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La muerte del fundador y un paria de la izquierda transicional

La muerte del fundador y un paria de la izquierda transicional

29 de Julio de 2009

Análisis político

 El Lautaro fue uno de los movimientos políticos más novedosos en su semántica y en sus praxis, engendrado por la propia retórica de la renovación socialista. Bajo su signa se repartieron condones en las poblaciones, pollos y zapatos. Bajo su rúbrica una mujer desnuda abrazaba una metralleta.

Por Cristina Moyano*

Sin duda que la muerte de Guillermo Ossandón Cañas repuso en el debate político diversos temas espinudos de nuestra transición. Varios han escrito columnas reivindicando su valentía, su idealismo, su ortodoxia y su consecuencia. Algunos como Eugenio Tironi esbozan que el camino tomado por Ossandón en un momento clave, a inicios de 1980, los separó profundamente a pesar de haber compartido caminos iniciales bastante parecidos. Otros indican que sus "delitos" no pueden compararse con los cometidos por las Fuerzas Armadas y, por ende, no pueden calificar como de lesa humanidad. Todo esto a propósito de la muerte de un hombre pequeño de estatura, pero que sacudió en los inicios de la transición al mundo político, que juzgó implacablemente esta democracia que estábamos construyendo y la calificó como una democracia "eunuca" y "cartucha".

Castigado con 10 años de prisión en la cárcel de Alta Seguridad, el Movimiento que lideró Ossandón, ha sido duramente catalogado y escasamente comprendido. El Lautaro fue uno de los movimientos políticos más novedosos en su semántica y en sus praxis, engendrado por la propia retórica de la renovación socialista. Bajo su signa se repartieron condones en las poblaciones, pollos y zapatos. Bajo su rúbrica una mujer desnuda abrazaba una metralleta y se declaraba la lucha por la cotidianeidad, por la liberación del sujeto popular, por resaltar la épica de lo cotidiano, de la inventiva popular, por la liberación del "sexo nuestro", lenguaje ajeno a la izquierda tradicional y que estuvo en el seno de este movimiento del que recientemente se han hecho investigaciones para conocer sus propias particularidades.

La transición a la democracia, como bien declara Tironi en alguna columna, se pensó con razón de Estado y las prácticas lautarinas eran intolerables para una elite política que necesitaba dotar de tranquilidad y de gobernabilidad a una transición en ciernes y con destino por construirse. En ese escenario los lautarinos fueron catalogados como subversivos, delincuentes, en suma, los parias de una izquierda y de una transición que nos los podía siquiera semantizar. Por ello existió una disputa orientada a calificar sus actos como "políticos" o simplemente delictivos. El calificativo político era demasiado honroso para ser usado con sujetos que se dedicaron a matar "carabineros que dirigían el tránsito", o a asaltar "camiones de pollos". Había pasado el tiempo en que aquellos actos se calificaran de "políticos", en la transición eso se tildó simplemente como un acto lumpenesco. Y así quedó en las páginas de la prensa, en el discurso político de la élite, desconociendo el propio proceso originario, rompiendo la propia posibilidad de comprender no sólo su retórica sino que también su praxis, desconociendo su capacidad de disputar una forma distinta de semantizar la democracia que se construía.

Vale la pena preguntarse ahora por los orígenes de este movimiento, recuperar la vida de sus militantes a la luz de una transición terminada, comprender las retóricas que lo engendraron, los discursos que los produjeron y comenzar así a repensar los otros caminos transicionales posibles y no posibles. Con la muerte de Ossandón se abre un espacio para repensar estos 19 años de democracia.

Algunos datos históricos interpretativos

A comienzos de los años 80, la idea de un sujeto popular autónomo conformaba la base de la estructura discursiva que cruzaba la reflexión mapucista. Esta base permitía por una parte, construir un puente entre las propuestas radicales del poder popular, que eclosionaron durante la UP, con la crítica a los postulados clásicos, evitando una ruptura en la identidad política militante y, por otro lado, construir una salida a la tensión nunca bien resuelta entre partido y movimiento.

