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Rehenes de segunda

Rehenes de segunda

La Nación 

Lunes 7 de julio de 2008   

 Por Alejandra Carmona  

Hablan los familiares de los secuestrados de las FARC que no salen en la televisión

 Algunos de ellos llevan hasta diez años en la selva colombiana. Han sido los escudos de la guerra en nombre del Estado. Las familias de los soldados y policías capturados por la guerrilla saben que no son Ingrid Betancourt ni ciudadanos norteamericanos, pero esperan la misma presión internacional. Estos son sus años de soledad.

Foto: Ana Castro Mora es una devota de la Virgen de Chiquinquirá. A ella le pide todos los días que su hijo William Domínguez, secuestrado el año pasado, vuelva pronto a su casa. Fotos: Alejandra Carmona.

Todos los martes, hace más de un año, Ana Castro Mora le reza a la Virgen de Chiquinquirá con devoción. Tiene fe en que la patrona de Colombia ayudará a la paz en su país y que algún día podrá estar nuevamente con su hijo mayor William Domínguez, que fue secuestrado por las FARC el 20 de enero de 2007.

Ana vive en el barrio Las Ferias, al norte de Bogotá. Ni un lujo más que la tintura color betarraga que lleva en el pelo y que le ayuda a disimular sus 43 años. Arrienda dos piezas con olor a humedad; una para él y otra para su hijo Néstor de 18 años. Su tercer hijo, Jamez -de 20- también está en el Ejército.

"Mis hijos siempre soñaron con ser militares", dice Ana con una sonrisa en la cara, una mueca genética del pueblo colombiano que no borran los paramilitares, el narcotráfico ni las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. "Mis hijos siempre pensaron que ser militares nos sacaría de la pobreza, que ellos serían hombres de bien, muy trabajadores, que recibirían un buen sueldo", explica.

Lo que Ana nunca pensó es que cuando tenía 21 años, William quedaría tirado en la selva, en Caquetá. "A mí me avisaron ese mismo día. Yo pensé que las FARC secuestraban a gente adinerada, por eso me costó creerlo". En uno de los enfrentamientos de la guerrilla con el Ejército, su hijo quedó herido y fue el único rehén al término de la jornada.

La única compañía de Ana es su hijo menor, la imagen de yeso de la virgen, su perro Tommy -un chihuahua que recogió de la calle- y el último álbum de fotos que le envió William desde el Ejército; en cada una de ellas se lee: "Aquí se forman los mejores soldados de Colombia".

De los 30 rehenes que aún tienen en sus manos las FARC y que ha calificado como "canjeables" por sus hombres encarcelados, 27 son policías y soldados, muchos de ellos fueron apresados cuando tenían 20 años y ya han cumplido 30 en cautiverio. Sólo tres de esa lista son civiles.

Por eso los martes, los rezos y la fe de Ana se multiplican. Ese día, entre las 10 y 12:30 horas, se reúne con otras madres y familiares de secuestrados, con carteles y fotos de sus hijos ausentes frente a la Catedral de Bogotá, en la Plaza de Bolívar, en una imagen que recuerda a otros desaparecidos de las dictaduras de América Latina.

"NO TODOS NOS QUIEREN"

El 19 de febrero de 1999, las madres y familiares de soldados y policías secuestrados por las FARC se agruparon en Asfamipaz, una organización que desde entonces realiza marchas, asambleas y protestas para conseguir la libertad de los cautivos. Viajan a otras ciudades, envían cartas a la autoridad y se entrevistan con quien sea necesario para lograr un acuerdo de paz que permita la libertad de sus familias.

Margarita Sánchez es una de las precursoras de este organismo. Ella, sus padres y su hija, portan una chapa con el nombre de la institución y una polera que recuerda el nombre de su hermano Elkin Hernández, quien fue secuestrado el 14 de octubre en Caquetá.

"No todos nos quieren", se resigna Silvio Hernández, papá de Elkin y con la voz arrastrada por la pena dice no entender la humillación que sufren constantemente. "Uno de los martes de protestas, llegó el obispo a pedirnos que nos corriéramos de ahí,

Familia Hernández Rivas
porque molestábamos en sus misas". A coro, los integrantes de la familia revelan otros insultos: "La gente pasa y nos grita que por qué seguimos protestando, dicen que al Gobierno no les interesa, que ellos se van a morir en la selva".

Antes que a La Nación, la familia recibió a un equipo de la televisión francesa y mañana seguirán unos ecuatorianos. No se cansan de dar entrevistas, menos ahora que la liberación de Ingrid Betancourt les abrió una ventana al mundo.

"Ahora, por lo menos existimos. Hemos esperado dos horas en la línea telefónica para que alguna autoridad nos tome en cuenta, no nos abrían la puerta y el Gobierno no nos quiso escuchar; otros tuvieron más privilegios que nosotros. Nomás el hecho de pararse en la Plaza de Bolívar los martes es humillante. Pasan los senadores y ni voltean a mirar a ese grupo de familiares. Para nosotros está claro que ellos son rehenes de segunda", dice Margarita.

Ella guarda en su billetera otra de las pruebas de supervivencia de Elkin, una tarjeta recargable que él construyó en broma para decirles que no desesperen. "La cargaremos con alegría cuando él vuelva".

