Siete consideraciones sobre el legado histórico de la dictadura
Enviado por Pedro Alejandro Matta p.matta@vtr.net |
Escrito por Rafael Luís Gumucio Rivas | |
miércoles, 13 de diciembre de 2006 , Diario El Clarin.
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1.- La falacia de la reconciliación: Augusto José Ramón Pinochet terminó su vida mediocre y cobarde, de puro viejo. Dudo que la mayoría de los chilenos haya gozado, en su decrepitud, de tantos cuidados y atenciones. Como era de esperar, aún en la muerte el tirano siguió provocando el quiebre entre los chilenos. En las inmerecidas exequias, que sólo podrían darse a un hombro probo y honesto, con todo desparpajo su nieto del mismo nombre se dio el lujo de denostar a jueces de la República. Me pregunto: ¿qué hubiera ocurrido a un ciudadano cualquiera que cometiera semejante desacato? Es que el odio fascista continúa incólume e, incluso, reforzado; por otra parte un nieto del general Carlos Prat, indignado ante la impunidad del asesinato de sus abuelos, escupió el ataúd que contenía el cuerpo del dictador. Dos nietos expresan, en símbolos la falacia total de la reconciliación. ¿Cómo se puede hablar de reconciliación cuando aún, a diferencia de la familia de Pinochet, los familiares de detenidos desaparecidos no pueden hacer el duelo por sus seres queridos? Dirán algunos, que a los pocos años de terminada la guerra civil de 1891, balmacedistas y congresistas gobernaron juntos; ¡claro, si eran de la misma casta! Si el jefe de los liberales democráticos, Juan Luis Sanfuentes, tuvo una muy fría adhesión a Balmaceda y, posteriormente se convirtió en el maquinero mayor de la farra oligárquica, es evidente que se necesitaba muy poco para reconciliarse y olvidarse. Afortunadamente, gracias a la porfía de las familias de las víctimas y de sus abogados defensores, el olvido no ha podido imponerse sobre la porfiada memoria histórica, mantenida por el recuerdo del pueblo. El 21 de diciembre de 2007 recordaremos el centenario de la Matanza de Santa María de Iquique, que no ha sido borrado, a pesar del paso del tiempo. Caínes, como Pedro Montt, Rafael Sotomayor, Silva Renard, al igual que Augusto Pinochet, serán recordados siempre como asesinos. 2.-No es cierto que el mediocre de Pinochet fue el inventor del fascismo católico a la chilena: hay un sector de la derecha chilena que nunca tuvo respeto por la democracia, pues basta recordar, como lo hace mi amigo Jorge Vergara - en un brillante artículo – que las raíces de este fascismo católico integrista viene de sacerdotes como el padre Osvaldo Lira, quien sostenía, basándose en el tomismo, que la tortura y la muerte de los pecadores marxistas estaba justifica para que salvaran sus almas; era la cruzada total contra el ateísmo; yendo aún más lejos en la historia, el líder conservador Héctor Rodríguez de la Sota sostenía, en un congreso de este Partido, en los años 30, que los dos grandes enemigos de la humanidad eran el liberalismo y el sufragio universal. Si leemos con atención los fundamentos de la Junta Militar y las actas de la comisión constituyente del régimen militar, designada a dedo por el dictador, cuyos principales líderes eran cavernarios conservadores, como Enrique Ortúzar, Jaime Guzmán y el traidor Juan de Dios Carmona, comprobaremos que toda la Constitución de 1980 está inspirada en el desprecio a la soberanía popular y a la democracia y es heredera de este catolicismo autoritario y retrógrado. Por lo demás Pinochet, que en este plano sólo repetía los preceptos de sus maestros sostuvo, con toda claridad, en el discurso inaugural del año académico de la Universidad de Chile, el 6 de abril de 1979, “el sufragio universal no tiene, por sí mismo, la virtud de ser el único medio válido de expresión de la voluntad de la razón”. ¿Cómo puede este caballero pretender funerales como Presidente democrático? Como las ideas no son de él, sino mera copia de cierta parte de la derecha política y empresarial, es evidente que, a la larga, los líderes de la Alianza tenían que volver a las andadas y participar en los funerales del padre, ido para siempre. Al final, el hijo rebelde vuelve, como es lógico, al único que le garantizó gobierno absoluto y riquezas inconmensurables. Claro que se manifestó un fascismo lumpesco y brutal: fue como la expresión de masas de una derecha que estaba condenada a sobrevivir como permanente secundona y eunuca. Es en este contexto en que surgen las más bestiales arremetidas chauvinistas contra periodistas extranjeros – especialmente españoles – y nacionales, y contra cualquier persona que se atreviera a disentir de su marcado fanatismo. Todas estas actitudes no son nada raras en la historia de la ultraderecha, que ahora se manifestaron con todo el odio acumulado. 