El diablo anda suelto....
Por Mario Miguel González Valdés
Llevamos ya casi dieciocho años de aquel día de octubre de 1988, el del plebiscito, esperando algún signo de los partidarios de la dictadura y de sus aliados de la derecha chilena, los aliados civiles del 11 de septiembre de 1973. El tiempo pasa. la evidencias de los años de dictadura van erosionándose en el olvido y por el camino contrario de la memoria, el de la manipulada y sutil ignorancia.
No hay prácticamente nada, o casi nada, en la actual política chilena que no suscite de inmediato una lluvia de críticas, comentarios y hasta insultos por parte de la derecha postpinochetista, cuando se le
recuerda su reciente pasado. Cualquiera que esté al tanto de su lenguaje, pensamiento, amenazas y arrogancia, propias de tiempos pasados, tendrá motivos para preocuparse. Así es como siempre ha hablado. Así es como siempre ha actuado.
La derecha chilena, y muchos de sus personajes, se manejan al borde de la racionalidad. Su único motivo es el de continuar, por medio de sus declaraciones, sembrar de frustración, miedo e impotencia la larga espera de la gran mayoría de los chilenos. Su sinrazón se sigue proyectando en el todo para mí y en la cobertura de la alargada sombra del ex dictador con sus inacabables consecuencias. Mucho no ha hecho para sacudirse de ese triste legado.
El beneficio del reparto económico y del país durante la dictadura, la bonanza actual de la economía ha sido para unos pocos. Estos pocos son quienes se cobijan en sus organizaciones políticas y patronales y se representan en esa derecha clasista y ultra conservadora. Ésta, por lo demás, desde los inicios de la conjura de 1973 y de la imposición del régimen militar, fue e hizo parte de la dictadura. Sin nunca investigarse la ramificación de sus tentáculos.
De la derecha el arrepentimiento es una palabra desconocida. Un acto moral, o un signo de perdón, por su comportamiento dictatorial, nunca ha venido, ni al país ni a las víctimas de ese período.
Es hora de despertar y de exigirles una mayor racionalidad ante las críticas dirigidas hacia el futuro nuevo gobierno y en sus propósitos por el pasado reciente, sobretodo, en lo que dicen y en lo que piensan, de lo que instigaron e hicieron.
Chile y los chilenos no olvidan, más aún, todos aquellos que sufrieron de sus actos. Todo el país quiere y desea vivir en un país abierto hacia un futuro capaz de poder cerrar heridas que no han cicatrizado por
esas actitudes, elemento primordial para la convivencia, sin olvidar, pero con justicia. Existe, y es, un derecho exigirles su responsabilidad en la historia reciente de nuestro país.
Se está en una época en la que es posible alcanzar compromisos, consensos y acuerdos. A eso se le llama democracia. desgraciadamente a la derecha dura, la que maneja el poder, el entendimiento democrático la exaspera.
Cierto es que el tema de los DDHH para muchos es un tabú y es una materia complicada que se sigue arrastrando con el paso de los años y sus inacabables consecuencias personales y sociales. Familiares que piden una repuesta a la desaparición de sus seres queridos. Conciudadanos que solicitan una palabra de humanidad de parte de sus torturadores, y sobretodo, de los instigadores de la tortura. No es una mínima compasión, ni pensión, ni compensación, ni como se le llame que borrará la memoria y los sufrimientos de miles y miles de chilenos. Materialmente, demasiado mínima y tan limitada como su otorgamiento tanto tiempo después (Comisión Valech), camuflados en el tiempo. Disfrazando el Estado de Chile, mezquinamente la verdad histórica, como queriendo cubrir con esas pinceladas de justicia, el daño hecho en su nombre, por otros nombres.
Lo que Chile quiere es justicia para avanzar y construir un nuevo futuro. Pede cordura y racionalidad para compartir un nuevo horizonte, más solidario, más justo, sin amenazas, el país de todos los chilenos y el de la convivencia. Solidaridad significa compartir. Cuando escuchamos y leemos, desde noviembre, declaraciones de los líderes de la derecha, vemos que nos van llevando en el sentido contrario a lo que anhela la gran mayoría de los chilenos.
