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ESPAÑA EN EL EXTERIOR

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Recomponer la situación internacional exige un consenso previo entre PSOE y PP, plantea en su editorial "El País".

            El presidente Chávez anunció su intención de revisar las relaciones con España recurriendo a un tono amenazante para las inversiones y la presencia en aquel país. Ni siquiera un enfrentamiento como el que mantuvo en Chile con la delegación presidida por el Rey le autoriza a prescindir de la legalidad y la seguridad jurídica que rigen las inversiones internacionales, y que está obligado a respetar. Utilizar a España como enemigo exterior para hacer frente a la crisis interna abierta en su país puede resultarle rentable a corto plazo, pero no hará otra cosa que impedir que Venezuela ocupe el lugar internacional que le corresponde.

            La agudización de la crisis con Venezuela coincidió con el revés cosechado por el Gobierno español, al ser derrotada la candidatura del general Félix Sanz a la presidencia del Comité Militar de la OTAN. Hay apuestas que no hay que hacer si no se cuenta con los apoyos necesarios que garanticen el buen resultado. No es la primera vez que el Ejecutivo de Zapatero comete un error de esta naturaleza: en noviembre del pasado año presentó a Elena Salgado, entonces ministra de Sanidad y Consumo, como candidata a la dirección de la Organización Mundial de la Salud, aun sabiendo de antemano que sus posibilidades eran mínimas. La posición internacional que ocupa nuestro país, además del prestigio de los candidatos, aconsejaría que el Gobierno se condujera con más precaución y más habilidad en sus intentos de situar a españoles al frente de los organismos multilaterales. Probar suerte o instalarse en el optimismo panglosiano no puede ser en ningún caso una estrategia.

            El Gobierno de Rodríguez Zapatero se encontró con una herencia difícil de gestionar en política exterior. La última legislatura del Partido Popular en el Gobierno supuso una ruptura radical con las prioridades que la diplomacia española había ido fijando desde el inicio de la transición. Frente a la decidida apuesta por Europa, Iberoamérica y el Mediterráneo de sus predecesores en La Moncloa, José María Aznar antepuso la relación con Estados Unidos, un súbito viraje que no se realizó sin graves desajustes en la política exterior española.

            Rodríguez Zapatero intentó regresar a las prioridades anteriores, pero su diplomacia está lejos de haber obtenido resultados palpables. Aunque se trata de un asunto que no depende de su iniciativa, lo cierto es que el proyecto de la integración europea atraviesa un periodo de crisis que afecta a España. Por lo que respecta a Iberoamérica, el Gobierno no ha sabido contener la tensión bilateral con algunos de los países con mayor presencia económica española ni preservar el espacio multilateral de las Cumbres. En el Mediterráneo se sustituyó la inclinación de Aznar hacia Argelia por una decidida apuesta por Marruecos que la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla ha perjudicado, deteriorando la posición española en la totalidad del Magreb.

            El hecho de que la crispación de la vida política interna haya alcanzado a la política exterior no facilita la recomposición de la situación internacional de España. Los exabruptos de la oposición o del ex presidente Aznar contra algunos países y regímenes, así como su activismo internacional contra Zapatero, no sólo tienen efectos hacia dentro de desgaste del Gobierno; también los tienen hacia el exterior, como se comprueba con Venezuela. Gracias a la falta de acuerdo entre los dos grandes partidos se ha puesto en manos de Chávez la posibilidad de interferir en la política interna española, agudizando la crisis entre los dos países y, simultáneamente, incrementando la tensión entre el Gobierno y el PP. Algo que restará eficacia a cualquier posición que tenga que adoptar España.

Editorial

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Espana/exterior/elpepuopi/20071115elpepiopi_1/Tes

 

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