Bolivia se puso pantalones largos
PERSPECTIVA INTERNACIONAL:
Por André Grimblatt Hinzpeter Analista Internacional
“Como un niño que nunca imaginó / la dicha de ser hombre”
El 21 de junio de 1971, el Gobierno de Chile aprobó, por unanimidad en el Congreso Pleno, la reforma constitucional que permitió la nacionalización del cobre. Voto unánime, significa que la totalidad de los representantes del pueblo en el Poder Legislativo apoyaron esta iniciativa, cuya programación aparecía en las primeras cuarenta medidas de lo que fuera el Gobierno de la Unidad Popular. Treinta y cinco años después y, a pesar de las toneladas de agua que pasaron bajo los puentes del Loa, Mapocho, Marga-Marga, Biobío o Maule, la gran minería nacional sigue perteneciendo al Estado y la totalidad del subsuelo cuprífero es de propiedad de todos los chilenos. Hoy, persiste la unanimidad sobre el tema y, aunque no sabemos mucho qué hacer con los excedentes actuales, estamos orgullosos de ese patrimonio que, como dijera Neruda, es nuestro pan de cada día.
Bolivia es la economía más pobre de Sudamérica y una de las paupérrimas del orbe. Sin embargo, es el segundo productor de hidrocarburos en el continente. Tal parece que ese tipo de analogías había cerrado los ojos desde hace varios años, mas no. Hoy, los derivados de la piedra de aceite, como le llamaban los antiguos, han conocido un alza de su precio de 400% y recordamos cuando se nos anunciaba la quiebra del mundo desarrollado si el petróleo superaba los veinte dólares. Ni quebró Europa con un crudo superior a los 70 dólares ni le impidió a Estados Unidos sus apetitos bélicos. Mientras tanto, miles de bolivianos nacían condenados al analfabetismo, la ignorancia, el hambre, el frío, la miseria y la tristeza.
Pongamos los puntos sobre las íes. El decreto firmado por Evo Morales no expulsa a las petroleras extranjeras, principalmente la brasileña Petrobras y la hispano-argentina Repsol-YPF, como tampoco a la inglesa BP y a la francesa Antar. Se trata de una regla marco que ratifica la propiedad boliviana del subsuelo y obliga a dichas compañías a vender su producción al Estado, único cuerpo habilitado, desde ahora, a la comercialización de hidrocarburos. De esta manera nuestros vecinos se verán beneficiados con los nuevos ingresos fiscales, ya sea por la concesión del subsuelo o por la venta de productos. Además, el decreto otorga a las compañías petroleras un plazo para negociar y adaptarse a este nuevo orden. Comparado a la nacionalización del cobre en Chile, no cabe la menor duda de que la iniciativa boliviana es tremendamente más suave, conciliadora y mesurada.
El Gobierno boliviano contemplaba con temor la posibilidad de convertirse en el pequeño hermano menor del futuro proyecto del anillo energético sudamericano. Las reservas gasíferas ubican a Bolivia en el segundo lugar de Sudamérica, por encima de Brasil y Argentina, pero su peso político dentro del anillo es nulo por no existir una empresa explotadora boliviana que pueda exhibir una participación significativa en el mercado de los hidrocarburos y por tener que soportar ese enorme peso sobre los hombros de ser el país más pobre de la región, sin contar con todos sus récord en el área de la gobernabilidad. Con la fuerza del apoyo venezolano, Evo Morales no dudó en dar su golpe a tiempo, antes de las futuras reuniones del grupo del anillo, las que fueron inmediatamente adelantadas en la cumbre de Iguazú, dándole a La Paz el papel de protagonista.
Con la experiencia de 35 años de Codelco y el ventajoso balance que la nacionalización del cobre de 1971 registra para Chile, es difícil no esbozar una esperanzada sonrisa ante la iniciativa de Morales. ¿Y si por fin la rueda de la fortuna de la tortuosa historia se hubiera decidido a darle una oportunidad de desarrollo a esta castigada nación que tenemos por vecina?
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