Blogia
Centros Chilenos en el Exterior

119 chilenos en la Alameda

Por Verónica San Juan Periodista


El suelo empedrado de la calle Londres va acogiendo esta mañana las esculturas de color sepia, que recuerdan a cada uno de los 119 chilenos que fueron detenidos, asesinados y desaparecidos entre 1974 y 1975, y cuyos nombres aparecerían en una nómina publicada el 28 de julio de 1975. Los periódicos “Lea”, de Argentina y “Novo O Dia”, de Brasil, sólo fueron creados para esta acción de inteligencia, conocida como Operación Colombo, un burdo montaje que establecía que los 119 habían sido asesinados por sus compañeros de partido.

Este sábado 22  de julio las esculturas humanas copan la entrada de la calle Londres y parte de un murallón blanco de la Iglesia San Francisco. Camino entre las figuras de estos 100 hombres y 19 mujeres. Estoy buscando un nombre preciso: Teobaldo Tello, fotógrafo y ex funcionario de la Policía de Investigaciones. Desconocía su historia, hasta que Osvaldo Ahumada, compañero de Teobaldo en Investigaciones, me habló –en mayo o junio de 2004,  de su amigo. Por eso hoy busco su nombre y pienso en Osvaldo, un ex prisionero político y cuentista talentoso  que jamás ha olvidado a Teobaldo.

Ahora busco el rostro del arquitecto Francisco Aedo Carrasco. Mis amigos que estuvieron presos en el campo de concentración de Chacabuco me han hablado de este hombre de 63 años que después de recuperar su libertad, fue detenido por agentes de la Dina, en septiembre de 1974. Francisco, junto con Adam Policzer y mi amigo Juan Sáez (ambos residentes en Canadá), fueron uno de los tantos chacabucanos que registraron en sus dibujos y acuarelas, los días y noches de los cientos de chilenos detenidos en la ex oficina salitrera. 

Es mediodía en la calle Londres y el escenario ha sido ubicado a un costado de la casona asignada con el número 38. Casi todos los que aquí son recordados, pasaron por este centro de tortura de la Dina. Hay poca gente. Tal vez es el frío; tal vez es la porfiada desmemoria.   No lo sé. 

Varios extranjeros que salen de los hostales del barrio recorren los puestos que diversas organizaciones han instalado a lo largo de la calle. Algunos expositores aún no llegan y otros se apresuran en ordenar libros, discos, boletines, artesanías, alimentos, fotografías y documentos, que vienen a  mostrar a esta pequeña feria de la memoria. 

Recorro la feria.

Hablo con Elena Cerón, del Galpón, un centro artesanal ubicado en la Alameda, cerca de la calle Tucapel Jiménez. Detengo la vista en las pequeñas arpilleras creadas por Elena. Inmediatamente pienso en las arpilleristas que surgieron a mediados de la década del 70, en distintas poblaciones de Santiago. Las arpilleristas de Lo Hermida o Huamachuco, alentadas por trabajadores de la Vicaría de la Solidaridad, se transformaron en cronistas de su época. Sus tapices transportaban noticias, algunas veces, noticias trágicas, como los allanamientos masivos que hacían los carabineros en la madrugada, o las incursiones de los militares en los días de protesta. Las arpilleras de Elena son delicadas; están hechas con paño lency de colores brillantes, luminosos.

Elena es una cronista portadora de noticias buenas.
  
Del Galpón también han venido los dueños de La Ruca, proveedores de gastronomía mapuches. Pruebo los catutos (pequeñas panes de trigo cocido) y varias sopaipillas. También pruebo el pebre con merkén.      

Ida y vuelta

Como la feria es pequeña voy y vengo por la calle Londres. Veo a la psiquiatra Laura Moya en el sitio que ha levantado el Colectivo José Domingo Cañas, otro centro de detención y tortura. Laura es tía de Lumi Videla y tía abuela de Dago Pérez Videla. Veo a Laura y pienso en mi infancia en la calle La Tranquera; en el año 1976 o 1977, cuando un vecino nuevo apareció en el edificio de al lado; un niño llamado Dago, que vivía con su abuela y su bisabuela. Con el tiempo, el niño se convertiría en el nieto postizo de mi abuelo, en visitante de nuestra mesa. Tatara-tatara-abuelo lo llamaba. Recuerdo a Dago gateando por unas planchas metálicas para cruzar desde su patio hasta el mío. El departamento que ocupaban Dago y sus abuelas hoy es la sede del Colectivo.

Nuevamente llego hasta la esquina de Londres con la Alameda. Han empezado a circular personas entre las esculturas. Hay un efecto visual en esta nueva escena: la gente camina y ellos (los 119) también parecen circular por la calle empedrada.   

