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HISTORIA DE CHILE Y FE

HISTORIA DE CHILE Y FE

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Obispo de San Bernardo, Juan Ignacio González, en su homilía en el Te Deum del 18 de septiembre, recordó la preocupación de  O'Higgins por propagar la fe y citó a Benedicto XVI en su mensaje para la sociedad de hoy.

"La Iglesia afirma también que para que en una nación la justicia y el orden, el progreso y la paz social se asienten y hagan posible el bien común, es necesario fundar nuestra vida, nuestras normas de convivencia y nuestras leyes, sobre la verdad y esa verdad exige que Dios y lo que El nos ha querido revelar tenga su lugar no solo en el corazón sino en la vida social, económica, política y cultural."

Queridos hermanos y hermanas, compatriotas de esta tierra chilena que amamos y en la cual nacimos.

EL RECUERDO Y EL LEGADO ESPIRITUAL DEL PADRE DE LA PATRIA

Una vez más nos reúne esta Iglesia Catedral para dar gracias a Dios en el día en que celebramos la Independencia Nacional. Junto al pueblo de Chile, a sus autoridades civiles, militares y espirituales, queremos todos unidos, como hijos de una misma tierra y del Padre común al que todos reconocemos, cantar las alabanzas que los buenos hijos dan siempre a su madre.

  Lo hacemos en el recuerdo agradecido de los Padres de nuestra historia y particularmente en la persona del Libertador don Bernardo O'Higgins Riquelme, que sentó las bases de la nación de la que hoy gozamos, de la independencia que celebramos y de los valores espirituales en la que fundamos nuestra convivencia nacional.

 Fueron dos grandes de nuestro historia, los generales José Miguel Carrera y Bernardo O'Higgins, quienes tuvieron la feliz idea de dar gracias a Dios mediante la celebración de una Misa solemne, como en la que hoy participamos, por los acontecimientos de la independencia nacional.

En Carta firmada por ambos al vicario Capitular de Santiago, de fecha 5 de diciembre de 1811, decían

"Bien pueden unirse la celebración de los asuntos políticos con las festividades de la Divinidad, si siendo religiosos los que traten su empresa y su obra, unen ambas las atenciones cristianas. El Gobierno cree de necesidad hacer una Misa solemne de gracias por el resultado de la revolución del 2 último. El mayor decoro exige que sea en la Santa Iglesia Catedral y a la brevedad indispensable. Sólo le asiste la duda, si empezando el octavario de la Purísima el domingo inmediato, será embarazoso unir dos funciones en el mismo día. La Santísima Virgen que se celebra es la protectora de la patria y a ella han de dirigirse nuestros himnos"1.

 La memoria histórica de un pueblo: un legado que mantener y una herencia que aumentar.

Esta es la fuente histórica de la celebración que hoy, llenos de alegría, conmemoramos en esta Iglesia Catedral, siguiendo el ejemplo que nos legaran los padres fundadores de nuestra nación. Su trascendencia radica en la actitud de Acción de gracias a Dios, y también en mantener la memoria histórica, que desde los inicios de la Independencia Nacional hasta nuestro días se conserva como un legado intocables, que expresa también nuestro amor y reconocimiento a los héroes de nuestra patria chilena.

            Escribe el Libertador O'Higgins al General Carrera en los primeros días de abril de 1813, después del ataque a Linares con los que dio inicios a la campaña contra las tropas realistas:

"En el día de hoy se ha celebrado una Misa de gracias con Te Deum para dar gracias al Omnipotente por la protección y felicidad con que visiblemente comienza a proteger las armas de la Patria" 2

 Cuando después de la derrota de Rancagua, fue necesario organizar un nuevo ejercito para remontar la cordillera desde Mendoza, antes de partir, San Martín y O'Higgins, dispusieron que se celebrara una Misa Solemne, trayendo de propósito desde el cercano convento franciscano la imagen de la Virgen del Carmen, en cuyas manos el General argentino puso su bastón de mando y la expedición que se iniciaba. Horas antes de la gran batalla de Chacabuco, los soldados del ejército de los Andes, renovaron el juramento de Patrona del Ejército a la Virgen de Carmen. Pocos días más tarde, el 16 de febrero de 1817. Bernardo O'Higgins, recibía en Santiago el nombramiento de Director Supremo del Chile.

           La fe cristiana como fundamento de las virtudes y valores cívicos.

