El peronismo del tercer milenio
El peronismo del tercer milenio
El resonante éxito que logró el Frente Para la Victoria en las últimas elecciones no sólo afianzó la legitimidad del Presidente Néstor Kirchner. El triunfo, de paso, le permitió a su corriente alcanzar la hegemonía al interior del gubernamental Partido Justicialista y reducir, a niveles mínimos, las cuotas de poder internas que ostentaban los caciques peronistas tradicionales que se baten en franca retirada.
www.La Nación.cl Por PABLO E. CHACÓN
Después de las legislativas del 23 de octubre en Argentina, el Frente Para la Victoria (FPV) “es el nuevo nombre del peronismo”. Así de claro lo aseguran ciertos operadores de la Casa Rosada, jugando con fuego. FPV o peronismo, lo cierto es que el resultado de esas elecciones en todo el país no sólo reforzó las posiciones del oficialismo sino que también inauguró un nuevo período, al menos hasta las generales del 2007.
Esto es, con el Presidente Néstor Kirchner afianzado en su legitimidad con los votos que Carlos Menem no le permitió conseguir en el 2003, cuando el riojano decidió no presentarse al balotaje, que se suman a una ingeniería electoral que rindió frutos en algunas provincias (el FPV aliado a sectores del radicalismo disidente) y a la aplastante victoria en la provincia de Buenos Aires, que dejó fuera de combate al peronismo ortodoxo de Eduardo Duhalde y al radicalismo, representado por Raúl Alfonsín, cuya agonía resulta interminable.
Es cierto que para el kirchnerismo no todas son mieles. Se perdió la Capital Federal, donde crece la figura del empresario y presidente de Boca Juniors, Mauricio Macri, abanderado de la centroderecha que encanta a los porteños, mucho más ahora que el actual jefe de Gobierno capitalino, Aníbal Ibarra, será objeto de un juicio político a causa de la tragedia de la discoteca Cromañón, donde perdieron la vida, en diciembre de 2004, 194 jóvenes. Si bien Ibarra no comulgó jamás con Kirchner ni con su estilo áspero, en los hechos eran aliados objetivos contra Macri.
En sus más de seis décadas de existencia, el movimiento fundado por el general Juan Domingo Perón ha sido de una generosidad encomiable: desde la extrema derecha a la extrema izquierda, todos pasaron por sus filas. Pero la recuperación democrática de 1983 fue -poco a poco- depurando la doctrina peronista (que nunca existió). Finalmente, con el arribo al poder del “factor K” (Kirchner) las cosas empezaron a cambiar.
El nuevo escenario global, la racionalidad económica, la facultad de negociar a dos puntas (con EEUU y Venezuela, por ejemplo), y la capacidad de gestión -incluida la sangre fría y hasta ciertas inescrupulosidades-, han convertido al peronismo del tercer milenio, hasta nuevo aviso, en el único interlocutor argentino a la hora de discutir poder. El resto son intentos, brotes, pan para hoy y hambre para mañana, o difuntos que se niegan al sueño eterno. En ese sentido, las pasadas elecciones fueron una bisagra.
¿QUÉ HAY DE NUEVO, VIEJO?
“Soy peronista, pero no me siento identificado por el Partido Justicialista (PJ)”, dijo hace días Felipe Solá, actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, funcionario durante el decenio de Menem. José Nun, actual secretario de Cultura, dijo que “Kirchner es el líder de un movimiento que trasciende al justicialismo”. Esos vientos corren desde hace tiempo. Si se escucha bien, acaso el peronismo como tal, el peronismo clásico, también tenga sus días contados.
El sociólogo y consultor gubernamental Artemio López, con alguna prudencia, se anima a hablar de postperonismo: “La estrategia institucional del FPV tiene todavía en el peronismo una columna vertebral. Entonces, es impensable que la vertiente más tradicional vaya a convertirse en una pieza de museo. Lo que sí creo es que el sistema político argentino está jaqueado por determinaciones que antes no existían”.
Esas determinaciones operan sin concurso de las voluntades personales. Empujadas por el huracán globalizador, obligan a cerrar alianzas regionales y a negociar, en lo posible, de igual a igual: la molestia del Presidente norteamericano George W. Bush con Kirchner por los subsidios a los productos agrícolas, se entiende en un contexto donde el futuro del Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) está en coma, y donde los organismos de crédito internacionales se fueron quedando sin la capacidad de chantaje de antaño.
Los peronistas juran, además, que Kirchner no quiere ser presidente del PJ: “No quiere quedar encorsetado dentro del partido, sino seguir construyendo poder transversalmente, ahora con el respaldo del PJ”, dice un dirigente peronista. Y al que no le gusta, que se vaya.
La revuelta de diciembre del 2001, cuando el pueblo pedía “que se vayan todos”, tuvo eco: entre los gobernadores que apostaron al proyecto de Kirchner, y que se aseguraron una solvencia de caja que nunca antes tuvieron, figuran José Manuel de la Sota, Jorge Busti, Eduardo Fellner, José Luis Rioja, Gildo Insfrán, José Alperovich, Carlos Rovira y Sergio Acevedo.
De la Sota y Acevedo gobiernan dos provincias ricas (Córdoba y Santa Cruz); los demás provincias chicas, empobrecidas y de estructura casi feudal. El federalismo argentino es un problema político y económico: su financiamiento es caro e improductivo.
Para eso también hay un plan: aliarse con los radicales que gobiernan provincias productivas, y operar contra el casi seguro futuro contrincante del actual titular del Ejecutivo en las generales del 2007: Jorge Sobisch, gobernador de Neuquén, aliado de Macri, de claras ambiciones presidenciales, actos y medidas antes que populistas, derechistas; con la ventaja que su provincia, Río Negro, está en el top de las más ricas, producto de años de explotaciones petroleras subsidiadas, con una población más o menos homogénea, más calificada que la media, y que se destaca por sus servicios hospitalarios y la exportación de cítricos de primer nivel. El eco tuvo su coro: los que se fueron, volvieron, todos.
OPOSITORES
La Pampa y Salta son dos provincias de peso, donde Kirchner casi no cuenta: en la primera; los “candidatos K” perdieron por paliza frente a los menemistas Carlos Verna y Juan Carlos Romero.
El otro quid es Santa Fe, la tercera provincia argentina en cantidad de votos e importancia. Históricamente peronista, pero controlada desde hace tiempo por el ex as del automovilismo Carlos Reutemann (que levanta suspiros a su paso, e ignora las invitaciones de Kirchner), se ve amenazada por la primera formación socialdemócrata seria -que gobierna la intendencia de Rosario, y que serían aliados naturales del proyecto del Presidente-, la cual destrozó las aspiraciones peronistas, imponiendo a Hermes Binner como diputado nacional del socialismo por varias cabezas.
Binner será candidato a gobernador, aunque advirtió que los votos son de los ciudadanos, no de los partidos (ni siquiera del PJ), abriendo una rendija posible. “¿Estamos frente a la etapa superior del peronismo? Esta elección contribuyó a ratificar esa convicción. Los últimos protagonistas de ese ciclo fueron Menem, Duhalde y los radicales”, dice Ricardo Rouvier, analista de medios. Pero nadie pone las manos al fuego por el futuro: la insuficiente calidad institucional y los personalismos todavía conspiran contra la previsibilidad del “país normal” que alguna vez postuló el mismo Kirchner. LN
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