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Centros Chilenos en el Exterior

LA SOMBRA

Todas las mañanas, al despertar, tiene una carrera local con el sol. Eso en verano, en invierno no se preocupa. Debe llegar al trabajo antes que él asome su rubicunda faz. En el 99,9% de los casos gana. Se encierra durante ocho horas y media en un trabajo tan simple y tan monótono que duerme soñando con auroras sin luces.

Desde las primeras horas empieza a sentir cómo se pudre. Como la gangrena de lo imposible corroe sus entrañas. Siente, huele, palpa el morir en cada jornada, siempre un poco más, cada día más…más…más… Sabe que va desapareciendo molécula a molécula, átomo a átomo, segundo a segundo… Comprueba cada día como la muerte va produciendo la podredumbre. Cómo se aleja lo bueno y lo bello. Cómo el amor se transforma en ácido corrosivo y maloliente.

Está una jornada larga de horas infinitas sintiendo al todo convertirse en excremento, embadurnando sus manos con la mugre de papeles infectos que reclaman porquerías. Bebe un a botella de jugo insalubre, producto de exprimir caca fresca que la propaganda dice ser exquisito. Come platos infectos con una variedad gigantesca de excrementos de colores diferentes (admira al cocinero que sabe preparar la mierda con tan fecundo arte culinario).

Su linfa, por tanto, ya no nutre: desgasta sus órganos vitales. Su sangre ya no canta: murmura quejidos agónicos y debe creer que no son glóbulos rojos o blancos, no son plaquetas ni fibrina, sino defecaciones líquidas las que corren por sus venas.   Debe hacerse un esfuerzo enorme cada día para superar la inercia de la noche y lanzarse a la vida antes de que el todo se haga nada.  

 Ha perdido su poder de creación. No hace nada positivo. No labora ni con la Ilusión no con la Esperanza. Parece que las células de su masa encefálica se han anquilosado, o pero aún, se están pudriendo, igual al resto. (¿Llegará el día en que tenga el cráneo lleno de líquenes putrefactos, que sus ojos sólo miren cuadros negros y que sus oídos sólo escuchen ayes atormentados de muertos ignotos?)  

Tiene miedo de que alguna vez su boca, en vez de musitar palabras, desparrame un raudal de porquería acuosa que ensucie la pechera de su camisa y arrugue su corbata. Pero la  jornada de trabajo, larga y fea, termina y debe partir rumbo a casa. En verano es un mayúsculo problema. Sale a paso apresurado, casi corriendo. Atraviesa calles, cruza esquinas, a veces sin esperar la luz del semáforo. Es una carrera loca contra la imagen que da  a los vieneses. (Felizmente los habitantes de la vieja vindobona se preocupan poco de sus prójimos. Están encerrados en sí mismos y no tienen ojos para mirar el horizonte. Su mundo redondo gira como carrusel de circo pueblerino sin salir de la órbita creada por su propio ego. Son, casi siempre, su eje, su espiral y la causa de su propio movimiento. Piensan en comer, en beber, en fornicar, en el auto, en las vacaciones y en la jubilación que siempre tarda.) Corre. Apenas baja las escalas del metro está salvado. Quedan solamente algunos pasos hasta su casa.

Los hace a trancos largos, apresurados: así la gente no se fija ¡es su drama! Toda persona comparte lo que hace, lo que recibe, lo que piensa, lo que sufre, lo que ama, los recuerdos, los anhelos, las esperanzas con la otra parte de sí mismo, consustancial al hombre, pero esa parte la ha perdido. Perdió su sombra. Se fue desprendiendo poco a poco, lentamente… El primer trozo quedó en una comisaría de carabineros, allá lejos. Fue pequeña, insignificante la parte que dejó adherida a las viejas paredes de la casona enorme.   Luego otro pedazo en el calabozo del  Regimiento de Ingenieros Ferroviarios, allí se pegó junto a su sangre, a su dolor, a su impotencia y su rabia.

Una tajada grande quedó soldada a las graderías, a los camarines, en los pasillos del Estadio Nacional (también quedaron las sombras de los cuerpos torturados de innumerables compañeros). La parte más grande la perdió en la tierra seca y salitrosa, entre las casuchas de barro, en la plaza revivida, en el teatro en que cantó Caruso, en el viento duro y en la camanchaca matutina.

Chacabuco fue el lugar donde su sombra se alejó con más premura, hecha caliche, hecha torta, hecha rajos son obreros, hecha soledad, hecha congoja. Más tarde en Ritoque, junto al mar, al conjuro del olor del yodo quedó otra parte (estará ahora pescando merluzas ese pedacito de sombra).

