Recuerdos de un día de invierno en Ginebra.
Recuerdos de un día de invierno en Ginebra.
En un café cercano a la estación de trenes, la Gare, de Ginebra, me encontré por sorpresa, con un viejo conocido, de aquellos años de las hermosas utopías. Años sin vernos. Años cargando las mismas ilusiones nacidas en un día por allá hacia los finales de los sesenta, trás una corrida de cercos en los campos de Cautín.
Encuentro, o reencuentro sorpresa, a pesar que ambos continuamos en el exilio y viviendo en la misma ciudad. No es que Ginebra sea una gran urbe, a pesar de su importancia que pudiera decir o creerse lo contrario. Ni que hay que tomar algún metro para ir de un lado a otro de su geografía. Es que con el paso de los años los seres humanos tendemos a desdibujar las líneas paralelas de los caminos seguidos.
Y pese a todo, aunque parezca contradictorio, seguimos pensando más o menos lo mismo.
Chile, Chile, siempre Chile...pareciera que fuera el único país que existiese en el mundo, fuera de las fronteras inmediatas donde vivimos. No hay otro. No existe otro.
Llevamos más de una treintena de años pensando y viviendo con nuestra memoria, pese al tiempo y a este mundo globalizado, cada vez menos humano y solidario. Aquí dentro de estas fronteras, las nuestras, el olvido no ha pasado.
Seguimos viviendo un presente que nunca se ha borrado y mantenemos en nosotros. Y con ello nuestras experiencias para conservarla por más que el tiempo haya pasado y siga pasando.
Cada vez somos menos. Cada vez hay menos testigos y testimonios de esa época maravillosa que vivimos en el calor de nuestros sueños y de nuestras añoradas utopías.
No es que no hayamos cambiado, ni que Chile, no siga siendo el mismo en la lejanía de aquellas ilusionadas alamedas. Es que aquella verdad se hizo más verdad que nosotros mismos y la de nuestras propias existencias. Demasiado para permanecer cerca. Demasiado para estar lejos del olvido y de la ignorancia, por muchos, de la historia vivida.
Nada es igual. Hasta el exilio se ha hecho diferente, se ha hecho más exilio, más lejano y más incomprendido.
El exilio de ahora es el exilio individual. Marginado. La última isla de una época, donde las fronteras de Chile estallaron en mil archipiélagos. La isla de los últimos poetas y de las últimas utopías. Cada vez más isla, en medio de ese océano de las espumas del olvido, donde los cercos se cierran lentos pero ferozmente con el paso del tiempo.
Seguimos en el mismo lado de la barricada. En la última trinchera de lo que fue y ha sido nuestra historia, a la izquierda de nuestra última isla y al oriente de la memoria, en la tormenta del olvido. El occidente, a la derecha de nuestra geografía, ha hecho el límite a la esperanza.
Nuestra izquierda, la misma de los archipiélagos, fue absorbida por el continente. Se transformó en una gran isla, lejos de la memoria, de su propia memoria, a la derecha de aquellas utopías y a la izquierda de las fronteras del neoliberalismo, disfrazada con los pálidos colores del conformismo como forma de gobierno.
¡A la izquierda del neoliberalismo! Me quedó golpeando esa pequeña y significativa frase, pronunciada por mi viejo conocido, amigo y compañero.
No alcanzo siquiera decir o pensar en el sustantivo populista, ni tampoco el de progresista. Que lejos está aquella época, cuando nos decíamos socialistas y hasta revolucionarios.
Cuanto sacrificio. Sacrificio vano, costó nuestra nostálgica utopía. De ese sueño y de la ilusión dispersa de aquellos archipiélagos en las mil fronteras del mundo y de nuestra historia. Hasta quedar en una sola isla. Una sola. La de los nostálgicos de aquellas alamedas, que seguimos soñado, como aquel presente, que sigue existiendo en nuestra memoria... y contra el olvido.
Como ha pasado el tiempo con su rastro y su huella.
