¿Por qué y desde cuándo se nos llama América Latina
¿Por qué y desde cuándo se nos llama
América Latina?
Los españoles odian el término, aun cuando fueron los primeros europeos en encontrarnos. Los italianos nos dieron el nombre de pila. Un alemán nos hizo el primer dibujo. Los franceses nos dieron el apellido y los Estados Unidos de América del Norte, nos quitaron el nombre y se apropiaron de él.Mientras tanto, nuestros países, al sur del río Bravo, se resignan, con o sin vergüenza, a que otros nos llamen como quieran y que nos sigan imponiendo - desde afuera - los criterios de su propia conducta, sus propios valores y los modelos de desarrollo que ellos desean.
Escribe: Gustavo Mártin Montenegro
América Latina es un nombre que ha suscitado grandes dificultades y controversias desde sus orígenes. No se ha impuesto con facilidad y detrás de su expresión, se esconden innumerables controversias geo-políticas, disputas, y una búsqueda de influencias políticas, territoriales y económicas, que aún se siguen expresando con mucha pasión e intensidad.No es mi intención analizar los centros de influencia que hoy existen en el mundo, ni la conveniencia o inconveniencia de ellos en el desarrollo socio-político o socio-económico de esta parte del mundo. Mi propósito es meramente histórico: Responder a la pregunta: ¿Por qué se nos llama América Latina y desde cuándo se nos moteja de latinos?Desde la llegada de Cristóbal Colón a las llamadas “Indias Occidentales”, siempre ha estado presente en el mundo académico una vigorosa y continua discusión sobre ¿qué es y qué representa este continente?1 Desde distintos ángulos se ha buscado caracterizar su fisonomía y atribuirle así las peculiaridades específicas que ofrece.El análisis histórico sobre los nombres de América y Latinoamérica no es obviamente nuevo. Su contenido interesa al más amplio espectro de disciplinas sociales, específicamente a la geografía, la sociología, la historia, la antropología y naturalmente a la economía.Las razones de las influencias externas
La enorme importancia que el continente ofrece a simple vista, lo ha convertido en uno de los campos de batalla más codiciados desde el punto de vista político y económico, razón por la cual no ha dejado de permanecer en primer plano desde que los conquistadores pusieron pié en él, pensando equivocadamente que nos habían descubierto, ignorando su existencia milenaria. En este recorrido histórico, aparecen las disputas europeas para ganar influencia ideológica y económica, principalmente en los siglos XVIII y XIX. Se incorporan además, los modelos geo-políticos nacidos durante la Guerra Fría, e influye significativamente el triunfo de la revolución cubana de 1959. Pasa, en el siglo XX por la doctrina de la Seguridad Nacional y desemboca en nuestros días en los más recientes modelos de neoliberalismo, globalización y de libre mercado.Desde la colonización hasta el presente, se han acuñado diversos nombres y distintas denominaciones.
La apetencia política, originada como consecuencia de intereses estratégicos (económicos, religiosos y culturales) ha impuesto siempre readecuaciones nominativas y semánticas sobre su nombre, las que buscan acentuar grados de dependencia, posesión e influencia de centros metropolitanos, incluidas las empresas multinacionales, que han debido realizar importantes operaciones cosméticas, para presentarse aparentemente más atrayentes y diferentes en comparación a las imágenes proyectadas en las décadas de los años 60 y 70. Estas denominaciones siempre han sido más fuertes y persistentes que la mera referencia geográfica, otorgada desde un punto de vista más general, según lo hace notar Fernández Moreno: “estos nuevos términos (él refiere al concepto de los estados latinos) es un concepto que es simultáneamente racial, cultural, y político. Pero como Núñez sostiene, substituye otros términos que eran meramente designaciones geográficas: América Meridional, América Septentrional, América del Sur y América Austral. Estos términos eran más limitados y por lo tanto más claros; entre ellos, Sudamérica, se entregó para ubicar su completa identidad geográfica: partiendo sensualmente en su lado atlántico, por sus tres grandes deltas, planetariamente sostenida en su lado pacífico por los Andes irrefutables.”2 De este modo podemos afirmar que los nombres dados al continente (Indias Orientales, Colonias del Ultramar, Hispanoamérica, Sudamérica, Ibero América, Latinoamérica o simplemente América) obedecen a criterios externos, a disposiciones interesadas que han perseguido determinadas finalidades con ello. Gabriel Valdés indica que: “el continente ha sido receptáculo de doctrinas y filosofía creadas en otros continentes, campo para inversiones originadas en otras economías, productoras de bienes para otros mercados, terreno para expresiones inspiradas en otras naciones”.3 Por su parte, Noam Chomsky precisa que: “Los economistas y los ecologistas atribuyen el problema al “modelo de desarrollo”, crucialmente en su “estilo transnacional”; en el cuál, las decisiones más importantes son tomadas fuera del ámbito de ellos mismos, en concordancia con la función asignada al Tercer Mundo: es decir, atender las necesidades del occidente industrializado”.4 Sin embargo, además de multitud de influencias externas sobre el continente, o más bien sobre el subcontinente, existen o se encuentran también