Los fundamentos del paro nacional en Chile
Por Andrés Figueroa Cornejo
1. El capitalismo en Chile se resume en la hegemonía y concentración económica –y por extensión, política y militar- de los grandes propietarios nativos y extranjeros (intervinculados) versus la ampliación del trabajo precario, informal, flexible, rotativo, polifuncional y sin regulaciones. El capitalismo es el modo ordenador de la realidad de manera compleja, integral y contradictoria; y organiza el trabajo y la reproducción general de la vida de acuerdo a su movimiento y las demandas históricas –coyunturales y estratégicas- de sus intereses. La desigualdad social (el país está dentro de los 10 más inequitativos en la distribución de la renta del planeta) es sólo una de las formas en que se expresa la más brutal apropiación privada de la riqueza humana y natural, la soberanía, y los bienes y servicios generados socialmente por las mayorías productoras. Esto es, la desigualdad social, únicamente es el efecto de la liberalización extrema de la economía, devenida en paraíso para los inversionistas transnacionales, y la privatización general de todos los derechos sociales y recursos naturales (salud, educación, seguridad social, previsión, vivienda, minerales, agua, energía, territorio, aire). Si bien, en particular en Chile, la rectoría del capital financiero y la especulación sobre los otros momentos del capital (productivo, comercial) comenzaron a mediados de los 70 del siglo pasado, en plena dictadura militar, la tendencia se incrementó –incluso con mayor legitimidad y fuerzas- durante los gobiernos civiles post Pinochet.
Cuando se habla de la hegemonía del capital financiero, quiere señalarse un estadio concreto del devenir del capitalismo donde regenta el momento financiero de la economía capitalista encargado de reciclar la parte del capital (que es puro trabajo acumulado) que, a causa de la sobreproducción, no le es posible revalorizarse en la producción concreta de bienes y servicios. El sistema financiero por sí solo no crea valor nuevo. Es decir, es puro capital ficticio y especulativo no productivo, y, en general, renta respecto de un interés en relación a un crédito, a una deuda, a una promesa de pago. El cambio realizado por la economía norteamericana a inicios de los 70, al liberar al dólar de su respaldo en oro, incrementó de manera sideral el rol del capital financiero sobre la producción real, e inició un nueva fase signada por la mundialización financiera y comercial del mercado, la destrucción cada vez menos creativa de fuerzas productivas (síntesis de una dinámica contradictoria), la deslocalización, y el gobierno de la bolsa. Ello no significa que se termina el capital productivo y su momento de distribución o comercialización, sino que el capital financiero subordina la producción y comercialización mismas del capital como nunca antes en la historia de la humanidad. En Chile este proceso fue facilitado por la dictadura militar (victoria contundente en las relaciones de fuerza del capital sobre el trabajo) y se manifiesta, por ejemplo, en las formas de capitalización individual del antiguo sistema de previsión social, y en la creciente colocación de la riqueza producida por la exportación de cobre en activos e instrumentos financieros contra intereses en el gran casino planetario. Este fenómeno ha intensificado el carácter rentista e interdependiente de la fracción del capital antes llamado “nacional”, pero en la realidad sometido por la tasa de ganancia del gran capital mundial cada vez más concentrado. Esta es la misma naturaleza de la clase dominante que opera en el país.
Por otra parte, pero siempre en el mismo sentido, los Tratados de Libre Comercio, por ejemplo, firmados por el democratacristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle y el socialista Ricardo Lagos Escobar, sólo han rubricado formalmente la destrucción de lo que quedaba de industria criolla –incapaz de competir con los gigantes mundiales-, y consolidado la situación de Chile como una nación condenada a la exportación de materias primas no elaboradas, como el cobre, la madera (en un lejano segundo lugar), y el pescado (en un todavía más distante tercer lugar). Las arcas fiscales (aval del capital y en las últimas décadas, subvencionadora de los programas sociales asistencialistas de los gobiernos de turno) están sometidas al precio del cobre, en un contexto donde únicamente el 27% continúa en propiedad del Estado, mientras un 73% es explotado por el capital privado y extranjero que, por lo demás, paga impuestos insignificantes y cuyas ganancias son convertidas en activos financieros e inversiones fuera de Chile.
