Los días de amor y miedo de Miguel Enríquez
Miércoles 31 de octubre de 2007
Por Rodrigo Alvarado E. / La Nación
Carmen Castillo habla del documental "Calle Santa Fe, un amor revolucionario"
El 8 de noviembre en el Cine Hoyts, la cineasta estrena la cinta sobre su corta vida con el líder del MIR, la historia del movimiento y la relación con su familia.
Foto: “‘Calle Santa Fe...’ es una película en que lloras, ríes y piensas”, dice Carmen Castillo. Foto: José Luis Bustos.
Cinco de octubre de 1974. Tres agentes de la DINA dan con el paradero Miguel Enríquez. El líder del MIR llevaba diez meses viviendo clandestinamente junto a su mujer embarazada, Carmen Castillo y las hijas de cada uno, Javiera y Camila, en una casa ubicada en calle Santa Fe 725, en Gran Avenida.
Ese día ya no estaban las niñas, pero sí otro dirigente del partido, Humberto Sotomayor y José Bordas, quienes lograron escapar antes de que Enríquez cayera muerto con diez balas en el cuerpo, luego de repeler el ataque.
"Por unos minutos cambió toda mi vida", dice la hija del ex rector de la Universidad Católica Fernando Castillo Velasco y de la actriz Mónica Echeverría, quien en esa mañana había encontrado una nueva casa, y ahora, en cambio, se desangraba en la calle. Castillo fue dada por muerta y por años ni ella misma supo como llegó al Hospital Barros Luco, donde un enfermero le daba fuerzas, mientras un doctor le salvaba la vida y otro retenía a los agentes, lo que posibilitó dar la alerta de que estaba viva y exigir su inmediata liberación.
"ERA LO NORMAL"
Castillo se exilió en Inglaterra. A los dos meses de nacido murió el hijo que sobrevivió a la balacera en su vientre, Miguel Ángel. Luego se fue a París con Camila (su hija con Pascal Allende) e inició una vida como documentalista: "La verdadera leyenda del Sub Comandante Marcos" (1995) y "José Saramago, el tiempo de una memoria" (2003), entre otros.
Pero el día que sus antiguos vecinos de San Miguel le contaron que uno de ellos la tomó en medio de las balas y la subió a una ambulancia, volvió cámara en mano al lugar donde perdió al amor de su vida para hacer el documental "Calle Santa Fe, un amor revolucionario".
"El motor es el deseo de comprender el acto de resistencia de Miguel, pero es el encuentro con Manuel Díaz, mi vecino obrero, el que me hace surgir el deseo de contar esta historia. Me dice que lo que hizo fue normal, que era lo que tenía que hacer"
Y continúa: "Luego me dice que Miguel salió a la esquina y que se devolvió a la casa. No sé si es verdad, pero habla de que en calle Santa Fe ha surgido una leyenda, que Miguel no sólo resiste la dictadura sino que también lo hace con un gesto de amor. Las dejé, porque la memoria de la gente es la que nunca consultamos", comenta.
Según ella, "Calle Santa Fe" es "una reconciliación" con Chile. Con música de Juan Carlos Zagal, retrata su vida en la clandestinidad, pero también la historia del MIR y la relación con sus padres. El soporte visual está determinado por imágenes de archivo como la de Pablo Honorato reporteando la muerte de Enríquez, testimonios de su familia, de los padres de los hermanos Vergara y de los vecinos Sanmiguelinos, en los tiempos que "si hacías huevos revueltos debías hacerlos bien porque todos los días podían ser el último", recuerda.
Un detalle: las personas que dan su testimonio (Pascal Allende, Patricio Rivas, Mónica Echeverría, etc.) no salen identificados. "No sirve para nada, después de pasar el malestar de no saber quiénes son, el público se acostumbra. Al final aparecen con una reseña, que la gente en Cannes terminó llorando y aplaudiendo siete minutos".
3 comentarios
Hambita -
Leyenda mapuche. Chile.
Antes de que los mapuches descubrieran cómo hacer el fuego, vivían en las "casas de piedra", en las grutas de la montaña. Cuando Cheruve se enojaba llovían piedras y ríos de lava; a veces caía del cielo como un aerolito. Cada estrella era un antiguo abuelo iluminado que cazaba avestruces entre las galaxias. El sol y la luna, daban vida a la tierra, eran padre y madre. El canto nocturno del chuncho era signo de enfermedad y muerte.
En una de las grutas vivían Caleu padre, Mallén madre y Licán, la hija. Una noche Caleu divisó en el cielo un signo nuevo, une enorme estrella con cabellera dorada en el poniente. Se parecía a la luz de los volcanes...¿habría desgracias, incendiaría los bosques? Los mapuches vigilaban por turno junto a sus "casas de piedra".
Preparándose para el invierno, las mujeres subieron a la montaña por los frutos de los bosques. Millén y Licán buscaban piñones dorados, avellanas rojas, raíces y pepinos del copihue. Si no volvían antes de la noche se refugiarían en una gruta del bosque. Las mujeres, cargadas con canastos de enredaderas, conversadoras y risuñas, parecían una convención de choroyes.
El tiempo pasó y cuando se dieron cuenta que el sol estaba por ocultarse.. Las mujeres, asustadas, gritaban que había que descender. Mallén les advirtió que no tendrían tiempo y se perderían en la noche. Entonces se dirigieron a la gru;ta por un sendero rocoso; al llegar vieron en el cielo del Poniente a la gran estrella de cola dorada. La abuela Collalla exclamó que aquella estrella traía un mensaje de los antepasados, con lo que los temerosos niños se aferraron a las faldas de su madres. Recién entrando a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando a los espíritus protectores: el sol y la luna. Cuando pasó el terremoto, la montaña continuaba sus estremecimientos.
Todos estaban bien y al mirar hacia la boca de la gruta vieron cómo afuera caía una lluvia de piedras que al chocar lanzaban chispas. Collalla gritaba que esas eran piedras de luz, regalos de los antepasados. Las piedras rodaron cerro abajo encendiendo un enorme cohiue seco que se erguía al fondo de una quebrada. Las mujeres se tranquilizaron al ver la luz, era el fuego que la estrella mandaba para que los mapuches ya no tuvieran miedo de los espíritus de la noche. Llegaron los hombres buscando a sus mujeres y niños. Caleu, y luego los otros, tomaron una rama ardiente bajaron la montaña hasta sus casas. Los demás, al oír el relato, tomaron las piedras de la luz y fotándolas junto a las hojas secas producían el fuego.
Desde entonces, los mapuches ya no tuvieron miedo, tenían como alumbrarse, calentarse y cocinar los alimentos.
Leonardo Pizarrro -
Leon -
Especialmente la infame clase de los RETORNABLES, los qu evolvieron del exilio reclamando derechos y pidiendo su parte en la repartija.