actitudes de complacencia o condescendencia por parte de sectores sociales desolidarizados del camino propio de identidad, permaneciendo permeables a la influencia externa. Por lo tanto, cualquier análisis que se haga sobre esta terminología, se deberá hacer a posteriori, vale decir, a la luz de los hechos históricos que han dado origen a estas expresiones. La receptividad complaciente dentro de algunos sectores socialesEn la práctica seríamos injustos y parciales si sólo habláramos de las intenciones foráneas que han bautizado y dirigido el subcontinente desde afuera; ya que en una gran medida - las denominaciones externas y las influencias interesadas - han encontrado un nido fácil de desarrollo y sostenimiento en aquellos círculos que buscan satisfacer o “querer ser” parte del Viejo Continente o de los Estados Unidos de la América del Norte. Es decir, la aspiración sostenida de las burguesías, plutocracias y oligarquías criollas ha sido olvidarse del medio ambiente en que viven, soñar viviendo en otras latitudes y de una manera especial, pretender que los problemas no existen alrededor de su entorno. De este modo, buscan concientemente adquirir una especie de toque de distinción que los haga aparecer extranjero en su propia tierra: sosteniendo que sólo lo foráneo es bueno y lo que existe en el sub-continente no tiene valor, o carece de importancia o representatividad. En otras palabras, abstenerse o escabullir sus responsabilidades para modificar o corregir su propio ambiente cultural, social, político o económico. No hacer nada, para que otros lo hagan desde afuera. Así creen o tienen el convencimiento de incorporarse a los círculos de influencia que operan o dirigen su destino desde afuera, sin percatarse que son usados en función de los intereses de otros. Es, sin lugar a dudas, un fenómeno psico-social, digno de un tratamiento psiquiátrico, y descrito admirablemente por el escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa en “El Gatopardo”.5 También, la literatura costumbrista de Chile de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, especialmente con Alberto Blest Gana, en sus obras Los trasplantados y Martín Rivas, hace también una severa crítica social a la burguesía criolla nacional, que busca vestirse ideológicamente con ropa ajena, ya que la local simplemente le molesta.6 Esta penetración ideológica ha sido tan intensa, que también ha llegado a calar hondamente en la mentalidad popular del continente, cuya ironía recoge magistralmente el escritor argentino Ernesto Sábato en Abbadón el exterminador (1974).7
Hacia un camino de interpretación
El único camino para averiguar estas influencias foráneas sobre el nombre América en general y “América Latina” en particular, es seguir el trazo histórico que el continente ha tenido; mirar el pasado para interpretar el presente. Erick R. Wolf y Edward C. Hansen, ejemplarizan este camino metodológico a través de su observación anecdótica en una taberna mexicana: “En la ciudad de México hay una taberna llamada ‘Las memorias del futuro”. Este título (ellos dicen) parece al principio absurdo; pero cuando analizamos su contenido, nos damos cuenta que el futuro siempre tiene memorias ya que él se construye sobre el pasado. Ese pasado es ineludible; que sucederá en el futuro es determinado hasta cierto punto por lo que ha sucedido en el pasado. Por lo tanto exploremos por un momento el pasado latinoamericano, especialmente el tiempo cuando los europeos alcanzaron el nuevo mundo y se encontraron con los ”indios”. Ese encuentro estaba cargado de significaciones porque puso las bases para entender el futuro que estamos tratando de intentar”. 8 Así, es obvio que la vida (y el destino de nuestros pueblos) sólo puede ser entendida mirando hacia atrás, aunque deba ser vivida, mirando hacia delante, como dice el teólogo danés Kierkegard. Por lo tanto, mi intención no es buscar solamente las razones históricas que han motivado algunos de sus nombres, sino que además, con la experiencia del pasado, llamar la atención y promover la búsqueda del camino propio, como un medio de desarrollo y progreso, sobre la base de nuestra propia identidad. Entiendo, eso sí, que la historia no se puede separar en compartimentos separados, ya que unos hechos desencadenan otros. Sin embargo y con una fuerte intención antojadiza de mi parte, trataré de aislar algunos nombres históricos, generados en distintas épocas y tratarlos en forma separada.Aún cuando me interesa investigar globalmente el nombre de América Latina, que obviamente es un nombre compuesto (América + Latina), no puedo escabullir la obligación de referirme primero al nombre de pila o de bautismo entregado inicialmente a nuestro subcontinente. Es decir, América; nombre que empezó siglos antes que se nos diera el apellido que hoy llevamos sobre los hombros: Latina. Pero como los matemáticos dicen: “el orden de los factores no altera el producto”, también se puede decir Latino-América, es decir, invirtiendo el apellido, poniéndolo en primer lugar y el nombre de pila, en segundo lugar, además de transformar el femenino en masculino. En este caso, adoptamos las tradiciones chinas y húngaras, que acostumbran poner primero el apellido y después el nombre de pila. Sin embargo, lo más importante es averiguar el sentido etimológico y filológico; el que obviamente se expresa en este caso, en antecedentes históricos.