2. ¿Cómo en un país que tuvo una clase trabajadora ejemplarmente organizada entre los años 50 hasta el golpe de Estado de 1973, la relación capital / trabajo se encuentra tan descompensada cuando termina la primera década del siglo XXI? Naturalmente, la represión criminal de las FFAA al servicio del capital es una de las razones sustantivas. No sólo fueron demolidos los partidos y destacamentos políticos populares más importantes que alcanzaron su apogeo en la Unidad Popular, sino, de igual o peor forma, fueron exterminados los líderes, cuadros y sectores más voluntariosos y concientes de los intereses de los trabajadores y el pueblo. Esa es una razón. Otra, no menos relevante, corresponde a incontables militantes de la izquierda, a niveles de dirección e intermedios, que durante la década de los 80 hipotecaron el ideario socialista a cambio de “un mejor pasar” y adquirieron las expresiones ideológicas provenientes de los intereses de la clase dominante, minoritaria y gran propietaria. Esos fueron los que negociaron la salida pactada de la dictadura –ya inútil para el propio imperialismo-, manteniendo intacto el proyecto económico impuesto por la Escuela de Chicago, y estableciendo las maneras de una democracia encorsetada, puramente formal y reproductora incesante de los mismos intereses de clase que reinaron en el período anterior. Además de estas dos razones poderosas que explican en gran medida las dificultades para la recomposición del movimiento popular en el país, se encuentra el refinamiento de los dispositivos de alienación y consenso empleados por la clase en el poder para postergar y amañar la conflictividad social. Aquí no sólo es preciso apuntar la ya tradicional concentración de todos los medios de comunicación de masas, los programas escolares, las leyes antipopulares, la cooptación política, la promoción de la delincuencia a través de la industria de la droga, la exclusión de la juventud popular, la ignorancia premeditada, y la profusión de religiones que, en conjunto, constituyen una estrategia general de domesticación, normalización, fatalidad, racismo, patriarcalismo y legitimación del actual orden de cosas como “el único posible”. Un aspecto adicional, gravitante y relativamente novedoso en el plano de la alienación social digitado desde el Estado-corporativo o gran empresarial, es el endeudamiento extraordinaria –o acceso sin regulaciones al dinero para consumo- de los trabajadores y el pueblo, único medio que explica el doble movimiento del micro crédito fácil. Esto es, por un lado engorda las utilidades de las casas comerciales y bancos que venden crédito a intereses leoninos; y por otra parte, mantiene a los endeudados, en especial a los trabajadores, esclavizados respecto de las cuentas impagables, a expensas del fetiche de la mercancía, e inmovilizados a la hora de pelear por sus derechos debido al temor a perder el empleo –ya malo- y acabar incapacitados de renegociar sus deudas, con las consecuencias jurídicas y penales que ello comporta.
3. Políticamente, los partidos tradicionales de la minoría dominante y sus fracciones –en crisis permanente, pero con mucho tiempo para recrearse a causa de la inexistencia de un movimiento popular constituido y de alta frecuencia- se distribuyen bajo la lógica formal de la alternancia en la administración del Estado (Concertación /Coalición por el Cambio), y estratégicamente representan el mismo proyecto de clase como se ha probado objetivamente en innumerables análisis e ilustraciones (de todo color) sobre las relaciones sociales hegemónicas en el país, y ante todo, a través de la realidad dura y mala vida de la mayoría de los chilenos. Los matices de las componendas políticas, hoy oficialista y ayer oposición, no impactan estructuralmente en la existencia cotidiana de los trabajadores y el pueblo. Por eso los trabajadores y el pueblo están mandatados a construir su propia alternativa política, y ella será hija del movimiento real de la lucha social. Sólo de allí saldrán las pistas cardinales para cambiar la vida y la nueva conducción política de las grandes mayorías explotadas y oprimidas. Y, por otro lado, la superación del capitalismo, como no funciona como necesidad histórica predeterminada, será fruto, ante todo, de la relación dinámica de la voluntad de lucha y organización, como de las propias condiciones materiales de la población malograda.
