PANAMA: UN PAÍS MEJOR REPARTIDO
Por Roxana Muñoz
Panamá aparece en estudios e informes internacionales como uno de los países más prósperos de la región; todavía hay varios pasos que dar para que esa abundancia alcance para todos.
Foto: LA PRENSA/ Eric Batista
La cinta costera ofrece la cara próspera y sofisticada de Panamá. Frente a las imponentes torres que la bordean y el incesante martilleo de las nuevas que se construyen, a 2 mil 500 dólares el metro cuadrado, es evidente la riqueza de este país.
Y las estadísticas sobre Panamá suelen mostrar este rostro. Semanas atrás, el Programa de Desarrollo Humano de Naciones Unidas (PNUD), lo ubicó en la posición número 60 dentro de una lista de 182 países.
En una escala de 0 a 1, Panamá obtuvo 0.840 en el Índice de Desarrollo Humano. Una buena nota, ganada gracias a una buena calificación en esperanza de vida: 75 años; un buen porcentaje de alfabetismo: 93% y un producto interno bruto per cápita de 11 mil 391 dólares al año.
Eso lo coloca entre los mejores sitios para vivir en Latinoamérica. Detrás de Chile (44), Argentina (49) y Costa Rica (54) y por encima de Brasil (75) y Colombia (77).
Un panameño gana tres veces más que un nicaragüense, dos veces más que un guatemalteco e, incluso, 549 dólares más al año que un costarricense.
Esas cifras no desentonan con el país que el año pasado rompió su marca de venta de autos nuevos: 43 mil 230. El que la joyería Tiffany & Co. escogió este año para abrir una de sus exclusivas tiendas; en el que la cadena hotelera Hilton, según anunció en mayo, está por abrir cuatro hoteles, uno de ellos mirará a la cinta costera.
De visita en Panamá, el año pasado, el premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, dijo: "No todos los países pueden regocijarse de un crecimiento como el que tienen ustedes".
Sin embargo, todavía falta para que las bonanzas de este Panamá alcancen al panameño indígena de Playón Chico, en Kuna Yala, e incluso al capitalino de clase media que agradece poder pagar un hospital privado en vez de esperar meses por una cita en la Caja de Seguro Social; el que hace hasta lo imposible por enviar a sus hijos a un colegio privado, porque no confía en la educación oficial y el que hace malabarismo por pagar la letra de su carro porque el transporte público es ineficiente.
Desigualdad. América Latina no es la región más pobre, pero sí la más desigual. El Índice de Desarrollo Humano revela que la peor distribución de la riqueza se da en esta parte del planeta. Brasil, Colombia, Bolivia, Honduras y Panamá están entre los que peor la distribuyen.
El 10% de la población panameña más rica recibe el 41% de la riqueza, mientras que al 10% más pobre le toca el 0.8%.
El país con el mejor índice de desarrollo humano, Noruega, distribuye así su riqueza: el 10% más pobre recibe 3.9% de la riqueza y el 10% más rico se queda con un 23%.
Paulina Franceschi, quien es la coordinadora de PNUD en Panamá, comenta que esa desigualdad explica por qué este país avanza en los índices de Desarrollo Humano, pero de manera lenta; hace dos años estaba en la posición 62.
Hablar de distribución de la riqueza no es tomar el dinero y darle una tajada igual a todos, sino lograr que esa abundancia se refleje en el bienestar y oportunidades para los ciudadanos. Cuando se habla de riqueza, el mismo PNUD advierte que no hay que creer que el crecimiento económico significa por sí solo bienestar. Un país como Uruguay (50), también con 3 millones de habitantes, tiene un PIB per cápita menor al de los panameños, pero que impacta más y mejor en sus ciudadanos.
El panameño percibe que del servicio privado recibe una mejor atención. En países como España y Francia, sus ciudadanos consideran la atención pública como una opción, y buena. Se pagan más impuestos que se revierten a la comunidad.
Concentración en la capital. Las oportunidades y la riqueza se concentran en pocas áreas, la principal es la ciudad capital, a donde los jóvenes de provincias se trasladan en busca de alternativas de educación y trabajo.
Franceschi comenta que "amerita trabajar en otros polos de desarrollo y que la riqueza llegue más allá de la región interoceánica".
Agrega que lo anterior debe ir acompañado con reformas en el sistema educativo, "las que no se han logrado hacer" a pesar de algunos intentos, pero que urgen para que el sistema ofrezca una educación de calidad necesaria para obtener empleos.
Más que números y letras. El sistema educativo tiene fallas. Entre 11 países latinoamericanos evaluados sobre la calidad educativa, por la Unesco, Panamá obtuvo el puesto número ocho, según resultados presentados el mes pasado.
Uno de los talones de Aquiles es la matemática. A Maira de Thompson, directora general de Admisión de la Universidad de Panamá, este resultado no le sorprende. Explica "que para muchos estudiantes esta materia es el cuco, y en secundaria [muchos] para evitar los números deciden estudiar comercio. Cuándo llegan a la Universidad se dan cuenta de que la carrera que desean incluye matemática y no tienen esa base".
La Oficina General de Admisión también recibe las consecuencias del intento del Ministerio de Educación en la última década de ampliar los bachilleratos hasta llegar a 68.
Según Thompson, se crearon estos nuevos bachilleratos, pero algunos no son requisitos válidos para ingresar a una carrera universitaria. Añade que los bachilleratos no preparan a los estudiantes para trabajar, necesitan ir a la universidad.