El encuentro con un nuevo continente. El nombre de pila. La primera pregunta que uno se hace, y con mucha razón, es ¿Por qué América y no Colón, Colombia o Colonea?, como lo indica el profesor Bonifacio del Carril.9 ¿Por qué se adoptó el nombre de pila de un florentino, llamado Américo Vespucio, para denominar al cuarto continente y no se usó el del navegante genovés, que fue el primero, según presumían los españoles, en encontrarse con una parte del mundo, ignorada en Europa hasta principios del siglo XVI?Cristóbal Colón, los españoles de su época, incluso la propia Corona española, siempre pensaron que las tierras visitadas por el genovés eran las Indias Occidentales. Colón vive obstinado que sus viajes no han alcanzado un nuevo mundo y logra convencer de esta premisa histórica a políticos, canónigos y cortesanos; todos ellos asesores de la monarquía. Del Carril afirma que:
“Fue, en realidad, una consecuencia quizás inevitable de la actitud adoptada por Colón desde el primer día del descubrimiento, convencido como estaba que había llegado a las Indias, parte de Asia, y no a un nuevo continente. Según lo creyó Colón, la parte del continente donde estaban las islas descubiertas y pobladas por él no necesitaba ser bautizada porque lo estaba desde antiguo con el nombre de Indias. España hizo suya esta posición de Colón. Llamó al actual continente americano Indias occidentales para distinguirlo de las Indias orientales. Creó el Consejo de Indias y sancionó las leyes de Indias. Todavía se llama en España indiano y no americano al español que vuelve rico desde América”10
Del mismo modo, se llamó inapropiadamente a sus habitantes: indios, nombre que aún permanece, desafortunadamente, en el lenguaje peyorativo de nuestras lenguas en España y Latinoamérica. Esta actitud española se prolongó, incluso hasta bien corrido el siglo XVIII.Esta porfía del genovés y la incredulidad de una carta, escrita por él, el 15 de febrero de 1493, no lograron impresionar a las élites del Renacimiento. Esto le costó caro a él y a España. Su nombre, como “descubridor”, sería ignorado para siempre en el continente que él había visitado, aunque obviamente se reconozca su hazaña y su valentía de haber sido el primer europeo que habría visitado el continente por tres veces, a partir de 1492.Sin embargo, otro más afortunado y con mayores contactos políticos, académicos y diplomáticos que Colón, se ganaría, gratuitamente, el privilegio de bautizar al nuevo continente con su nombre: Américo Vespucio (Amerigo Vespucci), nombre derivado del latín Americus.Vespucio, que realizó cuatro viajes a lo que él llama “Mondo Novo”, se encargó de documentar con detalle sus viajes y de transmitir sus experiencias a sus contactos, principalmente napolitanos.
Si realizó o no estos cuatro viajes, es cosa que aún se discute, habiendo opiniones opuestas. Lo cierto es que Vespucio era un comerciante de profesión, proveedor de mercancías para embarcaciones prontas a navegar. Trabajó para la Casa de Contratación de las Indias Occidentales, establecida en Sevilla. Conoció personalmente a Colón y se embarcó como explorador marítimo en una expedición por el Atlántico entre 1499 y 1500. Su tercera y cuarta expedición, patrocinada por los portugueses, entre 1501 y 1502, le permitió alcanzar las costas de Sudamérica, encontrándose con el río de la Plata. Es el primero en sostener que las tierras encontradas no eran parte de Asia, sino que constituían un continente distinto. En efecto, Vespucio entregó una relación pormenorizada de sus viajes en carta dirigida al banquero florentino Lorenzo di Pier Francesco de Médicis, en 1502, su antiguo empleador. Del mismo modo escribe a su amigo y condiscípulo Piero Soderine, a cargo de la administración durante la acefalía de los Médicis, en carta fechada en 1504. En ambos documentos habla del Mundos Novus, lo que dará pie a que una institución académica, localizada en la capilla de St. Dié, en el ducado de Lorena, con nombre El Gimnasio, organizara la publicación de un opúsculo llamado Cosmographiae Introductio, en el cual se incluye un mapa, confeccionado por Martín Waldseemüller, un alemán de Friburgo, con el nombre del nuevo continente, llamado América. Esto ocurre en Europa el 25 de abril de 1507 y aún su nombre se encuentra presente en textos escolares y enciclopedias. Como lo indica Felipe Fernández-Armesto:
“El término se incorporó a nuestros idiomas en singular. Américo Vespucio (o, por lo menos, donde figura su nombre) divulgó que las primeras tierras conocidas con el nombre de “América”; refiriéndose a las costas actuales de Venezuela, Guinea, y Brasil. Martin Waldseemüller, el cosmógrafo que acuñó el nombre en honor de Américo en un mapa y un tratado de acompañamiento en 1507, rápidamente lo lamentó; él reconoció que el honor de los descubrimientos que él atribuyó a Vespucio, pertenecía realmente a Colón. En su mapa siguiente él suprimió el nombre (de Américo); pero ya era demasiado tarde”.11
El nombre tenía que ser femenino. No podía asignarse el nombre masculino de Américo, ya que era necesario dotar a las otras hermanas, África, Asia y Europa, de una nueva, que había sido encontrada en un mundo desconocido.
Efectivamente, en la academia El Gimnasio se percataron más tarde del error que se había cometido, pero ya se habían distribuido varias copias del opúsculo y era obviamente demasiado tarde para corregir este “condoro”, como se dice hoy en Chile. De esta forma el continente recibió el nombre, en género femenino, de Américo Vespucio y no de Cristóbal Colón, como habría sido lo correcto. De este modo, como deja constancia Bonifacio del Carril, se puede sostener que:
“Es evidente que Vespucio no tendría por que haber figurado en la nomina de capitanes descubridores preparada por Waldseemüller sencillamente porque no lo fue. Américo describió admirablemente los sitios y las costumbres de la gente, como textualmente lo dijo la Cosmographiae Introductio cuando lo proclamó erróneamente descubridor de la cuarta parte de la Tierra. Su fama provino de la publicación de sus cartas y no de lo que pudo haber realizado como navegante en el terreno de los hechos”12
Además de las múltiples conclusiones que se puedan sacar de este error histórico, se pueden afirmar dos cosas: en primer lugar, que el nombre del continente fue entregado por los italianos de Nápoles y que el dibujo fue encomendado a un cartógrafo alemán. En segundo lugar, que se impuso la capacidad y la influencia intelectiva de los Médicis napolitanos, en pleno Renacimiento; contra la Corona española, más preocupada del comercio y del negocio que del intelecto. Fueron los Médicis quienes inundaron Europa con sus publicaciones, prestigio intelectual y nadie discutía su autoridad en materia de información o de conocimientos en las artes, la literatura y la historia.. Obviamente, aunque reconocido el “error” histórico tardíamente, es obvio que se trató de privilegiar a uno de los suyos, un compatriota de Florencia, aun cuando Vespucio tomara, casi al expirar su vida, la ciudadanía española.
