Nunca me ha puteado un chileno
Claudio Borghi, el genio que alumbra a Colo-Colo
Platini lo comparó con Picasso. Maradona lo designó como su sucesor. Por él se pelearon Berlusconi y Agnelli. Llegó a Chile el ’92 y se quedó para siempre porque su familia no lo dejó moverse más. Vive sus días más gloriosos dirigiendo un cacique que deslumbra en la Copa Sudamericana. Antiperonista, izquierdista, libertario y macabeo, el genio de la rabona se lanza a la parrilla.
www.lanacion.cl Domingo
La entrevista se realizó el martes en un hotel de Huechuraba, donde Colo-Colo se concentraba para preparar su duelo del jueves con Gimnasia y Esgrima por la Copa Sudamericana, que acabó con la goleada alba (4-1) y el partido suspendido cuando un imbécil acertó un piedrazo en la cabeza de un jugador argentino.
Refugiados en un rincón del comedor, el “Indio de la sonrisa triste”, como lo bautizó la prensa italiana, dejó sus Marlboro light en la mesa y ordenó un pisco sour despachando una conversación sabrosa sobre la vida, el fútbol, la política y la sociedad chilena. Vive en este país desde 1992, cuando arribó a terminar su carrera de futbolista. “Aquí llegaron los restos de Borghi”, dice, y persuadido por su familia parece quedarse para siempre.
Es un entrenador que, en ocho meses, consiguió levantar la pasión de la multitud colocolina y convertir un equipo chileno mediocre en una maquinaria creativa y demoledora que golea sin misericordia a rivales extranjeros. Borghi obró el prodigio de insuflar orgullo a una hinchada ávida de pasiones ganadoras.
La carrera de este mediocampista que Maradona ungió como su sucesor, resplandeció en 1985 cuando su equipo, el Argentinos Juniors, disputó y perdió a los penales la Copa Intercontinental contra el Juventus de Platini y Laudrup en Tokio. El propio Platini, asombrado, declaró que había llegado Picasso el fútbol. “Dijo que mi pie podía ser un pincel y una puñalada”, agrega el Bichi al tiempo que prueba el brebaje sour.
Borghi, que todavía no cumplía 20 años y cuya familia, de Morón, en la provincia de Buenos Aires, era tan pobre “que cuando llovía salíamos al patio para no mojarnos tanto”, recibió una oferta del Racing parisino, y quiso irse a París porque desde pibe soñaba con esa ciudad, pero su destino se lo jugaron dos peces gordos. El Milan, recién adquirido por Silvio Berlusconi, y el poderoso Juventus de Giovanni Agnelli, el príncipe de la Fiat. Acabó en los rossoneros milanistas, una decisión desacertada que marcó su carrera.
–¿Por qué en el Milan no fuiste la estrella que se esperaba?
–Berlusconi contrató a Arrigo Sacchi como entrenador y él prefirió a Marco van Basten y Ruud Gullit para las plazas de extranjeros. Su elección fue buena porque ganaron todo. Me mandaron al Como, que era una filial.
–Dijiste que conociste los métodos hitlerianos de Sacchi, quien es considerado un importante teórico que construyó un equipo legendario.
–Es que Sacchi nunca jugó fútbol. Él pedía cosas imposibles para un jugador de mis características. Era cómico porque cuando un trabajo se realizaba mal, él decía: “Claudio, demuestre cómo se debe hacer eso”. Yo era muy hábil y lo hacía bien, y él decía: “Así se hace”. Me reía porque decía este “hijodeputa” se gastó una fortuna para que le mostrara a los demás cómo se juega al fútbol. Él estaba en contra del sudamericano, no en contra mía. Hay gente así, que no le gusta cierta raza.
–¿Qué recuerdas de la final que perdieron en Tokio, pero que te consagró?
–No había tanto Internet ni tanta tele, ni sabíamos cómo jugaba la Juventus. Fuimos como chivos al matadero. Fue el segundo mejor partido que jugué en mi vida. Cuando faltaban 15 minutos ganábamos, pero perdimos y todos los viejos lloraban. Con el tiempo, yo valoré las lágrimas de mis compañeros porque nunca más pude jugar un partido como ese, considerado como el mejor de la historia jugado en Tokio. Todos se acuerdan de ese partido y lo perdimos. Así que no me jodan, ganar no es lo más importante.
–Sí, ¿pero por qué tu aventura europea no cuajó como prometía?