4. Una de las formas de gatillar el prólogo de un nuevo ciclo de lucha social, es el paro nacional. Esto es -lejos de cualquier consignismo-, la articulación premeditada de la unidad de los más amplios sectores de los trabajadores y el pueblo por demandas tanto históricas, como la renacionalización del cobre –fuente principal del crecimiento real de la economía nacional y, por tanto, base insoslayable para una eventual industrialización y auténtica soberanía bajo paradigmas asociados al cuidado de la naturaleza y al desarrollo sustentable y a largo plazo-; como de las reivindicaciones y derechos sociales elementales, hoy inexistentes. Esto quiere decir, salud, educación, vivienda y seguridad social públicas de excelencia y acceso universal; salario adecuado, empleo estable (para frenar, tanto el endeudamiento plástico, como las enfermedades y accidentes laborales); posibilidad de créditos productivos de bajo precio y alta regulación del sistema financiero. Asimismo, y de manera distintiva, se agregan en el mismo estadio, las reclamaciones territoriales, políticas y culturales del pueblo mapuche. Naturalmente, cada sector de los trabajadores y los pueblos tiene como punto de arranque demandas propias que, voluntaria y premeditadamente deben sintetizarse en una plataforma de lucha de sentido inmediato y urgente. El paro nacional es, por un costado, un inicio tendiente a romper el inmovilismo general y las luchas parciales, y por otro, un punto de llegada táctico con indudable unidad de sentido. Se trata de la política necesaria para un período (por ejemplo, el tiempo que comprende el actual gobierno). Es decir, el paro nacional es producto de un proceso de construcción de condiciones y concertación de fuerzas. Y, si bien Piñera no es Pinochet, el aprendizaje político que dejó la lucha contra la dictadura militar, indica que para el llamado airoso a un paro nacional –que en Chile primero será mucho más el marco indispensable para una protesta nacional que una huelga general en términos clásicos- debe realizarse la reunión –al menos suficiente cualitativamente- de la autoridad histórica y legítima de las grandes mayorías: los trabajadores. Claramente, la militancia popular debe abocarse no sólo a la propaganda o a testimoniar las injusticias del capitalismo. Su tarea prioritaria debe ser la concentración en particular de la unidad, primero de los más organizados. La convocatoria a un paro nacional que provoque las condiciones ampliadas de la protesta social multisectorial y multicultural, tiene que llevarse a cabo por los asalariados de los territorios estratégicos de la economía chilena. Esto es, los trabajadores del cobre, la banca, los forestales, la pesca, el comercio, el transporte y el cuentapropismo organizado. El horizonte táctico de un paro nacional –de acuerdo a las formas descritas- no demanda una alineación política de alta densidad ni pactos ideológicos. De acuerdo a la propia realidad, las agrupaciones de trabajadores de las áreas estratégicas de la economía deben convenir una plataforma básica, inclusiva, amplísima, plástica y práctica, legible e incuestionable. El objetivo es que en las formas y los contenidos, los llamados a convocar al paro nacional den cuenta de las demandas más sensibles de las mayorías nacionales. Eso resultaría más que suficiente para desatar, de menos a más, el malestar social todavía agazapado de los populares. Aquí se propone una forma determinada por el descontento de los muchos, que privilegia la lucha por abajo y en los espacios públicos hoy empapelados por la publicidad y la vigilancia. Aquí se propone los pasos primeros para devastar el fatalismo y la paz de cementerios que exige la superexplotación laboral, el despojo de los recursos naturales, el castigo a la disidencia. Aquí se propone una forma para comenzar la demolición a largo plazo de una sociedad inhumana y estructuralmente desigual. Se trata de ofrecer, a través de luchas dispersas, pero existentes, una respuesta a cómo, lo más concertadamente posible, inaugurar un nuevo ciclo del movimiento social en Chile con sentido.
Noviembre 6 de de 2010
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