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Oportunidad histórica desperdiciada

Tras la ejecución de Saddam Hussein se vuelve imposible seguir esclareciendo ante la Justicia lo ocurrido durante su régimen del terror. Peter Philipp comenta la muerte del ex dictador iraquí.

 La compasión no resultaría procedente tratándose de un hombre que no conocía esta palabra, que durante su vida actuó brutalmente contra cualquiera que se le pusiera en el camino y que fue responsable del sufrimiento y la muerte de cientos de miles de personas.

 

La ejecución de Saddam Hussein en la madrugada de la fiesta musulmana de Eid al Adha debe representar un alivio para quienes fueron perseguidos durante los casi 30 años de su régimen del terror. Y debe despojar de la última ilusión a los seguidores de Saddam que todavía esperaban que la historia pudiera dar un vuelco y se pudiera recuperar el poder perdido.

 

Bildunterschrift: Großansicht des Bildes mit der Bildunterschrift: Estos probablemente hayan sido, en primera línea, los objetivos de esta pena de muerte tan rápidamente ejecutada. Los nuevos gobernantes de Irak consideraron apropiado poner lo antes posible un punto final a la era de Saddam. Tanto es así que la ejecución dio la impresión de ser precipitada y no ajustarse necesariamente a los principios del Estado de Derecho. Más bien pareció un intento de demostrar el propio poder, que en el último tiempo ha sido puesto en duda incluso por Estados Unidos.

 

El gobierno de Maliki tendrá que vivir con este reproche. El que lo perjudique o no, dependerá mucho de la forma en que el país reaccione a la ejecución.

 

 

Ciertamente no es de esperar que la situación se tranquilice de inmediato y está por verse si ello ocurre a mediano plazo. Pero hay motivos suficientes para dudarlo. Demasiado grandes son las diferencias entre los diversos grupos que se combaten con bombas a diario en Irak cotidiano y demasiado marginal se había vuelto ya la importancia de Saddam como para que todo pudiese cambiar ahora de golpe.

 

 

En cambio, la rápida eliminación de Saddam ha privado a Irak de esclarecer cabalmente lo ocurrido durante su dictadura del terror. Pese a todas sus dificultades, la vía judicial era la correcta: Saddam Hussein había de ser juzgado en varios procesos por las fechorías de su régimen. Él fue condenado por el asesinato de 148 chiítas, pero ¿qué hay de los 100.000 muertos y desplazados que dejó la campaña de Anfal? ¿Qué hay de los curdos asesinados en Halabja, de los chiítas asesinados tras la guerra de Kuwait? ¿Qué hay de los cientos de miles de muertos en las guerras que Saddam emprendió, sobre todo contra Irán, pero también contra Kuwait?

 

 

Sin el principal responsable, posiblemente la mayoría de estas preguntas quede sin respuesta, y el fin de Saddam no implica necesariamente un esperanzador nuevo comienzo para Irak.

Peter Phillip

 

 

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