Blogia
Centros Chilenos en el Exterior

Los señores del valle

Los señores del valle

La transformación del Elqui en un parronal industrial

Los místicos acudían a ver ovnis y extraterrestres, pero quien finalmente descendió de los cielos fue Andrónico Luksic a bordo de su helicóptero. El valle ya no es lo que era. De pequeños huertos familiares heredados por generaciones se ha pasado a la explotación industrial con cuadrillas de temporeros y contratistas que importan trabajadores bolivianos y peruanos. Hoy, los reyes son el mentado Andrónico y Jorge Errázuriz, controlador de Celfin, uno de los grandes operadores de bolsa. Los místicos son residuales, pero nuevos liderazgos se oponen a las consecuencias de la industrialización del valle mítico.

Juan Sharpe
Nación Domingo

En 1991, Andrónico Luksic había comprado el fundo La Ciénaga en Montegrande, en sociedad con Jorge Errázuriz. Fue su desembarco en el valle. Para conocer al vecindario organizó una cena en su nueva casa. Junto a Patricia Lederer, entonces su esposa, invitó a algunos notables de su nuevo barrio. Con él estaban Errázuriz y el ex director de Impuestos Internos Francisco Fernández. Invitaron a Fernando Valdés, un santiaguino aventurero que había instalado en las afueras de ese pueblo instalando una galería de arte llamada Alma Zen, y a la que entonces era su mujer, Isabela Rastello, a Patrick Garreau, al pintor Iván Durán y a Juan Carlos de la Barra con su pareja, entre otros personajes. Rastello, que quedó sentada frente al anfitrión, llevaba una hoja para conseguir firmas para luchar contra el entubamiento del río Claro, un proyecto de Endesa que crispaba a los lugareños y ecologistas. Temían que acabaría por arruinar el valle de Cochiguaz, su tradición hortelana y su promesa de misticismo new age. Durante la cena, alguien sacó a colación el asunto y Andrónico le dijo a la mujer que no firmaría y que “mejor transemos”. Entonces Valdés, que estaba sentado en la cabecera, golpeó la mesa con el puño haciendo saltar los platos y dijo: “Nooo, aquí no se transa nada”. Los vasos temblaron y la fiesta se tensó. Isabela Rastello, indignada con el ofrecimiento, dijo: “El río Cochiguaz se va a entubar sobre mi cadáver”. Se levantó para irse y los demás la siguieron. Patricia Lederer, en cambio, dijo que estaba de acuerdo en que el río Claro no debía ser entubado y firmó el cuaderno que pedía la paralización del proyecto, firma que había negado Luksic.

Errázuriz, que acababa de llegar de Colombia, traía buenos discos de vallenato y puso uno fuerte para salvar el incidente, pero igual el grupo de invitados díscolos se fue, marcando la distancia que desde entonces habría entre los lugareños, los místicos y los empresarios que acababan de aparecer de los cielos financieros.

Rastello tenía en su casa de Montegrande un puesto para vender esencias de flores que ella misma destila en un alambique. Al día siguiente de la cena fallida sonó la campana de su tienda y al abrir la ventana de su quiosco, Isabela encontró a Luksic, Errázuriz y Fernández frente a su mostrador. Andrónico, amable, compró algunas esencias y pagó con un cheque. Quería hablar más cómodo y ella lo hizo pasar a su casa. Los amigos se quedaron fuera, en el estacionamiento.

La entrevista duró horas y se fraguó una relación de mutuo respeto que se ha mantenido en el tiempo y ha propiciado buenos acuerdos entre la ambientalista, que contribuyó a crear Elqui Sustentable –ONG que ha levantado polvareda con algunas acciones– y el empresario. Isabela declina confirmar aquel incidente, contado por personas que conocen la historia de la primera cena que Luksic organizó para conocer al vecindario, y su relación con un entorno modificado para siempre desde su “bajada de los cielos”.

