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Un brillo que sólo trajo muerte a Japón

Un brillo que sólo trajo muerte a Japón

Viernes 7 de agosto de 2009   

 Por Carolina Pezoa / Agencias / La Nación 

Hiroshima conmemoró ayer el 64º aniversario del lanzamiento de la bomba atómica

 Pese a lo escalofriante de la tragedia japonesa, la completa abolición de las armas nucleares es hoy aún una utopía. Mientras el poderío nuclear sigue siendo un fuerte disuasivo, las sombras de quienes fueron desintegrados en fracción de segundos recuerdan la fatalidad que terminó con la vida de 240 mil personas.

Más de 300 ciudades del mundo, incluida Santiago, conmemoraron ayer el 64º aniversario del primer ataque atómico de la historia, acaecido aquel fatídico 6 de agosto de 1945 en la japonesa Hiroshima. En un solo llamado, sólo entrecortado por las distancias geográficas, miles de voces se unieron para exigir algo que hasta el momento es una utopía: la completa abolición de las armas nucleares.

Aunque no han sido escasos los esfuerzos para lograr avances en la materia, el tiempo se ha encargado de borrar lentamente el holocausto instantáneo dejado por "Little boy" en la principal isla nipona. Por consiguiente, en la actualidad existen alrededor de 26 mil armas atómicas desperdigadas por el mundo. Cifra que no incluye el arsenal que podrían tener países reacios a las inspecciones de Naciones Unidas y organizaciones terroristas.

Mientras historiadores y políticos aún debaten sobre si el mortífero bombardeo estadounidense -que tres días después se repitió en Nagasaki- era necesario para poner fin a la Segunda Guerra Mundial o si sólo se trató de una excusa para probar una nueva arma, las palabras del Primer Ministro japonés, Taro Aso, resonaron lastimosamente ayer tras la ceremonia oficial: "En circunstancias normales, es inimaginable (y) no es justo creer que si alguien las abandonara unilateralmente, los otros las abandonarían también".

Son cerca de 235.569 los "hibakusha" (sobrevivientes del ataque aéreo) que año tras año ven como la tecnología atómica gana más y más terreno, ya sea para estudios científicos, generación de energía eléctrica o, simplemente, para aumentar la defensa de tal o cual país.

ATERRADOR SILENCIO

Aquel espectáculo aniquilador, que en segundos terminó con la flora, la fauna y las edificaciones a dos kilómetros a la redonda de donde cayeron "Little boy" y "Fat man" (bomba lanzada en Nagasaki), fue un grito de victoria para el gobierno estadounidense y un llanto desgarrador para su homólogo japonés, el mismo que aún no se acalla.

Ayer, un minuto de silencio a las 8:15 horas enfrentó el ruido ensordecedor que marcó el instante mismo de la deflagración, al que le siguió un potente resplandor en el cielo, que cegó a muchos instantáneamente. La posterior columna de humo -hoy conocido como hongo atómico- alcanzó poco más de un kilómetro de altura, mientras que en su interior la temperatura rondaba los 4 mil grados Celsius.

Tres horas después, el alto mando militar en Tokio escuchaba los detalles de una pesadilla hasta entonces si quiera soñada: en Hiroshima sólo quedaba un cráter en el que deambulaban en un aterrador silencio los "hibakusha", en su gran mayoría mutilados, quemados y calvos.

A su alrededor la destrucción absoluta. Las sombras plasmadas en paredes y pisos aún recuerdan a aquellos que fallecieron desintegrados en cuestión de segundos, ignorantes de lo que sucedía a su alrededor.

La tercera generación de quienes vivieron para contar su historia padecen todavía los nocivos efectos de la radiación y la lluvia radioactiva que cayó sobre sus ancestros. Se calculan que entre el bombardeo a Hiroshima y Nagasaki murió un cuarto de millón de personas, número que se incrementó con el correr de los meses y años.

 

 

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