Fue el Padre de la Patria un sincero católico, respetuoso de la conciencia de otros que no profesaba su fe y convencido de que la educación religiosa en las escuelas era un elemento esencial en la formación de los hábitos y en las virtudes ciudadanas. En el Reglamento sobre las escuelas públicas que hizo publicar contempló normas sobre la instrucción religiosa, prescribiendo el uso de catecismo de Astete, la participación de los escolares en las rogativas y procesiones de acción de gracias por la independencia, su asistencia a la misa y las predicaciones cuaresmales. En ese reglamento, se decía "todos los días, al concluir la escuela por la tarde, rezaran las letanías de la Virgen, teniendo por patrona a nuestra Señora del Carmen; y el sábado a la tarde rezaran un tercio del rosario"3

Quiso el Director Supremo que se abriera de nuevo el colegio de Chillan, donde el mismo había realizado su primera enseñanza enviado por su padre el Virrey, pero ello no fue posible, pese a que lo había pedido por carta al Provincial de los franciscanos, en febrero de 1819. Entre los documentos del libertador, guardados por su secretario John Thomas, se encuentra traducido al inglés un discurso que nos habla del alma religiosa del prócer: "(...) estas murallas encerraban en su tiempo una hermandad de hombres piadosos, que se dedicaron en plácido aislamiento a una vida de meditación religiosa y literaria. Mi idea es resucitar dentro de ese venerable recinto la misma piedad y sabiduría (...) Es mi deseo establecer aquí un cuerpo de hombres dedicados al culto de Dios, de Chile de la humanidad; hombres que lleven a todos los confines del mundo un testimonio del saber y de afecto de este país y que propaguen con el Evangelio el arte de suavizar la vida social"

Conciente de la importancia de la moral cristiana para la vida de los habitantes de Chile, hizo cuanto era necesario para reprimir los atentados en su contra y coadyuvó con la autoridad religiosa a no permitir la circulación de pinturas obscenas, como quedó de manifiesto en una nota escrita en julio de 1817 al gobernador del Obispado, don José Ignacio Cienfuegos.4

Una vez hecha la promesa de levantar una templo en homenaje a la Inmaculada Reina de los Ángeles, como el mismo la llamó, adhirió a ella sin titubeos y el 5 de mayo asistió a la acción de gracias por la batalla de Maipú, disponiendo salvas de artillería al iniciarse la Santa misa y al momento de la consagración y urgió a los Intendentes para que se trabajara con esmero en la recolección de fondos para la construcción del templo, como consta en circular a los funcionarios de las provincias de 25 de junio de 1818.

            Un futuro cara a la eternidad.

Su tiempo de destierro, en su tierra de la Haciendan Montalbán, en el Perú, fue para el Libertador una época de gran religiosidad. El General Cruz, que pasó por ella durante la Guerra de la Confederación lo visitó, en 1838 y 1839, se admiraba del cuidado que ponía en la formación moral y religiosa de los campesinos. Mantenía, dice, en la hacienda un capellán para que les celebrase la Misa y les explicase la doctrina cristiana, y no se les permitía casarse sin estar impuestos de ella y demás oraciones precisas para la confesión y la comunión. Tuvo gran preocupación por el avance del escepticismo religioso y la necesidad de que las Iglesia Cristianas ---él era un católico convencido--- se unieran y era tal su convicción de esta necesidad, que llegó a preparar un borrador de nota dirigida al Papa para proponerle la convocatoria de un concilio ecuménico destinado a este propósito. En dicho documento, escrito en inglés, entre otras cosas decía, "desde la revolución francesa en 1789, el libre pensamiento sobre la religión ha cambiado a un extremo horrendo. La idea del escepticismo se ha esparcido profunda y ampliamente".

            Gracias a don Benjamín Vicuña Mackenna, conocemos muchos datos de sus últimos meses, pues en 1860 el célebre historiador interrogó en Lima a los que fueron testigos de los últimos días de nuestro prócer. Durante su reposo en Lima, en 1841, habitaba O'Higgins una casa en la calle de Espaderos y la proximidad de los conventos de San Agustín y la Merced, le permitió asistir a diario a la Misa. En ese tiempo se hizo hermano tercero de la Orden Franciscana para gozar del beneficio de morir amortajado con su hábito, como aconteció. Recordaba quizás nuestro prócer con mucho cariño la formación y cercanía que de joven tuvo con los franciscanos de Chillan, su tierra natal. Vicuña Mackenna, narra que "el ilustre moribundo consagró esos días exclusivamente a las prácticas que debían ataviar su alma para el viaje a la eternidad. Había hecho ---dice--- colocar delante de su lecho un altar portátil en que oía todas las mañanas las misas llamadas de San Gregorio y durante el día y parte de la noche tenía a su lado a un joven dependiente (que era empleado del Consulado en Lima en 1860, con el nombre de Carpio), y a quien le hacía leer los oficios destinados por la Iglesia a los agonizantes".5

