El miedo a los chilenos
Diario La Nación, 23 de mayo de 2007
Por Pepe Auth
Secretario general de PPD
Fui embajador de Chile en Suecia por cuatro años y tuve la oportunidad de conocer la experiencia de miles de chilenos que viven fuera, a quienes ni la distancia ni el tiempo han erosionado su amor a la patria. Tan intensamente chileno se siente el anciano que dejó su país natal hace 30 años y con esfuerzo apoya los estudios universitarios de la hija de su hermano que vive en Concepción, como el adolescente adoptado a los tres meses de vida por una familia nórdica que comenzó a soñar repetidamente con pumas bajando a beber a un riachuelo hasta que descubrió que había nacido en Panguipulli, "tierra de leones" en su mapudungún natal.
Nunca comí tanta empanada, bailé cuecas tan pisoteadas ni canté tan intensamente el Himno Nacional como en la infinidad de pueblos suecos donde encontré un puñado de chilenos más identificados con la patria que muchos de nosotros, tan comprometidos, tan disponibles para acudir al llamado solidario de la Teletón, la Sonrisa de Mujer o la ayuda después de un terremoto. Una dimensión muy importante de lo que pude hacer por estrechar la relación e incrementar el intercambio entre Chile y Suecia pasó por nuestros compatriotas que allí residen.
Donde estén, están pensando en establecer un puente con su país. En un mundo globalizado, los que viven en el exterior representan un tremendo capital para el desarrollo cultural, social y económico del país. La posición del vino chileno en Suecia tiene que ver con la presión de consumo que ejercieron hace casi dos décadas los chilenos residentes para que ingresaran nuestros Cabernet Sauvignon, hoy cepa preferida de la familia sueca.
Todos los grandes países han entendido que la patria en el siglo XXI no reside en los límites de la geografía de cada país, sino que en los rincones del globo donde hay alguien cuyo corazón late con lo que le sucede a sus compatriotas.
Chile comienza en Visviri, pero ya no termina en el Cabo de Hornos. El país vive allí donde hay personas que se identifiquen con él y su historia, que vibran y se comprometen con su futuro. Italia no deja partir a nadie, incluso recupera a los hijos y nietos de quienes partieron hace casi un siglo.
Por eso era tan importante que al histórico cambio de la ley de nacionalidad que aprobamos hace un año, sumáramos otra señal de interés de Chile en todos sus hijos: el derecho a voto de los ciudadanos que viven en el exterior. No es un capricho ni una dádiva, sino un derecho constitucional que no tiene por qué perderse al residir fuera. Siguen siendo chilenos, deben mantener sus derechos ciudadanos y la posibilidad material de ejercerlos.
Estamos acostumbrados a ver filas de peruanos, italianos, españoles, estadounidenses y argentinos votando en sus consulados y embajadas al mismo tiempo que sus compatriotas en los territorios de origen. Nada justifica que Chile no consagre para quienes viven en el exterior su derecho constitucional a ejercer la ciudadanía.
Sin duda lo que ha ocurrido en el Parlamento es negativo para Chile y su desarrollo futuro. Nos ha mostrado la inconsistencia de Renovación Nacional y de su líder presidenciable, Sebastián Piñera: en junio de 2006 fue a Estocolmo a reunirse con las asociaciones de compatriotas y se comprometió a abogar por su derecho a voto en las elecciones presidenciales, sin más restricción ni requerimiento que ser ciudadano chileno, inscribirse en los consulados y concurrir a votar en ellos.
La UDI votó en contra y RN se abstuvo. Después de haber puesto como condición haber viajado al país en los últimos cinco años -faltó indicar que el traslado debía hacerse por LAN-, a la hora nona agregó como requisito que los chilenos vinieran a inscribirse al país para poder votar afuera. Una suerte de voto censitario. La verdad es que primó el miedo a la gente. El mismo pánico que ha impedido dar paso a la inscripción automática que permita incorporar a más de dos millones de jóvenes que no están inscritos para votar; el mismo pavor que ha impedido cambiar el sistema binominal para terminar con la exclusión política.
La mayor parte de los residentes afuera están en Argentina y EEUU. Se trata casi exclusivamente de personas que emigraron por mejores horizontes laborales y económicos, nada permite pensar que su voto tiene una inclinación particular. E incluso en países considerados de comunidades chilenas politizadas, como Suecia, resulta que de los poco más de 30 mil que llegaron a ese país, sólo 5 mil lo hicieron en el período de persecución política más dura, 15 mil en la década de los '80 y 6 mil durante la democracia, en los '90.
Estoy seguro que su participación en elecciones nacionales nos depararía más de una sorpresa. La derecha debería abrirse a la renovación y ampliación del padrón electoral, que está estancado hace más de una década y envejece cada año aceleradamente. Ha perdido 19 elecciones con éste. Con uno nuevo, que incorpore a los jóvenes y los residentes en el exterior, lo peor que podría ocurrir es perder de nuevo.
Lo que ha hecho es negarle a una parte de Chile su condición de chilenos. Lo que ha hecho Piñera es demostrar que nunca podría desarrollar un Gobierno nacional y democratizador con un sostén político tan atrabiliario y resistente al cambio.
Seguiremos trabajando hasta conseguir que todos los chilenos puedan ejercer sus derechos y todas las corrientes significativas puedan estar en el Congreso. Para lograrlo necesitamos que los residentes en el exterior movilicen a sus familias por ese objetivo, que los jóvenes muestren su fuerza renovadora y que todos nos movilicemos contra la ley maldita que consagra la exclusión política.
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