Los niños en la línea de fuego
Domingo 12 de febrero de 2006
El inocente saldo de las balaceras en poblaciones
Los niños en la línea de fuego
Caen como moscas en tiroteos, riñas y ajustes de cuentas entre narcos o bandas rivales. No hay cifras oficiales, pero sólo en la Región Metropolitana nueve niños murieron y decenas quedaron heridos el 2005. Los vecinos no denuncian por temor a represalias. Los padres sobrellevan el terror con diazepam.
www.lanación.cl Domingo - Por Carla Alonso y Alejandra Carmona
Angélica Sobarzo (35 años) dice que no hay un solo día, desde que falleció su hijo Giovanni, que no haya llorado. A pesar de que ha transcurrido un año y siete meses desde el homicidio del adolescente -en la población José María Caro, comuna de Lo Espejo-, el dolor es tan intenso como esa noche de invierno de 2004, cuando vio a su hijo desplomado en el asfalto. Con una herida de bala que le atravesaba completamente el cerebro.
Como si se tratara de un rito, cada noche, antes de acostarse, la madre sube al segundo piso de la casa y observa a través de una ventana. Busca en el cielo la estrella más brillante y ahí encuentra a su pequeño de 14 años. Entonces, le da las buenas noches en silencio y le cuenta que ella está bien, que la familia siempre lo recuerda y que está embarazada de cuatro meses.
“Tengo fecha para julio, justo el mes que falleció mi hijo. Yo le guardo todos los recortes de prensa, para que después el niño vea que la muerte de su hermanito no quedó impune. Como otras muertes”, dice Angélica Sobarzo, quien trabaja en una panadería de la población José María Caro.
La madre aún no tiene claro cómo se va a llamar el hijo que tiene en el vientre. Pero ya sabe que es varoncito. “Durante mucho tiempo no quise tener más niños, porque Giovanni era todo para mí. Con él me bastaba. Al comienzo, cuando murió, reaccionamos súper mal. Con mi marido decíamos: si no está él, no va a haber otro”.
“MUEREN MÁS JÓVENES”
Nueve menores murieron y decenas quedaron heridos durante 2005, sólo en la Región Metropolitana. Según la Policía de Investigaciones, fueron atacados con armas de fuego o cortantes. Abatidos en las puertas de sus casas. Ante el horror de sus padres. Frente a la mirada congelada de sus madres.
Todos eran niños que nada tenían que ver con bandas o pandillas. Pero perdieron la vida en sus manos.
Rubén Molina, subprefecto de la Brigada de Homicidios de Investigaciones, explica que, cuando hay menores involucrados, casi siempre está la droga de por medio.
Y es que el consumo de pasta base y de alcohol al interior de las poblaciones produce conflictos y discusiones que suelen terminar en peleas con armas de fuego. Casi siempre son disputas por dinero y abundan en el sector sur de Santiago. Los casos de niños que accidentalmente van pasando y les llega un balazo son los menos.
Un médico asesor criminalístico de Investigaciones desliza el problema de fondo: Chile es uno de los países con mayor desproporción entre policías y número de habitantes. “La Brigada de Homicidios cuenta con cien policías para todo Santiago. La gente tiene una percepción real de que están desprotegidos. Además, es un hecho real que la edad de las víctimas ha bajado notoriamente. Hoy mueren más personas jóvenes”.
Giovanni Santander murió tres meses antes de cumplir los 15 años. Su madre cuenta que le estaban organizando una comida, porque él era bastante formal. “Los amigos tenían que venir con terno y todo”.
Eran las diez de la noche de ese domingo 19 de julio de 2004. Angélica Sobarzo regresaba de su trabajo, en compañía de Giovanni y su esposo, Patricio. Como eran vacaciones de invierno, su hijo se quedó unos minutos afuera conversando. “Yo entré a la casa con mi marido. No alcancé a sacarme el bolso y comenzó la balacera”, cuenta.
Los amigos de Giovanni, que eran mayores que él, corrieron por el Pasaje 6 Sur apenas sintieron los disparos. Los primos también huyeron rápidamente. El único que se quedó parado, estático, fue Giovanni.
Eran las diez y cuarto cuando sintieron los disparos afuera de la casa. Patricio salió corriendo. Al llegar a la esquina del pasaje vio a su hijo tirado en el suelo. “De ahí no reaccionó nunca más. No se movía. Nunca más abrió los ojos. Recibió un balazo en la nuca. Le atravesó el cerebro y le salió por la frente”.
Pasaron unos segundos que parecieron horas. Angélica salió del impacto inicial y se percató de que su hijo ya no estaba en esa esquina. Personal de Investigaciones lo había trasladado a una posta de la Villa Sur. Luego, vino el peregrinaje. Del Hospital del Salvador hasta el Exequiel González Cortés.
En ese último recinto, el médico confirmó a los padres que el niño tenía muerte cerebral. “No le quedó nada de masa encefálica. Su cabeza era como una manzana deshuesada. Entonces, decidimos donar sus riñones. El corazón de Giovanni nunca dejó de latir y también quise donarlo. Pero mi hijo tenía sangre negativa y no era compatible con la lista de espera”.
