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Centros Chilenos en el Exterior

Principio o fin de la Concertación

Martes 02 de Febrero de 2010

Enrique Krauss Rusque

 Al efectuar el desembarco en Normandía las tropas aliadas, se especulaba acerca del significado que podría tener esa operación militar. Consultado sobre el particular, Winston Churchill, uno de sus más importantes autores, replicó que podría ser “el principio del fin o el fin del principio” del mayor conflicto conocido por la humanidad. La respuesta definitiva la daría el futuro, dependiendo de las circunstancias y de la conducta de los protagonistas. Guardando las proporciones, una contestación parecida se puede dar a quienes de buena o mala fe inquieta el porvenir de la Concertación de Partidos por la Democracia, el pacto político más exitoso y estable de la historia republicana chilena.

Ahora el pronunciamiento ciudadano ha dispuesto que la Concertación quede situada en el flanco opositor, lo que a los concertacionistas sabe a copa de la amargura. El citado Churchill —que en materia de derrotas tuvo bastante experiencia— afirma que la “alternancia fecunda el suelo de la democracia”, pronunciamiento que debiera inducir a asumir derechamente el escenario en que corresponderá actuar. Este no es el mismo de los tiempos heroicos ni menos de los años en que se presidió al país. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, diría Neruda. Simplemente, con realismo hay que adecuarse a las nuevas condiciones que obligan a implementar nuevas estrategias y consecuentes tácticas.
 
Cabe, pues, recoger las señales dadas por la elección y convenir que seria y solidariamente la Concertación debe ser renovada para seguir existiendo como tal. Pero no se trata de abocarse a refundaciones que rememoran aparatosas demoliciones ni pomposas reiniciaciones de marchas u otras operaciones semejantes. Ellas tienen el riesgo de devastar el enorme historial positivo que constituye un patrimonio moral valioso y el principal capital político con que la Concertación puede y tiene el derecho de participar en el próximo acontecer político.
 
Cumplir adecuadamente la responsabilidad que el resultado electoral ha adjudicado a la Concertación supone prioritariamente ratificar como valor y ánimo societario el de la unidad por encima de las diversidades de los partidos y movimientos que integran la Concertación. Así surgió, superando las entendibles discrepancias en doctrina, ideologías y proyectos de quienes provenían de distintas canteras del pensamiento, la filosofía y la praxis política. Tanto en la paz como en la guerra la unidad trae la victoria y ella es tanto más necesaria cuando, como en este caso, no existe el aglutinante del ejercicio del poder.
 
La práctica de la unidad se basa en el recíproco respeto de individualidades y grupos, por lo que debiera desaparecer la lamentable inclinación de descalificar a quienes no comparten juicios o apreciaciones, hábito más reprobable si se realiza por los medios de comunicación. Los partidos y el pacto deben establecer mecanismos internos en que las disparidades se despejen sin estridencias y los acuerdos se cumplan con disciplina. El país abomina de las pendencias callejeras y un cariz de esa especie tienen algunos aparentes análisis transformados en subasta de supuestas responsabilidades y culpas de los resultados electorales. La unidad es más necesaria en las derrotas que en los triunfos.
 
La Concertación deberá adquirir las prácticas y usos de un conglomerado opositor, rol que en las democracias estables es tan relevante como el de dar gobierno. Es necesario ejercer las prerrogativas institucionales de modo serio, responsable, con el respaldo de los profesionales y técnicos, cuestionando los errores, denunciando los abusos y contribuyendo con lealtad a la solución de los problemas del Estado. Debe esforzarse, además, por interpretar, especialmente en el foro parlamentario, las sensibilidades y aspiraciones de las gentes que andan a pie. La Concertación en horas dramáticas fue capaz de ser voz de los que no tienen voz, misión que gradualmente fue abandonando y es imprescindible recobrar. Para hacerlo cuenta con una calificada generación de reemplazo, según quedó suficientemente demostrado en la reciente campaña presidencial.

Si la Concertación logra configurar legítimamente el perfil opositor, adoptando señales como las sugeridas u otras tantas que surjan de la experiencia y del talento de sus dirigentes y bases, simplemente habrá ocurrido “el fin del principio”, es decir, de la etapa del afianzado montaje de la nueva democracia, sin la cual la elección del nuevo gobierno no habría sido posible.

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