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La jubilación anticipada de Enrique Correa

La jubilación anticipada de Enrique Correa

28 de Mayo de 2009

Análisis político

El Mostrador

Si alguien se quiere retirar, simplemente deja el espacio. Vacía el escritorio y se va para la casa, como lo hizo Carlos Altamirano, dignamente, en su momento. Desaparece de escena y no lo anuncia en los diarios de domingo.

Por Mirko Macari

Usted, tal como yo, probablemente leyó la entrevista dominical en donde Enrique Correa, el ex ministro y actual lobbista, pedía que su generación política se jubile dignamente. Más allá de la propuesta en sí misma, resulta interesante preguntarse las razones que tiene el personaje que mejor encarna la trenza público-privada en la que se deciden los destinos de Chile, para digitar esta irrupción comunicacional donde se va de tesis intentando explicar el complejo escenario que le está planteando Marco Enríquez-Ominami a la candidatura oficialista.

Correa, una mente política lúcida como pocas, que ha hecho de las gestiones discretas y el telefonazo silencioso un emprendimiento digno de la revista Forbes, consolida y/o aumenta su influencia en el aparato de las relaciones Estado-mercado de modo proporcional a la llegada que tiene con los Presidentes de la Concertación. Jugado primero por Alvear, luego por Lagos y al final comandando la abortada candidatura de Insulza, sabe que tiene la puerta menos abierta, aunque nunca cerrada, en una Moneda donde se instale Frei.

Desde esa posición se puede leer su interés para perfilarse como puente público entre lo que -según él- serían las "generaciones en pugna", que a través de sus buenos oficios podrían evitar que la sangre llegue al río. Y el hombre, además, instala las condiciones objetivas para que esto ocurra: volver a ganar el gobierno y no levantar listas parlamentarias paralelas.

Todo esto, más que a jubilación, huele a la esencia de lo que es el poder: intentar mantener el control y poner las reglas, aunque en este caso sea para una suerte de "traspaso del mando".

Lo cierto es que si alguien se quiere retirar, simplemente deja el espacio. Vacía el escritorio y se va para la casa, como lo hizo Carlos Altamirano, dignamente, en su momento. Desaparece de escena y no lo anuncia en los diarios de domingo.

Por lo mismo, la generación de Correa está muy lejos de moverse hacia los cuarteles de invierno. Inteligentes, hábiles y sofisticados,el llamado Mapu-Martínez tuvo un momento histórico para cerrar de manera brillante -y digna- el ciclo relativamente exitoso en el que moldearon a su imagen y semejanza la geometría del poder en la sociedad chilena desde el año 90. Fue por allá por el 2002, cuando el  caso MOP-Gate corrió el velo de lo que pasaba en el subterráneo de la cooperación público-privada, pilar del diseño en que ellos mismos hicieron descansar la transición.

Movieron los hilos bien, y aunque estuvieron a un paso del abismo, el acuerdo que tejieron alineó a toda la elite, incluida la prensa, impidiendo el desfonde. Ya recuperados, fueron presas de su aversión al riesgo -tal vez producto del trauma histórico que portan en su ADN- y en vez de perder con José Miguel Insulza, el mejor de los suyos, optaron por retener la manija con quien simplemente les asegurase el resultado, aunque para eso tuvieran que pactar con jefes de pandilla y operadores que esperaban en la mesa del pellejo su turno. Tal como el viejo crack que hace una gambeta de más, en vez de colgar los botines en la cúspide de la carrera, eligieron darle una atornillada más a la rueda de la fortuna.

Y ahí empezó a podrirse todo. Desde entonces la política en Chile es más bien un devaneo en círculos sobre un tablero rodeado de intereses sectoriales de corto plazo, una trenza enmarañada de pequeños negocios, con mera capacidad reactiva, donde la sólida disciplina fiscal otorga la musculatura que posibilita el movimiento mecánico y la respiración artificial del enfermo. El tic del optimismo, la pulsión intacta al control, pueden complotar esta vez contra una camada de políticos notables que ya no lee con la misma precisión y fineza de antes los signos de los tiempos. Por algo los jubilados llenan las salas de espera de los oculistas.

 

 

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