SE INSTALA LA MODERNIDAD

Quince años después, la aventura que emprendieron Luksic y su amigo Jorge Errázuriz ha cambiado la fisonomía del valle, convertido ahora en un gigantesco parronal, reemplazando las tradicionales uvas tardías

–moscatel, Alejandría, torrentés, la dulce pastilla rosada, asentadas durante más de un siglo y que crearon la leyenda pisquera– por rozagantes variedades de exportación que compiten en los mercados abiertos por los Tratados de Libre Comercio. Según Isabela, se han contado hasta 18 nuevas variedades, algunas completamente transgénicas, creadas para las estanterías de los mercados europeos y norteamericanos.

El cambio de los sistemas productivos es un conflicto diurno, larvado, entre los lugareños y las grandes empresas, no percibido por los 300 mil turistas que siguen llegando al valle entre septiembre y marzo, agotando las plazas hoteleras. En estas semanas de febrero, un lleno completo. Ningún no iniciado consigue una cabaña para dos personas por menos de 40 mil pesos, y muchos no encuentran cama y deben volver a La Serena, 107 kilómetros abajo. El valle es un destino turístico caro y ha cambiado la casta de los visitantes. “Hace un año, el dueño de Almendra, el restaurante donde trabajaba, me sacó a la calle y me dijo, mostrando los autos de los clientes que teníamos: mira, hay ocho autos y suman casi un millón de dólares”, cuenta Alberto, un marplatense que ahora es el propietario de Donde la Elke, uno de los comedores mejor reputados del valle, donde su mujer, Ana María Reinoso, es la chef que prepara atún llegado ese mismo día de Isla de Pascua y un pastel de jaivas famoso en la comarca.

LOS JUGOS Y EL GRAN SYRAH

Las noches en los alrededores de la plaza de Pisco Elqui bullen como en cualquier sitio de moda, porque el valle ya no es refugio de mochileros hippientos ni místicos recién caídos del Himalaya, como era hasta hace cinco años, sino de parejas o grupos treintañeros que llegan en Audi 3 o Pathfinder buscando tranquilidad para sacudirse el estrés urbano. Visitantes que paran en Cavas del Valle, la viña boutique orgánica de Raimundo Piracés y Marlies Duerr. Ambos elaboran en su campito de Quebrada Pinto, de ocho hectáreas, un syrah que en tres años ya tiene medallas de oro en catas gracias a su Valle del Silencio Gran Reserva 2004. Piracés, un geólogo que se atrevió a plantar uvas viníferas mientras los demás ponían uvas de exportación, vende toda su pequeña producción en la bodega que atiende su esposa, la que se preocupa de recordarnos que la leyenda dice que fue un syrah, una cepa originaria de Persia, el tinto que bebió el propio Jesucristo en la última cena.

En la plaza de la iglesia de Pisco, rescatada en 2000 de su ruina gracias a 50 millones de pesos salidos de la chequera de Luksic, está el centro de la movida. En la esquina que da a la casa-museo-tienda de la antigua pisquera Control, ahora cabeza de operaciones del grupo Luksic (Quiñenco) a través de CCU en el mercado del alcohol, están Lado V y Los Jugos, dos bares taquillas imprescindibles para empezar la noche, que se extiende hasta la madrugada pasando por pubs, restaurantes y casas particulares.

EL CAMBIO

Esa mezcla entre sacerdotes de las finanzas, como Luksic, Errázuriz, Miguel Allamand, Álvaro Flaño y otros, con la vieja cultura campesina de minipredios de subsistencia familiar, aliñada por la inmigración de hippies o místicos desencantados de la urbe, cuajó una fauna modernoide que se construye casas en el valle y lo usa como refugio a salvo de molestias. Desde Paihuano no hay cobertura de celulares y no llega la señal de Chilevisión en televisión abierta, porque los vecinos eligieron sólo tres canales para pagar la conexión satelital. Sólo hay banda ancha en la esfera de influencia de Luksic, lo que hace las conexiones lentas y engorrosas. La desconexión total.

El gran protagonista es Andrónico Luksic, presente en todas las conversaciones. A veces llega en helicóptero hasta La Jarilla, donde se construyó una casa que domina el valle con seis hectáreas de parque y jardines bien diseñados. En una ladera, para la noche de Año Nuevo, despliega un espectáculo de fuegos artificiales como el de Valparaíso, que se ha hecho tradición para lugareños y turistas.