Encuentro, o reencuentro sorpresa, a pesar que ambos continuamos en el exilio y viviendo en la misma ciudad. No es que Ginebra sea una gran urbe, a pesar de su importancia que pudiera decir o creerse lo contrario. Ni que hay que tomar algún metro para ir de un lado a otro de su geografía. Es que con el paso de los años los seres humanos tendemos a desdibujar las líneas paralelas de los caminos seguidos.
Y pese a todo, aunque parezca contradictorio, seguimos pensando más o menos lo mismo.
Chile, Chile, siempre Chile...pareciera que fuera el único país que existiese en el mundo, fuera de las fronteras inmediatas donde vivimos. No hay otro. No existe otro.
Llevamos más de una treintena de años pensando y viviendo con nuestra memoria, pese al tiempo y a este mundo globalizado, cada vez menos humano y solidario. Aquí dentro de estas fronteras, las nuestras, el olvido no ha pasado.
Seguimos viviendo un presente que nunca se ha borrado y mantenemos en nosotros. Y con ello nuestras experiencias para conservarla por más que el tiempo haya pasado y siga pasando.
Cada vez somos menos. Cada vez hay menos testigos y testimonios de esa época maravillosa que vivimos en el calor de nuestros sueños y de nuestras añoradas utopías.
No es que no hayamos cambiado, ni que Chile, no siga siendo el mismo en la lejanía de aquellas ilusionadas alamedas. Es que aquella verdad se hizo más verdad que nosotros mismos y la de nuestras propias existencias. Demasiado para permanecer cerca. Demasiado para estar lejos del olvido y de la ignorancia, por muchos, de la historia vivida.
Nada es igual. Hasta el exilio se ha hecho diferente, se ha hecho más exilio, más lejano y más incomprendido.
El exilio de ahora es el exilio individual. Marginado. La última isla de una época, donde las fronteras de Chile estallaron en mil archipiélagos. La isla de los últimos poetas y de las últimas utopías. Cada vez más isla, en medio de ese océano de las espumas del olvido, donde los cercos se cierran lentos pero ferozmente con el paso del tiempo.
Seguimos en el mismo lado de la barricada. En la última trinchera de lo que fue y ha sido nuestra historia, a la izquierda de nuestra última isla y al oriente de la memoria, en la tormenta del olvido. El occidente, a la derecha de nuestra geografía, ha hecho el límite a la esperanza.
Nuestra izquierda, la misma de los archipiélagos, fue absorbida por el continente. Se transformó en una gran isla, lejos de la memoria, de su propia memoria, a la derecha de aquellas utopías y a la izquierda de las fronteras del neoliberalismo, disfrazada con los pálidos colores del conformismo como forma de gobierno.
¡A la izquierda del neoliberalismo! Me quedó golpeando esa pequeña y significativa frase, pronunciada por mi viejo conocido, amigo y compañero.
No alcanzo siquiera decir o pensar en el sustantivo populista, ni tampoco el de progresista. Que lejos está aquella época, cuando nos decíamos socialistas y hasta revolucionarios.
Cuanto sacrificio. Sacrificio vano, costó nuestra nostálgica utopía. De ese sueño y de la ilusión dispersa de aquellos archipiélagos en las mil fronteras del mundo y de nuestra historia. Hasta quedar en una sola isla. Una sola. La de los nostálgicos de aquellas alamedas, que seguimos soñado, como aquel presente, que sigue existiendo en nuestra memoria... y contra el olvido.
Como ha pasado el tiempo con su rastro y su huella.
En un café cercano a la estación de trenes, la Gare, de Ginebra, me encontré por sorpresa, con un viejo conocido, de aquellos años de las hermosas utopías. Años sin vernos. Años cargando las mismas ilusiones nacidas en un día por allá hacia los finales de los sesenta, trás una corrida de cercos en los campos de Cautín.
