El fallecimiento del ex dictador Augusto Pinochet y las conductas de Estado
El fallecimiento del ex dictador Augusto Pinochet Ugarte, ocurrido a las 14:15 del domingo 10 de diciembre en el hospital militar de Santiago será un test importante para detectar el actual período de la transición democrática chilena, y las conductas de Estado.
El general fallece cuando un destacado historiador de lineamientos conservadores (Gonzalo Rojas) antes de ocurrido el hecho, señalaba a un medio, que en la Unión Democrática Independiente, el partido central en la oposición de derecha al Gobierno, todavía existía una cercanía con el gobierno de Pinochet y su legado.
Los movimientos del ex General Augusto Pinochet, especialmente desde su arresto en Londres en Octubre de 1998, han resultado ser un sensor del pulso ciudadano y también del institucional. Ahora con su muerte, antecedida por una absurda polémica de sí estaba o no estaba realmente al borde de la muerte, la figura del ex general emergerá sin duda con todo el peso de su poder político real.
Para algunos podría ser el test definitivo por el cual esta cuestionada democracia chilena, medirá el tamaño de ese poder, pero independiente de este factor, el país entra en una etapa con escenarios advertidos en teoría, pero que no se han vivido en lo concreto.
Habrá incertidumbre por el proceso político que se desarrollará en este nuevo escenario, de un país que no tendrá en cuerpo y piel, esa figura que ha sido gravitante en forma determinante en la calidad del tipo de democracia que el país ha construido. No es tarea fácil definir que con su fallecimiento, termina un período y comienza otro.
El legado de Pinochet está bien cimentado en la masa crítica empresarial que ha contribuido en forma significativa, a definir y formar el actual sistema económico que ha hecho de Chile un país popular en el extranjero.
Los que han apoyado a Pinochet, saben de este legado, y le han sacado el máximo del partido político para condicionar el desarrollo pleno de la democracia. En el fondo, desde la perspectiva política, con la muerte de Pinochet , no termina un período, ni comienza otro, ni en lo simbólico ni en lo práctico.
Sin embargo, donde sí termina un período es en el caso concreto de haber hecho justicia, y de que el ex General ahora fallecido, se hubiera sometido sin distorsiones y distracciones, al proceso judicial que al Estado chileno le correspondía llevar adelante en forma ágil e independiente. Sin las presiones de mediadores, y las condicionantes del espacio político.
En el tráfico político producido por los movimientos generados por el ex general, los dos ámbitos – el institucional y el ciudadano- se expresan a menudo en una extraña simbiosis. Por su necesidad corporativa de expandir su exposición mediática, un vasto sector de los medios se encarga de aumentar la viscosidad de los límites y de no saber cuál es cuál. En este sentido, la espectacularidad y el aprovechamiento de su figura, se verán magnificados por la avidez de protagonismo en los medios y en los personajes políticos y financieros que están detrás de ellos.
Esto se exacerba en Chile, donde el Estado no se recupera en sus definiciones básicas. Como que durante los 17 años de dictadura militar, y los 17 años de transición democrática, el país no hubiera reconstruido el carácter del Estado anterior al golpe de 1973. Algunos dirán “¡qué bueno!. El Estado no puede ser inmutable, menos como el que había en 1973, y es lo que se trataba de reformar con el golpe militar. Además, estamos en la globalización…. ”. Si es así, el Estado goza de buena salud y aquí no ha pasado nada, pero no es tan mecánico.
Durante su arresto de 18 meses en Londres, gran parte de la política interna giró en torno a una situación insólita: Pinochet arrestado y enfrentando la alta probabilidad de ser enjuiciado en Londres por torturas, de acuerdo a los instrumentos de Derecho Internacional vigentes.
La otra cara, revelada por las conductas del sistema político y del sistema judicial, consistía en una situación que se anticipaba: a su regreso, el ex General no podría ser sometido a juicios nítidos, eficientes, conducidos hacia sentencias, ni menos sería arrestado.
Entre Londres 1998, y la fecha actual ha pasado casi una década. El período está marcado por una acumulación de incumplimientos, e inconsistencias, por parte de un poder del Estado, demostradas con amplitud por los abogados querellantes en las causas que implican al ahora fallecido ex general.
Este problema es compartido por la ciudadanía y las instituciones que lo forman, en un espacio de prácticas republicanas que es respaldado por los compromisos internacionales suscritos por Chile. Estos indican que el Estado debe usar todos los medios que estén a su alcance, para someter a juicio a los presuntos responsables de los crímenes de lesa humanidad. (Ver Derecho Internacional de Remiro Brotóns y otros, 1993).
El contorno político que se formó en función de su salud por casi una década a partir del arresto en Londres, reveló una vez más la “calidad” de ese Estado. Y, este no es un juicio hacia un período político en particular, o una clase política en especial. La calidad de ese Estado proviene de situaciones más prolongadas y profundas.
El deterioro de la calidad de ese Estado, al cuál Pinochet contribuye significativamente con el golpe que lideró en 1973, se percibía desde mucho antes. Cuando la Alianza Transatlántica liderada por los EEUU, decide intensificar en América Latina la contención a la expansión soviética a comienzos de los años 50, planificando, y llevando a cabo Golpes de Estado brutales, se destruye un tejido orgánico y social primario en los países de la región.
El que derrocó al Presidente Jacobo Arbenz en Guatemala, en junio de 1954, es la señal de los tiempos que se venían. El que sacudió a Salvador Allende ocurrió en menos de dos décadas. En el curso de estos hechos, hasta el gigante Brasil fue sometido a estas variaciones de destrucción de Estados.
Ese poder exhibido por la figura de Pinochet, y que no sabemos por cuanto tiempo más podrá exhibir después de fallecido, es el poder que aún está vigente en las formas de interpretar el mundo y la política, y que provienen de la implantación de dictaduras militares en América Latina que se expandieron por más de tres décadas. Estas interpretan un tipo de ideario que permanece casi intacto, y útil como el que se intenta posicionar en Irak, y en otras partes del inasible mundo islámico y árabe, por ejemplo.
Ha sido y será difícil reconstruir Estados diezmados en sus bases primarias y éticas, después de más de 30 años de intervenciones externas y guerras internas. La forma en que se ha llevado el caso Pinochet, lo está confirmando. Las instituciones funcionan menos de lo que las autoridades con mayor responsabilidad, intentan divulgar.
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