Se invierte en educación, pero lo que percibe Paulina Franceschi es que mucho de este presupuesto está dirigido a la estructura, lo que sería salarios y mantenimiento. Se paga un precio alto para que la maquinaria funcione, lo cual es importante, pero no cumple su cometido.
Pobreza con distintas caras. Para los que ven a Panamá desde afuera, la pobreza no es como en otros lados. Al caminar en los barrios de zonas urbanas puede verse a través de las puertas televisores caros con servicio de televisión por cable y teléfonos celulares y durante los fines de semana, especialmente en las quincena fluye el dinero para comprar cajas de pintas de cerveza, comenta un consultor extranjero que ha trabajado en Panamá para organismos internacionales. Explica que en esas familias también hay necesidades y lo peor es que los jóvenes están más expuestos al riesgo social.
Para las mujeres que trabajan en la Coordinadora de Mujeres Indígenas de Panamá, Conamuip, la pobreza tiene otra cara.
Sonia Henríquez es la líder de este grupo que tiene una oficina en la Avenida Perú, allí las integrantes, todas voluntarias, entran y salen después de salir de sus trabajos y en el tiempo que les queda después de atender a su familia.
Henríquez ha oído una y otra vez decir: "ustedes [los pueblos indígenas] no quieren el desarrollo". Ella les responde: "Sí, queremos el desarrollo", pero dándole su justo valor a las tradiciones y a la visión indígena.
Irma Carpintero, del pueblo Ngäbe Buglé, comenta que cuando ella estudió el maestro la dejaba vestir con la ropa de uso diario. Ahora, las escuelas les exigen a los estudiantes ngäbe que "vayan en uniforme. Los padres no pueden comprarlo y dejan de enviarlos".
La razón de los uniformes es que no exista una diferenciación entre los estudiantes. Pero para los pueblos indígenas se han convertido en una restricción.
Sonia Henríquez ofrece otro ejemplo: "Las maestras le piden al niño que lleven para una manualidad una botella de dos litros de soda; esto no hay en la comarca. Me ha tocado llevarla de aquí [de la capital]".
La kuna Antonia Alba cuenta que entre Mulatupu, Ustupo, Aligandí Playón Chico, Narganá y Cartí hay seis centros de primer ciclo. Pero solo en Playón Chico hay una secundaria completa, donde se dicta el bachiller en agropecuaria. "Y no todos quieren estudiar eso, y por eso tienen que salir de la comarca".
Agrega Alba que si hay muchas necesidades se destinan los recursos a "que el más grande termine su carrera y se priva a los más chicos".
En cuanto al renglón de salud, las mujeres de Conamuip están preocupadas por los aumentos de VIH/sida, malaria y tuberculosis en la comunidad, sienten que ha hecho falta una campaña dirigida a los pueblos indígenas, en su idioma, tomando en cuenta sus valores para orientarlos.
Estas dirigentes también han visto el aumento de infraestructura de salud en sus comunidades. Antonia cuenta que hace poco estuvo en un centro de salud, en una comunidad Emberá, que "hasta contaba con persianas", y para ella es un adelanto; en el barrio de San Miguelito, aquí en la capital, donde ella reside el centro de salud tiene ventanas de bloques ornamentales.
Sin embargo, el centro emberá apenas tenía personal de servicio y las medicinas estaban vencidas, las personas que estaban allí le dijeron que no podían usarlas, pero tampoco botarlas, porque eran la prueba de que las medicinas se mandan al lugar.
Esto refleja lo que pasa cuando se invierte en infraestructura , pero se olvida desarrollar los sistemas que le permitan funcionar.
Una fuente que no quiso ser identificada comenta que el otro problema es que esas inversiones no son controladas, " no se da el seguimiento que debe ser ". Esto se evidencia en las denuncias al programa de la Red de Oportunidades por duplicidad de pagos o pagos a personas fallecidas, según el ministro Guillermo Ferrufino. Mientras que sobre el Fondo de Inversión Social, su actual director ha dicho que anteriormente se usó "como bastión político para resolverle los problemas a los afiliados del partido gobernante".
Los atajos. La palabra clientelismo no le resulta familiar a la mayoría de los panameños, pero sí juega vivo, es lo mismo.
La manera como el panameño intenta emparejar las desigualdades es con el juega vivo, lo que a su vez genera más desigualdad. Las oportunidades llegan a los que tienen el chance de aprovecharlas
El Informe Nacional de Desarrollo Humano abordó ese aspecto el año pasado, encontrando interesantes reflexiones al respecto.
Los panameños reconocieron practicar formas de juega vivo en la vida diaria: buscar quién le ayude con un trámite para no hacer fila, pagar una coima para evitarse una boleta de tránsito.
Entre un grupo de jóvenes consultados, pertenecientes a la clase media se consideró que estaría mal que los padres no ayudaran a sus hijos a través de ‘palancas' o ‘amiguismo' a conseguir un puesto de trabajo, por ejemplo. Lo que según el informe es una manera de aceptar el nepotismo.
Mientras tanto, un conjunto de adultos con baja escolaridad aceptó que el juega vivo está mal, "pero es necesario para sobrevivir" y que si ellos no lo hacen otros lo harán.
Hay que combatir el clientelismo, pero será difícil mientras las personas no crean que por los canales correctos va a conseguir lo que necesitan. Eso incluye desde la oportunidad de ganar limpiamente una licitación hasta obtener a tiempo un cupo para el doctor en la Caja de Seguro Social.
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