Encuentro, o reencuentro sorpresa, a pesar que ambos continuamos en el exilio y viviendo en la misma ciudad. No es que Ginebra sea una gran urbe, a pesar de su importancia que pudiera decir o creerse lo contrario. Ni que hay que tomar algún metro para ir de un lado a otro de su geografía. Es que con el paso de los años los seres humanos tendemos a desdibujar las líneas paralelas de los caminos seguidos.
Y pese a todo, aunque parezca contradictorio, seguimos pensando más o menos lo mismo.
Chile, Chile, siempre Chile...pareciera que fuera el único país que existiese en el mundo, fuera de las fronteras inmediatas donde vivimos. No hay otro. No existe otro.
Llevamos más de una treintena de años pensando y viviendo con nuestra memoria, pese al tiempo y a este mundo globalizado, cada vez menos humano y solidario. Aquí dentro de estas fronteras, las nuestras, el olvido no ha pasado.
Seguimos viviendo un presente que nunca se ha borrado y mantenemos en nosotros. Y con ello nuestras experiencias para conservarla por más que el tiempo haya pasado y siga pasando.
Cada vez somos menos. Cada vez hay menos testigos y testimonios de esa época maravillosa que vivimos en el calor de nuestros sueños y de nuestras añoradas utopías.
No es que no hayamos cambiado, ni que Chile, no siga siendo el mismo en la lejanía de aquellas ilusionadas alamedas. Es que aquella verdad se hizo más verdad que nosotros mismos y la de nuestras propias existencias. Demasiado para permanecer cerca. Demasiado para estar lejos del olvido y de la ignorancia, por muchos, de la historia vivida.
Nada es igual. Hasta el exilio se ha hecho diferente, se ha hecho más exilio, más lejano y más incomprendido.
El exilio de ahora es el exilio individual. Marginado. La última isla de una época, donde las fronteras de Chile estallaron en mil archipiélagos. La isla de los últimos poetas y de las últimas utopías. Cada vez más isla, en medio de ese océano de las espumas del olvido, donde los cercos se cierran lentos pero ferozmente con el paso del tiempo.
Seguimos en el mismo lado de la barricada. En la última trinchera de lo que fue y ha sido nuestra historia, a la izquierda de nuestra última isla y al oriente de la memoria, en la tormenta del olvido. El occidente, a la derecha de nuestra geografía, ha hecho el límite a la esperanza.
Nuestra izquierda, la misma de los archipiélagos, fue absorbida por el continente. Se transformó en una gran isla, lejos de la memoria, de su propia memoria, a la derecha de aquellas utopías y a la izquierda de las fronteras del neoliberalismo, disfrazada con los pálidos colores del conformismo como forma de gobierno.
¡A la izquierda del neoliberalismo! Me quedó golpeando esa pequeña y significativa frase, pronunciada por mi viejo conocido, amigo y compañero.
No alcanzo siquiera decir o pensar en el sustantivo populista, ni tampoco el de progresista. Que lejos está aquella época, cuando nos decíamos socialistas y hasta revolucionarios.
Cuanto sacrificio. Sacrificio vano, costó nuestra nostálgica utopía. De ese sueño y de la ilusión dispersa de aquellos archipiélagos en las mil fronteras del mundo y de nuestra historia. Hasta quedar en una sola isla. Una sola. La de los nostálgicos de aquellas alamedas, que seguimos soñado, como aquel presente, que sigue existiendo en nuestra memoria... y contra el olvido.
Como ha pasado el tiempo con su rastro y su huella.
Del café y de la conversación no queda nada. Las tazas hacen rato habían quedado vacías, a la izquierda de nuestras mentes y a la derecha de aquella mesa donde estábamos sentados, para dejarla abandonada y seguir nuestros caminos paralelos en la profundidad del exilio...hasta otro reencuentro.
