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Ofrecimiento del Presidente de Bolivia

LaTercera / Opinión

Lo que hay con Bolivia es un contexto valorable y auspicioso dentro del cual hay que plantearse esfuerzos para encontrar fórmulas bilaterales y no generar expectativas infundadas.

Fecha edición: 23-03-2006

 

Generar confianzas, consolidar climas políticos que favorezcan e impulsen el diálogo, no es un esfuerzo simple ni rápido cuando lo que se pretende dejar atrás son períodos largos de desencuentro en las relaciones entre estados, aunque haya habido en el intertanto momentos más fluidos que otros. Esta consideración, aparentemente tan simple, contiene la dosis necesaria de prudencia y voluntad para producir avances efectivos. Y es ese, por tanto, el sentido que debiera primar en los contactos futuros entre las autoridades de Chile y Bolivia.

Es el anterior un llamado que cobra especial validez luego que el martes el Presidente boliviano ofreciera restablecer las relaciones diplomáticas con Chile, rotas en 1978, siempre y cuando se produzca un "compromiso expreso y manifiesto del gobierno chileno de resolver todos los problemas pendientes de nuestra agenda bilateral, incluido, con carácter prioritario, el acceso libre, continuo y soberano de nuestro país al Océano Pacífico".

En la medida en que la propuesta boliviana insiste en una salida soberana al Pacífico y orienta sus pasos hacia la "suscripción de un nuevo tratado bilateral" con Chile, lo que necesariamente desconoce la intangibilidad del ya existente desde 1904, no puede ser un ofrecimiento atendible. El respeto a los instrumentos del derecho internacional persiste como una condición ineludible para la armonía y paz en las relaciones entre los estados, una realidad correctamente entendida, en forma transversal, por una buena cantidad de representantes de la política nacional.

Es cierto que el ex Presidente Ricardo Lagos, en una cita internacional hace algo más de dos años, le propuso a su par boliviano de entonces relaciones diplomáticas "aquí y ahora". No es, claro, una posibilidad que haya que descartar a priori y que, de concretarse, podría incluso ayudar a crear y mantener un clima de entendimiento siempre bienvenido. Pero eso debiera poder ocurrir únicamente en el entendido que no esté sujeto a condiciones previas impuestas por una de las partes.

La reacción oficial chilena, expresada a través del canciller desde Buenos Aires, está bien orientada, en la medida en que ha destacado que "no hay nada peor que saltarse etapas" y que hay que preferir avanzar de "a poco" en los contactos con el gobierno boliviano. Vale decir, las autoridades chilenas parecen haber entendido la conveniencia del sentido gradual que requiere manejar un asunto de esta importancia, trabajar las confianzas. Es muy importante, en efecto, que esa posición sea la que persista, al margen de lo que ocurra con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Y esto, además, para evitar una ola injustificada de expectativas en el país vecino que, como suele ser la norma en esos casos, apenas va a contribuir a generar frustraciones, presiones ciudadanas al gobierno de La Paz y, como resultado, es probable que pasos poco felices de su parte en el terreno de la creación de puentes.

Ciertos actos simbólicos, como la presencia del Mandatario boliviano en el cambio de mando en Chile, además de la buena llegada que aparentemente tuvieron él y la Presidenta chilena y el favorable pie en que quedaron los vínculos con los contactos entre sus respectivos antecesores, son un marco positivo para pensar en el futuro inmediato de los lazos chileno-bolivianos. Pero es sólo eso, un contexto valorable y auspicioso dentro del cual hay que plantearse aquellos esfuerzos para encontrar fórmulas bilaterales.

Sería igualmente interesante que aquellos sectores en Chile que manifestaron su respaldo al Presidente boliviano y a la aspiración marítima de su país cuando éste llegó para el cambio de mando también tuvieran en cuenta esta necesidad de manejar los tiempos y no crear expectativas infundadas. No hay peor casa que aquella que se empieza a construir por el techo; tanto, que lo más probable es que se acabe desplomando.

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