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Centros Chilenos en el Exterior

JAMÓN Y MERMELADA LA NUEVA CARA DE NUESTRA SELECCIÓN DE FÚTBOL

 

Por: Hernán Montecinos

       Escritor-ensayista

No soy aficionado al fútbol, hace muchísimos años que no asisto a un estadio a ver un partido. No me doy tiempo para ver los partidos del campeonato nacional, los encuentro demasiado mediocres, demasiado rascas, para perder el tiempo en ello. Sin embargo, con ocasión de mundiales o campeonatos internacionales me entusiasmo y me pego al televisor para ver los encuentros. Escribo esto a propósito del triste papel de nuestra selección de fútbol en la Copa Libertadores de América realizada en Venezuela en la que, como sabemos, Chile fue eliminado por Brasil 6 a 1, un resultado más propio de un partido de tenis. Y adelantándome a aquellos que puedan criticarme por las cosas que voy a decir, porque poco o nada se de fútbol, quiero decirles que no me siento inhibido para opinar sobre aspectos generales de nuestra selección, precisamente por resultar demasiado obvias para cualquier hijo de vecino.

 

Así, por tanto, lo primero que tengo que decir es que la selección chilena desde hace ya bastante tiempo, sólo ha tenido jugadores, pero no ha tenido equipo, lo que es cosa muy distinta. En efecto, existiendo individualidades en Chile que han estado a la altura de los mejores del mundo (Salas, Zamorano, Figueroa, Pizarro, etc.) ha resultado común ver a muchos de ellos emigrar al extranjero porque aquí nada tienen que hacer frente al estrecho y mediocre campo de posibilidades que les ofrece el fútbo chileno. El hecho de haber buenos jugadores pero no haber un buen equipo, quiere decir que los entrenadores han sido todos malos,  al no lograr imprimir un estilo definido de juego a sus dirigidos cayendo en la improvisación recurrentemente. Y lo que es peor, no han podido transmitir el necesario ascendiente a sus pupilos para hacerse respetar y poder mantener así una mínima disciplina entre éstos, como así lo hizo, por ejemplo, Fernando Riera, en el mundial del año 1962 con los jugadores que estuvieron bajo su dirección. De ahí para adelante nada de nada, salvo alguna que otra excepción que nunca falta.

 

Los sucesivos entrenadores de nuestra selección se han defendido bajo el expediente de que, en su momento, lograron pasar las bases eliminatorias para llegar a los octavos o cuartos de final según sean los casos. Sin embargo lo que no dicen es que, por lo general, las clasificaciones a otras series lo han conseguido con la ayuda de una buena calculadora en la mano, pues todo ha quedado a la suerte de lo que les suceda a los demás equipos, pero no precisamente por méritos propios. En efecto, el pasar a otras fases no ha sido por ser los mejores del grupo clasificatorio, que les permitiera clasificarse en forma directa, sino por quedar  entre los dos o tres mejores terceros que también clasifican; algo así como premio de consuelo, o mejor aún, por chiripa o por buena suerte. Sin embargo, a la hora de la verdad en las series eliminatorias siguientes, prontamente quedan eliminados. Esta ha sido la impronta de siempre de nuestra vapuleada selección chilena.

 

Ahora en lo que toca a nuestro última selección, y lo que sucedió en la Copa Libertadores de Venezuela, ya ni siquiera se puede hablar de un equipo que no tuvo táctica, que no tuvo garra, que no tuvo estrategia, ni tampoco de suerte más, o suerte menos, sino de un equipo que naufragó en todos los aspectos logrando caer en el más soberano de los ridículos; abúlicos, sin garras, sin pundonor, ni tan siquiera molestándose en mojar la camiseta. Siempre confiados en la calculadora, o en la buena suerte, pero no en el buen fútbol.