De América a Latinoamérica.
Para contestar a la pregunta ¿por qué Latinoamérica?, pienso que es necesario situarnos en el contexto histórico en que esta nueva expresión emerge en el nuevo mundo. Siguiendo las recomendaciones metodológicas de Walf y Hansen, podremos clarificar, a la luz de los sucesos ocurridos en la década de los 60, del siglo XIX, el resultado exitoso o malogrado de una corriente de opinión europea que busca, desde distintas aproximaciones, alcanzar una influencia socio-política y socio-económica en un continente; que había roto sus lazos coloniales, desde el punto de vista político, con sus centros metropolitanos. En este sentido, aparece como el terreno ideal y propicio para la expansión económica, a través de un reordenamiento “neo-colonial”. Esto nos obliga a examinar, brevemente, a los actores políticos que tienen parte en este contencioso.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, Ibero América había concluido con sus procesos independentistas, con la excepción de Cuba, que lo hará recién en el año 1902. En el ámbito de las nuevas repúblicas, se viven procesos intensos de readecuaciones internas, en que compiten sectores conservadores y liberales frente a utopías institucionales que buscan, ya sea vinculaciones estrechas con centros hegemónicos o bien, posiciones independientes que garanticen el camino propio de su desarrollo.
A nivel “sudamericano” se agitan posiciones autóctonas, como la de J. B. Alberdi, quien se opone con vehemencia a la doctrina norteamericana de Monroe (América para los americanos) y al liberalismo positivista de Sarmiento.13 En Chile nacen corrientes de opinión que se expresan en organizaciones sociales, como la llamada Sociedad de la Igualdad y de la Fraternidad, encabezada por Arcos y Bilbao, cuya actividad ideológica, desemboca en la revolución de 1851, enfrentando a los progresistas ilustrados con el gobierno conservador de Manuel Bulnes.14 Los progresistas ilustrados pierden, así como perderán más tarde los Balmacedistas en 1891 y los Allendistas en 1973.
En México tiene lugar la enconada batalla entre Suárez y el general Miguel Miramón, cuya antesala había sido la promulgación de la Constitución liberal de marzo de 1857.15 Las nuevas repúblicas impulsan el librecambismo, aún cuando sus economías son dirigidas desde afuera.
El Viejo Continente emerge más fuerte que nunca al interior de las ex colonias. Gran Bretaña pasa a ser la metrópoli dominante. Su comercio se expande y sus sistemas bancarios y financieros reciben marcadas preferencias de parte de las nuevas naciones. Por su parte, España, que sigue comprando y vendiendo cada vez menos, alimenta el sueño de la reconquista, después de haber recobrado cierta normalidad, después de la secuela de alteraciones y convulsiones, sufrida como consecuencia de las confrontaciones internas entre carlistas y liberales, además de la inoportuna declaración de guerra al sultán de Marruecos. Sin embargo, las ex-colonias experimentan un profundo sentimiento anti-hispánico. Hechos como el de Santo Domingo en 1861, el conflicto en el litoral del Pacífico con Perú, en la hacienda Talambo y que termina con la ocupación de las islas Chincha, en 1864; el posterior bombardeo del Puerto de Valparaíso en 1865 y el conflicto con Perú en 1866, con el bombardeo del Puerto del Callao, termina por convencer a los hispanoamericanos que su ex-Metrópoli, abriga la intención de desconocer los procesos independentistas, que habían nacido al calor de la lucha armada y que habían terminado por consolidarse, en la segunda mitad del siglo XIX.16
En realidad, como señala Sánchez, Europa pensó que era el momento de asestar un golpe a las ex-colonias, aprovechando que los Estados Unidos no estaban en condiciones de hacer valer su fuerza, en defensa de la Doctrina Monroe frente a sus vecinos aún muy débiles.
Desde la perspectiva europea había que buscar a un responsable, y éste no era otro que los Estados Unidos del Norte, quienes, según Infantas,17 sería en definitiva el que se beneficiaría con el caos mexicano. En este contexto debemos ubicar el pacto de Londres, suscrito por Inglaterra, España y Francia, el 31 de octubre de 1861. Es decir, con la cobertura de proteger sus intereses económicos, “cuidar de sus ciudadanos” en territorios extranjeros y garantizar el pago de deudas contraídas con las nacientes repúblicas, especialmente México. Con este discurso, se lanzan a la aventura de crear fuerzas conjuntas para invadir el territorio soberano de México. Era además, obviamente, una advertencia destinada al resto de las ex-colonias españolas.En medio de la debilidad norteamericana, marcada por hechos de la víspera de la guerra de secesión (1861 y 1865), la aventura se consuma, pese a haber ofrecido los Estados Unidos del Norte, “hacerse aval” de la deuda con un interés del 3%.Si bien es cierto que Inglaterra y España terminaron por retirar sus tropas, no pasó lo mismo con Francia. Desde 1848 a 1860, Francia, bajo la influyente personalidad de Napoleón III, empieza a orquestar una agresiva política internacional para ganar peso e influencia en el nuevo continente. De este modo, generan una invasión e instauran como Emperador en México al austriaco Maximiliano. El 12 de junio de 1864. Es obvio que este hecho matonesco de los franceses no era fortuito, sino que obedecía a la intención de apoderarse del Golfo de México y hacer así crecer su economía en el nuevo mundo, la que ya había experimentado un incremento de 30 a 120 millones de pesos en un período de 12 años.18 Pero la intención solapada e insólita de los franceses, no sólo apuntaba sus dardos hacia la parte norte de las ex-colonias hispanas, sino que además se hicieron grandes esfuerzos en el sur. Para los gobiernos chilenos de la época, existía una seria presunción de que Aurelio Antonio de Tounens, auto-coronado como Orélie Antoine I, rey de la Araucanía y de la Patagonia, era en la práctica una importante carta del gobierno francés para producir un enclave dentro del territorio chileno, heredado del sistema colonial. Era la culminación de una encubierta e inteligente política exterior de carácter expansionista, en función de una supuesta identidad cultural, acuñada dentro de un esquema doctrinario, conocido con el nombre de “Pan-latinismo”. La gestación del latinismo.
