La caminata después del estero El Volcán
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A las cinco de la madrugada comenzó la marcha de la compañía Morteros, que a sólo 800 metros del refugio Los Barros encontraría su primera dificultad.
El capitán Carlos Olivares ordenó cruzar por el estero El Volcán, que estaba en parte congelado. Los soldados debieron atravesar de noche su caudal, por lo que todos se mojaron sus zapatos y algunos incluso hasta las rodillas.
Cuatro horas más tarde fue el turno de la compañía Andina. El capitán Claudio Gutiérrez -que a diferencia de Olivares tiene la especialidad de montaña- no habría escuchado los consejos de un cabo que le sugirió retroceder y ordenó construir un puente de ramas para lograr pasar sin mojarse, lo que no lograron todos.
A esa hora todavía no comenzaba la tormenta, que sumada a las ropas mojadas contribuyó a que al final del día murieran 31 hombres de Morteros y 11 de la Compañía Andina. De los muertos, sólo uno era suboficial. Los demás, todos conscriptos que marchaban sin tenida de alta montaña.
Para los Morteros, la tormenta empezó más tarde. Cuando llevaban 15 kilómetros de caminata comenzaron los primeros casos de hipotermia. La compañía trató de mantenerse unida, pero los instructores no dieron abasto y la nieve no permitía ver más allá de dos metros de distancia. Los soldados recibieron la orden de arrojar sus mochilas y fusiles para avanzar con más libertad, pero para muchos eso no fue suficiente.
Los primeros efectivos de la compañía Andina, que unas horas después atravesaron el kilómetro 15, no comprendieron de inmediato qué pasaba. Cuentan que primero vieron bultos, luego distinguieron mochilas, fusiles y coligües clavados y empezaron a entender. Después, los cuerpos aparecerían repartidos por el camino.
Luego, todo fue más difícil. Ellos tampoco venían bien y al ver los restos de sus compañeros, muchos creyeron que tampoco lograrían terminar la marcha. Su única oportunidad era llegar hasta el refugio de la Universidad de Concepción, unos kilómetros adelante a través de la nieve.
A las cinco de la madrugada comenzó la marcha de la compañía Morteros, que a sólo 800 metros del refugio Los Barros encontraría su primera dificultad.
El capitán Carlos Olivares ordenó cruzar por el estero El Volcán, que estaba en parte congelado. Los soldados debieron atravesar de noche su caudal, por lo que todos se mojaron sus zapatos y algunos incluso hasta las rodillas.
Cuatro horas más tarde fue el turno de la compañía Andina. El capitán Claudio Gutiérrez -que a diferencia de Olivares tiene la especialidad de montaña- no habría escuchado los consejos de un cabo que le sugirió retroceder y ordenó construir un puente de ramas para lograr pasar sin mojarse, lo que no lograron todos.
A esa hora todavía no comenzaba la tormenta, que sumada a las ropas mojadas contribuyó a que al final del día murieran 31 hombres de Morteros y 11 de la Compañía Andina. De los muertos, sólo uno era suboficial. Los demás, todos conscriptos que marchaban sin tenida de alta montaña.
Para los Morteros, la tormenta empezó más tarde. Cuando llevaban 15 kilómetros de caminata comenzaron los primeros casos de hipotermia. La compañía trató de mantenerse unida, pero los instructores no dieron abasto y la nieve no permitía ver más allá de dos metros de distancia. Los soldados recibieron la orden de arrojar sus mochilas y fusiles para avanzar con más libertad, pero para muchos eso no fue suficiente.
Los primeros efectivos de la compañía Andina, que unas horas después atravesaron el kilómetro 15, no comprendieron de inmediato qué pasaba. Cuentan que primero vieron bultos, luego distinguieron mochilas, fusiles y coligües clavados y empezaron a entender. Después, los cuerpos aparecerían repartidos por el camino.
Luego, todo fue más difícil. Ellos tampoco venían bien y al ver los restos de sus compañeros, muchos creyeron que tampoco lograrían terminar la marcha. Su única oportunidad era llegar hasta el refugio de la Universidad de Concepción, unos kilómetros adelante a través de la nieve.
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