosas en un país ocupado por los alemanes, con la vigilancia de la policía nazi, donde todo estaba racionado y se adquiría a través de cupones, no era tarea fácil. Y resultaba, además, muy arriesgado hacerlas llegar. Ana se refiere a ello en su diario, el viernes 25 de septiembre: “Debo reconocer que nuestros protectores han demostrado tener muchísimo ingenio. Sería realmente imposible que alguien sospechase a dónde van a parar las provisiones que se compran para nosotros. Los holandeses son grandes personas, en realidad”.
VICTIMAS DE LA BARBARIE NAZI
El martes 4 de abril de 1944 anotó Ana en el diario: “Quiero seguir viviendo aún después de mi muerte... Cuando escribo me olvido de todo, mis penas desaparecen y renace mi ánimo. Pero la cuestión capital es saber si llegaré a escribir algo perdurable, si llegaré a ser periodista o escritora. Con esta esperanza vivo, pues al escribir puedo dejar testimonio de mis pensamientos, mis ideales y mis fantasías”.
Y el martes 11 de abril de 1944 escribió: “Soy consciente de ser mujer, una mujer con una moral acendrada y mucho valor. Si Dios me deja vivir, iré mucho más lejos que mi madre, no seré una mujer insignificante. Tendré mi pueblo en el mundo y trabajaré para mis semejantes. Tengo plena conciencia de que el valor y la alegría son dos factores vitales”.
La joven judía, que entonces tenía 15 años, no pudo cumplir sus sueños. El viernes 4 de agosto de 1944 la existencia del refugio fue delatada. Irrumpió la policía nazi. Fueron detenidos los ocho habitantes de la casa interior y los “protectores” Kraler y Koophuis. Uno de los agentes tomó el maletín de Otto Frank, donde estaba el diario de Ana, botó los manuscritos y apartó las cosas de valor que encontró para robarlas.
Los diez detenidos fueron llevados al cuartel de policía, de allí a la ciudad de Westerbork. El 2 de septiembre condujeron a los habitantes de la casa interior al campo de concentración de Auschwitz, en Polonia. Allí murió la madre de Ana. El señor Van Daan fue asesinado en la cámara de gases. Igual suerte corrió su hijo, el joven Peter. El señor Dussel fue enviado al campo de Neuengamme, cerca de Hamburgo, donde murió, al igual que 50 mil de los cien mil prisioneros que pasaron por ese siniestro recinto.
A fines de octubre de 1944 Ana, Margot y la señora Van Daan fueron enviadas al campo de Bergen-Belsen, cerca de la ciudad alemana de Hanover. Las tres murieron allí. Las hermanas Frank de tifus, en marzo de 1945, a poco más de un mes que ese campo fuera liberado por tropas británicas.
El único refugiado en la casa interior que sobrevivió al terror nazi fue Otto Frank. Tuvo la suerte de ser salvado por soldados del ejército soviético que liberaron el campo de exterminio de Auschwitz en enero de 1945. También lograron subsistir los dos solidarios holandeses Kraler y Koophuis. Al regresar a Amsterdam, Otto Frank recibió de Miep y Elli los manuscritos de Ana, que habían encontrado y guardado. Finalizada la guerra, se publicó el Diario de Ana Frank. Ha sido traducido a más de 50 idiomas con un tiraje total que se calcula en más de trece millones de ejemplares.
EN BERGEN-BELSEN
Cuando en abril de 1945 los ingleses liberaron el campo de Bergen-Belsen, luego de evacuar a los sobrevivientes lo quemaron, para evitar la propagación del tifus. Actualmente existe en ese lugar un cementerio.
En 1986, un grupo de exiliados chilenos fuimos invitados a actos organizados por el Partido Comunista Alemán (DKP) en Hanover. Uno fue la visita a Bergen-Belsen. A la entrada vimos un pequeño muro donde se lee: “Bergen-Belsen. 1940 bis 1945”. Monumentos y memoriales por todas partes. Varias columnas en recuerdo de los judíos que allí murieron. Más allá, una gran piedra dice: “Hier Ruhen 2.000 Toten. April 1945” (“Aquí descansan dos mil muertos. Abril 1945”). Un monumento a los soviéticos fallecidos. Ahí efectuamos una solemne ceremonia que repetimos ante un memorial de piedra negra, coronada por la estrella de David, donde está escrito: “Margot Frank 1926-1945. Anne Frank 1929-1945”. Alrededor muchas flores y fotografías de Ana.
Esa tarde de junio de 1986 flamearon banderas chilenas junto a muchas otras en Bergen-Belsen, en homenaje a las víctimas de la bestialidad fascista.
Se cumplió el anhelo expresado por Ana Frank el 4 de abril de 1944: “Quiero seguir viviendo aún después de mi muerte”. Ella y millones de víctimas del fascismo siguen vivas en la memoria y los corazones de quienes anhelamos forjar un mundo en que impere la paz, la justicia y el amor
IVAN LJUBETIC VARGAS
(*) Diana Aron Svigilsky, de 24 años, estudiante de periodismo, era militante del MIR de Chile. Fue detenida el 18 de noviembre de 1974, en la calle. Herida a bala fue llevada a la Villa Grimaldi y a la clínica clandestina de la Dina en Santa Lucía 120. Desde entonces se desconoce su paradero.
(Publicado en "Punto Final" Nº 632, 12 de enero, 2007)
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