Se presume que su creador fue el asesor político de Napoleón III, Michel Chevalier, por instrucciones directas de su emperador. En efecto, Napoleón había disuelto la Asamblea Nacional en 1851 y se había declarado presidente y emperador de Francia, formulando su política de división del mundo occidental en base a tres bloques raciales: el germano y anglosajón, comandado por Inglaterra, el latino, liderado por Francia y el eslavo, conducido por Rusia. La doctrina del Pan-latinismo, era la forma eficaz de defenderse del mundo anglosajón, especialmente de los Estados Unidos de la América del Norte, a quien Francia visualizaba como su más decidido y potencial competidor. De esta forma nace un programa geo-político que expresa las aspiraciones de Francia, con respecto a los territorios de ultramar, en cuya base ideológica aspira a la constitución de bloques raciales que descansen fundamentalmente en sus opciones o denominaciones religiosas. De este modo, se auto asigna la representatividad del mundo católico ( ya que España mostraba un creciente deterioro como potencia de ultramar), mientras que a Inglaterra le confiere la representatividad del mundo protestante, dejando a Rusia liderar las corrientes de la religión ortodoxa.
La política exterior francesa promueve sus ideas en “La Revista de las Razas Latinas, cuyo primer número aparece en París, en el año 1857. En uno de sus artículos se sostiene: ”La convicción de que si los anglosajones eran superiores para construir una civilización técnica, los latinos tenían una cultura superior y más alta”.19
El argumento tendrá naturalmente consecuencias extremadamente importantes en el pensamiento del subcontinente. Diversos autores ocupaban las páginas de La Revista de las Razas Latinas para ir dándole expresión, cada vez más intensa, a su contenido ideológico y legitimar así la intervención que tendría lugar más tarde en México. Los primeros en usar la expresión Latinoamérica.
¿Quién fue el primero en usar la expresión América Latina o Latinoamérica? y ¿cuándo aparece por primera vez? Exactamente no se sabe. Hay antecedentes que los primeros en usarla habrían sido Francisco Bilbao (en una conferencia dada en París en 1856) y que se conoce con el nombre de “Iniciativa de América”20, y el publicista colombiano José María Torres Caicedo, en 1856,21 quien creó en París una “Liga Latinoamericana” en 1861, y poco después publicó su libro Unión latinoamericana (1865). Curiosamente, los dos lo hacen desde Francia, y según Bushnell y Macaulay, la expresión fue rápidamente tomada por los ideólogos franceses en la perspectiva de que España y Portugal hicieran causa común con su doctrina del Pan-latinismo.Hay que dejar constancia que la doctrina del Pan-latinismo caló y entusiasmó seriamente en la intelectualidad del subcontinente, mientras Francia, como país, cayó en el más absoluto desprestigio después de la invasión en México. Su simbología semántica - América Latina - sobrevive al fracaso francés y aunque originariamente nació como una forma de identidad anti Estados Unidos, ellos mismos terminaran aceptando el vocablo oficialmente en la administración de Woodrow Wilson.22
La manifestación cultural del concepto Latinoamérica. La influencia del Pan-Latinismo se impuso en los políticos y en la intelectualidad latinoamericana y el concepto “racial” como manifestación específica, fue el primero en encontrar un terreno propicio. “Revestido y adornado de los factores antropológicos, que el pasado ha acumulado en los grupos humanos”, según la expresión que ofrece Peter Worsley, citando a Taylor.23
El concepto de cultura superior, difundido en Francia por Ernest Renán, es recogido por el escritor uruguayo José Enrique Rodó (1872-1917) en su famoso ensayo “Ariel”. El libro fue escrito en 1899 y en él se declara que Latinoamérica es el continente heredado de las culturas mediterráneas, vale decir, Grecia y Roma. De ella nacen sus hermanas, Francia, Portugal y España; ellas son las hermanas de Ariel. Emerge así, en primer lugar, una búsqueda de identidad, la que se expresa en atribuir a esta parte del continente – las ex-colonias iberoamericanas– una caracterización especial. Ellas, según Rodó, “son el espíritu de la luz, de la alegría y de la poesía, en oposición al espíritu de la ciencia, utilitarismo y materialismo que domina al mundo anglosajón-protestante.24 Así Ariel pasa a ser una especie de “Nuevo Testamento Espiritual” para un movimiento que nace en oposición a Calibán, materialista y representado por los Estados Unidos de la América del Norte. De esta forma, pareciera que la identidad cultural de Latinoamérica, es vinculada a la península Ibérica, lo que origina un enorme aplauso y reconocimiento en la corriente literaria y filosófica de la llamada “generación del 98” en España (Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Ramiro Maestu, Pío Baroja y José Ortega y Gasset, entre otros). Se ve en este análisis, una especie de reconciliación con las ex-colonias, que aunque se convierten en herederas del Pan-latinismo, se transforman en una especie de hispanoamericanismo. Curiosamente Rodó asume su confrontación con los Estados Unidos de América del Norte e Inglaterra, desde una perspectiva exclusivamente cultural, sin entrar en cuestionamiento del sistema económico capitalista. No usa expresiones duras ni los califica de imperialistas, como lo hará José Martí.