Un vecino que aprovecha la pirotecnia del empresario es Lorenzo Torres, el alcalde PPD de la comuna –cuarto período–, y uno de los centenares de elquinos que salen al camino o se encumbran en una terraza a ver los fuegos de Luksic con la botella de champán.

Torres, profesor que se vino a trabajar el año ’76 a la escuela de Cochiguaz, cuando el camino era una huella calamitosa y vivió el boom esotérico, reconoce que el principal problema de su comuna es “la contaminación que producen estos parronales de la uva de exportación. Antes teníamos la uva pisquera, pero llegaron los grandes empresarios que plantan centenares de hectáreas de nuevas variedades, y hay cosas que nos desfavorecen, como la contaminación que han generado y que vamos a tener que enfrentar con mucha seriedad”.

El alcalde se quejaba esta semana del despido de 17 trabajadores elquinos de la factoría de Jorge Errázuriz, porque sabe que esas empresas recurren a contratistas que traen cuadrillas de temporeros bolivianos y peruanos, a los que pagan cuatro mil pesos por día trabajado –descontándoles mil por la pensión–, situación que crea un problema social añadido al desempleo.

Precisamente Errázuriz, el socio principal de Celfin, una de las operadoras estrellas de la bolsa, pedía la semana pasada permitir mayores cupos de trabajadores extranjeros, “por la escasez de la mano de obra” en la zona. Sin embargo, las versiones de los lugareños no acompañan la opinión de Errázuriz.

“Ellos igual contratan gente de fuera y los elquinos se quedan cesantes, y más si reclaman”, dice Carlos, ex trabajador de Bellavista, el campo que tenían a medias los dos megaempresarios. En 2002, Carlos hizo un curso de buenas prácticas agrícolas en manejo de pesticidas: “Nos hicieron el curso a unos 40 trabajadores. A la semana siguiente estábamos abriendo químicos (Tamarión y Dolmex) a las ocho de la mañana, al lado de la escuela donde estaban desayunando los niños, y ahí tuve el encontrón con el jefe, don Patricio Aguirre, porque estábamos haciendo todo lo contrario que nos habían enseñado”.

Eso fue como el 27 de agosto, y el 1 de septiembre le dieron el aviso de que no trabajaba más en el fundo. “Casi la mayoría de la gente que trabajábamos vomitaba si estaba sin máscara, sin filtros. Entonces, eso a la larga nos perjudicaba a todos”, manifiesta Carlos, ahora contento porque tiene un buen trabajo de hostelería.

LOS QUE RESISTEN

Uno de los resistentes activos fue Damián Guerra, hijo de una de las parejas pioneras en llegar a “la tierra prometida”. “Estábamos acosados con los Luksic”, dice, “porque nuestro terreno había quedado como una isla y ellos pasaban con sus tractores echando insecticida y yo que tenía 17 años les reclamaba pero no pescaban. Así que un día que estaban fumigando en mis narices les solté la compuerta del canal El Pozo y el agua les rompió los parronales. Llegó Rubén Naas, que era el administrador, a insultarme y me metieron un juicio. Pero el juez me absolvió”.

Damián, ahora de 25 años, no cree en la inocencia de Luksic: “Creo que hace como que no sabe lo que pasa en sus tierras y los abusos contra la gente que trabaja para él, pero sabe perfectamente todo”.

Justin Brau, un santiaguino que recaló hace unos años en Pisco y uno de los miembros más activos de Elqui Sustentable, grabó un DVD que muestra las prácticas en la fumigación. “Tengo las imágenes que muestran los tractores lanzando su nube de veneno a metros de la escuela de Montegrande, y creo que este año va a ser especial porque ha llegado la hora de pelear muy duro para que esta gente no siga envenenado a nuestros hijos y a nosotros”, afirma Brau, quien advierte que están preparando un recurso de protección. Su ONG, dice, está dispuesta a liderar la resistencia a “esa impunidad con que actúan, porque no hay fiscalizaciones del SAG ni de la Conama ni de nadie”.