 

Por cierto, materia obligada de esta nota son los bochornosos incidentes en el hotel donde se encontraba alojada nuestra delegación en Venezuela, protagonizados por 5 o 6 jugadores. Claro, porque eso de andarse tirando el jamón y untando con mermelada la cara del compañero, con unas copas de más en el cuerpo, después de un prolongado carrete nocturno, no sólo representa una imagen de mal gusto, en un lugar público, sino más bien propia de aquellas escenas a que nos acostumbraban a ver los tres chiflados en sus películas cuando éramos cabros chicos. Y si esto pudiéramos tomarlo como una anécdota,   lo que si resulta repudiable, y más aún necesariamente condenable, es haber andado haciendo insinuaciones sexuales groseras al personal de servicio del hotel, insinuaciones propias de rotos picantes, con caras de beodos estúpidos, y más aún, de mala clase.

 

Y si los bochornosos incidentes, en sus detalles ya conocidos, resultó un baldón de agua fría para toda una afición chilena, esperanzada en la suerte que nos pudieran deparar estos jugadores, como representantes oficiales de Chile en el deporte más popular como lo es el fútbol, mucho más repudiable resulta la reacción posterior de los involucrados directamente en el affaire del hotel. Parcos primero, corriéndose por la tangente, no quisieron dar su versión a los medios de comunicación en el momento que correspondía. Y a pesar de que el entrenador Nelson Acosta, y la dirigencia hicieron todo lo posible por  poner paños fríos a los incidentes y minimizarlos, la fuerza de los hechos fue más fuerte y todo el incidente se supo hasta en sus más mínimos detalles.

 

A pesar de ello, los directos culpables de estos incidentes, muchas horas después, forzados por los acontecimientos se vieron obligados a sacar una declaración pública, que más mejor ni lo hubieran hecho, pues todos los que la escuchamos sabíamos que era una verdad a medias, un eufemismo para no decir que lo que allí se leía era una mentira. Total, así es como se manejan estas cosas, verdad a medias, expediente muy recurrido para mentir abiertamente, silenciando aquello que no conviene. En este patético cuadro, lo más indignante de todo fue ver la sonrisa cínica que exhibía ante las cámaras de la televisión Reynaldo Navia, propia de un desfachatado, haciéndole honor a su facha de rasca picante. Por su lado, y para no ser menos, la cara de palo del capitán de la selección, Valdivia, cuando leía ante los medios de comunicación una declaración cuyo contenido, en lo esencial, resulto ser más falso que Judas.

 

Por cierto que, ante hechos y acontecimientos de esta especie, cada cual tiene una manera de reaccionar propia. En lo que respecta a mi persona, una vez conocido los hechos, el único deseo que experimenté fue que en el partido con Brasil la "roja de todos", perdiera. Fue un deseo incontenible, me retrotraía a la época de la dictadura, cuando mientras se torturaba y hacía desaparecer a miles de compatriotas, el fútbol servía -al decir de la canción de León Giecco- "para comérselo todo". Sí, porque hay que reconocer, que el fútbol ha servido para hacer olvidar los malos momentos que los chilenos hemos vivido, y de este aprovechamiento ningún gobierno se salva, muy bien acompañados por una prensa servil que reiteran y repiten noticias sobre el fútbol, o sobre el jugador tal o cual, en latosos y prolongados programas de farándula. Por eso, mientras los hinchas chilenos que se encontraban en las graderías del estadio venezolano gritaban el clásico "CE HACHE I", yo cruzaba los dedos para que ese equipo estrafalario, prototipo del mal ejemplo para lo que debe ser el verdadero deporte, perdiera, y si fuera por goleada tanto mejor aún.

 

Lo siento, ese fue mi más sincero deseo en ese momento, y de lo que no me arrepiento, consciente de que nadie puede exigir a todos seguir la corriente del fanatismo, - ni aún a título de estar por medio el prestigio y honor del país- pues lo que menos tengo es ser patriotero, máxime, si para el caso se trataba de alentar a un grupo de jugadores que no se lo merecían, y que pudiendo demostrar destreza en los pies, se farrearon la oportunidad, limitándose a demostrar la estupidez proveniente de sus huecas cabezas o algo así por el estilo parecido.

 

 

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