La derecha ha vuelto y han ido a golpear otras puertas, más allá de las fronteras físicas chilenas, como lo hicieron hace treinta y cinco años. Llamando a José María Aznar, ex presidente del gobierno español y el
más fiero aliado de George Bush, a dar una " cátedra " en las páginas de El Mercurio el domingo 12 de febrero, al igual que entonces, cuando lanzaron su llamado a H. Kissinger y a Richard Nixon, con las dramáticas consecuencias para la convivencia nacional. Lo de Aznar no es otra cosa que un llamado al enfrentamiento y a la inestabilidad, como su actual acción en la política española.
La inestabilidad de un país es causada por las injusticias que existen y no por el pensamiento. No es por " la preocupación de la " marea populista " en América Latina, ni que la derecha esté callada, desaparecida o acomplejada ", como lo señala Aznar a El Mercurio, no.
En Chile, ni en ninguna otra parte, la derecha ha estado callada. Siempre ella ha tenido el poder y la fuerza, y la fuerza del poder también, y es la digna sucesora del viejo y nuevo imperialismo español de la que Aznar es su apóstol, defensor y representante. Su fracaso en España, en América Latina y Chile en particular, es y ha sido obra de su propia soberbia y la abismaste desigualdad socioeconómica por ella sustentada.
Antes fue el temor al socialismo, a la guerrilla, a la Revolución Cubana, hoy su miedo está, en que es le está pidiendo compartir las riquezas de sus economía liberal entre toda la gente. Para la derecha, para Aznar, eso es un criterio que no puede existir en una sociedad moderna.
Atención chilenos, la derecha chilena no está dormida. En ella el fascismo sigue vivo. Su política de enfrentamiento y desprestigio es el pan que alimenta el miedo y el temor de la gente... y con ella anda el
diablo suelto.
Llevamos ya casi dieciocho años de aquel día de octubre de 1988, el del plebiscito, esperando algún signo de los partidarios de la dictadura y de sus aliados de la derecha chilena, los aliados civiles del 11 de septiembre de 1973. El tiempo pasa. la evidencias de los años de dictadura van erosionándose en el olvido y por el camino contrario de la memoria, el de la manipulada y sutil ignorancia.
No hay prácticamente nada, o casi nada, en la actual política chilena que no suscite de inmediato una lluvia de críticas, comentarios y hasta insultos por parte de la derecha postpinochetista, cuando se le
recuerda su reciente pasado. Cualquiera que esté al tanto de su lenguaje, pensamiento, amenazas y arrogancia, propias de tiempos pasados, tendrá motivos para preocuparse. Así es como siempre ha hablado. Así es como siempre ha actuado.
La derecha chilena, y muchos de sus personajes, se manejan al borde de la racionalidad. Su único motivo es el de continuar, por medio de sus declaraciones, sembrar de frustración, miedo e impotencia la larga espera de la gran mayoría de los chilenos. Su sinrazón se sigue proyectando en el todo para mí y en la cobertura de la alargada sombra del ex dictador con sus inacabables consecuencias. Mucho no ha hecho para sacudirse de ese triste legado.
El beneficio del reparto económico y del país durante la dictadura, la bonanza actual de la economía ha sido para unos pocos. Estos pocos son quienes se cobijan en sus organizaciones políticas y patronales y se representan en esa derecha clasista y ultra conservadora. Ésta, por lo demás, desde los inicios de la conjura de 1973 y de la imposición del régimen militar, fue e hizo parte de la dictadura. Sin nunca investigarse la ramificación de sus tentáculos.
De la derecha el arrepentimiento es una palabra desconocida. Un acto moral, o un signo de perdón, por su comportamiento dictatorial, nunca ha venido, ni al país ni a las víctimas de ese período.
