Hace cuarenta y dos años, el 21 de abril de 1965, excarcelado hacía pocas semanas por su salud desahuciada, ciego, paralítico, con todo su cuerpo lacerado, sádicamente asesinado de a poco mediante aplicaciones de radioactividad atómica, murió Pedro Albizu Campos, el Maestro del nacionalismo caribeño. Lo despidió una multitud de más de 60.000 almas que entonó hasta el cansancio “La borinqueña”, el himno no oficial de los puertorriqueños libres.
Albizu nació en Ponce en 1891, cuando todavía Puerto Rico era una posesión española. Cursó estudios en su ciudad natal hasta que, dotado de una inteligencia y una disposición extraordinarias, ganó una beca de la Logia Aurora para seguir estudios universitarios en
Estados Unidos, donde se graduó de abogado. De regreso a su patria se casó, abrió un “bufete” y se estableció con su nueva familia.
Después de la muerte en 1918 del patriota José de Diego, el movimiento revolucionario puertorriqueño carecía de un líder capaz de guiarlo por el camino de la independencia. En 1922 un pequeño grupo entre los que se contaba Albizu Campos fundó el Partido Nacionalista de Puerto Rico. Un año después, Pedro declaraba: “Nuestra situación dolorosa bajo el imperio de Estados Unidos es la situación que pretende Norteamérica imponer a todos los pueblos del continente. Nuestra causa es la causa continental. Los pensadores iberoamericanos ven claro el problema conjunto de la América Ibérica frente al imperialismo yanqui. [...] Puerto Rico y las otras Antillas constituyen el campo de batalla entre el imperialismo yanqui y el iberoamericanismo. La solidaridad iberoamericana exige que cese toda injerencia yanqui en este archipiélago, para restaurar el equilibrio continental y asegurar la independencia de todas las naciones colombinas. Dentro de esa suprema necesidad es imprescindible nuestra independencia”.
Viajó entonces a las repúblicas vecinas en busca de apoyo para su causa. Fue a Santo Domingo, a Haití, y llegó a Cuba, donde poco antes había muerto la poetisa y
luchadora Lola Rodríguez de Tió, quien había escrito:
Cuba y Puerto Rico son / de un pájaro las dos alas;
reciben flores y balas / en un mismo corazón.
Por su parte, el ensayista cubano Juan Marinello apuntó de él: “Fue en verdad singular coincidencia de nuestras virtudes esenciales, una exaltación superior, pero orgánica, del perfil de nuestras tierras. Había nacido para encarar, en su enfrentamiento erguido y radical, el destino de sus islas en una de las más decisivas coyunturas americanas: la liberación del imperialismo”. Por supuesto que al dictador Gerardo Machado no le agradó la oratoria encendida de Marinello, pero mucho menos la de Albizu en Cuba, quien tuvo que refugiarse en la embajada de Méjico y luego abandonar el país.
En 1930 se le eligió presidente del Partido Nacionalista. Dijo entonces: “¡Juremos aquí que defenderemos el ideal nacionalista y que sacrificaremos nuestra hacienda y nuestra vida, si fuera preciso, por la independencia de nuestra patria! [...] La lucha electoral es una farsa periódica para mantener dividida a la familia puertorriqueña. [...] El nacionalismo postula cuatro hermosos principios: la independencia de Puerto Rico, la confederación antillana, la unión panamericana y la hegemonía de los pueblos iberoamericanos para la honra de nosotros todos ante la posteridad”. A pesar de su juventud, ya todos lo llamaban Don Pedro. Y ya todos lo consideraban “el Maestro”.
Pronto intensificó la acción revolucionaria y fue vocero y representante de los obreros azucareros durante su huelga de 1934 contra las compañías norteamericanas. Al año siguiente el presidente Franklin Delano Roosevelt viajó a Puerto Rico y motorizó a varios políticos cipayos con el objetivo de consolidar la dominación sobre la isla. Un ex nacionalista, Luis Muñoz Marín, fue el elegido por el “buen vecino” (como se lo llamaba entonces al “gran hermano”) para realizar la obra gatopardista. El Partido Nacionalista llamó entonces a la insurrección y, para apagar los focos independentistas, el gobierno norteamericano designó como coronel de la policía colonial a Francis Riggs, un siniestro personaje que años antes había asesorado al tirano nicaragüense Anastasio Somoza sobre cómo asesinar a Augusto César Sandino. La acción de Riggs no se hizo esperar y el 24 de octubre de 1935 reprimió una manifestación universitaria en donde resultaron muertos por la policía varios jóvenes nacionalistas. La violencia desatada por Riggs tuvo como respuesta varios le0 vantamientos, y el 23 de febrero de 1936 dos jóvenes universitarios mataron al jefe policial en represalia por la “masacre de la Universidad”. Los ejecutores del atentado contra el jefe del servicio de Inteligencia norteamericano fueron arrestados y llevados a un cuartel policial, donde sin mayor trámite se los acribilló a balazos. Temido por las autoridades y devenido símbolo de la rebelión nacional, don Pedro Albizu Campos fue sometido a proceso judicial acusado de sedición y, en consecuencia, condenado junto con otros patriotas a diez años de cárcel y destierro en Estados Unidos.