3.- Una teología de la muerte: Aún recuerdo las prédicas del cura Raúl Hasbún justificando a la ralea que asesinaba a obreros, campesinos y simples disidentes, en los primeros años de la dictadura. Es una verdadera teología de la muerte, que se oponía a la de la liberación y la vida; es la misma que presenciamos en las misas y responsos, dedicadas a pedir por la salvación eterna del tirano. ¡Qué falta nos hace el cardenal Raúl Silva Enríquez y los valientes sacerdotes de la Vicaría de la Solidaridad! Es posible que sin ellos la memoria histórica no sería tan rica y transparente. 4.- Es torpe y falso aquello de las luces y sombras de la dictadura: los procesos históricos no son balances contables, que siempre terminan en cifras iguales; no hay un Pinochet bueno en la economía y malo en los derechos humanos, lo que constituiría una soberana tontería; está bien que este análisis lo haga Gonzalo Vial, ministro de la dictadura y autor entre otros libros, del Plan Z, pero no opositores connotados de Pinochet. Por lo demás, es impensable el neoliberalismo dictatorial sin el terror y la muerte, pues son dos caras de la misma moneda; si leemos con atención a los padres de la escuela de Chicago, esta teoría supone que lo único que manda en la sociedad es el mercado, y quienes están incapacitados por diversos motivos a ser accionistas del mercado, deben ser eliminados por el hambre y la pérdida de dignidad. Impresentable alternativa. Pinochet, que es un poco más bruto y franco, confesó que había optado por los ricos, pues estos son los únicos que dan leche. Por eso, un Estado fascista conservador y una economía de los Chicago Boys no son, en nada, contradictorias. 5.- La Concertación padece el síndrome de Estocolmo: es sabido que el raptado llega a amar a su captor; así ocurrió con Ingrid Betancour, en Colombia, y a Aldo Moro, en Italia, entre otros tantos. Poco a poco, los líderes de la Concertación empezaron a encontrar bueno el sistema económico de Pinochet - claro que con algunas reformas lo hicieron un poco más humano -, participaron en cócteles con sus captores y, al fin, se ganaron a los empresarios. ¿No se acuerdan que el mismo Enrique Correa podría ser un gran ministro de su gobierno, si lo hubiera conocido antes; que Zaldívar y Valdés eran unos perfectos caballeros, según Pinochet. Que Eduardo Frei Ruiz-Tagle lo salvó de los “pinocheques”, apelando a la dictatorial “razón de Estado”, y que Tobi Insulza lo trajo de Inglaterra? Hoy, por suerte, estos personajes han tenido el tino de guardar silencio, haciéndose los lesos; sólo Belisario Velasco tiene el valor de presentar a Augusto Pinochet como un tirano de derecha, que asesina y roba. 6.- Es falaz la hipótesis que sostiene el carácter revolucionario de la dictadura de Pinochet: el término revolución es muy preciso en la historia. Es evidente que hay revoluciones capitalistas, como la industrial en Inglaterra o las burguesas, en el siglo XIX, en Francia, pero esto no es aplicable al régimen de Pinochet, pues es regresiva y no evolutiva, como lo hemos probado a lo largo de este artículo. Su cuerpo teórico no tiene nada de nuevo y de revolucionario, la negación del sufragio popular es propia del pasado. Con razón Hernán Ramírez Necochea titula su libro La contrarrevolución de 1891. Por lo demás en lo central, el neoliberalismo es una teoría política y no una técnica financiera y el gobierno de los tecnócratas es tan antiguo como el hilo negro. 7.- La justicia ha sido denegada al pueblo chileno: a diferencia de los tribunales franceses, de la época de Philippe Pétain, en Chile no hay ninguna condenación a la denegación de justicia durante todo el período dictatorial; los jueces que negaron los recursos de amparo pasaron incólumes, cubiertos por las cenizas del olvido. Es falsa la teoría de Fernando Paulsen, uno de los lateros de Tolerancia Cero - que no me explico cómo somos de tolerantes para escucharlos todos los domingos – en el sentido de que Pinochet sería una especie de receptáculo de todas las culpas y pecados de estos 30 años; por el contrario, fue tan cobarde que dejó abandonados a muchos de sus cómplices de barbarie; tenía entendido que el acuerdo tácito era que pagara Manuel Contreras y, así, se detendría el acceso a la justicia de los escalafones más altos. Salvo la valentía de los jueces Canovas, Muñoz, Guzmán, Cerda y otros tantos, la justicia fue lenta e ineficiente, terminando el tirano por llevar al sepulcro las condenaciones que merecía. |
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