Precisamente esta presunta falta de responsabilidad del Estado es uno de los temas que más molesta a Isabela Rastello, la que ha conseguido más de su buena relación con Andrónico Luksic que de las entidades que deberían regular los asuntos laborales, la correcta aplicación de pesticidas y evitar los daños al medio ambiente.

Por ejemplo, Isabela consiguió que Luksic ordenara plantar árboles nativos después de haber desviado sin permiso –dice ella– el curso del río. Y entre otros acuerdos favorables, obtuvo que quitara una reja que cercaba el río.

“Elqui es ahora una comunidad de huasos donde ya no quedan campesinos”, sostiene Bárbara, una santiaguina de 25 años que llegó a trabajar en un proyecto de apoyo a comunidades locales y se enamoró del valle. Junto a su pareja montó Migrantes, una agencia que organiza viajes y excursiones a la cordillera, a un parque natural donde pastan centenares de caballos, mulas y otros animales, más allá de la frontera creada por los empresarios que llegaron en sus helicópteros en vez de los extraterrestres prometidos, cambiando una cultura milenaria por un gigantesco packing monoexportador. LND


Los años dorados del “Maestro Melquíades”

Horacio, uno de los hijos de don Juan Hevia, un caballero con fama de galán, que creó en su espléndida casona de madera el Hostal Don Juan, conoció a todos los seres que se arrimaron por el valle en los locos años ’90 del éxtasis místico. Fue uno de los primeros del pueblo que se hizo amigo de los visitantes. Tenía 40 años y coincidió con su separación matrimonial: “Esa cosa mística, de tocarse con las personas –que para mí era novedoso–, de tener a las mujeres como compañeras. Eso me produjo un vuelco. Me gustó y aprendí mucho hasta que empecé a cachar que había mucho chanta, y creo que de los que perduran muchos lo son. Todavía viene gente en busca del tema, pero ya pasó. En Cochiguaz casi desapareció, sólo sigue la hermana Gladis, que tiene un cuento de sanación por el que tengo mucho respeto. Quedan algunos que aprendieron en los Himalaya, en la India o con chamanes mexicanos”.

En ese tiempo, Hevia, que andaba siempre de huaso, se ponía túnica y se convertía en el “Maestro Melquíades”, un supuesto chamán vernáculo y un conquistador de las damas que llegaban de la India a meditar en el valle. Aprendió a hacer imposición de manos y masajes: “Fue divertido porque me convertí en un chanta más, con la diferencia que yo me reía mucho porque era un cuentero que me manejaba con la información de Pisco y de mis antepasados. Mi papá fue mi inspirador porque mi viejo era un gran cuentista. De alguna forma sigo haciéndolo porque no quiero que se pierda la historia del pueblo”. Su familia tiene dos restaurantes y él ahora, como muchos, se dedica a la construcción, en auge. Lo que menos le gusta de la convivencia con los tiburones financieros es su poca integración en la comunidad. “Lo hacen a través de la plata, donando computadores para la escuela, pero no es la forma. Te aseguro que van a construir grandes galpones para meter temporeros peruanos y bolivianos, como en Copiapó. También pienso que sus capataces son los que no respetan. Conozco a Andrónico y no creo que esté enterado de un montón de cosas, igual que Errázuriz. Por ejemplo, muchos restaurantes firmamos un contrato de exclusividad para sus piscos y después ellos ponen un restaurante al frente, que es competencia mía. No creo que sea idea de Andrónico jodernos el negocio. Que ellos hagan pisco y nos dejen a nosotros vender comida, que de eso vivimos”.