Se han ido sumando puestos como el de la Unión General de Estudiantes Palestinos (www.ugep.cl), la Comisión Funa (www.funachile.cl) y la Coordinadora Memoria Feminista. Ellas han colgado pequeños lienzos con los nombres de mujeres asesinadas por sus parejas o parientes, en el último año. Leo los nombres de María Allende, Elba Romero, Virginia Soto, Marcela Gómez, Laura Basualto. También leo el nombre de Elisabeth Tolosa, una muchacha de Machalí. Es extraño. Hace tres meses vivo en Machalí y aún nadie me habla de este crimen tan manoseado por los medios de comunicación. En Machalí no se toca el tema. 

También han llegado los integrantes del Sindicato de Cantores Urbanos. Son los hombres y mujeres que suben a las micros de Santiago a cantar. Recuerdo que un grupo de ellos apareció por la casa de Michelle Bachelet, no sé si antes o después del traspaso de mando, pero vi la escena por televisión. El Transantiago los estaba dejando abajo de las micros, reclamaban los cantores. Hoy día, un afiche informa que han participado en un catastro regional de artistas de la locomoción colectiva. ¿Y ahora qué viene?, pregunto a una mujer que porta una guitarra en la espalda y ordena unos trozos de queque en una bandeja. Me deriva a un dirigente. Ahora viene un “casting”, dice el hombre adoptando un lenguaje “fashion” que no deja de asombrarme.  ¿Una selección? ¿Y después qué?, insisto. Ahí van a elegir a los mejores y los van a mandar a distintas partes... pero esta semana tenemos una reunión, me cuenta otro cantante que no parece saber mucho cuál será su destino laboral en la era Transantiago.


Los muchachos del Centro de Investigación Escénica AKI (http://www.fotolog.com/okupa_aki) despliegan su lienzo en una esquina. Son okupas que desde noviembre de 2005 se han instalado en República 550, una casona que estuvo bajo la tutela de la CNI. Los okupas están acusados por el Ministerio de la Vivienda (dueño de la propiedad) de “usurpación violenta”. El asunto está en tribunales. Ahora enfrentan un nuevo juicio y el demandante (el Estado a través del Serviu) ha pedido el “desalojo urgente”. Mientras, ellos siguen inscribiendo alumnos para los talleres de yoga, dramaturgia, iluminación teatral, mapudungun, ajedrez o electricidad.

En el puesto de la nueva editorial Quimantú tomo la revista “Perro muerto” (www.revistaperromuerto.cl) y la separata “Ladridos con Eco”; del mesón del Partido Comunista Chileno (Acción Proletaria) recojo los números 7 y 8 del periódico “El Remolino Popular”. También tomo del suelo tres ejemplares de la revista “Abya Yala” (“Tierra en plena madurez”), editado por el Movimiento por el Poder Popular. Ninguno de estos periódicos o revistas es vendido a precio fijo; el precio lo fija el lector.

Un retrato de Teobaldo

En el puesto del Colectivo 119 veo el CD que contiene el fallo definitivo del caso de los 119, emitido por el Tribunal de Ética y Disciplina del Colegio de Periodistas de Chile. Recuerdo que en ese fallo está el nombre de dos mujeres periodistas que participaron en el  montaje informativo diseñado por los diarios El Mercurio y la Segunda. Una de ellas está   acusada de ser la autora de aquel temible titular de La Segunda: “Exterminan como ratas a miristas”. A ambas las conocí hace cinco años, cuando reporteaba temas de teatro para El Mercurio. Estábamos en el mismo piso. Una se sentaba casi al frente de la sección donde yo trabajaba, y escribía la crónica roja. La otra, unos pasos más allá, redactaba artículos para la sección política. Sentí escalofríos cuando leí sus nombres en el fallo publicado en marzo de este año.

Estas periodistas siguen escribiendo y firmando sus notas, a pesar de la condena ética de sus pares. Camino nuevamente hacia la Alameda; camino sobre los pasos blancos que ha pintado un grupo de muralistas. No comprendo bien el diseño, pero me hace evocar el juego del luche. Los pasos conducen hacia el portón de Londres 38. En Londres con la Alameda las esculturas siguen ahí, con el reverso pintado de negro y con un número rojo estampado en cada espalda. Hace frío en Santiago. Antes de partir, camino entre las esculturas y repaso cada nombre de estos 119 chilenos. Me detengo nuevamente en la figura de Teobaldo Tello; en su mano cuelga una cámara fotográfica, en la mía también. Mi última foto es para el fotógrafo Tello, el amigo de mi amigo Osvaldo.
 

0 comentarios