Será a partir de Manuel Ugarte (1875-1951), que publica su obra “El Destino de un Continente” en 1923, cuando empieza a producirse la descalificación retórica sobre el carácter imperialista de los Estados Unidos.25 Lo hace en términos económicos, ya que Martí, cubano y nacionalista revolucionario, luchó por la necesidad de concretar un gran frente anticolonialista para el subcontinente, excluyendo simultáneamente a Europa y Los Estados Unidos de Norte América de las decisiones que deberían asumir los propios países de Latinoamérica. Enfrenta así, una posición desde una perspectiva ideológica de dominación expansionista. Los nuevos elementos que se introducen.
En este esfuerzo de reconciliación con los países Ibéricos, pero sin dejar de sentirse deslumbrados por el contenido ideológico que les ofrece el “Pan latinismo”, busca incorporar el factor cultural de origen nativo, es decir, a los pueblos originarios, que habían permanecido al margen de la discusión y de las preocupaciones administrativas. Tal vez, por primera vez, se toma conciencia de su proporción y gravitación en la sociedad latinoamericana. Nunca antes se les consideró, salvo para defenderlos paternalisticamente de los abusos que hasta el día de hoy son víctimas. Esta tarea la cumple el escritor y político mexicano José Vasconcelos (1858-1915). “Vasconcelos busca reconciliar al conquistador con los conquistados. Producir un marco de entendimiento histórico entre Cortés y Moctezuma, entre Sevilla y Tenochtitlán, entre Pizarro y el Inca Atahualpa, entre Cajamarca y la sede de la Corona española”. Para don Pepe, es posible reconciliar la latinidad, la hispanidad y el indigenismo; elementos raciales que pasarían a constituir, lo que él llama “raza cósmica”. 26
Esto, a simple vista, aparece atrayente. Para poner sobre la mesa sus hipótesis, se busca establecer comparaciones. Y así se dice: Si bien es cierto que el indigenismo está rigurosamente marcado por costumbres, lenguas y religiones diversas, también lo está la sociedad española, la que debe reconocer en sus orígenes precolombinos la diversidad de su formación étnica y cultural. Es también, como Latinoamérica, una raza ecuménica que “ ha cargado con un raro y contundente destino de universalidad”... Innumerables pueblos fueron allí (a la península Ibérica) a volcar su sangre, a dar forma a la raza y molde a su genio. Se llamaron iberos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, vándalos, suevos, alanos, árabes, judíos. Cada uno puso un matiz distinto en la amplia paleta, hasta lograr así la síntesis multiforme que es el alma de España”, según las palabras de Eyzaguirre.27
Sin embargo, creo que la comparación es desafortunada. Siglos de historia, conflictos raciales y permanentes readecuaciones hicieron posible una unidad política en España, pero nunca se ha logrado superar o suprimir la base étnica o racial de los españoles. Allí están los vascos, los catalanes, los gallegos, con su diversidad cultural y lingüística. Sí han logrado mantener una unidad religiosa - ¿hasta cuándo? – ha sido simplemente por el autoritarismo de las monarquías y de la inquisición implantada por el Vaticano.
Sobre el tema se volverá reiteradamente. Retrospectivamente se tratará de interpretar a esta raza cósmica. Lo hace Mariategui28 y más tarde Raúl Haya de la Torre, quien acuñará la expresión de “indoamérica, como una forma de destacar el componente cultural del indigenismo en la sociedad latinoamericana. Nadie habla de una sociedad multicultural en su estructura, capaz de mantener sus componentes culturales y religiosos; mucho menos de compartir el poder y la riqueza que ostentan las élites políticas y financieras del subcontinente. Tampoco se ponía en entre-dicho la influencia exterior, como un fenómeno de subdesarrollo.
A partir de los años 50, se produce un giro trascendental en el enfoque del subcontinente. Ya no será esta caracterización de tipo racial o étnico el elemento constitutivo de la cultura latinoamericana; por el contrario, la temática de la dependencia y del desarrollo será la que aparece ocupando el primer plano en la preocupación de la intelectualidad y los políticos de latinoamericana. Dentro de este contexto se entienden las palabras del ex-presidente venezolano, Rafael Caldera, quien sugirió volver al concepto de América del Sur, “que era el cognomento usado por los líderes de nuestras independencias, desde México hasta la Patagonia, ya que hay que pensar en una relación Norte-Sur, como una relación política”.29
Volviendo al tema central y a través de la lectura histórica de los intelectuales latinoamericanos, con la excepción de Rodó, hay una intención o preocupación de vincular este origen de carácter étnico o racial con la proyección futura en el esfuerzo de modernización. En este concepto introductorio de “modernización”, debe reconocerse la influencia de Sarmiento en Argentina y Lastarria en Chile, ambos decididos partidarios de asociar dentro del esquema conceptual del credo positivista y del mito del progreso, la posibilidad de una unión americana desde una perspectiva civilizadora, de progreso social y económico, con carácter futurista. Aún cuando hay un rechazo a ese modelo de humanización alienante, donde se confunden los conceptos de civilización, cultura y desarrollo tecnológico, se busca encontrar los elementos de una identidad continental, pasando por una afirmación de carácter nacional y regional. El brasileño Darcy Ribeiro dirá tajantemente: “ya no encontramos indios, ni europeos, ni africanos, ni asiáticos, todos son neo-americanos”30Obviamente que en sus palabras hay un gran error. Las ciencias sociales, como la antropología, la sociología y la economía, demuestran lo contrario. En primer lugar hay que asumir un carácter social de como nuestra sociedad está configurada y desde allí levantar el modelo adecuado. No se puede ignorar, por lo menos hoy, los distintos estamentos sociales, de los cuales los factores étnicos juegan un rol muy importante. No se puede producir desarrollo económico al margen de la dignidad de los seres humanos, como lo señala Juan pablo II en su Encíclica Centesimus Annus, de 1991. Es la primacía del hombre y de su dignidad sobre las ideologías y sobre las doctrinas, tanto políticas como económicas, como él lúcidamente lo sostiene. El concepto cultural de nuestras sociedades.