–Yo necesitaba que me demostraran que me querían para jugar bien. Fui un incomprendido, siempre se me tildó de irresponsable. Tiraba rabonas, caños, me daba lo mismo. La genialidad está muy cerca de la irresponsabilidad y para mí siempre fue un juego, aún ahora que es un trabajo del que depende mi familia. Yo era un negrito que quería conocer y aprender mucho. Apenas llegué a la enseñanza básica y por eso absorbía todo lo que llegaba. Era mi posibilidad de progresar.
–¿Qué opinas de Berlusconi, que llegó a ser Primer Ministro de Italia?
–Un tanto simpático, inteligente. No conocí al político sino al empresario. En política soy más del otro lado [se inclina a su izquierda].
–Después de muchos clubes llegaste a Colo-Colo en 1992.
–Vine a terminar mi carrera. Aquí llegaron los restos de Borghi. Creo que en Chile me quieren más que en mi país. Soy más importante como jugador en Argentina, pero acá soy más persona. Vine escapando un poco de los fotógrafos, de que todo lo que hacía era noticia. Me fui a Santa Fe, a 700 kilómetros de Buenos Aires, y era peor. Entonces salió la posibilidad de venir a Chile, mi mujer y yo conocíamos Santiago y nos gustó la idea. Me dicen macabeo porque tomamos las decisiones en familia. Y a mí me gustó mucho el nombre del club.
–¿Eres un macabeo?
–Sí, afortunadamente soy un macabeo. Soy muy desordenado y mi mujer es muy importante en muchas cosas.
–No eres el primer argentino que se queda en este santo país.
–Sí. Como familia nos tocó la posibilidad de llegar en un momento justo. Estábamos maduros, sin ganas de movernos mucho, con una hija que empezaba el colegio. Yo había preparado mi vida en Argentina después de retirarme, pero mi mujer decidió que nos quedáramos aquí. Cuando le expliqué que debíamos volver, Mariana me dijo: “Extraordinario, volvé y me mandás la plata, porque yo me quedo”. Debo reconocer que para mi cumpleaños casi me quiebran. No soy de llorar mucho, pero ese día en la cancha había dos escuelitas de fútbol cantándome el feliz cumpleaños. Creo que la gente me quiere demasiado y no sé por qué.
–¿Qué le gusta a tu familia?
–La gente. El chileno está en un país muy lindo, está muy bien vivido, pero no quiere progresar personalmente, hay que romper ese conformismo. Nunca un chileno me ha puteado. Ninguno. Y mi familia se siente más cómoda que en Buenos Aires. Nos gusta la cordillera y nos extraña que Chile perdió la costumbre de disfrutarla. La semana que llovió y estaba todo nevado me parecía maravilloso, es de lo más lindo que he visto, y viví en Suiza, frente a los Alpes. Las tardecitas de Santiago tienen ese no sé qué, que dice el tango.
–Alguna costumbre chilena te molestará.
–Un gran defecto es que cuando invitas a comer a tu casa y son las doce y se va uno rajan todos. En casa somos muy serviciales, hacemos el asado y cuando todo el mundo ya comió y vos te sentás y decís “ya, charlemos tranquilos un rato”, un huevón dice “me voy” y se van todos. Lo bueno es que aprovechas la puerta abierta para que se vayan todos.
–Si eres tan macabeo, te debe gustar que nos gobierne una mujer.
–Sí, porque Chile es increíblemente machista. Mi hija ha tenido muchas discusiones por el machismo chileno. Mi mujer tampoco entiende cómo no puede ir a tomar algo a las ocho de la noche con una amiga porque ella debe estar en su casa cuando llegue el marido. Pero nos tenemos que adaptar. ¡Ah! Y tampoco nos gusta como tratan a los niños. Al llegar a Chile me invitaban a comer a una casa y me decían “pero es sin niños”. Es muy extraño. Nosotros estamos acostumbrados a compartir con ellos.
–¿Tienes una anécdota que refleje a ese chileno?
–Una que los pinta de cuerpo y alma. Cuando compré mi casa mi mujer estaba en Buenos Aires y fui con mi hija, que tenía diez años, y yo le preguntaba: “¿Esto te gusta? ¿Y esto te parece bien?”.
El vendedor me mira y me pregunta si la niña tenía que opinar de todo. ¡Qué pelotudo! Me dolió mucho eso. Cómo no va a opinar si ella va a vivir allí. Esa falta de respeto por los hijos nos llama la atención. Y claro, después los niños no desarrollan su personalidad. LND
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