Antes de colocar la lápida al tirano
Por: Fernando Sánchez Cuadros (especial para ARGENPRESS.in
Sin duda habrá que celebrar la muerte del criminal y ladrón Augusto Pinochet nada menos que el día internacional de los derechos humanos, pero no se deberá perder de vista que sus crímenes han quedado impunes y que la justicia chilena y del concertaciónismo tienen una deuda que se hará cada vez más grande conforme pase la euforia y pese el recuerdo de que el tirano murió plácidamente en casa solapado y cobijado por un sistema político y judicial que aún supura la impronta con que éste masilló la democracia chilena. Los regímenes de la Concertación dieron largas a toda posibilidad de iniciar procesos judiciales contra el ex dictador primero con el maniqueo pretexto de la reconciliación nacional, argucia espuria utilizada por los tiranos una vez que pierden el poder, posteriormente con la estratagema del necesario olvido. Psico-socio-antropólogos improvisados peroraban sobre la “sanación” del alma de la sociedad dejando atrás, en el olvido, los traumas que provocaron la cruenta destrucción de la democracia chilena. Olvidar los miles de asesinados y desaparecidos por la dictadura más sanguinaria en la historia de América Latina, las decenas de miles de chilenos que debieron partir al exilio en una diáspora forzada por el sólo “delito” de sus creencias políticas, motivados exclusivamente por el odio ideológico y sectario de las clases dominantes contra quienes se atrevieron a cuestionar sus privilegios en aras de mejorar la vida de más chilenos que un puñado de usurpadores de las riquezas nacionales, generalmente racistas y siempre, sin excepción, profundamente clasistas, arrogantes y déspotas. La historia reconstruida pondrá en su justa dimensión la responsabilidad de las clases dominantes en el genocidio organizado por las fuerzas armadas, perpetrado por un militar de poca monta, sin brillo intelectual alguno ni como militar ni como persona, que, sin embargo, convirtieron en héroe nacional por haberlos liberado del “comunismo”.
No cometamos el error de poner la pesada losa del olvido sobre los crímenes que se cometieron en el período aciago de la dictadura, porque aún hay responsables directos e intelectuales de las atrocidades perpetradas que deberán pagar con largas condenas sus crímenes, el grave daño causado a una sociedad que devino en conservadora (el mayor de los triunfos quizá de los reaccionarios) especialmente entre unas clases medias que obnubiladas con la ilusión de arribar fueron convertidas en soporte ingenuo de un sistema que también las oprime. El deslinde de responsabilidades será parte de la liberación de estos sectores de sus propios complejos y de los prejuicios respecto de una democracia auténtica, es decir, popular. Todavía está pendiente llevar a juicio y castigar a la familia de Pinochet por el bochornoso espectáculo de usurpación y corrupción que dieron al robar al erario público y evadir impuestos. Es curioso que los tecnócratas neoliberales dentro y fuera de la Concertación que han elevado a rango de verdad religiosa el “equilibrio fiscal”, devenido por su conducto una trampa para que el Estado distribuya recursos siempre a favor de los que más tienen, no tomen medidas efectivas respecto de la evasión fiscal quedándose en formulismos y formalismos para no encarar el problema de fondo: dotar al Estado de los recursos necesarios para financiar las actividades que la sociedad le encomiende. Con todo, haciendo eco de otro fantoche ideológico: la corrección política y haciendo gala de un inherente oportunismo, los partidos de la derecha, incluido el heredero del pinochetismo, la UDI, tomaron distancia del tirano una vez que se pusieron en evidencia los actos de corrupción, el robo y la evasión fiscal… ¿porque es de mal gusto? Pero no fueron capaces de deslindarse de la conculcación organizada de los derechos humanos ni de los crímenes de lesa humanidad que se cometieron durante la dictadura. La figura de Pinochet era sagrada, hasta que el consenso conservador-reaccionario se rompió por el robo de unos cuantos millones. Lo más perverso de ese consenso era que se amalgamó en la convicción de que la matanza era necesaria para preservar sus privilegios, a lo que hicieron equivalente “salvar a Chile del comunismo”. Por esa razón la Democracia Cristiana no sólo no condenó el golpe militar sino que dio su apoyo al régimen dictatorial y no puso distancia mientras se masacraba y expulsaba a los opositores avalando esa aberración que es el concepto de “crímenes de conciencia”, sino hasta cuando las urgencias electorales así lo ameritaron. No es casual que hoy amenacen con abandonar la alianza gobernante sui el gobierno insiste en intentar aprobar la legalización del aborto.
