Blogia
Centros Chilenos en el Exterior

Del gobierno ciudadano al cogobierno con la derecha

Ramón Poblete  

Especial para G-80

La política (pos) moderna es la política del ilusionismo y la prestidigitación discursiva, de la transformación mediática de la mentira en verdad. El “pacto social” de Bachelet, ilustrado por el reciente acuerdo en educación, se caracteriza paradójicamente por ser un pacto al interior de las élites políticas que excluye explícitamente la participación de los actores sociales y desvirtúa completamente las demandas de éstos.

La pieza central de esa gigantesca operación de hipnosis colectiva que es Bachelet era el slogan del “gobierno ciudadano”, que cazó a millones de incautos. Por más que la evidencia y los datos duros demostraran que no había ninguna razón racional, valga la perogrullada, para creer que el slogan tuviera alguna sustancia, millones de chilenos “compraron” la mentira.

Hace poco, el aún en ejercicio presidente del Colegio de Profesores, Jorge Pavez, acusó que era una “contradicción” que Bachelet buscara el acuerdo con la Derecha en lugar de apoyarse en el movimiento social. Pavez apostó su carrera política y la de su movimiento, Fuerza Social, a Bachelet. Por ello negoció un acuerdo salarial express con el MINEDUC, ayudando al gobierno a aislar y derrotar la rebelión secundaria del 2006. La derrota de Pavez en las elecciones del Colegio de Profesores es el corolario necesario y justo de su ilusión. Probablemente el epitafio de Pavez y Fuerza Social dirá “Creyó en Bachelet”.

Visto en retrospectiva el tema, con el acuerdo en educación el gobierno ciudadano se transformó definitivamente en el cogobierno con la derecha.

La estrategia del gobierno frente a las movilizaciones secundarias del 2006 fue primero la de diluir la fuerza del movimiento secundario en una Comisión asesora sin ningún poder de negociación. En segundo lugar, la operación político-ideológica más importante en el largo plazo, desplazó el eje de la discusión desde la demanda política por la equidad hacia el discurso tecnocrático sobre la calidad de la educación. Y en tercer lugar, como maniobra diversionista, envió un proyecto de ley que tenía como una de sus medidas más relevantes el “fin del lucro”.

No se necesitaba tener un doctorado en ciencias políticas para saber que el fin del lucro era sólo moneda de cambio para la negociación que inevitablemente el gobierno iba a entablar con la derecha. No importa si el gobierno y la Concertación creían sinceramente en el fin del lucro o era sólo una maniobra. Lo relevante es que existían las determinaciones objetivas que iban a llevar inevitablemente a abandonar el fin del lucro y a negociar con la derecha, acompañadas de los correspondientes mecanismos subjetivos que lo iban a justificar: el “realismo” y el “es un paso adelante”.

Ríos de tinta se escribieron valorando la “propuesta” de poner fin al lucro por parte del “progresismo” y de un sector de la izquierda siempre dispuesto a creer en milagros. Incluso una de las disputas más sonadas del reciente Congreso Ideológico de la Democracia Cristiana se dio en torno al fin del lucro.

No alcanzaría a pasar un mes y el fin del lucro iría a engrosar la lista de las promesas incumplidas de los gobiernos concertacionistas. En la negociación con la derecha jugó un papel principal la ministra de educación, Yasna Provoste, la misma que en el congreso de la DC había liderado el rechazo al lucro. A la prensa declaró, con una cara que podría ser usada para partir nueces, que el acuerdo representaba el triunfo de las demandas de la rebelión secundaria del 2006.

El Congreso Ideológico de la Democracia Cristiana sirvió para rememorar, en tono de comedia, el pasado reformista del partido de la falange, entibiando tímidamente el rescoldo cada vez más frío que queda de la década de los 60. Así como la Navidad ha perdido toda su sustancia para convertirse en un rito inercial que encubre bajo un manto de piedad el más desenfrenado consumismo, el Congreso Ideológico de la DC agitó las viejas pasiones y cantos de la Patria Joven sólo para encubrir el agotamiento histórico del socialcristianismo como fuerza siquiera mínimamente progresista.

El doctor Mariano Ruiz Esquide se lamentaba, a propósito del reciente bochorno de los “colorines” y el Transantiago, que ello había opacado un “magnífico Congreso Ideológico”. A lo que agregaríamos que eso es todo lo que la DC puede ofrecer hoy al país: magníficos Congresos Ideológicos, cuyas grandilocuentes conclusiones son abandonadas menos de un mes después de enunciadas.

