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Fue un tremendo error de la izquierda vender el mito de que a Allende lo habían matado

Fue un tremendo error de la izquierda vender el mito de que a Allende lo habían matado

Max Marambio adelanta el nuevo capítulo de "las armas de ayer"

La Nación

Por Boris Bezama

Nunca se imaginó al Presidente subiendo a un avión en pijama, ni menos envejeciendo en México junto al PRI. El ex jefe de seguridad del Presidente socialista habla de las primeras impresiones que tuvo Fidel cuando se enteró de la muerte que enlutó a medio mundo.

Vivió un año y medio, día y noche, junto a Salvador Allende cuando el Presidente era un súper star y conoció de cerca todos sus secretos políticos y personales. Protagonista principal de una época extremadamente convulsionada que hasta hoy divide a los chilenos, Max Marambio fue el jefe de seguridad del Presidente Salvador Allende y también estuvo con él en la madrugada del fatídico 11 de septiembre, aunque ya no ejercía esa función.

En un adelanto del nuevo capítulo "Las armas de ayer", que narra los últimos momentos del Presidente, el hoy exitoso empresario con estrechos vínculos en Cuba, rememora detalles inéditos de esos mil días que marcaron la vida de Chile. Y cuestiona a la izquierda que por décadas alimentó la tesis de que Allende no percutó el tiro que lo convirtió en mito.

-¿Usted sabe cómo reaccionó Fidel Castro ante la noticia de la muerte de Salvador Allende?

-Fidel estaba en la India y en la madrugada debía continuar viaje a Viet Nam. Cenaba con Indira Gandhi cuando comenzaron a llegar noticias bastante confusas respecto a lo que sucedía en Chile. Indira le dijo que se había recibido un cable de prensa que señalaba que Allende había salido hacia el exilio en unión de su familia y Fidel respondió de inmediato: "No creo eso. Si de algo estoy seguro es que Allende resistirá hasta el final en La Moneda".

-¿Y al igual que muchos, Fidel creyó también que a Allende lo habían matado?

-Desconozco las informaciones que recibió en los primeros momentos, pero en un discurso que se realizó en La Habana, el 28 de septiembre de 1973, Fidel recalcó que si se hubiera disparado a sí mismo, ello no le quitaba ningún mérito a la heroicidad de su gesto, legitimando el valor político de su decisión.

-Pero en los primeros años del golpe y hasta hace poco se manejó la versión épica del crimen.

-Es verdad, por décadas la izquierda construyó el mito de que a Allende lo habían matado en el combate. Pero, ignorar la dimensión de su gesto fue un insulto gigante y una muestra de falta de sensibilidad política, fue atropellar una decisión personal sublime, algo que elevó la dimensión ética de los chilenos a un nivel que concitó la admiración y la solidaridad de todo el mundo.

-En todo caso, esa imagen del Presidente mártir sirvió para congregar a la resistencia.

-Él no tenía vocación de mártir, pero demostró ser un hombre consecuente hasta el último momento. Había dicho que a él lo tenían que sacar con los pies por delante de La Moneda, porque su posición encarnaba la soberanía del pueblo chileno. ¿Te lo imaginas montando en avión vestido en pijama para ser enviado a cualquier parte como un fardo bochornoso? ¿Qué habría sido de nosotros? ¿De nuestro país con Allende como exiliado político envejeciendo en cualquier parte del mundo?

-Habría sido una historia totalmente distinta con un protagonista más y no con un héroe como la izquierda mundial lo concibe.

-Gracias al gesto de Allende el mundo miró a este país a través de su sacrificio.

-¿Cómo califica entonces que la izquierda haya "vendido" esa versión?

-Fue un error tremendo. A mi modo de ver, la trascendencia política y ética de Allende fue elegir la muerte para honrar la vida. Aunque lo que escogió para él trató de evitárselo al pueblo chileno: nunca estuvo de acuerdo en un proyecto que no fuera la legalidad y finalmente fue uno de los pocos que la defendió con las armas en la mano. Cuando en medio del combate la gente llamaba a La Moneda les decía: "Usted dedíquese a lo suyo". Sólo cuando lo llamó Miguel Enríquez, le dijo: "Ahora es su oportunidad, ahora llegó su momento". Ese fue el tributo a lo que creía, fue un acto gigante.