Giovanni fue desconectado el lunes a las tres de la tarde. La misa de responso se realizó en su colegio. Carabineros dispuso una micro para que los vecinos se trasladaran hasta el Cementerio General.
EL DOLOR DE LOS SANTANDER
Angélica Sobarzo llegó a bajar 15 kilos después de la muerte de su único hijo. “Fui al sicólogo, al siquiatra, pero no me sirvió de nada. Iba a trabajar en bicicleta y le decía a mi esposo que ojalá me atropellaran”. Los niños en la línea de fuegoAngélica Sobarzo, madre de Giovanni Santander, visita a diario la animita de su hijo asesinado en la población José María Caro. |
La madre de Giovanni faltó dos semanas al trabajo, pero luego sacó fuerzas de flaqueza y retornó. Entre otras razones, porque tenían que pagar una deuda de cuatro millones de pesos por los gastos hospitalarios. “Gracias a Dios, el Gobierno hizo un cheque y saldó todo”.
Angélica Sobarzo cuenta que la Policía de Investigaciones nunca los dejó solos. Un funcionario les prometió que iba a llegar hasta el final para agarrar a los victimarios de su hijo. Luego de varios meses de investigación, fueron cayendo de a uno. Hoy, los cuatro individuos están presos.
“Incluso dos más, que viven cerca, y que provocaron el homicidio. Los que mataron a mi hijo vinieron a buscar a unos cabros de acá que les vendieron leche en polvo en vez de droga. Por eso la venganza. Por eso llegaron ese día y dispararon para todos lados”, cuenta.
LA ESQUINA DE GIOVANNI
Clara Santander, la abuela de niño asesinado, viajó desde Orlando cuando se enteró de la muerte de Giovanni. Estaba en Estados Unidos visitando a otra hija.
Ella cuenta que el barrio mejoró bastante luego de la muerte del niño. “Porque el municipio le concedió esa esquina a Giovanni. Los patos malos ya no se juntan ahí a vender drogas”, asegura la abuela. Clara Santander dice que a sus otros nietos no los deja salir cuando ella no está en la casa. Y es que el temor a que ocurra una desgracia en cualquier momento está siempre latente en la población José María Caro. “Ahora nadie dice juntémonos en la esquina del Seis. Todos dicen juntémonos en la esquina de Giovanni”, agrega la madre.
Angélica Sobarzo dice que, como viven frente a un cuartel de Investigaciones, rara vez hay balaceras. Pero que en otros pasajes son pan de cada día. “La gente igual se queda callada. Nos decían que no habláramos nada, que no saliéramos en la tele. Pero yo dije: ya nos llevaron lo más importante, qué más puede pasar”.
La madre de Giovanni cuenta que se están construyendo una casa en Calera de Tango. La idea es que el nuevo hijo nazca en un ambiente tranquilo. Dice que no lo han hecho antes porque algo los une a ese pasaje: la presencia de la animita de su hijo.
Angélica explica que los ayudó mucho que se conociera el caso de Giovanni por la prensa. Dice que gracias a Dios no han recibido amenazas luego de la muerte de su hijo. Pero reconoce que para otras familias esas intimidaciones son frecuentes. Como en el caso de Jerry Ahumada, cuya familia se encuentra totalmente amenazada. Angélica no sabe de ello. No conoce otra historia que la de su hijo de 14 años.
EL LUTO DE LOS AHUMADA
La noche del primero de octubre de 2005, Digna Irarrázabal se levantó de su cama y caminó hasta la puerta de su casa rezando. “Yo sentí la balacera. Un familiar me dijo que le había llegado un tiro al Jerry. Yo pedía al cielo que le hubiesen dado en el muslo o en la espalda, pero nunca me imaginé que la bala había cruzado su cabecita”.
Apenas susurra. Balbucea una pena negra. En el consultorio le están dando diazepam.“Yo no quiero ir de vacaciones, ¿sabe?; a veces, una ve otros niños y se pasa miles de rollos, que podría ser él. Pero no lo dejamos solo. Vamos todos los jueves y domingos a verlo al cementerio. Le llevamos peluches. Le arreglamos la tumba. Y le conversamos. Ahora, el cementerio es mi segunda casa”.
Digna Irarrázabal tiene 28 años y fue madre por primera vez a los 15, cuando nació Camila. Jerry era el menor. “Pero ya no quiero tener más hijos. No mientras siga viviendo aquí. No podría tener un hijo pensando que le puede pasar lo mismo que al Jerry. Capaz que un día me lo encuentre igual, con un tiro en la cabeza”.
De esta manera viven el luto Digna y Mauricio Ahumada, padres de Jerry. El niño murió víctima del primer disparo de una ráfaga que lanzó un grupo de delincuentes. Agonizó unos minutos y murió a las dos de la madrugada del día siguiente en el Hospital Padre Hurtado. El mismo donde había nacido cinco años antes.