Este discurso movimientista y popular tomó un carácter mucho más notorio y coherente cuando ‘irrumpieron las masas' en las jornadas de protesta social. La imagen de una sociedad en rebeldía, nutrió los sueños de muchos militantes del MAPU, quienes sintieron que este reventón social, que escapó al control de los partidos, era la mejor expresión de que este discurso era más que un anhelo y se convertía en realidad.

La rebeldía construía una imagen mucho más amplia que la que se visibilizaba con la lucha de clases, por cuanto la primera contiene un elemento más visceral y subjetivo que vuelve al sujeto autónomo y no teledirigido a un proyecto que lo antecede y, hasta cierto punto, lo determina como sujeto social. La rebeldía era expresión de descontento, pero también de creatividad; era expresión de la explotación y la opresión, pero también de la libertad. En esa perspectiva lo rebelde se entendía como una postura para combatir hasta en lo más mínimo los ejercicios de poder, en los cuerpos, en las vidas, en la cotidianidad. Era como pasar de una propuesta de hegemonía gramsciana a una idea del poder y la resistencia en las micro luchas, que por eso mismos años sistematizaba Michel Foucault en el viejo continente.

La rebeldía era una forma de ser y de actuar, no era expresión de un proyecto, sino que una actitud que permitía develar al sujeto en toda su complejidad y que le permitía ejercer la acción de autonomía hasta en los aspectos más básicos y simbólicos de su propia vida. La educación popular, fundamentada en las premisas de Paulo Freire, sistematizó la vieja promesa moderna de la auto emancipación por la vía del conocimiento, la autorreflexión y la crítica. El MAPU no solo se sintió atraído por estas propuestas, sino que fue el partido desde donde emergieron importantes teóricos y promotores de esta forma de acercamiento hacia el sujeto popular, que rompía con el obrerismo rígido de los años 60 y 70.

Desde esa perspectiva el MAPU construyó su poco clara y definida política de insurrección popular o insurrección de masas. Política que pretendía ser el motor que liberara al sujeto de su propia estrechez cotidiana, así como de las preconcebidas conductas que desde la política se habían articulado. Era, además, una política que jugaba de modo ambiguo tanto con la violencia defensiva o activa, como con la violencia simbólica de una resistencia pacífica al estilo de Ghandi.  El exceso por lo popular vino a reemplazar el exceso obrerista que anteriormente había cruzado los discursos de los años fundacionales de la colectividad, cuando su líder Rodrigo Ambrosio llamaba a proletarizarse, a mimetizarse con el pueblo, a exculpar el origen de clases con el compromiso y la anulación del propio sujeto que viene a liberar. Surgía así nuevamente la matriz mesiánica que marcó al MAPU en sus años fundacionales, lectura de una historia que los volvía líderes dispuestos a la inmolación por un proyecto político unitario.

Ese mesianismo redentor que estaba en la cultura política del MAPU y que muestra el fuerte influjo cristiano en su propia propuesta, combinado y transformado por la profunda crisis de los paradigmas que esta colectividad reconocía en la izquierda, fundamentó en 1982 la creación de un movimiento juvenil, enraizado en las luchas cotidianas de resistencia en las poblaciones, un movimiento que aspiraba a dar salida a las múltiples rebeldías liberadoras, el Movimiento Juvenil Lautaro.

Desde el plano más general, la fundación del Lautaro también se entiende por los giros en torno a las consideraciones sobre la violencia que estaba dando el Partido Comunista, pero por sobre todo, el impacto que generó la revolución sandinista en Nicaragua y su triunfo en 1979. La idea de un pueblo combatiente, donde la violencia es parte de la propia forma de relación con los otros y que convive con la solidaridad y los proyectos de transformación, se entremezclaron novedosamente hacia 1982.

En ese contexto se puede comprender mejor a este movimiento, sus giros posteriores, sus caminos y las trayectorias de sus militantes, como la del recién fallecido Guillermo Ossandón, requieren de un esfuerzo mancomunado para salir del silencio de las universidades, donde se ha hecho un ejercicio por la comprensión del mismo y no el simple acto de enjuiciamiento que ha recaído sobre ellos.

*Cristina Moyano es Académica del Departamento de Historia, Facultad de Humanidades USACH. Autora del libro "MAPU o la seducción del poder y la juventud. Los años fundacionales del partido mito de nuestra transición, 1969-1973".

 

 

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