El PS, por su parte, está próximo a iniciar su 28° Congreso. No es difícil adivinar los incontables homenajes y “recuerdos emocionados” que recibirá Salvador Allende, reducido a un buen republicano que dio la vida por la “democracia”, mientras el funcionariado socialista (que incluye a directores de AFP como Viera Gallo, ex directores de operadores del Transantiago como Solari y asesores del Consejo Minero como Loyola) entona la Marsellesa con los puños en alto y se anuncian “socialista como Allende”. Repetimos: la política (pos) moderna es la política del ilusionismo y la prestidigitación discursiva, de la transformación mediática de la mentira en verdad.

En la fase de capitalismo tardío que vive Chile, el socialcristianismo DC y la socialdemocracia PS se encuentran agotados como proyectos de cambios. Los reducidos grupos que en su interior aún levantan las banderas reformistas del pasado no tienen ninguna posibilidad política dentro de sus colectividades y no pasan de ser una manifestación pintoresca llamada “discolismo”, mirados por la dirigencia con la benevolencia y falta de consideración con que se mira a un sobrino malcriado.

Para la izquierda, no hay ninguna estrategia viable de cambios democráticos que pase por una alianza con la Concertación. Por supuesto siempre será posible para la izquierda reunirse con militantes concertacionistas para hablar mal de la derecha, la Constitución y el sistema binominal, como ocurre en el Parlamento Social y Político. Pero donde la izquierda cree escuchar un compromiso político contra la exclusión, el concertacionismo no hará más que repetir el mismo ritual formal y vacío del Congreso Ideológico de la DC, sin ninguna voluntad política que le acompañe. El compromiso de la Concertación contra la exclusión es tan sólido como su compromiso contra el lucro en educación.

El PC y la IC han realizado un esfuerzo titánico por ampliar el arco de fuerzas del JP y terminar con la exclusión. Pero en la política, como en el fútbol, los goles se hacen, no se merecen. La plataforma de cinco puntos en lo esencial no ha sido cumplida por Bachelet y todo muestra que no se va a cumplir; ante ello, el PC y la IC guardan un silencio cercano a la obsecuencia. Leyendo las declaraciones de ambas colectividades, uno creería que el Presidente de la República es alguno de los dos Velascos (Belisario o Andrés), pues jamás se menciona a Bachelet como responsable última de las decisiones y políticas de sus ministros. En la práctica, están blanqueando a Bachelet, con la esperanza de que el premio sea el fin de la “exclusión”.

Como la paloma de Kant (que imaginaba que si no existiera aire que le ejerciera resistencia, podría volar mejor), el PC cometió el error de relegar al JPM en su escala de prioridades de alianzas, para poder avanzar mejor en su esfuerzo por el fin del binominal (como atenuante, no podemos dejar de mencionar que la otra mitad del JPM ha desplegado un sectarismo odioso que pareciera aprendido en una Escuela de Cuadros de Sendero Luminoso).

El cogobierno con la derecha debiera hacer reflexionar a la izquierda sobre su estrategia, pues la conclusión política fundamental es que hoy en día construir mayorías por transformaciones democráticas profundas no es sinónimo de alianzas estratégicas con la Concertación. Un arco amplio de fuerzas políticas y sociales que realice reformas democráticas verdaderas sólo puede construirse en torno de un eje político de izquierda que asuma la movilización popular, dentro y fuera de la legalidad neoliberal, como su arma estratégica, sin mediatizarla en función de reformas parciales, y que se confronte y denuncie a las fuerzas que sustentan el neoliberalismo en Chile: la Alianza y la Concertación. La amplitud que sirve no es la de sumar fuerzas junto a los “díscolos” para provocar cambios dentro de la Concertación, si no la de profundizar las grietas de la coalición y arrancar a sus bases sociales verdaderamente progresistas de su conducción.

El proyectado pacto por omisión Municipal va en el sentido contrario al que debe ir una política de izquierda, pues promueve el blanqueo político de la Concertación como sostén del modelo y, de esa forma, ayuda a desviar la toma de conciencia de amplios sectores populares respecto de las bases reales de sustentación del neoliberalismo. El PC y la IC actúan como si al interior de la Concertación estuviera en curso una disputa entre sectores neoliberales y sectores progresistas. La mala noticia que podemos darles es que esa disputa ya se produjo, a fines de los 80, y fue ganada sin apelación por los neoliberales, que dominan sin contrapeso desde entonces.

Si lo que la izquierda quiere es entrar a formar parte del “discolismo”, la estrategia es correcta. Si, por el contrario, de lo que se trata es de acabar con el modelo neoliberal en una perspectiva anticapitalista, es un error y objetivamente constituye un profundo giro a la derecha. Y, como todo giro a la derecha, tiene su propio ilusionismo y prestidigitación discursiva.

 

0 comentarios