Para hacer un análisis sobre esta cuestión, debemos ubicarnos dentro de una perspectiva global que hemos descrito, pasando por encima de las peculiaridades del subcontinente. Es decir, niveles de desarrollo, estabilidad política y estructuras sociales. De la visión que proviene desde afuera, se nos ha caracterizado al subcontinente como una variante de la civilización europea.
“Una mezcla heterogénea de injertos. Diferente de sus ancestros, lo que obliga a descartar el término de configuración étnico o racial. Todo se interpreta en relación a Occidente; así América Latina, por el exterminio de sus culturas nativas ( lo que es falso), por su formación y asimilación en el pensamiento etnocentrista y por la dependencia de sus clases gobernantes, es una especie de “Occidente disminuido”, como lo afirma Hernán Neira.31
No es el único en sostener este disparate. Desde los Estados Unidos y desde Europa, se usarán siempre las mediciones preestablecidas por sus culturas y por sus sistemas económicos. Así lo hace Ivan y Vivian Vallier, al sostener que: “Los países de habla hispana, en Sudamérica, comparten una característica institucional común, que es inherente en la configuración internacional de la ley, de la administración, de la religión, y del prestigio asignado, todo lo cual tiene raíces históricas en los ideales y la orientación de la España posmedieval”32
Como indicaba más arriba, a partir de los años 50 y especialmente en los 60, son muy importantes en el recorrido histórico de la ahora llamada “Latinoamérica”. Por primera vez se empieza gestar una nueva concepción y una alternativa política, ideológica, que empieza a manifestarse no sólo en el campo de las investigaciones de las ciencias sociales, sino que logra permeabilizar las artes y las letras. Nace así una convulsión generalizada, que recorre América Latina y la empieza a impregnar de aspiraciones y utopías propias a partir del éxito de la revolución cubana en 1959. Nace una literatura nueva, guiones cinematográficos autóctonos, la nueva canción latinoamericana y una aproximación religiosa distinta a la teología tradicional: La Teología de la Liberación.Este período está marcado por la toma de conciencia masiva de enormes masas laborales, de estudiantes, hombres y mujeres, y de una intelectualidad criolla, que alimenta las esperanzas de un subcontinente más desarrollado, justo e igualitario. Surgirá a partir de la temática de la dependencia, el desarrollo y la liberación, un nuevo cuadro, que no tardará en reflejarse en una serie de posiciones de carácter político, lo que, en definitiva, determinará una nueva disertación sobre América latina, hecha, por primera vez, por sus protagonistas.
La incorporación de Brasil a la familia latinoamericana, como consecuencia de su observación a una realidad similar a sus vecinos, será la nota decisiva de fuerza y solidez, que robustecerá más aún, a las ex-colonias ibéricas. El ascenso a la presidencia en Brasil de João Goulart y la presencia en su gobierno de Josué de Castro, Pablo Freire, Plinio Sampallo y Pablo de Tarso, además del inestimable aporte de Celso Furtado, darán más confianza al resto de los países, que se sienten respaldados por un “hermano mayor”. El sueño brasileño no duró mucho. João Goulart fue depuesto por un golpe de estado en 1964, anunciándose además, una acción ejemplarizadora para otros países que optaran por el camino propio.Este espíritu de cambio y este reencuentro con la propia realidad latinoamericana, había surgido con los trabajos de Raúl Prebish y Celso Furtado, en la perspectiva del desarrollo y de la industrialización latinoamericana. Se trataba de cancelar, no sólo el colonialismo económico, sino que además, el cultural.
Desmontar la imagen estereotipada de un continente, fácil de ofrecerse, sin condiciones, a todo y a cualquiera que llegara de afuera. Así surge la idea de la creación de una nueva sociedad, basada en el “hombre nuevo”, que contribuye y forma parte de una nueva conciencia nacional a nivel continental. Una personalidad propia que reclama ser reconocida autonómicamente, por los centros del poder internacional.
A causa de este efecto político, surgirán, como alguien dijo, una serie de afluentes que encontrarán un cause adecuado en la literatura de Carlos Fuentes y Julio Cortázar, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, en primer lugar, para seguir posteriormente con Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, hasta llegar a la argentina Luisa Valenzuela y a la chilena Isabel Allende.
El contenido de este movimiento podría ser sintetizado en las palabras del mexicano Carlos Fuentes, cuando recibe el Premio Nacional de Literatura, en su país natal: “No creo en una misión política inmediata, partidista, para la literatura, pero si creo que la literatura es revolucionaria y, por lo tanto, política en un sentido más profundo. La literatura no sólo mantiene una experiencia dada, no sólo continua una tradición, sino que, mediante el riesgo moral y la experimentación formal y el humor verbal, rompe el horizonte conservador de los lectores y contribuye a liberarnos a todos de las cadenas de una percepción antigua, de una matriz estéril, de un prejuicio añejo y doctrinario.”33 Más tarde, Julio Cortázar, antes de morir, hacía un balance de este movimiento literario, al sostener que es una literatura de identidad, de liberación, que abandona su inferioridad y entra a competir en la literatura universal.34 Casi simultáneamente, en la década de los 60, surge también el movimiento del canto nuevo, con la “canción de protesta”. Impregnados por la toma de conciencia de la realidad económica, descrita por Prebish y Furtado, emergen las figura de Víctor Jara en Chile, Mercedes Sosa en Argentina y una enorme variedad de compositores y cantantes que denuncian el estado de injusticia institucionalizado, dentro del marco de la dependencia y el subdesarrollo.
