Un nuevo acto de provocación.
La presentación del diputado de la UDI, Iván Moreira, de construir un monumentos a Augusto Pinochet en las ciudades de Santiago, Iquique y Valparaíso, es un acto de provocación hacia el pueblo de Chile y a la comunidad internacional. La derecha chilena aún asume, y así lo demostró en el funeral del dictador, una posición irreflexiva sobre el legado de un hombre, que por la fuerza de las armas se encaramó en poder para servir los intereses de compañías y grupos transnacionales y a un sector de la burguesía criolla.
Un monumento al dictador es simplemente ignorar las violaciones a los derechos humanos que nuestra América haya conocido. Dolor que no solo es sensiblemente presente en miles de familias chilenas, sino que además se inserta en los Estados Unidos, Europa y muchos países de nuestra América Latina. El solo hecho del desprecio por la vida humana, el uso de la tortura como política oficial del Estado, las desapariciones de miles de ciudadanos y su lanzamiento al mar para no dejar huellas, son hechos que la comunidad internacional conoce muy bien y que los condena con la misma fuerza e intensidad, como lo hace mayoritariamente el pueblo chileno.
Pero no solo eso. Un monumento al dictador, significa avalar y reconocer como “normales” las acciones ilícitas de apropiarse de caudales públicos en beneficio personal y de su familia. Es legitimar el robo, el descaro y la desvergüenza. Es llevar al bronce los hábitos de ignominia y cleptomanía como valores lícitos para las nuevas generaciones del país.
Se aduce también, como una forma de justificar su construcción, una supuesta prosperidad económica y estabilidad política. ¿De qué prosperidad económica me hablan? De la prosperidad que le significó hacerse de empresas del Estado a precios irrisorios a un puñado de seguidores incondicionales, que habrían estado dispuestos a vender a sus propias madres a cambio de ser parte del botín de guerra contra un pueblo desarmado, que siempre confió en sus Fuerzas Armadas y que no tardaron en comprobar que eran solo guardias pretorianas de las elites oligárquicas y plutocráticas, herederas del capitalismo hispano.
O me están hablando del modelo neo-liberal, que un 84% de la población de Chile lo condena y pide un cambio sustantivo, ya que él beneficia solo a minorías inescrupulosas que se enriquecen a costa del sacrificio de la mayoría del país.
¿De qué virtudes del sistema democrático me hablan? De una democracia protegida, amarrada para silenciar a la prensa independiente, a las organizaciones sociales y a un parlamento que perdió, por la Constitución de 1980, el poder de iniciativa, de control y de representatividad ciudadana, en las funciones que le fueron tradicionales a partir de la Constitución de 1925. La estabilidad política se alcanza sólo cuando el pueblo, en su conjunto, es el real protagonista de la construcción de la historia y del bienestar del país, cosa que hoy se le niega absolutamente por el sistema autocrático impuesto arbitrariamente en la Constitución pinochetista.
Hacerle un monumento al dictador es poner sal en las heridas de la comunidad internacional y del Chile, que aun espera justicia, dignidad y ser parte de la construcción histórica de su país.
Espero, desde Australia, que surjan en Chile cabezas lúcidas que impidan esta nueva afrenta de la derecha, que desafortunadamente ha encontrado nuevamente un eco en la Fuerzas Armadas, como quedó demostrado en el funeral del dictador.
Gustavo Mártin Montenegro
Master es Español y Estudios Latinoamericanos
Universidad de New South Wales
Sydney - Australia
Chilenos en Australia
60 Britten-Jones Drive
Holt – A.C.T. 2615 Australia
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E-mail: chilenosenaustralia@yahoo.es
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