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Del auténtico Cristo a Fidel Castro

Del auténtico Cristo a Fidel Castro

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Ricardo López (Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Esta nota, que no pretende ser una respuesta crítica, sino más bien un señalamiento fraternal. He leído con respeto y emoción la nota que el Sr. Julio Herrera publicara en la página de ARGENPRESS CULTURAL el sábado 7 de marzo de 2009, que lleva por título de Cristo a Castro. Debo decir que comparto sus reflexiones respecto de la persona del Comandante Castro y usar este título, y no el de doctor, político, filósofo, analista, o muchos otros que le caben, intenta hacer honor a la tarea titánica de este David latinoamericano contra el Goliat del imperio americano.

La semblanza que el Sr. Herrera hace de la persona de este personaje de la Historia (con mayúscula) la comparto en sus líneas generales, y al respecto no tengo nada que decir. El problema que me incomoda aparece cuando hace referencia a la persona del Jesús histórico, en la comparación con la persona de Castro, y la descripción sintética de las diferencias de doctrina que el nazareno predicó en el primer siglo en la Palestina sometida por el imperio romano. Es en esos pasajes de la nota, y digo esto con el mayor respeto hacia el Sr. Herrera a quien no conozco, pareciera hacer gala de un conocimiento superficial, chato, propio de la teología divulgada por pastores electrónicos o curas ignorantes, de ambos tenemos en abundancia.

Lo que intento con estas líneas es poner al alcance del autor de la nota, como de toda “persona de buena voluntad” alguna bibliografía publicada por muy serios investigadores de la historia, de la hermenéutica, de la exegética, de la arqueología, etc. Que han logrado, dentro de lo posible, una reconstrucción de esos pocos años que el nazareno vivió. Esa literatura nos habla de un Jesús que enfrentó a las autoridades de su época, que predicó una sociedad más humana aquí en la tierra a la que denominó “El reinado de Dio”, haciendo referencia al desconocimiento de toda otra autoridad opresora. Que habló de la igualdad entre los hombres dentro de una sociedad esclavista, que habló de la igualdad entre los géneros en una sociedad patriarcal, que habló de la injusticia que genera la riqueza mal distribuida ante una clase enriquecida por el trabajo esclavo.

Me atrevo a afirmar que sin esa prédica, novedosa y extraña de comprender para su época, la cultura occidental no hubiera encontrado una base sólida a partir de la cual haber intentado las revoluciones históricas que se han producido: la revolución burguesa frente a la nobleza feudal; la revolución de los ciudadanos que enarbolaban tres banderas con contenidos predicados por aquel profeta; la revolución de los proletarios explotados contra el capital salvaje. Por ello lo llamaron profeta (pro = hacia delante; femi = el que habla) no por ser un adivino, sino por señalar un camino posible (¿un socialismo ante de tiempo?) para la construcción de esa sociedad de iguales. Todas esas revoluciones se originaron dentro del horizonte de la cultura occidental y cristiana. El humanismo del Renacimiento reconoce con claridad la misma fuente, como así también el humanismo de Carlos Marx profundo conocedor de los textos bíblicos, como Enrique Dussel ha demostrado en su libro “Las metáforas teológicas de Marx”.

Para una lectura sobre un Jesús liberado del prejuicio medieval sugiero: “Jesús el liberador” de Leonardo Boff; “¿Quién es este hombre?” de Albert Nolan; “Conversión de la Iglesia al Reino de Dios” de Ignacio Ellacuría. Y para no abundar, la lectura de los teólogos de la liberación, tan perseguidos por Roma: Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Clodovis Boff, Ignacio Ellacuría, José Ignacio González Faus, Juan Luis Herrero del Pozo; Andrés Torres Queiruga; o del historiador judío Joseph Klausner, etc.

En una visita que realizó el Comandante al Brasil, Leonardo Boff lo invitó a visitar una comunidad de base. Después de esa experiencia le dijo Castro a Boff: “si te hubiera conocido cuando era joven probablemente hubiera sido un cristiano como tu”.

Por ello, con el sólo propósito de aportar a un debate sobre los aportes del cristianismo a la redención de los hombres, rechazando tanta distorsión ideológica que se ha introducido desde el poder, he decidido escribir estas líneas con la mejor de mis intenciones constructivas, sin el menor ánimo, como ya dije, de polémicas estériles sobre la fe o el escepticismo que no sirven a nadie (salvo a los “espiritualistas que medran con ello). Con la vocación por aportar la parte de verdad que creemos tener los cristianos hacia una convergencia de las mejores ideas. Respondiendo a esa convocatoria que ha hecho el Comandante a librar “la batalla por las ideas”.

 

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