 

 Queridos hermanos y hermanas, de este corazón religioso y amante de su patria nació nuestra tierra a la Independencia. He traído todas estas consideraciones a nuestra reflexión para que en un día solemne, de paz y unidad, cada uno de nosotros, bajo la severa cúpula de este templo, examinemos nuestra propia vida y nos preguntemos delante del mismo Dios al que rindió sencillo homenaje y reconocimiento el Libertador de nuestra tierra, si hemos mantenido el legado que a todos nos ha dejado como herencia y camino para nuestra convivencia como nación de hermanos.

¡Qué importante es conocer el alma profunda de los hombres que marcan nuestra tierra con su impronta y más aun nosotros que vivimos en una ciudad fundada por el Padre de la Patria!

            El verdadero fundamento de la realidad: Dios

Es cierto que hay muchas cosas en las cuales cada uno tiene el legítimo derecho de tener sus propias opiniones, pero también lo es que hay otras en que no podemos negar la herencia que hemos recibido. O'Higgins no consideró su fe como algo particular y privado, por el contrario, comprendió muy bien que las virtudes cívicas verdaderas sólo podían tener un fundamento real en la fe cristiana y en el reconocimiento de Dios como Supremos Hacedor y Señor de cada uno de nosotros. El Padre de la Patria anheló que todos los habitantes de nuestra tierra y en particular nuestros pueblo originarios conocieran el cristianismo y así lo escribió en 1833 al comerciante de Santiago don Mariano Ramón Aris, con quien al mismo tiempo de condolerse de la miseria de nuestros hermanos, agregaba "Ya es tiempo que la civilización de esas reducciones errantes y salvajes se encontrase en progresos de lo que absolutamente ignorar, que es la religión cristiana y, consiguientemente, una pura moral".

            Hace pocos meses atrás, durante su primer viaje a América, el Papa Benedicto XVI decía a un grupo de los Obispo del Brasil: "El ministerio episcopal nos impele al discernimiento de la voluntad salvífica, en la búsqueda de una pastoral que eduque el Pueblo de Dios a reconocer y acoger los valores trascendentes, en la fidelidad al Señor y al Evangelio. Es verdad que los tiempos de hoy son difíciles para la Iglesia y muchos de sus hijos están atribulados. La vida social está atravesando momentos de confusión desorientadora. Se ataca impunemente la santidad del matrimonio y de la familia, comenzando por hacer concesiones delante de presiones capaces de incidir negativamente sobre los procesos legislativos; se justifican algunos crímenes contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual; se atenta contra la dignidad del ser humano; se extiende la herida del divorcio y de las uniones libres. Aún más: en el seno de la Iglesia, cuando el valor del compromiso sacerdotal es cuestionado como entrega total a Dios a través del celibato apostólico y como disponibilidad total para servir a las almas, dándose preferencia a las cuestiones ideológicas y políticas, incluso partidarias, la estructura de la consagración total a Dios empieza a perder su significado más profundo".6

Luego, reflexionando acerca de la realidad de nuestro continente en el orden económico, social y político, se preguntaba "Como primer paso podemos responder a esta pregunta con otra: ¿Qué es esta "realidad"? ¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de "realidad" y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas"7

Y continúa, "la primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis. Pero surge inmediatamente otra pregunta: ¿Quién conoce a Dios? ¿Cómo podemos conocerlo? No podemos entrar aquí en un complejo debate sobre esta cuestión fundamental. Para el cristiano el núcleo de la respuesta es simple: Sólo Dios conoce a Dios, sólo su Hijo que es Dios de Dios, Dios verdadero, lo conoce. Y Él, "que está en el seno del Padre, lo ha contado" (Jn 1,18). De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad" .

