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Centros Chilenos en el Exterior

LIBROS: LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS, DE MARÍA SEOANE Y FELIPE PIGNA. UNA LARGA NOCHE

HACE CUATRO DÉCADAS, LA DICTADURA DE ONGANÍA DESATÓ UNA SALVAJE REPRESIÓN CONTRA LA COMUNIDAD ACADÉMICA, COMO PARTE DE UNA AVANZADA CONSERVADORA QUE BUSCÓ DESARTICULAR LA UNIVERSIDAD Y SUS PROYECTOS DE INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA.

Han pasado cuarenta años de aquel 29 de julio de 1966, cuando la recién instaurada dictadura del general Juan Carlos Onganía arrasó más de medio siglo de autonomía universitaria y cargó a sablazos y palazos contra docentes y alumnos de la gloriosa Universidad de Buenos Aires. Esa noche, conocida como "La noche de los bastones largos", dejó numerosos heridos, cientos de detenidos y más de 300 docentes expulsados que tomarían el camino del exilio.

Esa noche terrible la investigación científica de la Argentina se cubrió de oscuridad y comenzó un éxodo que no se detendría jamás. Esa noche parió una generación que sentía que comenzaba a quedar huérfana de maestros. La convenció de que la inteligencia, el pensamiento, la libertad, eran los enemigos jurados de todas las dictaduras y que habría que defenderlas también a sangre y fuego.
Recordar esta historia es también contar cuándo, cómo y por qué comenzó a ser
acorralada una generación completa de argentinos.
Los hechos, que derivaron en la violenta "Noche de los bastones largos", ocurrieron así: un mes después del golpe de Onganía contra el gobierno constitucional de Arturo Illia, el decreto-ley 16912 ordenó el fin del gobierno tripartito de docentes, alumnos y graduados, y estableció que los rectores fueran delegados del Ministerio de Educación.
Se barría de manera brutal la autonomía universitaria que era la condición básica para la libertad de pensamiento y la producción científica más allá de los vaivenes políticos. La medida conmovió a los alumnos y docentes que la resistieron con la toma pacífica de sus facultades. Pero la noche del 29 de julio, Onganía ordenó cerrarlas a sangre y fuego para instalar un régimen de control policial.

El clímax de la represión ocurrió en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, cuyo edificio estaba enclavado en la ilustre Manzana de la Luces. El entonces jefe de la Policía Federal ya bajo control operacional del Ejército, general Mario Fonseca, dio la orden de atacar al grito de: "Sáquenlos a tiros, si es necesario. Hay que limpiar esta cueva de marxistas".
Los docentes y alumnos fueron atacados con gases lacrimógenos primero y luego desalojados de los recintos violentamente por la Guardia de Infantería. Los policías obligaron a los detenidos a salir a la calle formando una doble fila. Sobre esas
cabezas libertarias descargaban una lluvia de bastonazos. Nadie escapó de ese ultraje, ni las autoridades de la Facultad, ni docentes, científicos, alumnos y algunos profesores extranjeros invitados.

¿Por qué fue Ciencias Exactas, que perdió el 77 por ciento de su cuerpo docente, la más castigada? En esos claustros la Argentina había comenzado a diseñar las bases para liberarse de la esclavitud de depender para su desarrollo de una ciencia y una tecnología que sólo poseían y cobraban usureramente las potencias capitalistas.
Por eso, los Estados Unidos recibirían con los brazos abiertos a los "supuestos comunistas" echados de las universidades argentinas. Sólo en la Universidad de Buenos Aires renunciaron 1.378 profesores. De los 301 docentes que emigraron, 215 eran científicos y 86 investigaban en distintas áreas; 166 se insertaron en universidades latinoamericanas; 94 se fueron rumbo a EE.UU., Canadá y Puerto Rico y los 41 restantes recalaron en Europa.
Recordar esa historia, entonces, no sólo es contar cómo se frustró la más formidable acumulación de intelectuales y científicos del siglo XX en estas tierras. Recordamos esta historia para pedir que se comience a repatriar a nuestros científicos; para que se reconstruyan piedra sobre piedra las universidades argentinas y sus laboratorios.
Para que se borren para siempre las marcas tremendas de aquella oscuridad.
Prólogo de La noche de los bastones largos