Y lo último que de ella quedaba lo dejó en Tres Álamos, el lugar maldito en las puertas de Santiago. Cuando lo sacaron para expulsarlo a Europa, la policía no se percató del hecho, pues era invierno y no brillaba el sol. Sol que para la mayoría de los chilenos no brilló en muchos años. Y llegó al asilo sin sombra. Al principio no notaba cuanta falta le hacía. Pero hoy, después de tantos años de exilio, toda la carga emocional y temporal le pesa, pues no tiene con quién compartirla. 

Con su sombra se fue la mitad de su energía, y su escasa inteligencia, de su pequeño acervo cultural, de su mínima capacidad creadora, de sus muchos sueños y de un cúmulo de esperanzas truncas. Su vida quedó amarrada a fragmentos de si mismo que vagan por senderos olvidados. ¿Dónde está su sombra? ¿Los distintos trozos andarán deambulando por los caminos tierrosos de la patria? ¿Estarán en alguna parte del norte árido, el centro cálido, del sur feraz o del austral brumoso? ¿Andarán errando por aldeas, pueblos y ciudades? ¿Se habrán ahogado en el mar-océano, en los ríos o en los lagos? ¿Habrán trepado al Aconcagua y cantarán en la cima de la libertad eterna en el monte más alto de Los Andes? ¿Serán pisoteados como cosa inútil o un niño tendrá una parte y jugará con ella pintar oscuridades al mediodía? ¿Habrá su sombra desaparecido, igual que la de otros tantos, víctimas de la jauría que devoró la tierra amada?

Lo acompañó desde siempre. Fue consigo a todas partes: en las buenas y en las malas. Jugaron juntos cuando pequeños. Estudiaron uno al lado del otro. Se enamoraron de sombras que proyectaban las mujeres que amó algún día. Se casaron en la misma fecha, en el mismo lugar y a la misma hora. Amó la sombra de su mujer, tal cual él la amó a ella.

No hubo nadie más fiel y más cercano: nacía junto a sus pies y se prolongaba conforme al tiempo y a la hora. Fue partícipe de sus triunfos y de sus derrotas, de sus pesares y alegrías, de su vida entera. Pero el Golpe fue muy duro y se fue quedando en los lugares de la ignominia. ¿Quiso estar allí como símbolo de lo bueno y de lo bello? Hoy debe capear el sol para que nadie se percate de que ya no la tiene.

Va solo, sin su cincuenta por ciento, sin su otro yo fraterno. La mierda acumulada en tantos años se extiende por su alma y por su cuerpo. A veces, en noches de insomnio (que son muchas), piensa en ella y reza: “Dios mío, sabes que para mí tú no existes, pero, por favor, haz un milagro: deja que me reúna con mi sombra antes de la muerte”.

Claro, milagros no hay en nuestros tiempos, sin embargo sueña: “Un día recorreré los caminos conocidos, otros nuevos y algunos que nunca existieron. Recogeré en los sitios más extraños los trocitos esparcidos de mi sombra y uno a uno los iré guiando en una bolsa impermeable.

Cuando tenga la totalidad de ellos, en un lugar cualquiera, tal vez bajo la luz inmisericorde del desierto, o en un puerto al conjuro de las olas y del graznar de las gaviotas, o en un bosque de araucarias, o en la ribera del lago Llanquihue mirando el cono nevado del volcán Osorno, o en la Laguna Helada cercana a Punta arenas, o en el Patio de los Naranjos del Palacio de La Moneda, o en las puertas del Congreso Nacional, en cualquier parte, los extenderé en el suelo y cual rompecabezas, los ordenaré hasta que esté completa (si faltare alguna parte cubriré el hueco con hollín de la cocina o con betún negro de zapatos).

 Entonces fabricaré coronas de copihue o de añañucas y nos coronaremos ambos y bailaremos la danza de la sombra y del hombre reencontrado. Abrazados estrechamente lloraremos largo rato por las sombras y por las gentes que nunca más podrán hacerlo unidos. Seguidamente buscaré un niño pobre, sucio, desnutrido, famélico, descalzo, despeinado y harapiento y unificaré su sombra con la mía. Tomados de la mano, juntos, emprenderemos, cantando, el camino por los senderos infinitos que conducen a la paz, a la justicia y a la democracia.
 

Autor Gregorio Mena Barrales
Fallecio en Viena, Austria, el 14 de enero de 1997

1 comentario

Pati Suárez Barrales -

Emocionante, estremecedor. Toda su historia retratada en su propiedad, en la propiedad arrebatada a jirones por quienes nunca lo vieron, no lo conocieron y nunca supieron que cada jirón era parte de su vida, de su alma. Ellos también me arrebataron la bella posibilidad de conocerte más de lo que te conozco hasta hoy. Te quiero mucho