Si bien la globalización ofrece nuevas oportunidades para el progreso, también han surgido nuevas fuentes de inestabilidad y exclusión
Por Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Presidente del Senado
Foto: Presidente del Senado, Eduardo Frei Ruiz-Tagle
Esta semana estuve en China, invitado por la Universidad de Beijing, participando en el Beijing Forum 2007, evento que contó con la presencia de investigadores y académicos de más de treinta países, en el que se abordaron las transformaciones que se han producido en el mundo en los últimos años.
En mi intervención sostuve que si bien la globalización ha generado nuevas oportunidades para el progreso de los pueblos, también ha dejado en evidencia la aparición de nuevas fuentes de inestabilidad y riesgos de exclusión para aquellos países que no están adecuadamente preparados para las fuertes demandas de competitividad mundial.
En este sentido, me preocupa que el desarrollo haya olvidado que su objetivo más importante debe ser el hombre. Aunque la globalización ha permitido multiplicar la riqueza, todavía hay tres mil millones de personas que viven en la pobreza, 980 millones luchan por sobrevivir con un dólar diario y la distancia entre ricos y pobres es cada día más difícil de superar.
Ello ha incidido en el surgimiento de una diversidad de grupos, culturas e ideologías, que reclaman, con distintos métodos, su espacio y validez, muchas veces expresando el resentimiento de largo tiempo de postergación, olvido y menoscabo. En consecuencia, estamos inmersos en un escenario en que hay amenazas, conductas intolerantes y también violencia.
Esta realidad nos obliga a centrar nuestros esfuerzos en la construcción de un mundo más armonioso. Ello implica, en primer lugar, buscar una ética globalizadora que adhiera a valores universales compartidos, tales como el respeto por la vida y la dignidad de las personas; la no violencia para resolver los antagonismos; la existencia de un orden económico justo y solidario; y la tolerancia hacia las distintas expresiones culturales.
Un segundo desafío para la humanidad es alcanzar un estado de coexistencia pacífica entre todos los países. Lejos de las hegemonías actuales, es necesario que todas las naciones acaten las resoluciones de las entidades multilaterales y las normas de la diplomacia y la ley internacional.
Esto incluye el derecho de cada uno de los miembros de la comunidad mundial, de optar en forma independiente por su propio camino de desarrollo y animar y apoyar los esfuerzos por resolver pacíficamente las disputas y conflictos internacionales.
Pero sin duda que una de las grandes tareas que tenemos por delante, para lograr un progreso homógeneo, está en el ámbito comercial. Es cierto que la globalización de los mercados ha ofrecido a los países en desarrollo amplias oportunidades de mejor integración en la economía mundial. No obstante, estos procesos han resultado en muchos casos infructuosos producto de las prácticas proteccionistas de las economías desarrolladas.
A ello se suman los problemas propios del mercado financiero, en especial la volatilidad y los fenómenos de "contagio", que han afectado duramente a los países de América Latina y el Caribe en los últimos quince años en términos de crecimiento económico y equidad.
Estos factores generan inestabilidad y son la manifestación más evidente de la progresiva asimetría entre el dinamismo de los mercados y la inexistencia de una gobernabilidad económica justa.
Por eso, debemos abogar por la creación de una institucionalidad apropiada para la globalización financiera, que tenga la capacidad de definir reglas que reduzcan la incertidumbre y que permitan que todos los países se sumen al sistema económico internacional, dándoles voz y presencia en el mismo.
Por último, no habrá una civilización universal en armonía si seguimos destruyendo nuestro planeta. La evidencia científica en torno al fenómeno del cambio climático constituye una seria amenaza al futuro de la humanidad.
Debemos entonces, construir un nuevo consenso global político, que genere, sobre el principio de responsabilidades compartidas, pero diferenciadas, una acción colectiva que resuelva este problema. Todos deben contribuir a ese objetivo, muy especialmente aquellos que más contaminaron y que ya se desarrollaron.
Hoy sabemos que el destino de la humanidad es interdependiente. No hay espacio para el aislamiento y, por lo tanto, o caminamos juntos hacia el conflicto o buscamos un mundo más armonioso y equilibrado para cumplir con nuestro anhelo de conformar un orden mundial más justo y más estable.
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