En un café cercano a la estación de trenes, la Gare, de Ginebra, me encontré por sorpresa, con un viejo conocido, de aquellos años de las hermosas utopías. Años sin vernos. Años cargando las mismas ilusiones nacidas en un día por allá hacia los finales de los sesenta, trás una corrida de cercos en los campos de Cautín.Encuentro, o reencuentro sorpresa, a pesar que ambos continuamos en el exilio y viviendo en la misma ciudad. No es que Ginebra sea una gran urbe, a pesar de su importancia que pudiera decir o creerse lo contrario. Ni que hay que tomar algún metro para ir de un lado a otro de su geografía. Es que con el paso de los años los seres humanos tendemos a desdibujar las líneas paralelas de los caminos seguidos.
Y pese a todo, aunque parezca contradictorio, seguimos pensando más o menos lo mismo.
Chile, Chile, siempre Chile...pareciera que fuera el único país que existiese en el mundo, fuera de las fronteras inmediatas donde vivimos. No hay otro. No existe otro.
Llevamos más de una treintena de años pensando y viviendo con nuestra memoria, pese al tiempo y a este mundo globalizado, cada vez menos humano y solidario. Aquí dentro de estas fronteras, las nuestras, el olvido no ha pasado.
Seguimos viviendo un presente que nunca se ha borrado y mantenemos en nosotros. Y con ello nuestras experiencias para conservarla por más que el tiempo haya pasado y siga pasando.
Cada vez somos menos. Cada vez hay menos testigos y testimonios de esa época maravillosa que vivimos en el calor de nuestros sueños y de nuestras añoradas utopías.
No es que no hayamos cambiado, ni que Chile, no siga siendo el mismo en la lejanía de aquellas ilusionadas alamedas. Es que aquella verdad se hizo más verdad que nosotros mismos y la de nuestras propias existencias. Demasiado para permanecer cerca. Demasiado para estar lejos del olvido y de la ignorancia, por muchos, de la historia vivida.
Nada es igual. Hasta el exilio se ha hecho diferente, se ha hecho más exilio, más lejano y más incomprendido.
El exilio de ahora es el exilio individual. Marginado. La última isla de una época, donde las fronteras de Chile estallaron en mil archipiélagos. La isla de los últimos poetas y de las últimas utopías. Cada vez más isla, en medio de ese océano de las espumas del olvido, donde los cercos se cierran lentos pero ferozmente con el paso del tiempo.
Seguimos en el mismo lado de la barricada. En la última trinchera de lo que fue y ha sido nuestra historia, a la izquierda de nuestra última isla y al oriente de la memoria, en la tormenta del olvido. El occidente, a la derecha de nuestra geografía, ha hecho el límite a la esperanza.
Nuestra izquierda, la misma de los archipiélagos, fue absorbida por el continente. Se transformó en una gran isla, lejos de la memoria, de su propia memoria, a la derecha de aquellas utopías y a la izquierda de las fronteras del neoliberalismo, disfrazada con los pálidos colores del conformismo como forma de gobierno.
¡A la izquierda del neoliberalismo! Me quedó golpeando esa pequeña y significativa frase, pronunciada por mi viejo conocido, amigo y compañero.
No alcanzo siquiera decir o pensar en el sustantivo populista, ni tampoco el de progresista. Que lejos está aquella época, cuando nos decíamos socialistas y hasta revolucionarios.
Cuanto sacrificio. Sacrificio vano, costó nuestra nostálgica utopía. De ese sueño y de la ilusión dispersa de aquellos archipiélagos en las mil fronteras del mundo y de nuestra historia. Hasta quedar en una sola isla. Una sola. La de los nostálgicos de aquellas alamedas, que seguimos soñado, como aquel presente, que sigue existiendo en nuestra memoria... y contra el olvido.
Como ha pasado el tiempo con su rastro y su huella.
Del café y de la conversación no queda nada. Las tazas hacen rato habían quedado vacías, a la izquierda de nuestras mentes y a la derecha de aquella mesa donde estábamos sentados, para dejarla abandonada y seguir nuestros caminos paralelos en la profundidad del exilio...hasta otro reencuentro.
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