Control y Capel, dos destinos

La Cooperativa de Control Pisquero de Chile fue absorbida por CCU (Luksic, Quiñenco) en una operación que marcó el inicio del cambio. Ahora elabora sus marcas Ruta Norte, Mistral (su producto estrella), Control, Campanario, La Serena y 3 Erres. La antigua cooperativa tiene bienes que pertenecían a los pequeños propietarios que crearon esa marca. “Nuestros antepasados hicieron ese trabajo y ahora no queda nada en el pueblo. Tenemos problemas porque dentro de los bienes de Control estaban la –única– cancha de fútbol, la piscina que construimos entre todos y la sede social, que cualquier día van a salir a remate. Imagínate que pueden salir a 300 millones y las va a comprar cualquier empresario y nos vamos a quedar sin nada. Es una burla”, dice Horacio Hevia, que lógicamente no cree que la municipalidad pueda pujar por esos terrenos.

El grupo Luksic dio una importante batalla, liderada por Francisco Pérez Mackenna, gerente general del holding Quiñenco, por tomar también el control de la Cooperativa Capel, formada por cientos de pequeños propietarios de los valles de Salamanca, regado por el río Choapa; Ovalle, por el río Limarí; Elqui, por el río del mismo nombre; Vallenar, por los ríos San Félix –ahora amenazado por Pascua Lama– y Huayco, y Copiapó, por el río Copiapó. A pesar de la intensa campaña desplegada por Pérez Mackenna, la oposición de los cooperativistas, dirigidos por Francisco Hernández Solís y Roberto Salinas, consiguió parar los apetitos monopólicos de Quiñenco. El Tribunal de la Libre Competencia falló en contra de Quiñenco por estimar que se convertiría en monopolio, dominando prácticamente el ciento por ciento del mercado pisquero.

Los buenos restaurantes

La nueva cultura mestiza ha generado buenos restaurantes que ofrecen cartas sofisticadas, además de los tradicionales. Una breve guía desde Montegrande incluye:

Hotel y Restaurante El Galpón, Montegrande. También dispone de habitaciones de hotel tipo cinco estrellas. Tiene cabañas de lujo, piscina, masajistas profesionales, buena vista sobre el valle. Frente a la casa de Luksic, en La Jarilla, es el destino favorito de los invitados del magnate.

Hacienda Miraflores, camino a Horcón. De la familia Peralta, propietarios tradicionales, regentado por Julio Peralta. Buena cocina tradicional. Con especialidad en carnes a las brasas.

Los Misterios de Elqui, Pisco Elqui. En las cabañas del mismo nombre, una sociedad entre Jaime Martí y Paula Byrt, esposa de Jorge Errázuriz. Imponente vista sobre el valle, cocina sofisticada.

Donde la Elke. Pisco Elqui. Heredó el nombre del mismo restaurante santiaguino cuya dueña debió emigrar del valle. Chef: Ana María Reinoso. Cocina de autor, precios altos y calidad asegurada.

El Cielo, Alcohuaz. En el fin de la civilización, donde el valle termina. Está en el complejo El Refugio de la Frontera. Cocina sofisticada por una chef tahitiana que lleva años en la zona. Caro, pero imprescindible para comer donde el valle ya no tiene plantaciones industriales y se termina la civilización. Destino obligado de turismo aventura y de empresarios amantes de las estrellas.

-El origen del pisco

La historia cuenta que don Rigoberto, allá por los años ’30 del siglo pasado, era amigo de copas de Gabriel González Videla, entonces diputado por La Serena. En esas noches de piscos, ambos fraguaron el cambio de nombre del pueblo, que se había llamado La Greda porque estaba en la Quebrada de la Greda, donde indios y españoles extraían greda para sus botijos pisqueros en el siglo XVI. En 1873, tras una epidemia de viruela, los vecinos acordaron llamarlo La Unión, en honor a la solidaridad con que los vecinos habían enfrentado la peste. El 1 de febrero de 1936 se cambió el nombre por el de Pisco Elqui, una forma de potenciar el espiritoso que se producía en el valle y de combatir la supuesta paternidad peruana del pisco. Según las malas lenguas, este acuerdo fue tomado en la cava subterránea del fundo Los Nichos, entre don Rigoberto y Gabriel González Videla.

 

1 comentario

Leandro Báez -

muchas gracias.

el valle siempre será mi destino soñado...
creo que a esta hora solo será en sueños.