Un profundo alcance se plantea también en materia religiosa. Un replanteamiento de la identidad latinoamericana, a través de la elaboración de la llamada “Teología de la Liberación”. Teólogos de Brasil, Chile, Perú y Uruguay, logran configurar un nuevo pensamiento religioso, que recoge también la situación de dependencia y subdesarrollo, y que proyecta, más allá del pensamiento tradicional de catolicismo romano, una nueva variante de interpretación teológica, basada en la realidad de pobreza, injusticia, dependencia y desarrollo de los pueblos latinoamericanos.34
Los nombres de Gustavo Gutiérrez, Clodovis Boff y Pablo Richard, son algunos de los que han expresado esta opción por los pobres.
Todos ellos fueron drásticamente reprimidos por el Cardenal Joseph Alois Ratzinger, pastor alemán a cargo de la Secretaria del Santo Oficio en el Vaticano, sucesora de los tribunales de la inquisición, quien más tarde pasaría a ocupar el cargo de Pontífice, con el nombre de Benedicto XVI. Era ya un anticipo de lo que vendría después.
El peligro ya era demasiado para los centros del poder internacional y, no podían permitir semejante insolencia de un subcontinente que buscaba su camino propio. En efecto, bastaron unos pocos años, en las décadas de los 70 y 80, para que los Estados Unidos del Norte, robustecido como potencia mundial, hiciera pedazos este nuevo enfoque, sustituyendo a rajatabla a gobiernos democráticos, elegidos por voluntad de sus pueblos, y poniendo en su reemplazo a sanguinarias dictaduras militares, que fueron entrenadas por los agentes del imperio, para matar, torturar y hacer desaparecer a sus ciudadanos, incluyendo además, lecciones adicionales de cleptomanía.
Después de las dictaduras.
Muchos de los que lograron sobrevivir la sangrienta represión, exiliarse y volver a sus países de origen y otros que habían permanecido silenciosos en ellos, se precipitaron a ocupar cargos de responsabilidad administrativa en los estados latinoamericanos – muchos de ellos después de haber hablado fuerte contra la dependencia -, terminaron por entregarse en manos de los victimarios, rubricar secretamente pactos de no-agresión, y así pasaron a convertirse en ventrílocuos del lenguaje y de los modelos económicos de Milton Friedman y de los Chicago Boys; fenómeno dramáticamente ejemplarizado con Fernando Henríquez Cardoso en Brasil y un importante sector de la Concertación en Chile, que han terminado por “quemar lo que adoraban y adorar lo que habían quemado”.
Al igual que Clodoveo, rey de los Bárbaros, reciben la instrucción del nuevo Arzobispo de Reims, representado hoy por el imperio, quién exige a ellos: “Adore tout ce que tu as brûlé, et brûle tout ce que tu as adoré”. Adorar lo que habían quemado, implica también incorporarse y continuar con la práctica cleptómana, que sus antecesores inmediatos realizaron con verdadera maestría y sin ningún escrúpulo. Se ha querido justificar el hurto como un fenómeno de la modernidad, como lo sostiene Antonio Cortés Terzi, del Centro de Estudios Sociales Avance, de Chile. Sin embargo, de lo que se trata en realidad, es de una forma de corrupción alentada por líderes audaces, que carecen de una cultura de la decencia y que justifican sus acciones a través de la laxitud moral que les proporciona el sistema y las políticas macroeconómicas.
Es, en definitiva la “criminalidad de la ganancia”, que conlleva en sí, el modelo neo liberal y la economía de mercado, que ellos dogmáticamente defienden en calidad de bouncers, bodyguards o henchmen de los que se apropiaron ilícitamente, a través de licitaciones inescrupulosas, de la industria nacional y, de los que continúan usufructuando, con el consentimiento y beneplácito de éstos, del saqueo de los recursos de los estados y de la segregación del movimiento popular y el castigo inexorable a los pueblos originarios.Estos mismos se levantan hoy para insultar a los gobiernos de Cuba, Venezuela y Bolivia, que independientemente de las peculiaridades de sus líderes, han expresado la voluntad de transformar a sus pueblos y de terminar con la influencia externa, que han sufrido sobre sus espaldas desde la independencia del colonialismo ibérico.Cuando uno expresa estas ideas, salen los guardaespaldas del sistema a gritar rabiosamente que uno se ha quedado en el pasado y que no ha progresado. Nos niegan el derecho a pensar, a levantar nuestras propias utopías, a concitar y reunir seguidores para levantar una nueva alternativa. Más humana, más justa y más equitativa. Nunca el sistema neo-liberal lo podrá conseguir. Su fundamento intrínseco está en poner como prioridad absoluta el lucro y la ganancia como virtudes de la sociedad, cuando realmente son actitudes lujuriosas que corrompen al ser humano y lo desplaza a la ley de la selva y a la muerte anticipada. Gabriel García Márquez, al recibir el Premio Nóbel de Literatura, decía:
“los que luchan también aquí (los europeos) podrían ayudarnos lejos si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños nos hará sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo. ... ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?, Frente al saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida,”
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NOTAS Y REFERENCIAS
29 Citado por Miguel Rojas Mix, página 118.
34 Literatura en la revolución y revolución en la literatura (Oscar Collazos, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa), Siglo XXI, México, 1970.
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