Hoy la Democracia Cristiana reconsidera su alianza con el Partido Socialista, antes que por la constatación de que el régimen de la Concertación se ha agotado, porque preveían la desaparición del criminal y registraban los conflictos en el seno de la derecha, de la que se sienten parte integrante. El Partido Socialista debería debatir internamente su filiación ideológica, de momento se encuentra bajo la hegemonía de la socialdemocracia, mientras ese dominio perdure el que alguna vez fue el partido de Salvador Allende se mantendrá atrapado en los estrechos márgenes de los intereses de la clase de la burguesía y políticamente subordinado a sus prioridades, es decir fuera del campo popular. En esa medida la democracia chilena seguirá siendo endeble y será muy difícil derrotar el complejo en el que se sustenta el mito de la superioridad del sistema político-económico chileno que tan bien suelen aprovechar los grupos dominantes en toda América Latina. Chile es uno de los países con mayor desigualdad en el mundo y recientemente ha trascendido que es un país corroído por la corrupción. ¿Podría ser de otra forma donde se enseñoreó el dominio del capital? De manera que antes de colocar la lápida en el féretro del tirano, habrá que enterrar ese monumental engaño que es la eficiencia del “modelo chileno” en la conciencia de los pueblos, pero no sin debate político e ideológico.
Mientas el Partido Socialista Chileno no haga una profunda autocrítica de la praxis política y de la involución ideológica que significó haber sido cómplices o colaboradores en la preservación de la impunidad del tirano (hecho que sin duda ha contribuido a la degradación autoritaria y conservadora de la democracia chilena) y de la aplicación del programa neoliberal que ha costado mayor desigualdad (“la gran vergüenza de Chile”, claman los empresarios, los intelectuales y funcionarios de la Concertación y la oposición al unísono sin mover un ápice para transformar el sistema de prebendas y privilegios imperante), contribuyendo a alimentar la sensación en un sector de la sociedad de que Chile supo “hacer bien sus deberes”, a pesar de los millones de pobres, la decadencia de sus sistema educativo, la represión contra los mapuches y los estudiantes y de la enorme deuda moral y política con los familiares de los asesinados y desaparecidos. Ese nefasto complejo de superioridad aderezado con poses arrogantes deberá ser erradicado para desarmar la hegemonía conservadora. Derrotar a la derecha reaccionaria chilena es clave para el avance de la lucha de los pueblos latinoamericanos por su liberación y soberanía. No se debe olvidar que el “Chile moderno” se ha edificado sobre los cadáveres de las víctimas de la represión, como atinadamente lo recordara Mireya García, dirigente de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos.
El gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet tiene aún la oportunidad de rectificar parte de los graves errores políticos cometidos por los gobiernos de la Concertación comenzando a enderezar el rumbo de la democracia chilena, enjuiciando y poniendo en la cárcel a la familia Pinochet y exhibiendo en su condición de criminales contra la humanidad a quienes sean encontrados responsables de autoría intelectual y de haber perpetrado las matanzas y las desapariciones de ciudadanos chilenos y extranjeros. Resulta patético que se debata seriamente rendirle honores de Estado a un criminal. ¿Cómo es posible que en una democracia madura, como presumen la derecha chilena y el posibilismo conservador de su sistema político, esos asesinos y corruptos sigan libres mientras se mantiene en las cárceles a dirigentes mapuches? La justicia chilena tendrá que lavar su honra y recuperar legitimidad tras haber permitido con su parsimonia la fuga al infinito del mayor genocida de la historia chilena, enjuiciando sus crímenes para que la historia registre en el lugar que corresponde a la tiranía.
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