            La Iglesia y su misión en la vida nacional

Luego enfocando el tema de las estructuras justas necesarias para enfrentar los graves problemas sociales y políticos que aquejan a nuestros pueblos, el Papa decía: "¿cómo puede contribuir la Iglesia a la solución de los urgentes problemas sociales y políticos, y responder al gran desafío de la pobreza y de la miseria? Los problemas de América Latina y del Caribe, así como del mundo de hoy, son múltiples y complejos, y no se pueden afrontar con programas generales. Sin embargo, la cuestión fundamental sobre el modo cómo la Iglesia, iluminada por la fe en Cristo, deba reaccionar ante estos desafíos, nos concierne a todos. En este contexto es inevitable hablar del problema de las estructuras, sobre todo de las que crean injusticia. En realidad, las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad. Pero, ¿cómo nacen?, ¿cómo funcionan? Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa destrucción del espíritu. Y lo mismo vemos también en occidente, donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad.8

 "Las estructuras justas son, ---sigue diciendo el Papa--- una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal. Donde Dios está ausente ---el Dios del rostro humano de Jesucristo--- estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses".9

"Este trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia. El respeto de una sana laicidad ---incluso con la pluralidad de las posiciones políticas--- es esencial en la tradición cristiana auténtica. Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres, precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido. Sólo siendo independiente puede enseñar los grandes criterios y los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector. Y los laicos católicos deben ser concientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias. Las estructuras justas jamás serán completas de modo definitivo; por la constante evolución de la historia, han de ser siempre renovadas y actualizadas; han de estar animadas siempre por un "ethos" político y humano, por cuya presencia y eficiencia se ha de trabajar siempre. Con otras palabras, la presencia de Dios, la amistad con el Hijo de Dios encarnado, la luz de su Palabra, son siempre condiciones fundamentales para la presencia y eficiencia de la justicia y del amor en nuestras sociedades"10.

Queridos hermanos y hermanas, autoridades que hoy asisten a esta solemne celebración. El Libertador O'Higgins creyó firmemente que nuestra nación sólo podría ser concebida desde la herencia del cristianismo, tal como lo hemos señalado. La Iglesia afirma también que para que en una nación la justicia y el orden, el progreso y la paz social se asienten y hagan posible el bien común, es necesario fundar nuestra vida, nuestras normas de convivencia y nuestras leyes, sobre la verdad y esa verdad exige que Dios y lo que El nos ha querido revelar tenga su lugar no solo en el corazón sino en la vida social, económica, política y cultural.

Este es el eje articulador de una verdadera sociedad republicana y democrática, es decir el reconocimiento que hay valores y principios que nunca podemos transgredir sin pasar a llevar con ello la libertad de los hijos de esta tierra, sus derechos y su dignidad. Hoy en un día para que a los sones del Te Deum con que agradeceremos a Dios la tierra común, los bienes que nos ha dado, la historia que nos antecede y el destino común como nación "fuerte, principal y poderosa", como cantó Ercilla, nos preguntemos como sociedad, como comunidad de hombres y mujeres libres, por el lugar que Dios y la moral cristiana ocupan en nuestra vida personal y social. Hoy es un día para mirar el pasado ---con sus aciertos y sus yerros, con sus éxitos y sus fracasos--- y preguntarnos que hemos de hacer en el futuro para no continuar alejándonos de Dios y por tanto construyendo nuestra visión de la realidad sin su verdadero fundamento. Todos somos responsables del presente y del futuro de nuestra Patria y la generaciones futuras ---nuestros jóvenes y niños de hoy--- nos demandaran a nosotros ---especialmente a quienes han sido llamados al ejercicio de la autoridad--- por el Chile que soñó O'Higgins, Carrera y los próceres de nuestra Independencia nacional.

Queridos hermanos y hermanas, compatriotas, elevemos agradecidos el corazón al Señor de los Cielos y hagamos el propósito firme, personal y colectivo, de que ésta tierra chilena, a la que amamos más que a nadie después de Dios, siga siendo la casa común, que cantamos en nuestro Himno Nacional, Vivamos con humilde orgullo el tiempo presente, sabiéndonos herederos de una pasado glorioso y deudores de un futuro que exige que entreguemos a las nuevas generaciones una patria donde reine el amor y la caridad con Dios y con los hombres y mujeres que la habitan.

 Alza, Chile, sin mancha la frente; conquistaste tu nombre en la lid; siempre noble, constante y valiente te encontraron los hijos del Cid.

Que tus libres tranquilos coronen a las artes, la industria y la paz, y de triunfos cantares entonen que amedrenten al déspota audaz.

Que María, Patrona de esta tierra nuestra y San Bernardo, predicador de la paz y la concordia entre los cristianos, nos ayuden en este propósito. Así sea.

Juan Ignacio González Errázuriz

Obispo de San Bernardo

 

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