El 9 de julio de 1966, apenas once días después del golpe de Estado que derrocara al doctor Illia y entronizara al dictador Onganía, el país conmemraba los 150 años de la declaración de la Independencia nacional. La situación nacional podía verse claramente reflejada en dos discursos antagónicos que se dijeron el mismo día de la Independencia. Dijo en aquella ocasión el general Onganía: "No permitiremos que acosen a nuestra juventud extremismos de ninguna naturaleza. Si fijamos con claridad el rumbo, nadie podrá apartada de su misión de grandeza". Y dijo pocas horas después el rector de la Universidad de Buenos Aires, Hilario Fernández Long: "En este día aciago en que se ha quebrantado en forma total la vigencia de la Constitución, hacemos un llamado a los claustros universitarios en el sentido de que sigan defendiendo como hasta ahora la autonomía universitaria. La Universidad no es una máquina ni una razón; es una voluntad decidida a iluminar los caminos más difíciles del hombre".
Veinte días después la historia los iba a juntar a golpes, a golpes de bastones largos.

Todo empezó un viernes. Estaba reunida la "mesa chica" de la inteligencia de la autodenominada "Revolución Argentina". Allí estaban los generales Eduardo Señorans, jefe de la SIDE, y Mario Fonseca, jefe de la Policía Federal. Llegaron noticias de los servicios de que en la Facultad de Ciencias Exactas, en la Manzana de las Luces, la comunidad universitaria había resuelto resistir pacíficamente la violenta política educativa del Onganiato.
Los generales ya se habían decidido a intervenir "contra los subversivos" cuando un estímulo extra alimentó sus furias. Fonseca y Señorans recordaron que hacía unos días, mientras homenajeaban a su idolatrado general de la Nación Julio Argentino Roca, en su notable monumento emplazado frente a la Facultad, y mientras leían y escuchaban alternativamente discursos sobre la valentía del general y las ventajas del fusil Remington sobre las lanzas, comenzaron a llover aquellas sólidas monedas de un peso moneda nacional sobre las gorras de los representantes de la reserva moral de la Nación y sus amigos civiles y eclesiásticos.
La inusual emisión monetaria provenía de las ventanas de la Facultad de Exactas y eran arrojadas por entusiastas y certeros estudiantes. Fonseca recordaba con admiración la
actitud decidida del general Ávalos, quien valientemente escoltado y armado, irrumpió en la Facultad para pedir explicaciones. Fonseca y Señorans se aprestaban a darles una lección a aquellos apátridas que no respetaban ni al general Roca, que en paz descanse, y
decidieron bautizar al operativo con el poético nombre de "Operación Escarmiento".
Mientras tanto en Exactas, tras una masiva asamblea, docentes y alumnos decidieron tomar el establecimiento en demanda de la anulación del decreto 16.912 de Onganía, que ponía fin a más de 40 años de Autonomía, Cogobierno y Libertad de Cátedra, los ejemplares postulados de la Reforma Universitaria de 1918 que recorrieron el mundo y honraron a la inteligencia argentina.

Los docentes y los estudiantes con más experiencia en la lucha invitaron a los compañeros que tuviesen miedo, o no estuvieran de acuerdo con la toma, a retirarse.
Permanecieron en el edificio tanto el decano Rolando García, como el vicedecano Manuel Sadosky y aun el notable profesor visitante Warren Ambrose, del MIT de Massachusetts, convencidos de que ante su presencia las tropas de Onganía se iban a abstener de reprimir la pacífica toma.
La lógica de los notables científicos no coincidía en nada con la de los represores. El general Fonseca mandó cortar el tránsito en torno a la Manzana, que empezaba a perder sus luces. Pronto unas voces metálicas intimaron a través de altavoces el desalojo inmediato del edificio. Desde adentro respondieron con una canción que se había estrenado en 1811, a pocos metros de allí: el Himno Nacional Argentino.
Estudiantes y docentes salieron del edificio entonando la canción nacional con los brazos en alto, nadie opuso resistencia. Pero la orden debía cumplirse claramente: Fonseca había dicho que debían enseñarles a esos "judíos de mierda", a esos "zurdos hijos de puta", que "acá se había acabado la joda". Y la obediencia debida y generalmente sentida hizo el resto.
La Guardia de Infantería no ahorró insultos, patadas, golpes de machetes y palazos que, por "orden superior" y razones obvias, debían apuntar a la cabeza; pero no sólo, como lo demuestra la querella criminal iniciada por el decano Rolando García contra el general Fonseca: en el informe forense constan lesiones en el cráneo, la espalda y la fractura de parte de la mano derecha.