El 21 de marzo de 1937 cadetes de la escuela militar masacraron a un grupo de militantes que se encontraban reunidos en el Club Nacionalista de Ponce, donde reclamaban por la libertad de Albizu. Allí resultaron muertos 21 nacionalistas y heridos otros doscientos.
Albizu Campos recobró su libertad recién en 1947 y fue recibido en San Juan de Puerto Rico por una multitud nunca vista, ni antes ni después. Pero el 1º de noviembre de 1950 dos jóvenes nacionalistas atacaron la Casa Blanca con el propósito de atentar contra el presidente Harry Truman y llamar la atención mundial sobre el caso de Puerto Rico. Detenido Albizu junto con otros combatientes nacionalistas, fue encarcelado otros tres años en Atlanta, Georgia. Se le indultó por hallarse enfermo y, sobre todo, por la presión de la opinión pública mundial. Por ejemplo, la gran poeta chilena Gabriela Mistral, que luego sería galardonada con el premio Nóbel, se dirigió al juez norteamericano señalándole que “la personalidad de los puertorriqueños enjuiciados corresponde, en categoría moral y en significación cívica, a lo que fueron en los países del Sur las de los próceres San Martín, O’ Higgins o Artigas. El intento heroico y doloroso es el mismo, la calidad de los espíritus es idéntica”.
Mientras la situación política del país se tornaba cada día más tensa, el congreso norteamericano aprobó en 1952 la ley pública Nº 600, que institucionalizó la condición de “Estado libre asociado” para Puerto Rico. Don Pedro solo permaneció libre -aunque muy vigilado- por corto tiempo, hasta que otros nacionalistas tirotearon una de las sesiones del congreso de los Estados Unidos, el 1º de marzo de 1954. Otra vez detenido, Albizu Campos pasó el resto de sus días en prisión hasta solo escasos días de su muerte.
Pero a Don Pedro ya lo venían matando desde hacía mucho, y de la manera más cruel. Una simple necropsia podría haber confirmado lo que el propio Albizu denunció al mundo: que a diario lo irradiaban en la celda donde estaba detenido y, más adelante cuando fue indultado, en su propia vivienda. “Cuando uno recibe el ataque atómico, se le hincha todo el cuerpo; cuando uno quiere leer, no lo permiten porque le lanzan rayos a los ojos. Bajo ese régimen me han tenido tres años. De este crimen, repito, es responsable el gobierno de los Estados Unidos y del mismo han sido víctimas casi todos los nacionalistas. La Princesa (el nombre de la cárcel) es un centro de crimen”, declaró en 1951.
Hoy nadie duda de la radiación, pero aquella vez trataron de hacer creer que estaba loco. Los que lo vieron describen su atroz padecimiento: “Las plantas de sus pies estaban en carne viva... Noté con gran horror que todas sus partes humanas de hombre habían casi desaparecido por completo y daban la impresión de haber sido completamente achicharradas... Está ciego y ya hace mucho que no puede leer. Me explicó muchísimas cosas sobre los ataques, los llama radiaciones atómicas, y su única protección consiste en permanecer cubierto de toallas y bolsas de agua fría de hielo, y protegerse la piel...”. En 2002 el Departamento de Energía de Estados Unidos reveló que un grupo de científicos financiados por la Fundación Rockefeller había experimentado desde 1939 con personas nativas de la isla, inyectándoles elementos radiactivos, sin que éstas estuvieran conscientes de que los estaban usando de conejillos de indias.
En una época de defecciones, de inconductas, de estrechez de miras y de falta de compromiso, cuando en nuestra propia patria, en el fondo de la crisis, hubo quienes sugirieron una tutela norteamericana sobre la Argentina incapaz de gobernarse por sí misma al estilo del estatuto colonial de “Estado libre asociado”, la vida y el ejemplo de Don Pedro Albizu Campos refleja la fuerza espiritual capaz de hacer palpitar el corazón de un pueblo, más allá de condiciones de lucha desfavorables
(“No es que ellos sean tan grandes; es que nosotros estamos de rodillas”, decía). Orador vehemente, provocó en sus auditorios una insospechada energía, y su palabra criolla hizo movilizar al pueblo en la lucha redentora. “Yo vengo del huracán...”, dijo alguna vez. Su ímpetu demoledor arrancó del quietismo a las multitudes y reveló la tragedia de un pueblo sojuzgado. Por eso siempre será recordado en todo el continente como “el Maestro”, y su ejemplo será guía de los pueblos cuando pronto sople nuevamente el huracán en toda América Latina.