Es hora de despertar y de exigirles una mayor racionalidad ante las críticas dirigidas hacia el futuro nuevo gobierno y en sus propósitos por el pasado reciente, sobretodo, en lo que dicen y en lo que piensan, de lo que instigaron e hicieron.
Chile y los chilenos no olvidan, más aún, todos aquellos que sufrieron de sus actos. Todo el país quiere y desea vivir en un país abierto hacia un futuro capaz de poder cerrar heridas que no han cicatrizado por
esas actitudes, elemento primordial para la convivencia, sin olvidar, pero con justicia. Existe, y es, un derecho exigirles su responsabilidad en la historia reciente de nuestro país.
Se está en una época en la que es posible alcanzar compromisos, consensos y acuerdos. A eso se le llama democracia. desgraciadamente a la derecha dura, la que maneja el poder, el entendimiento democrático la exaspera.
Cierto es que el tema de los DDHH para muchos es un tabú y es una materia complicada que se sigue arrastrando con el paso de los años y sus inacabables consecuencias personales y sociales. Familiares que piden una repuesta a la desaparición de sus seres queridos. Conciudadanos que solicitan una palabra de humanidad de parte de sus torturadores, y sobretodo, de los instigadores de la tortura. No es una mínima compasión, ni pensión, ni compensación, ni como se le llame que borrará la memoria y los sufrimientos de miles y miles de chilenos. Materialmente, demasiado mínima y tan limitada como su otorgamiento tanto tiempo después (Comisión Valech), camuflados en el tiempo. Disfrazando el Estado de Chile, mezquinamente la verdad histórica, como queriendo cubrir con esas pinceladas de justicia, el daño hecho en su nombre, por otros nombres.
Lo que Chile quiere es justicia para avanzar y construir un nuevo futuro. Pede cordura y racionalidad para compartir un nuevo horizonte, más solidario, más justo, sin amenazas, el país de todos los chilenos y el de la convivencia. Solidaridad significa compartir. Cuando escuchamos y leemos, desde noviembre, declaraciones de los líderes de la derecha, vemos que nos van llevando en el sentido contrario a lo que anhela la gran mayoría de los chilenos.
La derecha ha vuelto y han ido a golpear otras puertas, más allá de las fronteras físicas chilenas, como lo hicieron hace treinta y cinco años. Llamando a José María Aznar, ex presidente del gobierno español y el
más fiero aliado de George Bush, a dar una " cátedra " en las páginas de El Mercurio el domingo 12 de febrero, al igual que entonces, cuando lanzaron su llamado a H. Kissinger y a Richard Nixon, con las dramáticas consecuencias para la convivencia nacional. Lo de Aznar no es otra cosa que un llamado al enfrentamiento y a la inestabilidad, como su actual acción en la política española.
La inestabilidad de un país es causada por las injusticias que existen y no por el pensamiento. No es por " la preocupación de la " marea populista " en América Latina, ni que la derecha esté callada, desaparecida o acomplejada ", como lo señala Aznar a El Mercurio, no.
En Chile, ni en ninguna otra parte, la derecha ha estado callada. Siempre ella ha tenido el poder y la fuerza, y la fuerza del poder también, y es la digna sucesora del viejo y nuevo imperialismo español de la que Aznar es su apóstol, defensor y representante. Su fracaso en España, en América Latina y Chile en particular, es y ha sido obra de su propia soberbia y la abismaste desigualdad socioeconómica por ella sustentada.
Antes fue el temor al socialismo, a la guerrilla, a la Revolución Cubana, hoy su miedo está, en que es le está pidiendo compartir las riquezas de sus economía liberal entre toda la gente. Para la derecha, para Aznar, eso es un criterio que no puede existir en una sociedad moderna.
Atención chilenos, la derecha chilena no está dormida. En ella el fascismo sigue vivo. Su política de enfrentamiento y desprestigio es el pan que alimenta el miedo y el temor de la gente... y con ella anda el
diablo suelto.
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