Mientras salían los estudiantes debieron pasar por una doble fila de policías que golpeaban a los varones y, como buenos caballeros defensores de la moral occidental, golpeaban y manoseaban a las estudiantes.
En la Facultad de Arquitectura se repitieron las escenas de barbarie, a pesar de que allí no se había preparado orgánicamente ningún acto de resistencia.
En total, en aquella noche nefasta ideada por Onganía y sus secuaces, se llevaron a 200 personas detenidas, aunque los partes oficiales hablaban de 140. Otras quince fueron
llevadas a distintos hospitales públicos.
Todos los detenidos sufrieron vejaciones y muchos de ellos simulacros de fusilamiento. Todos aprendieron una lección inolvidable: las dictaduras odian la cultura, el estudio
superador, liberador. Todos recibieron junto a los golpes su graduación acelerada en una materia que comenzaba a impartirse en la Argentina y en América latina por órdenes superiores de Washington, aceptadas con mucho gusto por los mercenarios locales y sus financistas de turno. Una materia que comenzaba a conocerse como Doctrina de Seguridad Nacional, y empezaron a saber que era correlativa y obligatoria.
A los pocos días el general Onganía declaró ante la atónita prensa extranjera: "Infortunada y lamentablemente, la decisión del gobierno de hacer actuar a la policía fue tomada porque los estudiantes resolvieron ocupar ilegalmente dos edificios de facultades. Lamento la violencia. Si no lo hiciera, estaría avergonzado" .

El gobierno quiso dar la imagen de que nada había ocurrido. Fue nombrado rector de UBA el autodenominado "juez de la Revolución Libertadora", Luis Botet (calificado por los diarios "serios" como eminente penalista). Renunciaron los decanos de Filosofía y Letras, Ciencias Exactas y Arquitectura. En Exactas, de un total de 675 docentes, renunciaron 330 (66 profesores, 87 jefes de trabajos prácticos, 105 ayudantes y 72 técnicos).

Institutos como los de Biología Marina, Cálculo, Meteorología, Televisión Educativa (pionero en América latina), quedaron desmantelados. En todo el país renunciaron 1.500 docentes, que continuaron sus brillantes carreras en el exterior. Mientras tanto el Premio Nobel Bernardo Houssay declaró que debían rechazarse todas las renuncias y evitar que los científicos, investigadores y técnicos abandonaran el país. Houssay se encontraba en el VII Congreso de Filosofía reunido en Mar del Plata, del cual se retiró la delegación peruana en solidaridad con los intelectuales argentinos perseguidos.Y el canciller argentino Nicanor Costa Méndez se defendía ante el New York Times: "El nuevo gobierno no es una dictadura militar: el único militar que hay en el poder es el presidente y el presidente es un militar retirado. No es una dictadura: no hay nadie en la cárcel ni se ha perseguido a nadie por sus ideas políticas; nadie ha sido excluido del gobierno por esa razón. El gobierno ha comenzado por corregir la situación en las universidades, en la industria azucarera; está corrigiendo la situación en los ferrocarriles, en los puertos, y la situación que se refiere a los llamados precios políticos (subsidiados). En cuanto a la política exterior, la Argentina es un aliado de los Estados Unidos porque cree en lo que creen los Estados Unidos: los derechos del hombre como individuo y la defensa de la vida del hombre como forma de libertad".
Roberto Roth, secretario técnico de Onganía, prefirió recurrir a la ironía: "No ha de haber hecho falta ningún milagro de persuasión para convencer a los bravos integrantes de la Guardia de Infantería a repartir palos aquella noche. Hacía varias décadas que no hacían buenas migas con los estudiantes. Encontrarlos servidos en un patio de donde ninguno podía escapar, parecía una bendición caída del cielo. Con la tanda de palos que recibieron los estudiantes, los intervencionistas tuvieron su argumento; la Guardia de Infantería, su satisfacción; los estudiantes su martirio; y los dirigentes que habían buscado el incidente, su atropello a la cultura. Quedaba entonces todo el mundo contento. El incidente, una trifulca universitaria más, no hubiera merecido mayor comentario, pero un genio de las relaciones públicas le encontró un nombre y la bautizó, con lo cual 'la noche de los bastones largos' entró en la historia".

Pero el glorioso movimiento estudiantil argentino iba a seguir con su tradición de lucha y vendrían duras y heroicas jornadas de resistencia en todas las universidades del país, de Salta a la Patagonia y de Mendoza a Corrientes. A Onganía y sus socios se les acabó su dictadura "con objetivos y sin plazos" porque estudiantes y obreros comenzaron a destruir sus objetivos y, a emplazarlo.

La noche de los bastones largos se presentó el viernes 28 de julio en la Manzana de las Luces.

Por María Seoane y Felipe Pigna
Fuente: revista "Veintitrés"
Más información: www.veintitres.com

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