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Claro quiso echar pie atrás de lo que había hecho, pero ya era muy tarde

Claro quiso echar pie atrás de lo que había hecho, pero ya era muy tarde

El Mostrador / 29 de Octubre de 2008

Tomás Jocelyn-Holt cuenta inédito episodio del Piñeragate

El ex parlamentario y actual vocero del alvearismo revive su experiencia como panelista del polémico  "A eso de..." transmitido en directo por el canal de Ricardo Claro en los 90’. Jocelyn-Holt fue testigo, ese domingo 23 de agosto de 1992, del peor momento de la carrera política del inversionista Sebastián Piñera. En el espacio, el político DC compartía panel con el actor y publicista, Jaime Celedón, quien era el conductor, los periodistas Jorge Andrés Richards y Pilar Molina, y el embajador de Pinochet en el Vaticano, Héctor Riesle.

Por Pablo Basadre

En entrevista con El Mostrador, Tomás Jocelyn Holt relata el encuentro que tuvo con el fallecido empresario luego que éste hiciera estallar la bomba noticiosa que derrumbó a la derecha en ese tiempo, especialmente al actual candidato Sebastián Piñera y a la senadora Evelyn Matthei, cuando ambos eran precandidatos presidenciales de la oposición, bajo el paraguas de Renovación Nacional.

Jocelyn-Holt recuerda que en ese encuentro Ricardo Claro se mostró arrepentido de lo que había hecho y evidenció que, a pesar de su habilidad e inteligencia en los negocios, en política dejó una marca de ineficacia que nunca más logró revertir. "Con el tiempo, si uno recuerda lo que era Chile en 1992, habían personas que podían influir en la política con hechos como éste, impensados, como de afuera de la cancha. Pero el tiempo demostró que los únicos que pagaron los costos de esa operación fueron quienes pertenecían al sector que el mismo Ricardo Claro quería ayudar. Destruyó todas las candidaturas presidenciales posibles y la derecha terminó con Arturo Alessandri como candidato", comenta el ex diputado.

-¿Qué recuerdos tiene de ese programa y de la época en que ocurrió el Piñeragate?

-El recuerdo que tengo de ese episodio no tiene que ver precisamente con el momento cuando Ricardo Claro generó el hecho político de la famosa radio Kioto, sino que a la semana siguiente, después de que hubo un reflujo muy grande y una enorme crítica de todo el mundo. Él me llamó por teléfono para conversar y me invitó a su oficina. Recuerdo que fue el mismo día que se produjo la renuncia colectiva del equipo. Lo extraño fue que cuando llegué, donde suponía me estaba esperando, uno de sus ejecutivos se acercó y me dijo que el encuentro no sería ahí y que por seguridad mía -algo que nunca entendí- proponía que nos reuniéramos en un lugar más discreto.

Me subí a un auto y llegamos a la calle donde estaba el Colegio Villa María. Cuando nos estacionamos, le pregunté a su ejecutivo dónde estaba él y me dijo: "En el auto que está ubicado adelante nuestro".

-¿Le pareció curioso el lugar que escogió? Fue como un encuentro de agentes de inteligencia.

-Fue todo muy extraño. Me bajé del auto y me acerqué al otro vehículo que estaba estacionado y de pronto se abrió una puerta. Ahí estaba don Ricardo sentado, esperándome. Luego se bajó su chofer y nos dejó solos. Fue todo muy bizarro, medio barroco. Antes de iniciar el tema por el que me había llamado, me aclaró que el lugar era escogido para protegerme. Yo no sabía de qué y encontraba insólito tener una conversación secreta en un auto con Ricardo Claro, con la impresión de que estábamos bajo el peligro de un ataque de no sé qué. Finalmente entendí que eso reflejaba mucho su personalidad, sus temores y un cierto nivel de paranoia.

-¿Qué hablaron ese día y cómo lo encontró usted?

-La verdad es que en esa oportunidad me encontré con un hombre que quería echar pie atrás respecto a lo que había hecho, pero ya era muy tarde. Él quería evitar una renuncia de nosotros y yo le dije que ya era muy tarde, que no había vuelta atrás. Le expliqué que la credibilidad del programa había sido herida en un ala, que era lo más importante con lo que podía contar un programa de corte político.

-¿Y qué le dijo él?

-Él creía que aún se podía recuperar lo perdido, pero le insistí que la credibilidad estaba destruida y que era imposible echar pie atrás. Le dije que tenía la impresión que había confundido el rol de político de un panelista dando una opinión, con el hecho de ser el dueño del canal.

-¿Alguien más sabía de la performance que tenía preparada para ese día?

-Con el tiempo supimos que uno de nosotros, Héctor Riesle, sabía lo que se venía ese día.

Los viejos rostros del pinochetismo

-¿Cree que era mucho el odio de Claro a Piñera?

-El era un hombre que quería influir y claramente no le gustaba Piñera. A Claro no le gustó Piñera hasta la muerte y reflejaba el sentimiento de muchas personas en ese sector (empresarial). A mi me parecía legítimo no estar de acuerdo con alguien, pero la pregunta que me hacía era cuáles son los medios para hacer valer esa opinión. No olvidemos que ese día había ido al programa a hablar sobre una condecoración papal, hasta que sacó la radio Kioto y terminó generando un hecho político que afectó a todos, el Ejército incluido.

-¿Qué es lo que le sorprende de Claro en todas estas instancias donde pudo compartir con él?

-Distingo su lado empresarial, vengo llegando de China y Sudamericana de Vapores es la empresa probablemente más internacionalizada que tiene Chile, donde hay un talento humano y de equipo tremendo. Pero siempre me ha sorprendido el divorcio entre su talento empresarial y su muy poco talento político. Él tenía olfato, pero no sabía cómo aterrizarlo.

-¿Y comparte el juicio de que en vida no logró convertir a Mega en un medio influyente en la elite?

-Creo que hoy día ese canal es muy distinto a lo que era en ese entonces. Pero él destruyó su propia obra, abusó de lo que cualquier dueño de un canal quiere para su propio medio de comunicación. No me imaginaría nunca a la dueña de The Washington Post, cuando estaba viva, haciendo una operación de esa naturaleza. A eso hay que agregar que su canal se encargó de captar a todos los viejos actores (periodistas) que estaban saliendo del gobierno militar, lo que lo convirtió en una especie de reducto de un modelo de televisión que no tenía razón de ser.

 

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