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La píldora satánica

Escape Libre

Me hubiese gustado una Iglesia igual de activa en la condena de los que se golpeaban el pecho en la iglesia el domingo en la mañana para engendrar hijos no reconocidos con su empleada-sierva esa misma tarde. Pero no pudo ser. ¿No fue Orozimbo Fuenzalida quien hizo una infame defensa de la categoría de hijos legítimos e ilegítimos? …

Nación Domingo

Rafael Cavada

La realidad es como es, no como debería ser. Sería fantástico, maravilloso, que los adolescentes no tuvieran sexo hasta que su madurez emocional estuviese de acuerdo con el desarrollo de sus hormonas. Pero los fríos hechos nos indican que no es así, que los chicos y chicas se las traen y que, mientras los papás no miran, gran parte de ellos se dedican a retozar con sus parejas. Y en muchos –demasiados– casos tomando mínimas o ninguna precaución. Si está bien o mal no es tema. Por lo menos no del Ministerio de Salud. A lo sumo de los padres, pero no de los encargados de salud pública.

El asunto no pasaría de ser una discusión moralista, si no fuese por la cantidad de niñas que quedan embarazadas todos los años en este país. Y leyó bien, dije niñas. Porque muchos dicen que si es lo suficientemente adulta para tener sexo debe afrontar las consecuencias. Una versión más educada del viejo: si le gustó, que aguante. Porque para algunos, a la hora de decidir si quieren o no tener sexo, son adultas; pero a la hora de decidir si quieren o no quedar embarazadas, son niñas.

Oponerse a la distribución gratuita de la píldora del día después puede deberse a varios motivos. Una estrechez de mente de tipo medieval, una situación económica que permite a los hijos del que se opone a que se la distribuyan a otros, comprar la famosa pastilla en una farmacia sin decirle nada a nadie, una desconfianza feroz hacia los adolescentes o –simplemente– una ceguera intelectual que impide ver la realidad como es y permite suplantarla por cómo debería ser o cómo nos gustaría que fuera.

Pero si el embarazo precoz campea entre los adolescentes de familias de bajos recursos, oponerse es también una muestra de clasismo, de soberbia y de menosprecio por los demás. Porque no hay que ser ningún genio para saber que cuando una adolescente pobre tiene hijos, lo que hace es perpetuar el círculo de la pobreza. Normalmente esa niña deberá abandonar el colegio. Impedida de seguir educándose por el deber de cuidar a su bebé, perpetuará su pobreza, pasará a ser mano de obra barata en algún empleo mal remunerado. Casi condenada.

No me extraña que la Iglesia Católica se oponga a la píldora. Hubo santos que se ufanaban de no haberse bañado nunca y en sus buenas épocas la Iglesia se opuso a la disección de cadáveres, retrasando el desarrollo de la medicina, para sufrimiento de miles de personas que profesaban la fe verdadera.

Lo que me desagrada son los lacayos serviles y oscurantistas que tratan de imponerle a todo el mundo su manera de ver la moral. Esa moral supuestamente natural, que hace unos siglos permitía matar sarracenos, saquear sus ciudades, violar sus mujeres y esclavizar a sus hijos. Me hubiese gustado una Iglesia igual de activa en la condena de los que –a lo largo de los siglos– se golpeaban el pecho en la iglesia el domingo en la mañana para engendrar hijos no reconocidos con su empleada-sierva esa misma tarde. Pero no pudo ser. ¿No fue Orozimbo Fuenzalida quien hizo una infame defensa de la categoría de hijos legítimos e ilegítimos? ¡Ah, me olvidaba! Las declaraciones de un obispo no representan necesariamente el pensamiento de la Iglesia. Creo que un cartel parecido sale en los créditos de “SQP” y de cuanto programa de telebasura se exhibe en Chile.

Como siempre ocurre en estos temas, los diarios y las pantallas se han llenado de salvaguardas de la moral que gritan no pasarán y condenan al fuego eterno, ya sea en su versión clásica o –peor– en el ámbito legislativo, a quienes defiendan la distribución de la demoníaca píldora. Pero si algo bueno hay en las fuerzas demoníacas, es que se aprovechan de las debilidades de los así llamados buenos y las ponen de manifiesto. Y en este caso, la solución es simple: a quien no le guste que su hija o hijo tenga sexo mientras sea púber, pues que le enseñe sus valores de manera correcta. Y cuando digo de manera correcta me refiero a no tener un par de amantes ni andar de putas el fin de semana. Si lo hace bien, el jovenzuelo no dudará en acudir ante sus progenitores cuando se mande el condoro o se le rompa el condón.

Ahora, si el chicuelo o chicuela se escapa al consultorio más cercano a buscar la píldora satánica, es que el papito hizo algo mal. Y quizás es eso lo que más temen los gritones. Quedar en evidencia.

Oponerse de plano al asunto, por principio, por ideología, no sólo es ser oscurantista, es tratar de imponer a otros su punto de vista. ¿Y sabe qué? Tengo parientes muy queridas bastante cercanas que quedaron embarazadas a temprana edad. Y aunque adoro a sus hijos, no veo por qué un vendedor de pomada tenga el derecho a decirle a ellas lo que tienen que hacer. LND

 

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