PRUEBAS DE VIDA

Una de las cosas que mantiene con esperanzas a estas familias son las pruebas de supervivencia que llegan de manos de rehenes liberados o de la Defensoría del Pueblo. Es la única forma de saber que los soldados están vivos.

La primera que llegó a la casa de los Hernández Rivas fue una fotografía donde su hijo les decía que estaba bien y que pronto iban a estar todos juntos. Esta prueba llegó sólo dos años después del secuestro.

"No sabe lo que ha sido para mí este tiempo", dice Magdalena Rivas, la madre de Elkin, sobándose las rodillas. Hace un par de años le diagnosticaron artrosis degenerativa y su salud ha ido empeorando. La pena es un virus sin cura. "Pero no perdemos las esperanzas, eso sí. Yo sé que un día lo voy a ver entrar por la puerta. Su dormitorio está igual como él lo dejó", dice Magdalena.

EL ESCUDO DE LA VIOLENCIA

La angustia de los secuestrados y sus familias son el peor saldo de la guerra en Colombia, donde no sólo son apresados jóvenes del Ejército, sino que también de las mismas FARC. "Lo que más nos preocupa es el sacrificio del pueblo colombiano. Nosotros no recibimos partes contándonos sobre todos los soldados que mueren, pero allí están, muriendo, y es gente pobre. Son soldados de un lado y del otro. Es terrible, en un país con un 45% de pobreza y 20% de miseria, el Estado gasta una enorme parte de su presupuesto en armas", dice el sacerdote jesuita de la Universidad Javeriana, Gabriel Izquierdo.

Carlos Lozano, director del diario de izquierda Voz, quien ha trabajado como facilitador del acuerdo humanitario, cuenta una anécdota: "Hace seis años, cuando comenzaba el Gobierno de (Álvaro) Uribe le dije a un general: ‘Son sus soldados, los policías de la patria están allá. Hay que sacarlos’. Y él me contestó: ‘A nosotros eso ya no nos preocupa, esos soldados ya fueron reemplazados’".

Para Lozano, los soldados secuestrados han sido el escudo de la violencia. "Son quienes han puesto el pecho a nombre del Estado en la guerra y han sido abandonados".

Lo mismo siente Robertina Sánchez, una señora amable, cariñosa, que no nos deja abandonar su casa sin antes ofrecer un "tintito", como llaman en Colombia al café puro.

Su hijo Enrique Murillo tenía 28 años cuando lo secuestraron el 1 de noviembre de 1998 en la toma de Mitu, cerca de San José del Guaviare. En todo este tiempo nació su nieto -un mes después del secuestro- y su nuera se volvió a casar, un dato que no conoce Enrique.

Ella sueña con el día que vuelva a ver a su hijo. "Quiero hacerle pescado, un bagre en salsa con papas francesas, a él le encanta", dice con melancolía. "A veces cuando como me detengo porque no sé si él ha comido; cuando duermo me despierto, porque no sé si él está durmiendo, si tiene frío, si está sano, si le falta algo".

Robertina y su esposo creen que la liberación de Betancourt ayudará en algo a sensibilizar a la comunidad mundial, a presionar por la liberación de sus hijos y también al diálogo entre el Gobierno y la guerrilla. Si no es así, seguirán pensando que su sufrimiento de diez años, que la metástasis de la pena y su dolor de baja alcurnia, no le importan a nadie.


Las voces del secuestro

Cada sábado a la medianoche, una decena de personas se agolpa en una de las sedes de Radio Caracol, en Bogotá. A esa hora comienza el programa Las voces del secuestro conducido por el periodista de Herbin Hoyos, un puente tendido hace 14 años para que los familiares de los cautivos por guerrilleros, paramilitares o delincuentes comunes en todo Colombia, puedan enviar sus mensajes. “Esta es la única forma de que ellos mantengan las esperanzas”, dice Magdalena Rivas, madre de un rehenes de las FARC, quien relata que cuando la guerrilla busca represalias, lo primero que hace es quitarle la radio a los secuestrados.


Los números de Asfamipaz

La asociación creada por familiares de policías y soldados secuestrados y liberados por la guerrilla (Asfamipaz) lleva la cuenta día a día. A pesar de las diferentes versiones de prensa que hablan de un menor número de rehenes “canjeables” por las FARC, ellos se encargan de recordar sus nombres para que nadie los olvide. Según Margarita Muñoz Rivas, hermana de Elkin Hernández, quien está en poder de la guerrilla hace diez años, la lista de “canjeables” es de 20 policías, 7 soldados y militares, y 3 políticos.


Rescate al cine

La operación militar que permitió el rescate de la ciudadana colombiano-francesa Ingrid Betancourt y otros 14 rehenes de la guerrilla de las FARC será llevada al cine por el director colombiano Simón Brand, según informó ayer la cadena televisiva RCN, que participará en la producción. Brand espera realizar el filme “en conjunto con una productora de Hollywood y bajo la supervisión de RCN-Cine”, señaló Noticias RCN. “Falta definir en qué idioma se escribirá el guión” y “si la obra será realizada en Colombia o en Francia”, agregó el reporte, que no precisó cuándo se iniciará el rodaje.

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