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Centros Chilenos en el Exterior

Cuento Junto al Silencio

PROLOGO

Las narraciones - crónicas, cuentos, artículos - que en su libro Alerta en Barranquilla nos regala Leonardo Moncayo, son testimonio singular de la pasión de contar... Leyéndolo, recordé aquella exhortación del danés Soren Kierkegaard que, incapaz de repetir de memoria, espero no traicionar: "Más le vale al hombre morir por su pasión, que vivir sin pasión".

 

Sí, a veces la vida parece deslizarse fácilmente, sin requerimientos excepcionales, cálida, llenos los resquicios de nuestra sensibilidad; nos hallamos colmados de bienes personales, familiares: sin altibajos, alejados de lo grotesco y lo misérrimo, ignorantes de todo aquello que repudia nuestra sensibilidad, y quisiera alejar para siempre de los nuestros, el corazón... Pero el hombre no tiene solamente que curarse de espanto: debe también curarse de la felicidad. Curiosamente, esa felicidad tranquila y libre, esa plenitud sin exigencias son, en individuos como Leonardo, incentivo para la inquietud y el riesgo, la búsqueda, el recuerdo, la recreación, a través de la palabra. Incluso, para el tormento. Crear, en este caso escribir, no siempre es fácil. Requiere ejercicio, fe en la palabra propia. Es, en todo caso, un desafío. Primeramente, ante uno mismo. Luego, ante los demás, posibles lectores.

 

Desafío que exige dos actitudes, que no son contradictorias: la humildad de aceptar nuestras incapacidades - nunca seremos total y absolutamente capaces para hacer algo de lo que hacemos, por bien que podamos hacerlo, en un momento dado, y esa incapacidad se manifiesta ante los demás, lo que nos hace doblemente responsables de ella - y el pequeño orgullo de imaginar que los demás pueden interesarse en compartir nuestros recuerdos, nuestras vivencias, nuestras alegrías, afanes e, incluso, nuestros dolores.

 

         De esto se nutre, por ejemplo, la conversación, cuyos goces se van perdiendo en el estrés de la vida contemporánea, plagada de los mensajes surgidos desde los medios de comunicación social que impiden la comunicación individual, familiar, la de persona a persona. Y Leonardo, cuando escribe, conversa... Incluso su sintaxis, que yo llamaría una sintaxis de la cotidianeidad, y de la que mis afanes puristas difícilmente harían pasto de correcciones y minuciosidades, es eso, una sintaxis conversacional, una forma de entregar llana, simplemente, los recuerdos, las preocupaciones, los ensueños. Pero sobre todo, antes de cualquier otra cosa, ésa entrañable solidaridad de la que Leonardo parte para contar, y de la que se nutre su cuento más cuento, es decir, aquel que responde más a la categoría de la ficción, La Fogata.

 

 

Sus narraciones tipo crónica lucen una airosa dosis de ironía, humor y gracia para mirar a los otros y la vida; quizás por momentos, exhiben cierta soterrada crueldad, siempre, sin embargo, misericordiosa, nunca al borde del irrespeto o de la burla maligna. La narrativa fluye sin altibajos, dotada de la paz del conversador que cuenta, a la hora de la sobremesa, a un auditorio atento, lo que éste espera de él, como corresponde a la hora: no el sobresalto ni la negatividad, sino la serena alegría, los hechos vividos, aquellos cuyo rescoldo ilumina aún las horas del corazón.

 

En todo lo que Leonardo cuenta se nota su sentido de la amistad. En la forma como engalana el recuerdo; en la manera simple y repleta de amor con que se refiere a los suyos, su familia, su pequeño nieto. La ternura fundamental en que radica su contemplación del universo y la recreación que nos entrega. Su misma sed de narrar. Su inquirir coloquial nutrido por profundas intuiciones sobre los valores de la vida, alimentado en el pasado, en las viejas alegrías y los sufrimientos de una cotidianeidad que no para todos es segura, e incluso en aquellas otras aventuras cotidianas de quienes han sido marginados de la vida por circunstancias sociales o políticas, lanzados a la miseria o al oprobio y viven solamente gracias a la urgencia que todos tenemos de no morir.

 

Las palabras que Leonardo nos entrega buscan, como todo aquello que es recreación de lo vivido, la gracia de permanecer. Leonardo quiso que permaneciera el horror de una noticia de prensa sobre el arrastre de una prostituta, por la crueldad de unos señoritos.

 

Con este tema logra uno de sus cuentos más propiamente literarios, aunque, consciente de su situarse entre la conversación y la literatura, hace alusión a sí mismo con su propio nombre, para que nadie imagine que intenta ser autor distinto de él mismo como compilador, como contador. Quiere situar al lector, a la vez, en escenas y vivencias personales, pero nutrido de valores universales que claman por el respeto al ser humano, por la comprensión más allá de todo prejuicio, por la paciente solidaridad. En La fogata encuentra Leonardo el dolor y el mal, y en él se plantea con lucidez el insoportable fondo de lascivia y dolor que existe en la condición humana. Hay en este cuento momentos casi grotescos, pero Leonardo no es de los que los evaden, u, opuestamente, se solazan en la negatividad. Tampoco se llena de pesimismo ante la vida. Es, incluso como autor, hombre de paz, de recuerdos buenos, de ternura. Y siempre de solidaridad.

 

Recreados de viejos ambientes, recordados de personajes entrañables, narrador de costumbres también, no se halla lejos de viejos narradores autóctonos que procuraron que lo vivido, los momentos queridos, permanecieran y para eso nos dieron, en su misma provincia, la gracia de la narración cálida de los pequeños aconteceres cotidianos. Tal, por ejemplo, el mismo insigne Juan León Mera, en sus novelitas ecuatorianas, que constituye, genialmente, el inicio de la tradición costumbrista, tan llena del encanto de lo nuestro y que se ha perdido, quizá  porque, a base de vivir de valores extraños, hemos dado en no apreciar los propios.

 

Pero Leonardo está en sus trece. El quiere contar, y cuenta. Quiere indagar en sus antiguas raíces mediterráneas, y en el cuento que da título a su libro recoge su pasado, diluido en el atormentado presente del espionaje, de la droga, de tantos daños más de que se nutre la ambición de colmar, sin pausa, la sed de tener que,. sobre  el ansia de ser, consume al hombre de hoy.

 

Leonardo quiere reír con sus amigos comunes recuerdos, y lo hace. Quiere revivir alguna escena, algún personaje, algún viejo afán, experiencias de viajes o de sueños, y los revive.

 

Hemos de agradecerle esta larga conversación, llena de encanto, a la que falta solamente, el quinqué sobre la mesa, el café y nuestra propia posibilidad de intervenir para, a nuestra vez, revivir recuerdos y alimentar la lla­ma de la amistad y del fervor. 

 

 

Susana Cordero de Espinoza

 

 

Quito, 7 de junio de 1992

 

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