OLOR A VENGANZA
Aunque aún no se dictan sentencias, hay tres imputados por la muerte de Jerry Ahumada. La Fiscalía Sur tiene la certeza de que esa noche fue Cristián Hugo Peralta Gómez, “El Chaca”, quien efectuó los disparos. Enojado porque un conocido y exitoso lanza profesional de la población San Gregorio había “invadido” su terreno en la Villa La Serena, en la comuna de La Granja, abrió fuego junto a dos compañeros, mientras el presunto victimario arrancaba de la balacera.
Junto a Peralta se encontraban Jorge Mauricio Villagrán Vidal (23 años), alias “El Pepa”, y Johanna Paola Tobar Céspedes (30 años).
“Estábamos acostados. El Jerry ya se había puesto su pijama, pero se le ocurrió ir a comprar dulces. Iba al negocio de al lado nomás. Se encontró con otros amiguitos y se quedó jugando. Él estaba en la línea del primer tiro”, cuenta su madre.
Digna Irarrázabal no puede olvidar. Cada detalle es otra bala. “Se estaba desangrando. Otra gente gritaba ‘¡paren que hay un niño herido!’, pero los disparos siguieron”, añade con un sollozo abrupto. Porque quiere que pronto se haga justicia. Porque le gustaría vivir en otra parte, pero llegó hasta quinto básico y los trabajos requieren más escolaridad. Porque vive con la imagen de su hijo tirado en el suelo. Porque se niega a guardar sus juguetes y los power rangers –los favoritos de Jerry– siguen desparramados por la casa. Sin dueño.
A pesar de que todos los imputados se encuentran bajo prisión preventiva, los vecinos han sufrido amenazas desde que ocurrió el hecho. El pasaje Cerro La Silla huele a venganza.
Algunos pobladores tienen miedo de aparecer en la prensa contando que son interrogados persistentemente sobre quiénes son los testigos oculares del asesinato de Jerry Ahumada.
La familia vive con protección especial. Lo mismo que los testigos. “Están asustados; obviamente, sabemos que han estado preguntando por ellos, pero eso mismo refuerza la valentía de los testigos. Han seguido con esto hasta el final”, agrega el fiscal adjunto de las Fiscalía Local de Delitos Violentos y Sexuales, Hernán Soto.
¿DÓNDE VAN A JUGAR?
Mario Retamal, asistente social de la Fundación Rodelillo, sabe qué significa vivir con la violencia a un paso. El centro al que pertenece se encuentra en una población conocida por sus niveles de delincuencia, la San Gregorio. “Nosotros trabajamos con familias de esta población y de otras cercanas, como Villa La Serena. Y aunque no hemos atendido directamente casos de niños asesinados, este tipo de hechos sí nos han rozado”.
Retamal cuenta la historia de una niña que fue abusada sexualmente por un vecino y la familia de la víctima nunca se atrevió a estampar la denuncia. “Aprenden a convivir con esto”, cuenta. “A los que se niegan a denunciar les resulta insuficiente la cobertura que se hace a nivel policial y también la regulación de estas situaciones. El mecanismo de protección es encerrarse más temprano y volver a sus casas. La gente se conoce entre sí. Saben de quién hay que alejarse. Aunque viva al lado de su casa”.
El profesional de Rodelillo asegura que la reparación del daño resulta compleja, porque en muchos casos se sabe quiénes son los culpables. Sin embargo, los vecinos no acuden a la justicia por miedo a las represalias. “Se han instaurado ciertos códigos de convivencia. Miran el mal menor. Dicen: me voy a un juicio que puede durar un año y me traerá más problemas por haber denunciado, porque las represalias nunca se acaban”.
Paola Figallo, jefa subrogante de la Unidad de Atención de Víctimas y Testigos de la Fiscalía Regional, advierte que de los casos que son derivados para atención, los menos frecuentes son de víctimas por balaceras en las poblaciones. Cuando esto sucede se analiza el caso particular: cómo murió el niño y qué recursos tienen los familiares para sobreponerse a estas situaciones.
“El apoyo que entregamos tiene que ver con intervención en crisis, poder estar en el minuto que la persona está muy afectada”, dice Figallo. “Les damos recursos emocionales para bajar la angustia con la que llegan inicialmente, y luego los derivamos a sicólogos para que enfrenten el duelo de mejor manera”.
Los especialistas que trabajan con estos casos creen que la organización de los vecinos es fundamental para enfrentar la violencia y el microtráfico. “Hay cuadras enteras tomadas. ¿Dónde van a jugar los niños?”, se pregunta Mario Retamal.
Y no hay respuestas. Porque el escenario habla por sí solo. En la calle Vicuña y a unos pasos de donde murió Jerry Ahumada, “la gruta” está “con las cortinas abiertas”. La especialidad es la pasta base. En la calle, unos menores intentan interrumpir el paso de los automóviles, atravesando el pasaje con una manguera que hace las veces de valla.
En sus casas, las madres rezan para que una bala perdida no termine con el juego. LND
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