-¿Fue su suicidio una forma de pagar el "error" de haber estimado que la vía pacífica era la alternativa para llegar al socialismo?

-No. La muerte de Allende fue la consecuencia final de su propio legado político. Transgredir la legalidad y terminar encabezando la lucha en un barrio, como San Miguel, tal cual le ofrecimos, no era lo suyo. Ya en junio de 1973 la seguridad le planteó esa alternativa al ver que el golpe era inevitable y que se debía ir a otra parte, donde hubiera posibilidades de que el proceso continuara. La respuesta fue siempre "yo me muero en La Moneda. El que quiera me acompaña; el que no, está en libertad de irse".

-¿Esos pasajes son relatados en el nuevo capítulo de su libro? ¿Está entre ellos la ayuda ofrecida por los cubanos para combatir en Chile?

-Sí, los cubanos de la embajada le ofrecieron combatir a su lado si él lo solicitaba. Pero siempre repitió lo mismo: "Dedíquense a lo suyo, ustedes tienen que proteger su embajada, yo me voy a quedar aquí". Ni siquiera aceptó que la gente fuera para La Moneda, porque él lo veía como parte de su legado político.

MACUQUERÍA ALLENDISTA

-¿Por qué cree que Allende lo nombró jefe de seguridad?

-Por su macuquería típica, por su famosa muñeca negociadora. Durante las elecciones, las acciones directas del MIR se convirtieron en un problema para su campaña. Entonces, negoció con nosotros. Y el MIR acordó, con una lógica inspirada en cierta condescendencia, darle una oportunidad para que perdiera tranquilo y no nos echara la culpa, ya que teníamos la convicción absoluta de que no iba a ganar. Él nos dijo: "Muy bien, hagamos una cosa, si yo gano, ustedes se hacen cargo de mi seguridad". Tenía el feeling de que iba a ganar, y así nos lo hizo saber el día de la elección: "Acuérdense que tenemos un compromiso". Era una manera de "

-Darles una oficina en el subterráneo.

-Más bien en el segundo piso, para mantenernos cerca. Pero no nos tenía mala voluntad, sino simpatía gruñona, como papá con los hijos díscolos.

-¿Cómo fue ese día para ustedes?

-Fue como un traspié a nuestras tesis revolucionarias y nos decíamos "qué curioso que ganó en los votos, pero ahora le darán un golpe de Estado". Y la verdad así fue. De tan anunciado nadie se preparó realmente para el golpe, ni siquiera el MIR, que terminó teniendo muchas contradicciones con Allende

-En el tiempo que fue encargado de la seguridad de Allende, ¿cómo fue cambiando su estado de ánimo desde la toma del poder con todo el fervor del triunfo de la UP a la caótica situación que vivía el país en 1973?

-Allende era un tipo extraordinariamente fuerte, era un resistente, un combatiente. La broma usual que él hacía antes de ganar las elecciones era preguntar qué iba a decir su lápida: "Aquí yace Salvador Allende, futuro Presidente de Chile". Llevaba cuatro campañas presidenciales.

-Pero debe haber estado bastante preocupado con los últimos acontecimientos.

-Nunca lo vi desalentado, deprimido, asustado, ni acorralado. Jamás. Ni siquiera cuando nos encontramos la noche previa al golpe, en que lo noté serio y preocupado, incluso sombrío, ante las perspectivas nefastas que se le mostraban a un político tan agudo como él, pero aún así no era un hombre disminuido.

-¿Y cómo era en sus relaciones sentimentales?

-La confianza que Allende depositó en mí, no me da la libertad de poder hablar con entera franqueza de estos aspectos de su vida. Uno adquiere obligaciones éticas y yo tengo mis propios límites al respecto. Sólo digo que Allende era un tipo muy vital y la vitalidad también tiene lo vigorizante del poder. Es obvio que cuando las cosas no salen bien esa vitalidad también baja. El último tiempo no tenía demasiadas ganas, ni demasiadas posibilidades de tener diversiones personales. Estaba muy cerca de la Payita y en sus escasos momentos de descanso buscaba tranquilidad y sosiego.

 

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