Pinochet, los militares y la historia
Por: Nelson Soza Montiel /ARGENPRESS.info
La perorata política del capitán de Ejército Augusto Pinochet Molina, nieto del general Augusto Pinochet Ugarte, y la del propio comandante en jefe de esta institución, el general Oscar Izurieta, han dado cuenta de un hecho que hasta ahora había pasado inadvertido en el azaroso camino de la reconciliación entre la sociedad civil y los militares chilenos.
Independiente de la procedencia de uno (vinculado por lazos filiales) y otro (el tercer jefe del Ejército nombrado por un gobierno democrático tras de 1990), las palabras de Pinochet Molina e Izurieta confluyen en un tronco común: la permanencia al interior del Ejército -y probablemente de las demás ramas de las Fuerzas Armadas- de una formación académica renuente a re-visar el período 1973-1989 con criterios ‘objetivos y justos’ -para utilizar los mismos conceptos del general Izurieta.
Pero ni los juicios lapidarios de uno ni las reflexiones del otro han reflejado precisamente ese juicio suficientemente equilibrado, sereno, sin presiones ni premura que reclama el propio comandante del Ejército. Los conceptos del nieto de Pinochet podrían incluso ser rebajados de la importancia que se le ha dado si hubiesen sido formulados por un civil, fuera del recinto que constituye el alma mater del Ejercito chileno y en presencia de la oficialidad máxima de todas las Fuerzas Armadas. Pero dichos en el lugar y momentos propicios, los de Pinochet Molina trasuntan un lento (cuando no inexistente) proceso de desecho de las ideologías que tiñeron la formación de las generaciones de militares formadas bajo y empoderadas del Gobierno entre 1973 y fines de los años 80. Mismas cuya visión ha sido trasmitida, y reafirmada, a quienes han ingresado a las academias desde 1990 en adelante.
Los conceptos del capitán Pinochet -avalados de una forma, si se quiere, más displicente por su superior- sugieren la persistencia de unos sesgos fuertemente ideologizados en la orientación que las nuevas generaciones de militares continúan recibiendo en las academias donde éstos se forman. Y no se trata tan sólo de la reafirmación de unas doctrinas que -como la de la Seguridad Nacional- pudiesen seguirse citando siquiera a modo de inventario. Es algo mucho más profundo e inquietante: es la forma cómo es expuesta y analizada la historia del país de las últimas décadas (al parecer, ni objetiva, ni equilibradamente). Afloran, además, la reafirmación del concepto de la ‘guerra interna’ que Chile habría vivido en 1973 y los años posteriores; la reivindicación del uso de la fuerza cuando la razón no basta para ‘pacificar’ (mismo argumento invocado por la administración Bush en Irak); la aparente persistencia de la tutela militar para decidir cuándo y contra quién se usa; la invocación de añejos conceptos de la guerra Fría para explicar (y justificar) hechos incluso sucedidos apenas meses antes del retorno de la democracia. En fin, hablamos de una orientación que relega la violación de los Derechos Humanos cuando más a su condición de un ‘episodio controvertido’.
En cierto sentido, el ‘pecado’ del capitán Pinochet parece ser haber expuesto una visión de todo aquéllo que compartirían muchos de sus condiscípulos e incluso no poca oficialidad (de hecho, su padre ha dicho que el discurso de marras estaba en conocimiento de algunos superiores suyos). El punto es, pues, dilucidar cuánto de su concepción responde a su rencor en tanto nieto del general Augusto Pinochet, y cuánto a una (de) formación recibida en la misma Academia, impartida indistintamente por quienes desempeñaron el poder político hasta 1989 o quienes detentan hoy cargos en la cúpula militar.
Más allá de la histeria mediática y de algunos parlamentarios, que han preferido quedarse en las ramas y no tocar el tronco, lo inquietante de todo este episodio es que parece reproducir una suerte de círculo perverso: no habrá un verdadero recuentro entre las esferas de ‘lo civil’ y ‘lo militar’ mientras persistan los sesgos fuertemente ideologizados en la formación académica de los militares chilenos. Pero este último cambio no será posible si los propios mandos continúan renuentes a ‘reconvertirse’ -ellos mismo primero, luego sus discípulos- a la democracia y a la diversidad de lecturas, al pluralismo y la tolerancia que ella impone.
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